«¿Qué comen lxs poetas?» | Ep. #04 Pávido Návido



Host: Jorge Sosa


“¿Qué comen lxs poetas?” es un podcast que nace de la idea de que los poetas se mueren de hambre, el propósito del programa es invitar a un poeta en cada episodio para que hable de algo que le guste comer y algo más que consuma diferente a los alimentos. 

El cuarto episodio de “¿Qué comen lxs poetas?” recibió al Pávido Návido, el poeta mexiquense que nos habló de los matices de los chilaquiles verdes y compartió con nosotros algo de su libro de poemas más reciente.

Éste es un fragmento de la entrevista con Pávido que puede escucharse completa en Spotify o Apple Music.


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Como sabes, la idea del programa de “¿Qué comen lxs poetas?” nace de tomar con humor esta idea de  que la poesía no es precisamente un oficio práctico para ganar dinero. ¿Qué piensas tú acerca de esa idea? 


Son un montón de cosas. Yo creo que muchos de los poetas sí vivimos de la palabra y de las formas poéticas de la palabra, no necesariamente de la poesía. Muchos estamos en cuestiones que tienen que ver con redacción y creación de textos, quienes hacen publicidad juegan un montón con la forma poética del lenguaje, ¿no? Con cómo el lenguaje se presta a dobles sentidos, tiene dobles estructuraciones, cómo los sonidos pueden significar distintas cosas y eso es la forma poética del lenguaje. Y muchos poetas pues que vivimos de la poesía en un sentido como ideal, así como que vivimos por ella y es una de las cuestiones que le dan sentido en nuestras vidas, pero no nos mantenemos directamente de la poesía.


Muchos nos mantenemos de trabajar con la palabra, escribir libros de texto, escribir discursos, muchos trabajan en publicidad, otros trabajamos en televisión, pero desde los espacios donde la escritura tiene un total sentido. Como poeta, nunca he ganado nada con mi poesía, nada digamos económico, pecuniario.


Otras satisfacciones muy vagas podría decirte, pero en el sentido literal de morirse de hambre pues en mi caso sí aplicaría, si nada más me dedicara a escribir poesía. Afortunadamente me dedico a otras cosas que igual me gustan mucho, que igual tienen que ver con el ejercicio de la escritura en otras líneas, en otras búsquedas. Pero pues sí no podría yo decir que vivo de la poesía, que pago mi renta, mi súper, mis medicinas de lo que escribo poéticamente. Hace otras cosas en mi vida, pues. 



Estamos muy interesados en saber qué les gusta comer a los poetas y por eso le pedimos a nuestros invitados que nos sugieran un platillo y en tu caso me encantó tu elección. Chilaquiles verdes con pollo de café chino, del que tú tienes una predilección por uno de los cafés Kowloon de la ciudad de México. Yo creo que los he probado en el Kowloon pero que está en Revolución.


No cambian mucho, yo creo que son iguales, nada más que el de ahí de Etiopía me gusta porque, no sé, nunca he entrado a la cocina pero en el salón se ve que es un espacio limpio y, frente a todo lo que podemos pensar de los cafés de chinos, ahí se ve limpio y siempre huele a Fabuloso. Y bueno, los chilaquiles son uno de los platillos que más me gustan. Me gusta que es un platillo que se puede comer en cualquier comida. O sea, no piensas en el ceviche para desayunar, que me encanta pero ahora no lo puedo comer porque no puedo comer mariscos. Pero hay ciertos platillos que piensas para la comida y quizá la cena o quizá nada más para el desayuno. Yo creo que los chilaquiles caen muy bien a cualquier hora. Me gusta que su origen es la cocina de aprovechamiento, aprovechar las tortillas que quedaron del día anterior, lo poco de pollo o de alguna otra proteína que tengas: longaniza, un bistec. Y me gustan en general los de café de chinos pero los de ahí del Kowloon en especial porque están a medio camino entre este chilaquil súper crujiente, que te lo puedes comer y se te rasga el paladar, y el muy aguado ya batido que es como me gusta hacerlo; pero en la calle es muy difícil encontrarlos así porque conforme más tiempo esté la tortilla en la salsa, absorben más la salsa y necesitan más para no verse seco, un mazacote que no es rico. Los chilaquiles de café de chinos como que los dejan unos tres cuatro minutos antes de sacarlos y entonces ya el totopo absorbió suficiente salsa como para tener un punto crocantito pero también aguadito. Ahí les ponen bastante crema que eso me parece que es bien importante, que el chilaquil tenga mucha crema, cebolla, quesito. Y los cafés de chinos son contundentes, no se andan con pichicateces y le ponen también muy buen pollo. No son unos chilaquiles de afuera del metro que le ponen ahí poquito de pollo para que se sepa que tienen pollo pero en realidad es súper poquito. Acá sí tienen bastante, supongo que no es pechuga nada más, le han de echar ahí de todo lo que tengan pero es un muy buen resultado. Siempre los chilaquiles te salvan en un café de chinos que la carta es enorme y que no siempre tienes ganas de la grasota de un arroz frito y unos rollos primavera o cosas rebozadas.


Los chilaquiles te salvan de tus propias elecciones, igual esos días en que uno está agüitado y  tiene hambre pero no tiene ganas de elegir: chilaquiles. Y cuando estás crudo: chilaquiles. Son multiusos, siempre te salvan, siempre quedan bien.


Y ahí creo que el pollo es la mejor opción. Quizá con huevo también pero por ejemplo los que te sirven con milanesa de res o con arrachera es muchísima la carne y no te la acabas y entonces el pollo creo que es una porción contundente pero que te acabas y no terminas pesadísimo.

 

Siempre es difícil decir “ay, qué platillo este elegiría” porque me gustan un montón de cosas y siempre está la tentación de de verse mamonsísimo e ir a decir alguna cosa que he probado en el Pujol o en Rosetta pero pues como dices, algo que sea accesible, algo que cuando terminen de escuchar el podcast digan: se me antojan estos chilaquiles, se lancen a Metro Etiopía, caminen media cuadra y se los pueden echar por una módica cantidad. 



Cuando estaba pensando en este episodio, pensaba mucho en cuando Los KFGC iniciamos el colectivo y empezamos a viajar juntos. En todos los lugares a donde íbamos, buscábamos unos chilaquiles y teníamos un ranking de los mejores. No sé qué opinas tú de esto de poder viajar en México y probar diferentes chilaquiles.


Sí, por ejemplo en Oaxaca que los hacen con salsa de frijol pero la salsa también tiene chile entonces son muy ricos. Yo ahorita recordando, no sé si sean los mejores, pero eran  muy sorprendentes. Hace unos tres o cuatro años fui con un grupo de cuates a un pueblo en la Sierra Sur de Oaxaca, San Pedro Mixtepec, un lugar que está a casi a doce horas de la ciudad de Oaxaca porque hay que tomar primero una carretera, luego esa carretera se vuelve un caminito y luego terracerías, lejísimos. Fuimos a ver unos talleres con los niños y había una señora que nos cocinaba y un día nos cocinó unos chilaquiles que estaban riquísimos y que tenían pedacitos muy muy chiquitos de chicharrón en la salsa. Siempre digo “los voy a hacer, los voy a hacer” y no los he hecho pero eran de salsa roja con pedacitos muy chiquitos de chicharrón que le daban un sabor estupendo. Te pueden salvar en lugares donde no conoces muy bien la gastronomía o no te da mucha confianza. Siempre hay un lugar donde haya chilaquiles, que no necesariamente sea un lugar de cadena, pero siempre hay un lugar donde haya chilaquiles y pides eso con pollo, con  huevito, con carne; como dices, con chorizo si es un lugar donde hacen chorizo chingón, pues ya estás hecho. 



Lo que le pedimos a nuestros invitados siempre es que nos hablen de algo más que les  guste consumir. Yo sé que esto es una gran pasión para ti, me alegro mucho de que lo hayas traído a la mesa: los libros álbumes y me sugeriste empezar la conversación con este libro álbum “Donde viven los monstruos” de Maurice Sendak, pero si quieres empecemos por lo que nos puedes decir de tu acercamiento con los libros álbumes en general. 


De niño tuve algunos y había algunos en estos Libros del Rincón que empezaron a publicarse cuando nosotros íbamos en tercero o cuarto de primaria pero obviamente cuando uno se acerca a estos materiales, no dices “es un libro álbum”. No, es un libro con ilustraciones y en el que como lector te vas dando cuenta cuando eres niño. O sea, no te lo tienen que explicar como yo ahora que doy hasta cursos sobre el asunto, que lo que dice el texto se potencia en las ilustraciones y viceversa. Un poco como cuando estás viendo una película muda y de pronto sale un cuadro con un texto súper breve que le da sentido a lo que acabas de ver y te prepara para lo que viene, una frase, o sea no puede ser algo muy largo porque lo estás viendo en el cine y va corriendo el tiempo, entonces es una frase muy breve.


Eso es el libro álbum, ese concepto del texto acompañando, dándole sentido a una serie de imágenes es el concepto del libro álbum. Otro ejemplo que me gusta poner es el de la ópera que por un lado tienes la música, tienes el texto que va cantado y la puesta en escena. Tú puedes ver la puesta en escena sin escuchar la música y sin escuchar lo que están cantando y ves que algo sucede pero no entiendes completamente lo que sucede, porque necesitas escuchar qué están diciendo pero también necesitas escuchar cuál es el tono, cuál es el ritmo en el que están diciendo lo que están diciendo porque eso le da sentido a los movimientos que tienen los personajes en escena. Así pasa con el libro álbum, tú puedes ver las ilustraciones, deleitarte y quedarte un ratote viendo cada doble página y ver que algo ahí sucede, pero si no tienes el  texto no cierras ese círculo de significado. Eso me gusta mucho porque las niñas y los niños lo van adquiriendo, no me gusta decir naturalmente porque no es natural, pero lo van adquiriendo con la práctica conforme van viendo estos libros y van haciendo una lectura muy profunda de la ilustración y van también analizando el texto. En el primer libro que pasa esto, no porque Maurice Sendak haya dicho “ah, voy a hacer un libro en el que el texto y la ilustración tengan el mismo peso simbólico y bla bla bla”, no, él hizo ahí un libro en el que ilustraba una historia que sucedía y en el que de pronto tenemos páginas sin texto porque no es necesario, porque ya se nos ha dicho lo que se necesita y hay unas páginas en donde el que no haya texto no significa que hay silencio sino que están sucediendo cosas que el texto no puede alcanzar a decir y entonces eso sucede ahí en la ilustración y eso me gusta mucho.


“Donde viven los monstruos” es de 1963, es un género bastante joven pero que ya ha fructificado bastante y bueno, “Donde viven los monstruos” es lindísimo. Este viaje interior que hace el niño y que nosotros podemos ver a través de la ilustración y que si un día haces el ejercicio de leer el texto nada más sin las ilustraciones, vas a ver que hay algo que te falta absolutamente.


Cuando hace uno ese ejercicio al leer un libro con ilustraciones y que no termina de decirnos algo, ese es un libro álbum porque ese faltante de significado está en la ilustración. Y no solo en la ilustración, está en la relación entre la ilustración y el texto.


Es un tipo de libro que le debemos, no solo a Maurice Sendak, sino a muchos este artistas, pero se lo debemos a la publicidad. Varios de los primeros autores de álbum vienen de la publicidad y es que se lo pone a pensar uno y la publicidad, que es horrenda, también es eso. Es una imagen que capta tu atención y un texto que le da sentido a esa imagen y que se va a quedar grabado dentro de ti para que compres Marlboro, donde está el sabor. Que ahorita que te dije esto, te vino a la mente la montaña y los caballos y eso, porque eso es lo que hace ligar una imagen a un texto para que quede que quede en ti. De una manera chingona los álbumes, ¿no? Y además me encanta porque es un acercamiento muy sencillo a las artes plásticas, es como traer un museo al que pueden acceder los niños en dondequiera que haya libros.



Como última parte del  programa, le pedimos a nuestros invitados que nos compartan algo de lo que escriben y en este caso, el Pávido Návido nos trae unos textos de su libro más reciente que se llama “Quise”, que está editado por Alacraña. Es un libro muy bonito, muy personal, muy íntimo, que yo disfruté mucho leyendo y si nos quieres platicar un poquito de él y leernos lo que tú quieras del libro, te lo agradecería.


Es algo que escribí como ejercicio justo de pensar el deseo, ya como adulto, qué hubiera querido que pasara en algunas relaciones o qué quise que pasara. Eso me gusta porque le quise dar la posibilidad al lector de pensar que pasó o no, porque el deseo está, el deseo estuvo pero si se consumó o no, creo que no importa tanto. En este espacio que es este poemario, no importa tanto la consumación del deseo sino cómo el deseo va configurando un momento muy específico de la vida de alguien que es esta voz poética que se puede identificar con un adolescente de cuando nosotros fuimos adolescentes, ¿no? Un montón de chavitos que tuvieron estas experiencias de vivir la homosexualidad en la Ciudad de México de principios de los dos miles. Que han cambiado muchas cosas, otras no. Creo que el libro está lleno de cosas que a lo mejor a los chavitos de ahora les sacan de onda. O sea, este tomarse muy discretamente de la mano en la calle o no hacerlo, esconderse para besarse y para acariciarse. Plasmar esas experiencias ahí partir de esta configuración del deseo, un deseo que está ahí, que estuvo, y que lo de menos es si pasó o no. Por eso todo el tiempo es “Quise…” y se hace ese juego.


Es un libro que escribí hace como dos años, estuve mandándolo a algunos concursos y no ganó porque creo que es un libro muy chilango y que no lo iban a premiar en otros lados. Ahí lo tenía y se lo mandé a Abril en algún momento del año pasado, como si te lo mandara a ti así de cuates de échale un ojo y tal. Y no me contestaba nada. Ella es una persona súper ocupada, muy linda, que siempre siempre tiene respuesta a lo que uno le pregunta, lo que uno le propone, y tiene esta editorial Alacraña pero yo le mandé el libro para que me dijera: me gusta, no me gusta, está horrible. Su opinión fue cuando yo estuve en el hospital el año pasado, casi al punto de no contarla. Un día de los que mi papá iba a verme y me pasaba el celular y yo me ponía a ver los mensajitos de la banda. Tenía un whats de Abril con el PDF de este libro ya formado y como yo no entendía nada en ese momento porque había casi muerto, le pregunté qué es esto, ya abrí el PDF, vi que eran mis textos y le dije, ¿te gustó? Y me contestó, te voy a publicar. En ese momento entendí que lo que me estaba mandando era el libro formado y que en algún momento iba a estar impreso y fue de las cosas que me dieron ánimo, no para curarme porque eso fue totalmente médico, pero para tener cierto sentido. Y decir: ah, pues sí quiero salir de aquí para ver esto en papel y no aquí en un PDF en el que no entiendo nada. Es eso lo que querría decir del libro, y les voy a leer pues ahí saltaditos los textos porque además como dices, puedes leer los textos como poemas separados o como un poema completo un poco largo:

 


Un día quise que fuéramos a ver

a Warhol a Bellas Artes,

el custodio de la sala donde exhibían Silver Clouds

se hartara de escucharnos

nosotros sin avanzar

tomados de la mano

resguardados de la calle y sus miradas,

que me preguntaras por qué eso era arte

si sólo son globos

metálicos, sí,

pero sólo globos flotando en medio de un palacio,

y no decirte nada

ver en tus ojos cierta frustración

pero también la sorpresa

al encontrar globos en un museo,

soltarme con unas frases

de Walter Benjamin

cuando llegáramos

a las latas de Campbells

y a las serigrafías de la Monroe

y que me callaras

o me asustaras

con un rápido beso

del que Mao Zedong

y el circuito cerrado

fueran espectadores.


Que cuando te quisiera enseñar

a bailar salsa, en la oscuridad neón

de ese local en Salto del Agua,

me contaras que la trompeta

marcaba la síncopa

y realmente no te prestara atención

porque más bien intentara

acercarte a mi cuerpo

para seguir el ritmo juntos,

besarte antes de que el travesti

—que había sido Tina Turner

y ahora intentaba encarnar a Whitney Houston—

te guiñara el ojo

señalándote el cuarto de atrás,

que te pusiera nervioso la insinuación,

y no pudieras seguir explicando nada,

sólo atinaras a besarme el cuello

con cierto orgullo y cierta furia,

—vampiro súbito—

para marcar, no el compás,

sino la fuga.

Que llegáramos a la base de microbuses,

dijéramos una letra al azar

camináramos hacia ese andén,

—con todo el ocio de las vacaciones

y nuestros pocos años—

subirnos al microbús

llegar a donde fuera,

e intentar volver por otra ruta,

juntos, eso sí.


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El resto de la conversación con Pávido Návido lo puedes escuchar en Spotify o Apple Music.


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"Emilia Pérez", una alucinante reflexión sobre la identidad de género



Cinetiketas | Jaime López



Para las y los analistas más exigentes, hacer una película sobre las desapariciones y crimen organizado en México, contada desde la visión de un cineasta francés, se vuelve una especie de apropiación y burla culturales.

Lo anterior es parte de las reacciones que ha generado "En busca de Emilia Pérez", la obra más reciente del realizador galo, Jacques Audiard, la cual inauguró el Festival Internacional de Cine de Morelia de este año, después de haber obtenido en Cannes los premios del Jurado y a Mejor Actriz.

Si bien es cierto que el filme en cuestión cae en un enfoque simple y reduccionista sobre la violencia en el territorio mexicano, también lo es que cuenta con distintas virtudes artísticas que justifican su buena acogida en distintos países.

Para empezar, se trata de un musical inesperado, que sigue la historia de un poderoso líder del narcotráfico, cuyo mayor sueño es retirarse para convertirse en mujer.

Esa línea argumental la distingue de otras cintas similares, pues la dota de una originalidad innegable y propicia un debate interesante sobre la identidad género.

Si a eso se le añade que la protagonista es Karla Sofía Gascón, primer mujer trans en ganar Cannes, el discurso de la obra, acerca de buscar una vida libre, se torna realmente auténtico.

Además, nadie puede negar que el trabajo de la actriz es profesional desde su primera secuencia en la pantalla grande, pues muestra un empoderamiento a flor de piel, pero también una vulnerabilidad conforme avanza la trama.

Su "Emilia Pérez" tiene que asumir las consecuencias de sus decisiones y, a la par, experimentar situaciones inéditas como volver a enamorarse, tratar de corregir sus errores o aprender a soltar el pasado.

Por otra parte, el resto del elenco demuestra su virtuosismo para cantar y actuar, en especial, Zoe Saldaña y Adriana Paz, quienes también se hicieron acreedoras al galardón de Mejor Actriz en Cannes 2024.

Ambas tienen bajo su cargo roles complejos e inolvidables, que transitan entre el dolor y la esperanza. La primera como una abogada que defiende a criminales de poca monta, pero que halla cierta paz al conocer a "Emilia Pérez". Y la segunda, cautivando con su dulce "Epifanía" a la audiencia y la crítica.

Eso sí, la incursión de Selena Gómez en el casting es lo más cuestionable de la película, pues su pronunciación del español es irritante y desentona con la ejecución de sus colegas.

En cuanto al aspecto técnico, la propuesta de Audiard goza de grandes coreografías y una brillante edición de sonido, misma que es reflejo del asombro del francés respecto a distintos peculiares sonidos de la cotidianidad mexicana.

Así, en la escena inicial, se vuelve una protagonista indiscutible la famosa grabación de "se compran colchones tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo que vendan".

Igualmente, el diseño de arte y la fotografía son excepcionales, pues la Ciudad de México se recrea correctamente en un estudio de Europa.

En resumen, "Emilia Pérez" es un alucinante montaje audiovisual que reflexiona sobre la identidad autopercibida, cuyo punto negativo principal es usar maniqueamente la tragedia en algunas de sus secuencias.



Ximena Sariñana y Alex Lora destacan en "Jesucristo Superestrella"



Cinetiketas | Jaime López


La nueva temporada de "Jesucristo Superestrella", obra musical basada en el clásico setentero de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice, tiene como novedades a los cantautores Ximena Sariñana y Alex Lora, el creador de El Tri.

Ambos debutan en ese tipo de eventos gracias a la tenacidad de Alejandro Gou y Erick Rubín, productores del espectáculo, que llevaba un lustro en pausa.

En breve entrevista, Ximena Sariñana explicó que la diferencia entre cantar en una obra musical y un concierto, es que existe una mayor exigencia vocal en la primera.

"Porque cuando uno hace un concierto, son canciones que escribiste para ti, que te quedan cómodas en tu registro y aquí estás interpretando un personaje, entonces, sí cambia tu manera de cantar", expresó.

Sariñana da vida a "María Magdalena", el interés romántico del protagonista, la cual despierta su parte más humana y empática.

En cuanto a Alex Lora, este tiene una sola secuencia a lo largo de todo el montaje, pero es bien acogida por propios y extraños, ya que se divierten con su personificación de "Herodes", el rey que se encargó de sentenciar a Jesucristo.

El legendario cantante de rock no había sentido un nerviosismo tan grande antes de salir al escenario, esto a pesar de su larga trayectoria, según declaraciones del productor (Gou).

De acuerdo con el empresario, Lora estuvo tan entusiasmado con su participación, que era el primero en llegar y el último en irse. En su escena, no pierde oportunidad para incluir una de sus más icónicas frases, "Mamá, prende la grabadora".

En general, "Jesucristo Superestrella" es una obra grandilocuente que resalta por sus valores de producción y el talento vocal de su elenco conformado por Benny Ibarra, Leonardo de Lozanne, Kalimba, Yahir, María León y el ya referido Erick Rubín, que da vida a "Judas".

Una de sus mejores secuencias ocurre al cierre de la puesta, cuando en la cruz de Jesús se proyectan imágenes de víctimas de guerras o genocidios a lo largo de todo el mundo.

"Smile 2": gran protagonista y desenlace; poco innovadora



Cinetiketas | Jaime López



¿Cómo evaluar una película que repite lo vicios de su predecesora, pero que tiene un gran desenlace y un notable desempeño de su protagonista, la británica Naomi Scott?

La interrogante en cuestión aplica a "Sonríe 2", que, como su nombre lo indica, da continuidad al ente maligno de sonrisa macabra que se aprovecha de los traumas de sus víctimas para atormentarlas durante una semana completa.

A dos años de la cinta original, el realizador Parker Finn eleva los niveles de producción de su ópera prima, trasladando las acciones más allá de las salas de un hospital.

Para esa labor, ahora tiene como estelar de su historia a una cantante de pop, que es invitada a programas masivos de televisión o lugares repletos de gente tras anunciar su regreso a la escena musical.

En sentido similar a "Sonríe 1", la protagonista tiene un trauma sin resolver, algo que resulta idóneo para explorar sus terrores psicológicos.

Sin embargo, el evento sin superar por la artista no es nada original en comparación con otras producciones contemporáneas, siendo un ejemplo de esto último "La sustancia".

En ambos filmes, las protagonistas son víctimas de la fama y los excesos, pero la narrativa es mejor desarrollada en "La Sustancia", estelarizada por Demi Moore.

En cuanto al denominado terror corporal, las escenas sangrientas de "Smile 2" no son nada innovadoras o impactantes, sobre todo después de ver un adelanto de ellas en el respectivo trailer.

Eso sí, destacan sus planos secuencia del prólogo y de la escena final; por cierto, esta última no es propia de un final feliz de una típica producción hollywoodense, lo cual se agradece.

Sin embargo, la trama se alarga de forma innecesaria al insistir en las heridas abiertas de la protagonista. Así, "Smile 2" pudo tener un mejor ritmo si le hubieran recortado 20 minutos a la edición final.

En cuanto a los "jumpscares", que son esos saltos repentinos desde una posición oculta para asustar a la audiencia, la película de Finn abusa un poco de ellos, lo que le resta creatividad u originalidad.

¿Buena o mala película? Esto dependerá de las exigencias de adrenalina, así como de la tolerancia al terror, de cada espectador.



«¿Qué comen lxs poetas?» | Ep. #03 Elisa de Gortari


Host: Jorge Sosa

“¿Qué comen lxs poetas?” es un podcast que nace de la idea de que los poetas se mueren de hambre, el propósito del programa es invitar a un poeta en cada episodio para que hable de algo que le guste comer y algo más que consuma diferente a los alimentos. 

El tercer episodio de “¿Qué comen lxs poetas?” recibió a Elisa de Gortari, la poeta de Veracruz que compartió su afición por el Chow Mein y los superhéroes de cómics, además de leer un fragmento de su nueva novela.

Éste es un fragmento de la entrevista con Elisa que puede escucharse completa en Spotify o Apple Music.


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¿Cuál sería tu aproximación a la idea de que los poetas se mueren de hambre?


Me encantaría, de entrada, que los poetas no murieran de hambre pero es completamente cierto. Hace no mucho, escuchaba a un divulgador de la filosofía alegar que en un mundo muy ideal no existirían las becas del FONCA, ni ningún subsidio de ningún tipo que existen también en los países muy desarrollados y todo, porque eso significaría que, en ese mundo ideal, la gente compraría nuestros libros y podríamos vivir de ellos. Pero yo creo a veces que nos estamos acercando a ese extraño mundo ideal. Porque si hay algo que pasa ahora que nunca había ocurrido, al menos es muy claro en la música, es que no necesitas más de mil fans de hueso colorado para poder vivir de lo que haces. Con los músicos sí es muy evidente eso ahora. La manera en que se organiza la música independiente ha cambiado radicalmente en la última década y media. Y una banda, por más oscura que sea, mientras tenga de verdad mil fans de huesos colorados que compren los viniles, que vayan a los conciertos, la banda no puede vivir de eso. Y yo diría a veces, ¿no podríamos tener mil lectores? No pido más, mil lectores, tal vez nos acerquemos a eso aunque sea porque somos mucha gente.



La primera parte del programa está dedicada a que nuestra poeta invitada nos cuente un poco acerca de algo que le guste comer. En tu caso, nos propusiste el Chow Mein, que es un platillo muy popular y me gustaría primero que nos contaras un poquito acerca de por qué el Chow Mein es importante para ti.


A mí lo que me encanta del Chow Mein es que lo puedo hacer. Creo que eso es lo que más me gusta de todo. Cuando me fui a vivir con mi ex pareja, con Marcela, nos nació la idea de ampliar nuestros menús. Yo decía, ¿es que qué tiene la comida china que es tan especial? El misterio no se puede reducir al glutamato monosódico, algo más tiene que haber. Tiempo después se cruzó la pandemia y fue la oportunidad perfecta para poder aprender eso. Yo sé que todo el mundo se puso a hacer pan durante la pandemia, mucha gente se enamoró de hacer panqué de plátano. Yo me metí de lleno en la comida china y lo primero que aprendimos a hacer Marcela y yo en ese momento fue arroz frito y Chow Mein porque en realidad las versiones que aprendimos son muy parecidas y con ingredientes muy semejantes. Entonces descubrimos que realmente con la misma nube de ingredientes, podíamos comer tan bien como en los restaurantes chinos que nos encantaban antes de que cerraran todo a cal y canto.  



Estaba pensando, hay una cosa acerca de estos platillos de comida china, que es que justo parecen muy replicables. Aunque así como no hay una traducción exacta de una lengua a otra, seguramente no hay una traducción gastronómica por decirlo así, del Chow Mein original al nuestro, sí producen este resultado muy agradable y muy armonioso.


A mí me parece muy loable nuestra comida china y me parece muy auténtica. Hace no mucho, yo era reportera. Digo, sigo siendo periodista pero antes salía mucho a campo y me tocó conocer más lugares de los que habría podido imaginar, metiéndome en problemas, y a mí lo que siempre más me fascinó era la comida que deberíamos tener en común todos. Yo sé que está mal pero yo a donde me paraba, no importaba el país, yo probaba las hamburguesas. Y cuando había, probaba la comida china. Porque para empezar, no en todos lados hay como la conocemos nosotros. Creo que nuestra comida china es muy auténtica a su manera. Tiene una historia que a mí me parece tan fascinante como dolorosa. Porque al final del día es el producto de una migración que tuvo bemoles desastrosos para los que cruzaron el Pacífico en algunos momentos. Todos sabemos de la terrible historia de la xenofobia en Norteamérica porque ni siquiera es algo sólo de México, es algo que cruza todo el subcontinente. Pero la verdad es que descubrí que me gustaba mucho el Chow Mein y la comida china en general de acá. Pero además descubrí que era algo que sí nos puede salir muy bien. Yo siento que aunque es como un silabario muy distinto de ingredientes, sí hay como una gramática semejante con la comida mexicana. Es decir, los ingredientes son como de esferas muy distintas. El Chow Mein, por ejemplo, a mí lo que más me impresionó aprender era que incluyera, al menos en la versión que yo aprendí a hacer en casa, la salsa de calamar. Eso a mí me sorprendió muchísimo porque era una clase de sabores que yo siempre había visto, particularmente en la costa que es de donde yo vengo, de Veracruz, pero nunca los había visto de esa forma. Es algo que nunca mezclaríamos con maíz necesariamente pero, a la hora de que te lo pones a hacer, dices esta comida es tan rápida de hacerse como hacer cualquier platillo mexicano. Yo no creo que nunca me haya tardado más de quince minutos haciendo Chow Mein. Ahora, eso sí, al menos a mí lo que me quedó claro es que tienes que tener todos los ingredientes a la mano desde el principio. Algo que no siempre pasa en la comida mexicana, que puedes postergar los pasos indefinidamente. Aquí no. Aquí si no tienes todo listo de antemano, va a ser un desastre y te vas a arrepentir de hacerlo todo a destiempo. Eso sí, tiene un ritmo muy particular, pero la constelación de cómo se hace a mí me recuerda mucho a la comida mexicana. Y no siempre me pasa con platillos de otras latitudes.  



Le pedimos a nuestra invitada que nos hablara un poquito acerca de otra cosa que le guste consumir. Elisa eligió cómics de superhéroes que es un tema muy bonito y muy vasto. ¿Nos quieres hablar de tu acercamiento a los cómics, si tienes algunos superhéroes de cómics favoritos? 


Lo primero que quiero mencionar es que es completamente accidental que yo hoy traiga una playera de Hulk, de verdad fue un accidente. A mí me encantan los cómics por la sencilla razón de que eran un magnífico entretenimiento para la gente que no teníamos cable en los noventa y que era relativamente barato. En ese entonces el papel era asquerosísimo y a diferencia de hoy en día, se encontraban en todos los puestos de periódicos que eran mucho más abundantes. Entonces me queda claro que era como un entretenimiento que marcó una época muy específica, tal vez de la humanidad. Digo, seguramente el entretenimiento gráfico narrativo va a continuar muchos siglos, ojalá tanto como continúe la humanidad, pero la verdad es que los cómics se han vuelto con las décadas un nicho mucho más cerrado de lo que quisiéramos. Yo cuando tenía doce años, sí podía ir de vez en cuando al puesto de revistas y comprar un cómic. No quería comprar muchos, podía comprar uno. Por lo general, tenía que dividirme entre Spider-Man o Dragon Ball, el que estuviera disponible. Al menos para mí, no había diferencia entre el manga y el cómic. Pero me queda claro que hoy es mucho más difícil que a un niño o una niña de doce se le prenda el foco y diga: voy a comprar un cómic, pese a que nunca en la vida los superhéroes habían sido tan populares. Eso para mí es lo más extraño del mundo, que los superhéroes han conseguido el nivel de fama más absurdo que podrían haber imaginado sus creadores hace cincuenta o setenta años y es en cambio la época en la que probablemente menos cómics se están leyendo y con la fruición con la que nosotros leíamos en los noventa. Y la gente de antes todavía más. Es un fenómeno extraño pero no quiere decir que yo dejé de querer a los cómics como antes. 



Tocas un punto bien importante porque generalmente cuando hablamos de cómics de superhéroes, estamos hablando específicamente de los cómics gringos. Algo que me llama mucho la atención y de lo que decidí leer un ratito al respecto antes de nuestra llamada, es esta transición que se llama la época de plata, en la que a partir de la creación de la Comics Book Authority se autorregulan respondiendo a una preocupación por temas de violencia, sexo y horror, y no sé si esto habrá funcionado un poquito como las máquinas de escribir de los surrealistas que decían: bueno, es más fácil escribir si no puedes utilizar una una vocal. ¿Tú qué piensas de este fenómeno, en particular de cómo funcionó la restricción para los creadores de cómics? 


Me parece magnífico que lo hayas mencionado. Porque yo creo que es una de las cosas más brillantes que ocurrieron en el cómic, no como tal el ánimo de autocensura, pero sí lo constreñido que es el género y que era en ese entonces. La gente tiende a despreciar mucho a Stan Lee. Más allá de sus apariciones en las películas y cómo se convirtió en un personaje muy notable en sus últimas décadas, la gente a veces no recuerda que, por muchas décadas, Stan Lee no fue precisamente el tipo más querido en la industria. Y que tenía mucho que ver con que él fue, en buena medida, quien propició que fuese de verdad una industria. Y una industria en los aspectos más absurdos. Fue el que inventó el cómic como una fábrica a la Ford en el que cada quién hacía una parte específica y diseñó un sistema en el que ni siquiera tenían que ponerse de acuerdo el dibujante y el escritor para que coincidieran los diálogos. Era como: pues mira, el número va a tratar tal vez de esto y entonces el dibujante se iba por un lado y dibujaba. Y al final llegaba el escritor que ponía los diálogos en los globos que ya estaban dispuestos. Pero eso me parece que sí despertó mucha creatividad en esa generación, porque además tenían que cumplir reglas muy específicas.


A Stan Lee le gustaba decir que cada cómic era el primer cómic de alguien y la verdad es que a mí me avergüenza un poco que los escritores rara vez nos pongamos a pensar en eso. Nuestro librito de poemas va a ser el primer libro de poemas de alguien, nos guste o no.


Yo sé que a muchos poetas les gusta mucho la idea de ser algo que requiere un proceso, una iniciación, un proceso educativo en el que aprendes a leer. Y entonces a muchos poetas les gusta imaginar que van a estar como al final de ese proceso, como: a mí nada más me va a leer la gente que ya lee bien chingón.


Y en los cómics era completamente lo opuesto. Había que pensar desde el principio en esa persona que iba a caer por accidente en tu cómic, que seguramente iba a ser un niño o un adolescente. Por eso, Stan Lee dispuso que siempre los cómics de Marvel incluyeran un brevísimo resumen de qué estabas leyendo. Y de hecho, incluso se mencionara el origen del personaje. Entonces tú abres Daredevil y siempre decía: después de haber sufrido un accidente con un camión adquirió poderes, bla bla bla, y ahora es Daredevil, bla bla bla, y ahorita está luchando contra Bullseye en tal circunstancia. Esa costumbre que ahora tengo entendido que ya no se respeta, y digo tengo entendido porque yo ya casi no compro cómics individuales, compro los TPBs porque descubrí que era carísimo en estos días, esa costumbre permitió a mucha gente, permitía a los niños, abrir cualquier número y decir: ah, mira, éste es el personaje, de esto se trata, y disfrutarlo. Podías tener un solo ejemplar y lo podías disfrutar, no necesitabas lo demás. Era un entretenimiento rápido y creo que era muy eficiente. A veces tenemos una idea un poco caricaturizada de esa época porque las épocas que siguieron se volvieron mucho más complejas y la forma en que narraban era mucho más compleja. Pero si tú revisas los primeros números de Spider-Man por ejemplo o de Daredevil, sí llegaban a hacer cosas realmente eficientes y realmente admirables. El primer número de Spider-Man es una gran obra literaria y todas las cosas que siempre nos han gustado de Spider-Man ya estaban en ese número a un grado brutal. Hay otros personajes que tal vez requirieron un mayor desarrollo a lo largo de las décadas, que dependieron de varios autores para volverse icónicos. Pero en el caso de Spider-Man es muy notable, desde el primer número como cada película que sale es solamente una reelaboración de ese específico número. Ya ni siquiera de ese personaje en general, de ese específico número. Algo que tal vez se repita con Hulk y tal vez con cierto Superman que paradójicamente yo creo que es mi superhéroe favorito actualmente, porque ahora Spider-Man me parece demasiado adolescente para mí



Como última parte lo que le pedimos a nuestros invitados es que nos compartan algo de lo que escriben. En este caso, Elisa, en un gran regalo para el podcast, nos va a leer un fragmento de su nueva novela y estoy muy emocionado por escucharla. De repente, va a romper un poquito la estructura del podcast en el que seguramente va a haber más poemas pero me hiciste pensar en algo muy al principio de la conversación. Me hiciste recordar un meme con el estilo de este meme del infame de Drake “esto muy mal/esto muy bien” y que decía “el poema del narrador muy mal/la novela del poeta muy bien”.


Mira, es muy chistoso porque yo no sé porque siempre me sucede eso. Me recuerda un poema de Ángel González en donde dice “yo no sé por qué mi familia me dice que vivo en las nubes si en cambio todos los críticos me dicen que soy el poeta más parco de España”. Justo creo que eso es lo que nos pasa a todos los que además de escribir poemas, eventualmente escribimos narrativa. Esta novela se llama “Todo lo que amamos y dejamos atrás”, la edita Alfaguara, es mi segunda novela. La primera fue “Los suburbios” que salió en Chile en 2015, ya hace casi 10 años y que curiosamente nunca fue editada en México. Yo creo que ya es improbable que ocurra. No tanto porque yo no quisiese sino porque luego es difícil recuperar las obras a través de los países, es algo que he aprendido con los años.


“Todo lo que amamos y dejamos atrás” es una novela de ciencia ficción donde la tierra tiene anillos, como los de Saturno y narra las búsquedas de una periodista, que se llama Grijalva, y que debe viajar a Veracruz para atender un caso que ha llegado hasta ella, es un mundo en donde no hay luz eléctrica.


A mí me sirvió esa novela, uno para destruir Veracruz que era como un sueño de infancia, al fin voy a destruir Veracruz, no va a quedar nada, nada va a sobrevivir. Y pude aprender mucho sobre cocina en el fin del mundo, sobre hacer jabón en el fin del mundo. Parece broma pero sí tuve que aprender a hacer jabón. Yo ya sabía programar porque era una afición de adolescencia pero tuve que desempolvar muchos conocimientos para esta novela. Y descubrí que las novelas y la narrativa en general es un espacio que me permite aprender cosas. Seguramente a muchos poetas les pasará en sus poemas, pero a mí esa sensación de “cómo se hace el jabón” me ha pasado nada más con las novelas y he tenido que aprender a hacer jabón. Ahí un día estaba aquí en el patio juntando grasa y ceniza. Y sorprenderme que sí se ponía caliente la chingada mezcla y que ya después se solidificaba en este proceso que se llama saponificación. Al final del día a mí lo que me gusta mucho es escribir. Parece una jalada, pero tú lo has de saber bien, hay muchos escritores que no disfrutan escribir, hay muchos escritores que sufren escribir, hay algunos que ni siquiera quieren escribir y hay otros que lo sufren, y yo me siento en otro equipo completamente. Yo me siento en el equipo de los que disfrutan escribir, a mí me mama escribir, me encanta, y aprender esas cosas para después escribir para mí fue un proceso muy, muy divertido. Y además un proceso en el que pude hacer muchas cosas que nunca había hecho antes en un libro. Entonces fue realmente un proceso que extraño. Voy a leerles unos cuantos párrafos de la primera página y bueno, ya me dirán ustedes si es poético, yo espero que no pero también si ustedes lo opinan, pues ni modo.


***


Aún recuerdas cuando las noches eran oscuras. Las noches anteriores a que un azar cósmico plantara una cicatriz luminosa en el cielo. Los anillos: pedazos de roca y metal que reflejan la luz del sol, polvo que orbitará la Tierra por eones antes de precipitarse hacia la atmósfera en meteoritos. La noche ya nunca se cierra por completo, la tarde se detiene en el último suspiro y se queda así hasta el amanecer.

Escuchas tu nombre, Grijalva, por encima del ruido del tren y respondes con un simple “dime” sin quitar la vista de la ventana.

“¿Qué pensaste cuando aparecieron los anillos? ¿Te daban miedo?”, pregunta Indiana desde su asiento. Se encuentran en el punto más alto del recorrido y la locomotora ruge a toda marcha antes de iniciar el descenso por las faldas de la sierra, entre pinos cubiertos de nieve.

“Al principio me daban vértigo. Sentía que en cualquier momento podían caerse”, respondes.

“Pero van a caerse”.

“En millones de años. Para ese entonces, quien domine el planeta no sabrá que estuvimos aquí”, agregas casi con placer, pues ese olvido futuro te vuelve contemporánea de este chico alto y desgarbado, aunque ahora mismo parezcan salidos de galaxias distantes. Él no conoció las cajas de cristal donde la luz invisible que llenaba el aire se transformaba en pixeles —celulares, móviles, teléfonos: todas esas palabras cada día parecen más lejanas—, en una época donde cada objeto sabía tu nombre.

“Era como cargar contigo una ventana que daba hacia donde tú quisieras”, explicas cuando Indiana pregunta con desconfianza y asombro parejos, como si fuera un cuento de fantasmas, sobre las máquinas inmateriales que te diste el lujo de despreciar toda una vida y que en efecto perdiste hace veinte años. La división entre las dos eras que has vivido es tan clara como esa brillante rajadura que cubre el flanco sur del horizonte, mientras el tren se dirige cuesta abajo por la montaña, hacia las costas de Córdoba, Veracruz.


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El resto de la conversación con Elisa de Gortari lo puedes escuchar en Spotify o Apple Music.

Si quieres saber cuándo sale el próximo episodio, sigue a @jorge_kfgc en Instagram.

"Joker 2: Folie à Deux", una premisa mal aterrizada, pero no es lo peor del año



Cinetiketas | Jaime López |


Al momento en que se publique esta reseña, decenas de fanáticas y fanáticos de la primera parte de "Joker" ya habrán enlistado un montón de razones para no ver la nueva cinta dirigida por Todd Phillips.

Es entendible, pues se volvieron muy altas las expectativas en torno a la continuación de las aventuras del "underdog" o marginado que se sublevó a todo un sistema, expectativas imposibles de satisfacer al cien por ciento.

En ese sentido, Phillips tomó uno de los riesgos más inesperados en su trayectoria, tanto para él como para el mainstream de Hollywood: convertir en un musical a su nueva producción.

El género en cuestión siempre ha causado divisiones en la audiencia, aunque bien ejecutado pudo haber hecho de "Joker 2" una nueva joya, solo que no lo logra.

Cabe recordar que el otrora responsable de la trilogía de "Hangover" ya había explicado que su decisión de incluir números musicales obedece al universo interno de su estelar.

Si bien no es el peor filme en lo que va del año (sobre todo con propuestas fallidas como "Deadpool y Wolverine" o "Madame web"), lo cierto es que su desarrollo es un tanto cansino o repetitivo.

La historia de "Joker 2" comienza donde culminó su antecesora, con su protagonista recluido por los múltiples homicidios que cometió, en el marco de un ambiente enardecido a causa de él y sus acciones.

Pero ojo a lo que Phillips intenta decir desde su prólogo, esa secuencia animada que plantea parte de su premisa: el alterego de "Arthur Fleck" será su sombra y verdugo.

Probablemente esa mezcolanza de estilos narrativos son las que entorpecen el relato de la nueva "Joker", porque se contraponen y no hacen conexión o buen "match".

A eso hay que sumarle que no hay una verdadera variedad en las secuencias musicales ejecutadas por Joaquin Phoenix y Lady Gaga.

Aunque ambos demuestran el talento vocal del que son dueños, no alcanzan el registro sublime de otras interpretaciones dramáticas de su carrera, por ejemplo, "Walk the line" o "Nace una estrella".

Además, a Phoenix se le siente cansado de su interpretación, como si a lo largo de la producción se hubiera dado cuenta de lo innecesario de una secuela a la obra que le dio el premio Oscar como Mejor Actor.

En cuanto a la premisa central, el folie à deux del título lo dice todo: es "una locura de dos" lo que vamos a percibir en la pantalla grande. Es decir, la codependencia de dos personas con trastornos mentales.

Se trataba de una premisa interesante, que daba para ahondar en otros subtemas actuales como el fanatismo irracional de la gente que se enoja cuando sus héroes deciden no ser lo que la masa espera que sean. Lástima que la "broma" en cuestión no fue bien ejecutada.



Letrinas: Misterio anatómico


Misterio anatómico

Eli Lomelí

Me encontraste tarde, dijo. ¿Tú crees que sea posible? Conocer a alguien y que te diga que es tarde, pero tú no sepas bien para qué. Intenté mostrarme convencido, fingir que la entendía. Le di un par de sorbos a la cerveza y me hice el interesante asintiendo cada vez que ella decía alguna incoherencia. Por momentos mi mente se iba. Carajo, cómo me costó darle continuidad a la plática. Respondía frases cortas para que no fuera tan evidente y le daba la razón en preguntas elaboradas. Eso no me costó mucho, la verdad. Ella es de esas personas que preguntan, te ven a los ojos y esperan un rato, pero ya tienen la respuesta en la mente y solo necesitan que alguien les diga que, en efecto, son brillantes y todo lo que escupen es nada menos que la verdad. ¿Será cosa de mujeres? Me daba un poco de ternura que dejara su labial en la boca de la botella y luego se impregnara en mis labios también. Hasta ese momento nuestros únicos besos eran a través del vidrio. Fui un caballero, supe esperar. Si pensaba que era guapa le decía que era guapa, así, sin más, sin pensarlo, como les gusta. Eso es típico de toda la gente, ¿no? Digo, no me molestaría que de pronto alguien me dijera que me veo bien, en especial si me siento como la mierda. Sobrio me siento como la mierda, por eso prefiero mi versión en un bar, disfrutando con una mujer hermosa, con las ideas parpadeando, mezclándose hasta que no quede rastro de una sola que valga la pena: el cielo. Últimamente es muy triste pensar, ¿no? Como que uno piensa mucho sobre algo en específico y empieza a verle lo malo. Te deprime. Qué deprimente todo. ¿Sigues escuchando? Ah, ¿con la chica? Pues nos fuimos a un motel. ¿Conoces el Motel-Itto? Me partí de risa cuando dijo que iríamos ahí. Fui con más ganas. Una de mis virtudes es que, aunque tome, no me vuelvo inservible. En cuanto llegamos a la habitación me tiró a la cama, me bajó los pantalones y luego la metió en su boca. No te miento, me sentí intimidado por la rapidez, no sé, como si no lo hubiera consentido. Ya sé, qué tontería, fue sexo rápido, olvídalo, lo estaba disfrutando. Cerré los ojos y toqué su cabello. Ella se deshizo de mis manos sin sacar la boca, sin mirar. Noté que le molestó. Quería estar seguro y volví a poner las manos en su cabeza, pero ella las volvió a quitar. Intenté tocarle una teta, pero también retiró mi mano, entonces me pareció raro. No quería que le tocara nada. Le pregunté qué pasaba y ella siguió en lo suyo como si mi pene tuviera un imán. Pensé que literalmente quería comérselo. Me asusté y se lo retiré. Ella me llamó idiota, me dijo que no sabía disfrutar y que si lo hubiera sabido no se habría arriesgado. No sabía a qué se arriesgaba. No sabía si tal vez yo también me estaba arriesgando. Se sentó en la orilla de la cama para buscar sus botas. Yo ni siquiera sabía qué decir, seguía con la bragueta desabrochada simplemente mirándola sin entender nada. De pronto empezó a llorar. Lloraba con ganas, como cuando explotas. Le dije que podía usar mis zapatos, pero era broma, solo se me ocurrió para que dejara de llorar. Esa broma lo cambió todo. ¿Sigues escuchando? Ah. Se quitó el cabello y me miró a los ojos. No se quitó el cabello moqueado de la cara de manera tierna, se lo quitó por completo, estaba usando una peluca rubia y larga. La tiró al piso, luego se metió la mano por debajo de la blusa y sacó relleno del brasier, un par de esponjas redondas. No lo podía creer. Ella estaba teniendo una crisis o algo. De llorar pasó a reírse y a decir que nunca se vería como una mujer por más que lo intentara. Me sentí mal. No sé, la estábamos pasando bien y después pensaba que la pobre se iba a romper. A saber qué iba a hacer yo con una chica rota durante las cinco horas restantes. Me acerqué a ella, me senté ahí a un lado y me subí el zíper. Puse mi mano encima de la suya y le dije que si no quería hacer nada estaba bien, pero que no me importaba la calvicie. Le saqué una carcajada. No recuerdo mucho lo demás porque no seguimos con el tema, ambos estábamos cansados. Nos acomodamos en la cama y así dormimos, abrazados. En la mañana ya no estaba. Te lo juro, ni rastro. Me dejó una nota en el celular, fue lo primero que apareció cuando prendí la pantalla. Que la encontré tarde, decía, que debía volver al mundo real. Una mierda. No sé en dónde me había dejado a mí después de tanto empeño y con las ideas intactas.



Eli Lomelí. Mexicali, Baja California. Maestra y bibliotecaria. Estudió en la Facultad de Pedagogía de la Universidad Autónoma de Baja California. Cuando descubrió su gusto por los cuentos tomó talleres y un diplomado en escritura creativa. Disfruta ver dormir a su gata mientras piensa en sus pendientes.

"KeMonito: La última caída", la gran lucha del pequeño guerrero


Cinetiketas | Jaime López 


En la secuencia final del documental 'KeMonito: La última caída", dirigido por Teresa de Miguel, es inevitable experimentar un sentimiento de tristeza justo en donde comienza el desfile de créditos. 

Eso se debe a que, durante 23 minutos, la realizadora recientemente nominada al Ariel muestra sin miramientos la decadencia del petit personaje, quien durante cuatro décadas fue mascota oficial del Consejo Mundial de Lucha Libre.

El hombre detrás de KeMonito, Jesús Juárez Rosales, revela la explotación económica y física que ha padecido en parte de su trayectoria. No lo hace de forma evidente ni sensacionalista. 

A diferencia de la película de ficción de Darren Aronofsky, "El luchador", Teresa de Miguel nos adentra en el ocaso del protagonista sin necesidad de escenas viscerales, maniqueístas o explosivas. 

La manera en que la creativa visual y periodista relata su argumento es elegante y orgánica, algo que ayuda a sentir una empatía natural por el creador de KeMonito.

Con la cinefotografía de Moisés Anaya, la realizadora nos lleva a recorrer el cuerpo adolorido y venido a menos del famoso pugilista, que trata de salir de las adversidades a lado de su familia y con la ayuda de una vieja máquina de coser. 

Sin ser explícita en los problemas económicos que prolongan el retiro del estelar, la audiencia puede comprender la lucha constante de KeMonito para mantenerse a flote. 

Asimismo, se agradece que Teresa de Miguel decide no incluir en su historia la confrontación legal que actualmente tiene el atleta con el Consejo Mundial de Lucha Libre, esto a fin de enfocarse en su cotidianidad, esa que no está bajo ningún reflector. 

Éxito viral, pero desafortunado en sus trabajo y finanzas, KeMonito es el retrato honesto de un hombre sencillo que continúa forjando su leyenda, a pesar de la voracidad de una rapaz corporación.



"La sustancia", una mirada gore de la cosificación de las mujeres


Cinetiketas | Jaime López 


Hombres rancios, heteronormados, que degustan camarones de forma grotesca. Penes de dos patas que babean sin disimulo alguno por las caderas de sus vecinas jóvenes. Y una industria que engulle y cosifica brutalmente a las mujeres. 

Eso y más se puede encontrar en "La sustancia", el nuevo largometraje de la cineasta francesa, Coralie Fargeat, que ha generado opiniones divididas dentro del público en general, pero que definitivamente no deja indiferente a nadie. 

Protagonizada por Demi Moore y Margaret Qualley, la cinta ganadora del mejor guion en el Festival de Cannes tiene como premisa central la búsqueda de la juventud eterna a través de un extraño suero que modifica el comportamiento celular de las personas. 

La escena inicial es contundente y dueña de una habilidad extraordinaria, pues con un plano cenital y sin ningún actor a cuadro, la realizadora exhibe la voraz forma en que la industria del entretenimiento se olvida y deshace de las actrices cuando van envejeciendo. 

Posteriormente, la historia se convierte en un impactante tratamiento visual, pues muestra de forma explícita la transformación y degradación de la protagonista, "Elisabeth Sparkle", una conductora televisiva despedida en su cumpleaños número 55. 

Echando mano del terror corporal y la ciencia ficción, "La sustancia" es el retrato cuasiperfecto del sistema heteropatriarcal denunciado por las agrupaciones feministas, uno que permite que ciertos grupos reducidos de hombres heterosexuales, generalmente de tez blanca y posición económica acomodada, impongan sus cánones o ideales de belleza al resto de la sociedad.

En ese sentido, "Elisabeth" es una metáfora o simbolismo de las mujeres que se sienten inseguras de sí mismas por la presión de los machos trogloditas que siguen controlando los espacios de poder y comunicación. 

Su caída al infierno es retratada magistralmente por Moore y la directora, quien mantiene el estilo visual y sangriento de su ópera prima, "Venganza", otra obra de denuncia contra el falocentrismo. 

Mención aparte merecen la fotografía, edición, efectos especiales, música y maquillaje de "La sustancia", que acentúan el ambiente gore y enloquecedor que rodea a las protagonistas. 

Además, el filme también puede ser una mirada incómoda hacia los temores más comunes del ser humano, por ejemplo, envejecer o dejar de ser amado. En un mundo de redes sociales, en donde la gente valida su personalidad a través de los likes o Me gusta que recibe en Instagram o Facebook, ser rechazado o ignorado por la gente equivale a una sentencia de muerte.



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