"Lluvia", ambiciosa ópera prima que recupera el género de las historias cruzadas


Cinetiketas | Jaime López



La ópera prima de Rodrigo García Saiz, "Lluvia", es una película coral en la que un taxista, una maestra de inglés, una pareja distanciada, un asaltante, una migrante oriental, una enfermera y una trabajadora sexual son unidos por sucesos inesperados, así como por una tromba aparentemente interminable.

Escrita por la prestigiada Paula Markovitch, su secuencia inicial nos proporciona un buen indicativo del tipo de sentimientos que se generarán a lo largo del filme, pues se muestra a un hombre atrapado en la monotonía y la soledad, que no sabe cómo reaccionar con una jugarreta del destino.

Son justamente el azar y los acontecimientos extraños los que dotan a "Lluvia" de una atmósfera inquietante y absorbente, que harán que la audiencia quiera saber cómo concluyen los distintos relatos que la integran.

Destaca el de la docente interpretada por Arcelia Ramírez, la cual queda en una especie de disociación luego de ser víctima de un ilícito en el recorrido a su casa, hecho con el que se podrán identificar muchas y muchos capitalinos.

El episodio en cuestión sirve para presentar otros personajes juveniles, que deambulan entre la redención, la esperanza, la decadencia individual y el enamoramiento.

Dueña de una fotografía excelsa, que acentúa la mirada melancólica del realizador, "Lluvia" es una grata sorpresa en la cartelera comercial, pues es positivamente ambiciosa en distintos rubros.

Primero, porque echa mano de un elenco multipremiado, en el que hay artistas prestigiados como Cecilia Suárez, Bruno Bichir, la ya mencionada Arcelia Ramírez, Martha Claudia Moreno, Dolores Heredia y Mauricio Isaac.

Segundo, porque su producción fue compleja en términos de locaciones y requerimientos técnicos. Acerca de esto último, el equipo ocupó aspersores verticales de gran altura para generar el efecto de lluvias a lo largo de toda la filmación.

Por si eso no fuera poco, hay una secuencia final que parece producto de un oportuno uso de efectos visuales, en el que se recrea la quema de un árbol a causa de un rayo.

Se trata de probablemente la escena más poética de "Lluvia", en la cual se propone una reflexión acerca de un beneficio del caos: obtener un poco de luz o liberación.

Eso sí, como muchas películas corales, hay algunos relatos que se sienten menos trascendentales en comparación con otros. Sin embargo, es evidente el compromiso y profesionalismo de los intérpretes en cada uno de ellos.

Ojo a la historia de "Angi", la enfermera personificada por Martha Claudia Moreno, que tendrá un vuelco en su vida luego de conocer a un joven herido de bala. Con pocos diálogos, la actriz transita de la rutina emocional a la zozobra y la ilusión.

Esa es la magia de "Lluvia", pues transmite de manera eficaz una amalgama de emociones en medio de la tragedia.

Además, recupera el subgénero fílmico de las historias entrecruzadas, que fue consolidado por creadores como Robert Altman, Paul Thomas Anderson, Quentin Tarantino o el mexicano Jorge Fons. Este último vía "El callejón de los milagros".



La vista fascinante en la obra de Jean Rustin


Por Samanta Galán Villa | 


Hace cuatro años que decidí emprender un viaje por un espacio desconocido. Por la tierra de nadie a la que nunca quise entrar porque la vista hacia el propio cuerpo no fue una enseñanza que recibiera en mi educación de infancia. Al contrario, el cuerpo era algo así como una suerte de castigo o de objeto de deseo del que se debía permanecer al margen.

En un intento por sacudir esto de mi sistema de creencias, comencé la práctica de pararme frente a un espejo de cuerpo entero, desnuda. Conocí cada pliegue, lunar y zona oscura de mi piel. De a poco logré acostumbrarme a mi apreciación, pero había algo que no terminaba de encajar. Una pieza faltante.

Cuando supe de la existencia de La noche sexual (Funambulista, 2014) de Pascal Quignard, caí en cuenta que esa sensación de añoranza o de búsqueda interminable era La imagen que falta en el alma. Algo que, en mi propio entendimiento, tiene que ver con El otro. La otredad que sin duda termina siendo el eslabón que une la existencia propia a la totalidad.

Quignard habla de la desnudez oscura, del acto sexual que da origen a la experiencia de vida individual, al cuerpo, a la luz. Hojeando sus páginas plagadas de pinturas, grabados y mitos que aluden directamente a sus sentencias sobre la sexualidad y el origen, encontré la imagen de Tres personajes, de Jean Rustin.

Verla me dejó como seguramente ha dejado a la mayoría de los admiradores de su obra: Con la sensación de que la que está siendo observada soy yo. Que de forma instantánea me convierto en testigo de algo que debería permanecer oculto, en secreto. Busqué todo lo que pude respecto al propio Jean Rustin y su obra, encontrando poco en español. Lo que se sabe a ciencia cierta es que Rustin tuvo dos etapas significativas en su labor artística.

La primera marcada por pinturas coloridas y agradables, bastante alegres. Su fama logró llevarlo a una exposición en el Museo de Arte Moderno de París en 1971. Fue ahí que Rustin se dio cuenta de que aquello no era lo que quería plasmar, que era momento de arriesgarse por lo que en verdad quería decir no sólo de él mismo, sino de la condición humana.

Rustin se dedica a pintar figuras decadentes, la gran mayoría desnudas. Espacios grises y austeros con uno, dos o tres personajes mostrando sus genitales de manera intencionada e incluso desafiante. Y lo que sin duda no puede pasar desapercibido, es esa mirada inquisitiva en sus rostros. Como si dijeran: Míranos, mírate a ti mismo a través de nosotros. Mira la escena oculta. Mira cómo tu ceguera desaparece con la luz de este sol negro.

Entonces nos volvemos partícipes y cómplices de una escena sexual que no tiene nada de erótica. No hay movimiento, no hay calor. Da la impresión de que esos cuerpos fantasmales se hubieran petrificado en el tiempo en una actividad meramente biológica, pero que está, que es. Y los ojos, la vista de estos seres tan solos y tristes, se vuelve a cada uno de los observantes para perpetuar su existencia.

Roberto Calasso en Las bodas de Cadmo y Armonía (Anagrama, 1990), explica cómo la Core se vuelve Perséfone sólo hasta que es vista por Hades. Cuando el dios del inframundo sube a raptar a la muchacha, ésta deja de serlo para tomar identidad, para ser lo que estaba destinada a ser.

De igual forma, parece que los personajes de Rustin son mensajeros de un destino ineludible: La transformación corporal, la soledad, el ansia de existir a través de la mirada del otro.

Dice Pascal Quignard que las verdaderas imágenes son siempre las de los sueños y Rustin lleva esta máxima a un territorio onírico, a una suerte de pesadilla que nos hunde en las zonas más remotas de nuestro interior, donde habitan la incomodidad, el espanto, la angustia. Ahí las emociones toman un nuevo matiz, con algo de esperanza, con la calidez que da reconocerte a ti en otro espacio, en otro cuerpo, en la mirada de una mujer que abre las piernas en el lienzo de Rustin para que puedas observar LO QUE ES. Sin filtros, escenas descarnadas, crudas, como puede serlo la misma realidad.

En una entrevista realizada por Manuel Toledo para BBC Mundo, se le pregunta al pintor si sus personajes son locos o enfermos mentales, a lo que Jean Rustin responde con la seguridad de un santo:

No. Somos tú y yo.

Es pensando en todo esto que sigo afirmando que la experiencia vital no termina donde acaba nuestra piel, sino que se extiende a todo a aquello que nos refleja y comunica. Con las pulsaciones del otro que irremediablemente terminan regresándome al espacio virgen que menos conocí en mi vida, como dijo Temperley. A ese espacio infinito que es mi cuerpo.


Samanta Galán Villa (Moroleón, Guanajuato,1991) textos suyos se publicaron en medios como la Revista Pez Banana, Revista Estrépito, Sputnik, Neotraba, Monolito, Low-fi ardentía y en el periódico oaxaqueño El Imparcial.  Recientemente se publicó su primer libro de cuentos 'Amorfismos' (2022), con editorial La Tinta del Silencio.

Letrinas: El traje de Jorge Campos



El traje de Jorge Campos
Por Amialba García Altamirano


Yo quería el traje de Jorge Campos. Dos piezas, rosa con rombos amarillos, el de la “Suerte”, sin olvidar el amarillo con rayones lilas, pues también con ese uniforme, el portero acapulqueño atrapó tremendos goles. Soñaba despierto en el recreo, cuando me tiraron un pelotazo duro a la cabeza. El aturdimiento seguido de estrellitas. Mi cara palpitó por el chingadazo. El golpe se lo debía a “Raulito”, un pinchi niño con dientes separados, pelo mantecoso y trasero de rinoceronte. Le gustaba quitarme lo que trajera. Llevaba pizzerolas, una botana redonda con sabor a pizza, aunque de pizza no tuvieran nada. Apenas reaccioné del pelotazo, una mano gorda me arrebató la bolsita. Me quedé con algo del polvillo rojo en la lengua, lo que alcancé a lamer.  Yo era un niño chaparro, como todos supongo, sólo que haber sido llamado el “Champi”, por chiquito y cabezón, no era nada agradable. Le rogaba a mi madre que me midiera con frecuencia y con tal de crecer unos milímetros: comí caldo de verduras, tomé aceite de bacalao, hasta me estiré colgado de la puerta. Nada funcionaba, y era lógico, en aquel entonces, todavía no daba el estirón. Antes de ir a casa, pasé por la tienda de don Chuy. El traje de Campos se columpiaba con el viento, la luz de tarde hacía brillar a los rombos. Pregunté el precio, el señor me dirigió una mirada seca a través de unos lentes gruesos.

—Niño, ya sabes, setenta pesos de los nuevos. Y no, no doy fiado.

—Le juro que sí se los pago. Mire, me dan tres pesos por semana, y si ayudo a lavar el carro, me dan dos extra.

—Niño, son setenta pesos, si no, dele por donde vino.

 Llegué a casa, la hallé sola con la hierba crecida a un lado. Las cortinas empolvadas dejaban pasar algunos leves destellos. Adentro era un horno oscuro. Al fondo, el cuarto de mis padres, cerrado. Prohibido entrar en su ausencia. Lo hacía de todas formas, sentado en la cama alta y amplia, pensaba en toda clase de monstruos. Aquellos seres entraban al patio y desde ahí pegados a la ventana nos espiaban: Gente sin rostro, bestias de muchos ojos. Fisgoneé en el closet. Cientos de camisas, calcetines, ropa interior del tamaño de las sábanas. Olí los cigarros de papá, sin filtro, una patada de tabaco intenso. Me puse los aretes de broche, los tacones de mamá. Me dio hambre. Por lo general preparaba huevos con cátsup. Mamá no llegaría antes de las seis o siete de la tarde. Me senté frente al televisor. Para mi mala suerte, papá entró justo cuando prendí la tele (un cajón con pantalla abultada y un trapecio gordo detrás). La luz se abría desde el centro, poco a poco se iluminaba. Papá cabeceó, lo cual no era buena señal.

—Balta, ¿Por qué chingados no estudias? ¡Contesta!, no me quieras ver la cara de pendejo.

—Sí apa, sí estudio —tomé distancia, me puse atrás del sofá.

—No es cierto, no haces nada.

            Se fue agarrado a la pared, dejó una estela de alcohol tras de sí. Por fortuna se encerró en el cuarto. Levanté mi plato, me fui a hacer tonto en el fregadero en lo que se acostaba. Mi cumpleaños no era sino hasta el próximo marzo, en Navidad no me regalarían el uniforme, además quería un carro eléctrico, que tampoco iban a comprarme. Tenía un balón que no debía botar adentro, nada más porque probé tirar un túnel. La idea era fintear al oponente, mi rival era un recogedor sucio, indiferente a nuestro juego. Pateé fuerte con la derecha, la pelota voló encima del arco de manguera, tiré la virgen del altar. Cayó rota del pecho. Mamá con los pelos levantados me corrió afuera. “Hay de ti que vuelvas a jugar adentro, o te poncho la chingada pelota”. En la calle me daba vergüenza hacer los trucos más básicos. En mi mente el traje me haría ver profesional, así los plebes de la cuadra quedarían apantallados. Regresé a la sala. Busqué el programa de las tortugas ninja. Lo pasaban en el canal cinco, le di varias vueltas a la perilla plateada, lo sintonicé. A esa hora transmitieron Scooby-Doo. El tipo flaco con barba rala, me caía gordo. Ni siquiera el perro me gustaba. Le cambié al canal doce. Dieron una telenovela, un hombre vestido de charro besaba a una mujer con los hombros descubiertos. La idea me dio asco; dejé el canal. La telenovela se fue volando, antes de que cambiara, apareció Jacobo con su cara seca, más funesto que de costumbre: Anunció el atentado. Le habían disparado a Luis Donaldo Colosio, el candidato del PRI a la presidencia de la república. Me paré encima del asiento, caminé por la sala un rato. En eso llegó mamá con dos bolsas de mandado. Preguntó por mi padre, “ahí está dormido”, le dije. Las entrevistas en el noticiero continuaron, Jacobo Zabludovsky con un mapa azul de fondo, habló en el teléfono con reporteros, le informaron el estado del licenciado, las balas, una en la cabeza, otra en el estómago. El pánico de la gente, los gritos, las señoras despeinadas con el maquillaje chorreado, los hombres que iban a codazos y a empujones.

Mamá masticó un pedazo de tortilla, todavía con la boca llena, habló:

—Ese pinchi pelón lo mandó a matar.

—Pero amá, dicen que fue uno del montón.

            —Ni madres, no les creas nada, hijo.

Repitieron el video durante una hora o más: Colosio vestido de blanco, abrazado a una señora que se le pegó como chicle. Era el candidato del triunfo, la gente lo alababa, lo seguía. Cientos de personas rodearon a Colosio, quien era llevado a la salida. Una salida mortal en su caso. Grabaron el momento en que el revólver apuntó a su cabeza. De inmediato se formó un remolino, la gente alrededor gritaba, los reporteros sostuvieron la cámara, mientras los agresores eran golpeados a puños y a patadas, la sangre les cubría el rostro. Cargaron al candidato entre varios, la cabeza por delante pegoteada de sangre. Le siguieron tres horas de espera en el hospital. Murió. Apagamos el televisor, la luz se encogió de vuelta. Fui a la cama con esa imagen; el arma encañonada en la sien, la sangre espesa en la frente, la muerte trágica de un famoso. Me revolví en las sábanas, pensé en mi propia muerte.

En la escuela no hablaron de otra cosa. Los niños hicieron como que estaban en “lomas taurinas”, rodearon a Camilo, un niño al que se le pintaba un bigote delgadito, pero de color bien negro. Él era el supuesto “Colosio” al cual le dispararon hasta con metralla. La maestra con el borrador en la mano nos calló a todos. Raúl con sus manos regordetas me jaló la trusa.

—Callado, ¿Traes dinero, Champi?

—Ni diez centavos.

—A la salida nos vemos, pinchi Champiñón. —Me empujó al pasar.

Casi nunca llevé dinero a la escuela, lo guardaba en un cochinito azul en mi cuarto. Cada centavo, cada peso y cada bendito billete iba a mi alcancía, si es que no lo gastaba antes en la tienda. Sufría una adicción por los gansitos y la coca cola. Pero hacía sacrificios para comprar el uniforme. A la salida, Raúl me empujó con todo y mochila. Me derrumbé como edificio viejo sobre la banqueta, los niños alrededor eran monos extasiados, incitándonos a pelear. Yo quise levantarme, pero el peso de los libros pareció superior al mío. Raúl me asentó una patada en los huevos, me retorcí con la boca abierta. El grandulón de dientes separados me esculcó la mochila. Al muy pendejo, le causó gracia que tuviera estampitas de los pumas. Yo sentía que el aire se me acababa, mientras el gordo sacó de mi mochila, un Bubbaloo de fresa.

Pasé a la tienda de don Chuy. Los balones de futbol colgaban de la pared, el lugar repleto de guantes, gorras y camisas. Al verme, el vendedor se recargó en el mostrador, se limpió el sudor de su frente grasosa, me paró antes de que yo hablara.

            —Ya lo vendí.

—¿Qué cosa? 

—El uniforme de Campos, se vendió está mañana.

—¿Y el amarillo con rayas lilas?

—Ese lo vendí ayer. Voy a pedir más, pero se va a tardar. Si quieres, tengo la blanca de los Pumas, la del dorsal 9.

Salí de la tienda, no le dije adiós ni nada. Corrí varias cuadras hasta boquear como pez en la banqueta. Me recargué junto a un muro rayado. A pleno sol, una lagartija verde descansaba en la acera. Sentí el mal, la deseé muerta. Agarré una piedra del tamaño de mi mano, se la arrojé con fuerza. La lagartija se erizó, se fue a esconder entre la maleza de un lote baldío. Al llegar a casa, encontré a mi padre sobrio. Veía una película en blanco y negro. En cuanto crucé la puerta, me ordenó que le trajera sus sandalias, fui por ellas, las dejé a sus pies. Le pedí unos pesos, negó con la cabeza, estás loco me dijo, pura sacadera de dinero. Abrí el refrigerador, a pesar del arroz y los frijoles, me pareció vacío. Me paré junto al televisor, le pedí para una torta, volvió a negar con la cabeza, se agarró el cinto:

—Balta, no estés chingando.

Me encerré en el cuarto. Al rato escuché que fue a acostarse, otra siesta. Si no era trabajo, era cansancio, si no estaba cansado, estaba borracho, o las dos. Oí sus ronquidos desde mi recámara. Un rencor ácido me trepó al pecho. Acostado en la cama, probé también conciliar el sueño, pero resultó imposible con esos rugidos de león eléctrico. Tocaron la puerta, me asomé por la ventana. Dos hombres: usaban botas, sombrero y cinto piteado. Supuse que eran amigos de papá. Una oportunidad del cielo para molestarlo. Así lo hice, sólo no de la forma que hubiese querido. Abrí el cancel, los invité a pasar como buen anfitrión, luego caminé a la habitación de mis padres. Papá se despertó con un mechón sobre su frente, habló con los ojos hinchados, a medio cerrar.

            —No estoy, diles que no estoy. —Ordenó.

Dejé entrar a dos sombrerudos a plena luz del día. En mi defensa: parecían hombres de trabajo, morenos de tanto sol, uno de barba densa, el otro de patillas pobladas. No hubo tiempo de reaccionar, al darme la vuelta, ya estaban adentro. Sacaron un arma negra y otra color plata. Levantaron a mi padre a patadas, lo encañonaron frente a mis ojos. Me aguanté lo más que pude, según yo no iba a patalear, tampoco iba a llorar. Pasados cinco minutos, ya había hecho las dos cosas. Papá agachó la mirada, le temblaba todo, la boca, los brazos, el labio. Parecía ratón acorralado. Se dedicaron a remover cajas y bolsas, sacaron ollas de la cocina, latas y cucharas. En los cuartos voltearon los colchones, tiraron el buró, vaciaron closets. Hicieron una labor de huracán. El de la barba le asentó puñetazos a papá en las costillas. Hay que reconocer, papá no se quejó, aguantó a puje y puje los golpes. Lo llevaron a otra habitación, mientras el de las patillas me vigilaba. A los diez años, sabía de la muerte y como venía por los viejos enfermos, los locos y los desalmados, a veces un accidente, un camión a la hora equivocada, quedarse pegado a un enchufe o morir ahogado. Peor aún, sabía cómo mataron al candidato. Fijé los ojos en las manchas del piso, me quedé quieto, si acaso respiraba. Los hombres preguntaron por joyas y dinero. Revolvieron hasta los cacharros del patio, obviamente, no encontraron perlas o rubíes en la casa. Lo que hallaron fue una paca de pesos, envuelta en un calcetín. Los ahorros de mamá. No conformes con eso, el de las patillas con cara de perro acaballado, sacó las cajas de mi closet, movió la ropa y encontró debajo de todo eso, mi alcancía.

Mamá gritó al entrar a la casa. Los asaltantes ya no estaban, tuvo suerte de perder el asalto. Papá se veía como tomate pasado. Mi madre fue por hielo, se lo puso en la quijada, en las costillas. Gritó mi nombre, me le aparecí por la espalda, “aquí estoy”, le dije. Más tarde cenamos frijoles de la olla, mamá preguntó si los asaltantes eran conocidos, si se habrían equivocado de casa, porque era evidente que no éramos ricos, si regresarían y en dado caso, ¿cómo iba a proteger la casa?, papá le dio su versión, pero después de un rato, la dejó hablar sin decir gran cosa. Incómodo en la silla, se sostenía con una mano de costado. Ambos, sin hablar más del asunto, decidieron ir a dormir temprano. Yo esa noche desperté en medio de una pesadilla. Los hombres entraban al patio, sacudían el candado, sus brazos elásticos atravesaban la protección. Las noches se alargaron para mí.

Al día siguiente, dejé un plato de avena mosquearse en la mesa. Camino a la escuela la gente me pareció muda, los árboles sin color. Tocaron el timbre, tomé asiento en mi lugar, un mesabanco metálico a medio salón. Saqué el cuaderno, dibujé espirales sin pensar en nada, sólo quería verlos surgir y morir por mi mano. La voz de la maestra se oía lejana. Estuve concentrado, hasta que Raúl arrojó papelitos mojados en mi nuca. Me quité cada uno en silencio; tracé un rombo. El gordo debió pararse al notar que no reaccioné. Se plantó como un cerro frente a Remigio, el niño que se sentaba en medio de los dos. Remigio agarró sus cosas, oí que con la prisa tiró la calculadora. Le cedió el asiento. Una vez que metió su trasero gordo en la banca, sacó una pluma roja y escribió sobre mi espalda: “Champiñon” sin acento. Me encogí de hombros, le di un vistazo. Tapé mi cara e hice como que lloraba. Es probable que Raúl con el pecho inflado, se diera la vuelta. Yo sentí un trancazo de calor en la cara. Apreté un lápiz con la punta recién afilada, fui tras él sin pestañear o pensar las consecuencias. Alcé el lápiz como una lanza, se lo clavé en el hombro. Torció la espalda de dolor. Lo alcancé a pepenar del pelo seboso, azoté su cara en el mesabanco, rebotó igual que un balón. Me pegué a él como una garrapata, cerré mis piernas sobre la mole. Jaloneé con la izquierda el cuello de la camisa. Solté derechazos en la cabeza, en la oreja, donde cayera. Dio vueltas conmigo encima. Atontado por el ataque, sacudía los brazos gordos al aire; no logró que lo soltara, con trabajos la maestra me jaló del torso. Los niños arriba de las sillas celebraron, dieron chiflidos y aplausos. Lloré camino a la dirección, castigado y sin dinero, nunca podría comprar el uniforme de Campos.



Amialba García Altamirano. Nació en Mazatlán Sinaloa, México. Ha participado en distintos talleres literarios, estudió psicología clínica y actualmente, además de atender una familia, se dedica a escribir cuentos cortos en su mayoría.

"Déjame estar contigo", entre el primer amor y un homenaje a la #CDMX



Cinetiketas |  Jaime López


Inscrita en el género o subgénero de la comedia romántica juvenil, "Déjame estar contigo" es el segundo y nuevo largometraje del ganador del premio Ariel, Isaac Cherem, responsable de esa joya llamada "Leona".

Con una historia escrita por Fernanda Eguiarte, guionista de las series "Ana" y "La flor más bella", el filme estrenado en pantallas mexicanas el 30 de enero resulta un retrato ágil y fresco del primer amor, así como una oda a la Ciudad de México.

Es ahí en donde "Déjame estar contigo" tiene el primer punto a su favor, pues se siente el entendimiento o la conexión entre la creadora del libreto y el realizador.

De hecho, Cherem ha expresado en algunas entrevistas que se identificó y quedó fascinado con la historia desde la primera lectura, pues aborda varios tópicos que le interesan genuinamente.

Uno de ellos es la Ciudad de México y la manera en que está conformada por una amplia diversidad de familias y personalidades.

Eso último se refleja de manera orgánica en el metraje, que comienza con Aksel Gómez, el protagonista masculino que da vida a "Bruno", siendo deportado de tierras estadounidenses.

Por azar, el joven de 18 años se cruza con "Lucía", una aspirante a veterinaria, que ama la vida y la capital del país, pero la cual tiene sus días contados por un problema de salud.

Sin caer en dramas innecesarios o exagerados y evitando las situaciones caricaturizadas, Cherem conduce la película con mano firme y segura y, de paso, aborda asuntos como las familias homoparentales y el crecimiento personal.

Un factor que es imprescindible para dotar a "Déjame estar contigo" de credibilidad y jovialidad es la elección de sus estelares, el ya mencionado Aksel Gómez, quien hace su debut en el séptimo arte, y Andrea Sutton, que, a su corta edad, ya ha participado en varias películas.

Ambos hacen recordar a la audiencia la experiencia del primer amor, ese que se mete en las entrañas y la razón, y que nos hace soñar despiertos.

En cuanto a las locaciones, Cherem dijo a esta casa editorial que evitó grabar secuencias en lugares turísticos de la Ciudad de México a fin de tener una obra auténtica.

Lo anterior se agradece como espectador, porque justamente el día a día de los capitalinos suele transcurrir entre el transporte público, las taquerías y los trabajos "Godínez".

Por otro lado, el creativo vuelve a hacer énfasis en las dinámicas familiares para desarrollar a sus personajes centrales, los cuales son apoyados por un sólido reparto con amplia experiencia en la industria mexicana: Mónica del Carmen, Silvia Navarro, Johana Murillo y Regina Blandón.

Acerca del soundtrack de la cinta, Cherem reveló que combinó éxitos de su generación con bandas actuales o contemporáneas, que son sumamente escuchadas por las juventudes.

Al final, su nueva producción es dinámica y ampliamente recomendable, porque, además de entretener, tiene momentos de diversión y una que otra frase que harán suspirar a más de una persona.



#Aguascalientes | Lanzan taller gratuito de poesía para crear, aprender y generar comunidad


Taller gratuito de poesía: un espacio para crear, aprender y generar comunidad


El Taller Comunidad de Escritura Libre abre su convocatoria a todas las personas interesadas en explorar su creatividad a través de la escritura de poesía. Este espacio fomenta el aprendizaje, el intercambio y la construcción colectiva de conocimiento.

El taller no tiene costo y está diseñado para quienes desean compartir sus textos, recibir retroalimentación y fortalecer su voz literaria en un ambiente horizontal y seguro.

Objetivos del taller

El taller busca promover la escritura como una práctica de exploración personal y colectiva. Algunos de sus principales objetivos incluyen:

      Fomentar la escritura como herramienta de expresión y autoconocimiento.

      Crear un ambiente inclusivo, sin jerarquías, donde todas las voces sean escuchadas.

      Brindar análisis crítico de textos propios y ajenos para fortalecer la capacidad de retroalimentación.

      Explorar la literatura no solo como un producto final, sino como un proceso continuo de conocimiento.

      Impulsar la identidad literaria de cada participante dentro de su propio contexto cotidiano.

      Generar redes de apoyo y crecimiento mutuo entre las y los asistentes.

¿Quiénes pueden participar?

El taller está dirigido a personas mayores de 16 años, sin importar su nivel de experiencia en la escritura. Se convoca a quienes deseen mejorar sus habilidades, compartir sus textos y formar parte de una comunidad creativa.

Metodología y forma de trabajo

Las sesiones del taller se desarrollan de manera presencial y con un enfoque participativo. La coordinación facilita la interacción y la integración de todos los asistentes mediante:

 Discusión y análisis de textos creados por los participantes.

  Lecturas sugeridas para ampliar el conocimiento literario y estimular nuevas referencias.

  Ejercicios de escritura creativa, dinámicos y colectivos.

●  Un ambiente seguro y de respeto, donde se prohíbe la grabación de sesiones sin consentimiento expreso.


Fechas, horarios y sede

Las sesiones se llevarán a cabo todos los viernes de 20:00 a 22:00 h en Casa Muluk, ubicada en Pedro Parga #206, en el centro de la ciudad. A partir de 07 de febrero de 2025.

Cada sesión se estructura en tres partes:

1. Lectura y análisis

Se presentan textos de diversos autores para reflexionar sobre estilos, estructuras y temáticas.

2. Presentación e intercambio

Los participantes comparten sus textos y reciben retroalimentación en un ambiente de respeto y crecimiento mutuo.

3. Cierre y reflexión

Se proponen ejercicios para la siguiente sesión y se consolidan los aprendizajes del día.

Coordinación y acompañamiento

La coordinación del taller juega un papel activo y facilitador. Más que dirigir las sesiones, fomenta el intercambio, la inclusión y el estímulo creativo.

El enfoque del taller se centra en el aprendizaje y crecimiento, no en la evaluación. Cada participante encontrará apoyo en su proceso de escritura.

Construcción de comunidad

Más allá de la escritura, este taller busca construir un espacio de confianza y compañerismo. A través de la lectura y el diálogo, los asistentes podrán conocerse mejor y establecer lazos creativos.

La invitación está abierta para quienes deseen escribir, leer y compartir experiencias en un entorno participativo e inclusivo.

Información adicional

El taller es convocado por:

      Arlette Luévano

      Diego Reyes

Para más información, acude a Casa Muluk o comunícate con los coordinadores al número 2282105438. ¡Únete a esta experiencia de escritura libre y colectiva! 

Corina: una reflexión sobre la empatía y la integridad



Cinetiketas | Jaime López


El respeto a la integridad artística, la empatía por la gente diferente y la superación de los miedos personales, son parte de los temas abordados en "Corina", la ópera prima de Urzula Barba Hopfner, que también es el primer estreno fílmico mexicano de este año.

Grabada en Guadalajara, la obra en cuestión fue presentada el pasado 7 de enero en la capital del país con una gran respuesta por parte de los medios de comunicación.

En su guion, también se habla sobre las correcciones que constantemente realizan los seres humanos en sus existencias.

Cabe recordar que la protagonista es una correctora de estilo que tiene que salir de su comodidad después de cometer un error en la editorial en donde trabaja.

Protagonizada por Naian González Norvind, "Corina" se centra en una joven de 28 años que lleva dos décadas recorriendo la misma cuadra por un trauma que desarrolló desde la infancia.

Sin embargo, la vida le tiene deparada una disyuntiva moral y ética, que la obliga a cruzar sus fronteras o limitantes imaginarias, así como dejar atrás su rutinas, esas que le brindaban cierta seguridad.

Con algunas secuencias de comedia, "Corina" goza de un buen ritmo narrativo debido a la experiencia de su realizadora en el área de edición. Además, tiene una oportuna paleta de colores fotográfica y un gran dirección de arte que nos transporta al año 2000.

A lo anterior, se suma una de las voces en off más afables de los últimos tiempos, que encaja correctamente con el tono de fábula que la directora quiere transmitir a la audiencia.

De acuerdo con lo expresado por el equipo de "Corina", la cinta tuvo que ser rodada en apenas cuatro semanas, lo que significó un enorme reto.

Sin embargo, Urzula Barba destacó que hubo un trabajo amoroso por parte del elenco, así como de la producción, que le ayudó a cumplir con las metas de la filmación.

En tanto, Nain González Norvind estuvo de acuerdo en que la película no sólo muestra acertadamente parte de los síntomas de una persona que tiene fobia a los espacios abiertos, sino que, además, logra transmitir la idea de que el mundo está harto de visiones pesimistas.

"Corina" obtuvo cuatro galardones, incluyendo Mejor guion y Mejor actriz, en la Gran Fiesta de Cine Mexicano en Jalisco, y está disponible desde el 9 de enero en 350 complejos a nivel nacional, incluyendo estados como Puebla y Aguascalientes.

A decir de sus creadores, su historia está contada con una perspectiva diferente que se robará el corazón de la audiencia mexicana.



"Flow" o cómo se nos metió un gato negro en los ojos



Cinetiketas | Por Jaime López



Sin diálogos y repleta de múltiples sinbolismos, "Flow" es una de las películas más redondas y brillantes que actualmente se puede disfrutar en la cartelera comercial de México.

Así, sin meterla en ninguna categoria, porque aunque se trata de una animación, su guion y elementos artísticos la hacen trascender más allá de un género.

Producida en Letonia y dirigida por Gints Zilbalodis, la historia inicia con su protagonista felino viéndose reflejado en un charco y, posteriormente, tratando de encontrar alimento.

Su rutina se caracteriza por descansar en una peculiar morada, ubicada en una loma de gran altitud, y el agobio de ser perseguido por otras especies, en este caso, un grupo de perros.

Sin embargo, su existencia dará un giro de 180 grados cuando el mundo en el que vive comienza a colapsarse a causa de una inundación, que en el guion no tiene explicación alguna como varios de los hechos que ocurren sobre la faz de la tierra.

De tener una vida cómoda y segura, el felino comienza a tomar consciencia de su supervivencia e irá conformando un grupo de amigos tan disímiles entre sí, entre ellos, uno de los caninos que antes lo perseguía y un capibara dormilón y discreto.

A ellos se suma un lémur de cola anillada, fanático de coleccionar chácharas aparentemente inservibles, pero que él percibe como un gran tesoro, y un ave que probablemente es el mejor personaje secundario del filme.

Ello en virtud de que retrata la empatía hacia los diferentes, a pesar de que sus actos la llevan a pagar un costo muy alto: ser exiliada de su manada. En este sentido, "Flow" expresa y transmite muchas emociones con sus imágenes concatenadas y sin la presencia de humanos o animales parlantes.

Todos los elementos en la cinta van fluyendo como la vida misma: la tensión a la que se enfrentan los personajes, los momentos de alegría y la camaradería.

Por otra parte, el guion destaca porque evita las obviedades y es una analogía de la convivencia sin prejuicios que debería existir en el universo, así como de la amalgama de emociones que hay en nosotros: resiliencia, aprendizaje y miedo al cambio.

Eso último está muy presente en la mirada del estelar, en especial, al principio de la obra, pero va modificándose a raíz de que debe de "fluir" para mantenerse vivo.

Coescrita por el realizador y Matīss Kaža, "Flow" es una de la dos obras favoritas para llevarse el Oscar a Mejor Película animada de 2024 y no es para menos, pues su narrativa es magistral de principio a fin, al grado que se convertirá en un clásico contemporáneo al paso de los años.


"Un lago" plantea una reflexión sobre las relaciones humanas y el poliamor



Cinetiketas | Por Jaime López


Desde el pasado 23 de enero, más de 30 pantallas del país proyectan "Un lago", la ópera prima de Rafael Martínez, que aborda distintos tópicos, entre ellos, la crisis creativa y el poliamor.

En cuanto al primer tema, el realizador narra la historia de "Richi", un hombre de 30 años que padece un bloqueo al tratar de escribir su nueva producción.

Con el objetivo de hacer fluir sus pensamientos, decide pasar un rato en la casa de su progenitor, ubicada alrededor de la Laguna de Tequesquitengo, en el estado de Morelos.

Sin embargo, el tiempo se le escapa entre su falta de inspiración, autopruebas de natación e ingerir bebidas alcohólicas con sus conocidos, hasta que se topa con "Dani", una joven de 24 años con la que empieza a ilusionarse.

En entrevista, Rafael Martínez dijo a este reportero que "Un lago" retrata temas que involucran a las nuevas generaciones, así como las barreras que uno se pone frente a dichos temas.

Estuvo de acuerdo que la Laguna de Tequesquitengo es una analogía de las emociones que va teniendo el protagonista a lo largo de la trama, pues conforma avanza esta, tiene que definir si acepta o no tener sexo grupal con tal de conectar con la chica que le gusta.

"El lago es el gran símbolo de la película; quizás narre un poco más el mensaje de la película, que las mismas situaciones o conversaciones", manifestó.

Martínez hizo énfasis que "Un lago" genera identificación en la audiencia por los asuntos actuales que aborda, pues expresó que vivimos en un mundo frenético en el que hay diversas presiones al alcance de los celulares.

En otro orden de ideas, detalló que su ópera prima se escribió en enero del 2021 y se filmó tres meses después de esa fecha, aprovechando la agenda libre de todas las personas involucradas.

Por cuestiones de presupuesto y seguridad sanitaria, el creador mexicano señaló que, desde la concepción del guion, el Lago de Tequesquitengo siempre fue la única opción para grabar.

Invitó a la gente a conocer su propuesta, la cual definió como una alternativa al cine comercial que acapara la exhibición fílmica y como un trabajo de autor hecho con mucho cariño y esfuerzo.

Para quien suscribe este texto, "Un lago" es una obra de ritmo regular, que goza de un mejor trabajo fotográfico en las escenas nocturnas.

En cuanto a su trama, el guión mejora a partir de la aparición de "Dani", interpretada por Camila Acosta, que pondrá en jaque el universo emocional de "Richi", así como el de distintos espectadores.

En ese sentido, las personas más liberales verán en su rol a una chica libre, que no "futurea", sino que trata de disfrutar su día a día y su periodo de asueto. Mientras que los seres más propensos a la monogamia podrían enojarse con sus actitudes hacia su par masculino. Cuestión de enfoques.




"La cocina": estridente mirada sobre el sueño americano; Briones, deslumbrante


Cinetiketas | Por Jaime López


Con poco tiempo de exhibición en cines comerciales, "La cocina" fue uno de los filmes mexicanos más llamativos del 2024, debido a su propuesta estilística y la apabullante actuación de su protagonista masculino: Raúl Briones.

Dirigida y escrita por Alonso Ruizpalacios, basada en la obra teatral de Arnold Wesker, la cinta comienza con una trepidante edición y trabajo de fotografía, que muestran a "Estela", una migrante mexicana, llegando a la ciudad de Nueva York en busca de una mejor oportunidad laboral.

El realizador aprovecha el desconcierto de la joven que recién arriba a un lugar con una cultura ajena a la suya, para retratar el choque de idiomas y costumbres.

Pero "Estela" es también el pretexto de Ruizpalacios para jugar con la cámara y las imágenes, cortesía de Juan Pablo Ramírez, las cuales evocan el impacto y confusión iniciales que experimentan nuestros paisanos emigrantes.

Asimismo, sirve como gancho para adentrarse en una serie de trepidantes planos secuencia, que ocurren al interior de un establecimiento, en el cual se congregan trabajadores originarios de distintos países.

"La cocina" es una analogía del actual Estados Unidos, en donde decenas de extranjeros llegan bajo la promesa del "sueño americano", pero terminan en una realidad pesadillesca, en la que deben someterse a jornadas inhumanas para sobrevivir el día a día.

Es justamente en ese microcosmos donde Raúl Briones, ganador del premio Ariel, se luce como "Pedro", un cocinero a punto de la ebullición, que por momentos es dueño de grandes disertaciones filosóficas sobre la condición humana, pero que en otros se constituye en un ejemplo claro de podredumbre emocional, propia del más rancio machismo.

Si bien es cierto que el cuarto largometraje de Ruizpalacios tiene momentos imperfectos, también lo es que no deja de asombrar a la audiencia por su audacia y riesgos narrativos.

Por otro lado, en medio del bullicio que padece el personaje principal, se asoma "Julia", una camarera estadounidense interpretada por Rooney Mara, que representa la esperanza y paz en el filme en cuestión, también exhibido en el más reciente Festival de Cine de Berlín.

Algunas voces mencionan que "La cocina" es ensombrecida por sus momentos de teatralidad, en especial, hacia la recta final del montaje. Sin embargo, se trata de una propuesta que no deja indiferente a la audiencia y que remarca una denuncia social hecha a través del arte.



"Pedro Páramo", de Rodrigo Prieto, cuando la película no destroza al libro


Cinetiketas | Por Jaime López



Regularmente, las adaptaciones fílmicas de joyas literarias suelen decepcionar a quienes amaron la obra original. No es el caso de "Pedro Páramo", la ópera prima del prestigiado cinefotógrafo mexicano, Rodrigo Prieto.

Sin ninguna intención de arruinar la experiencia de verla, la versión del nominado al Oscar comienza de la misma manera que la novela escrita por Juan Rulfo, con esa icónica frase expresada por el personaje de "Juan Preciado".

Así, desde el comienzo de la cinta, Prieto demuestra porque es uno de los mejores retratistas, no sólo del territorio nacional, sino del mundo, en donde ha sido galardonado su buen ojo en festivales como los de Venecia o San Sebastián

Con encuadres elegantes y meticulosos, el creativo traslada el universo onírico plasmado por la pluma de Rulfo, entrelazando la realidad y fantasía de los protagonistas.

Eso implica que las personas que no han leído la novela puedan confundirse con la narrativa del filme, porque Prieto es sumamente fiel a la propuesta original.

Cabe recordar que, en su debut, la novela de "Pedro Páramo" fue rechazada e incomprendida, porque Rulfo rompió con los tiempos y espacios tradicionales de la época, es decir, no contó la historia de forma lineal.

Prieto hace lo mismo, pero en imágenes, y respetando los diálogos primigénitos, es decir, conservando las frases, palabras y modismos de la década de los cincuenta del siglo pasado.

Eso último dejará complacida a la fanaticada de Rulfo, en especial, a la que sentía temor por la visión del fotógrafo de "Un embrujo", "Barbie", "Los asesinos de la luna" y "Brokeback mountain".

De ese modo, Prieto captura la esencia de "Comala", ese pueblo venido a menos, no solamente gracias a su excelsa fotografía, sino también por sus oportunos diseño de arte y efectos visuales. Ojo a las secuencias en las que "Juan Preciado" conoce a la pareja de hermanos que caen en incesto o cuando trata de huir de la comunidad en la que vivió su madre.

Sin temor a equivocarme, esas son las mejores escenas de la cinta, en donde el realizador da muestra de su madurez visual, así como de su talento en la dirección.

Acerca del elenco, probablemente no todos los perfiles coincidan con la manera en que las y los lectores se imaginaban a los personajes de la novela.

No obstante, Manuel García-Rulfo da en el clavo con las características de "Pedro Páramo", ese hijo de la Revolución Mexicana menospreciado por sus progenitores, que se transformó en un cruel cacique, el cual no conocía la sonrisa.

En tanto, Dolores Heredia, Ilse Salas y Giovana Zacarías resaltan por su entrega al interpretar cabalmente a "Eduviges", "Susana" y "Dorotea", respectivamente, tres mujeres marcadas por el dolor y los fantasmas de su pasado.

Considerado un clásico de la literatura hispanoamericana, el "Pedro Páramo" de Prieto sale avante gracias a su epidérmico cariño hacia el material original.



© Copyright | Revista Sputnik de Arte y Cultura | México, 2022.
Sputnik Medios