Aunque tú no lo sepas: una charla con Antonio García de Diego
Riki: synthpop californiano para bailar entre luces neón
Originaria de los Los Ángeles, California, Riki es una compositora que debutó en 2020 con su álbum homónimo, una propuesta de synth-pop-new wave que incluye ocho canciones de tintes melancólicos, melódicos, surreales y sintetizadores. Tras la cálida recepción del público y una amplia participación en conciertos y festivales por Estados Unidos, Riki lanza su segundo álbum “Gold” en 2021, presentando nuevamente ocho canciones que fusionan la angustia privada con la emoción de un himno, en un sonido que hace eco de bandas como Saâda Bonaire, Strawberry Switchblade, Bryan Ferry y Bananarama.
Hace un par de semanas tuvimos la oportunidad de escuchar en vivo a esta gran artista, quien nos deslumbró con su actuación en las instalaciones de Richards Goat Tavern & Tea Room. No desperdiciamos la grata coincidencia y siguiendo nuestra curiosidad periodística decidimos entrevistar a esta cantante, quien nos contó más detalles sobre sus álbumes, su trayectoria musical y los planes que tiene para este 2024. A continuación la conversación con Riki.
***
Iván: Escuché que estuviste en Tijuana hace poco, en un concierto con Boy Harsher, ¿disfrutaste tocar al otro lado de la frontera?
Riki: Sí la verdad fue un gran show, había mucha energía, la gente respondió increíble, me dejaron un sentimiento buenísimo, muy excitante.
Letrinas: Promesas
Letrinas: La forma en que suelo ser
Hoy
cumplo veinticinco años y cuatro de haber entrado a trabajar a la maquila. Lo
hice unos meses después de casarme con Isela cuando nos enterarnos que estaba
embarazada. Fue el último semestre de preparatoria de ella; hacia un año que yo
me había graduado y me había tomado un sabático para ahorrar dinero —decía yo— y
poder entrar a la universidad. Nada de esto sucedió. Estoy atorado en esta fábrica,
donde ya pasé del área de pintura a la de ensamblado. Me dicen que esto es un
ascenso y tal vez lo sea, pero yo no lo siento así, solo tuve un aumento en mi
salario, de ahí en fuera son más responsabilidades y el trabajo es mucho más
pesado.
Isela,
me felicito en la mañana, también los gemelos lo hicieron en el desayuno,
previo a que saliéramos yo al trabajo y ellos a la guardería. Mi esposa me dice
que hará una cena familiar para festejarme, el domingo ya podemos invitar a los
amigos a una parrillada. Ante mi respuesta de que no podemos pagarla, ella me
contesta que estuvo ahorrando para eso. Que no me preocupe. Hoy en la noche
solo vendrán mis suegros, mi hermana, su esposo y mi madre. De esto último no
me gusta mucho la idea, si viene mamá es probable que me toque ir por ella a su
casa e ir a dejarla después de la cena, y no quiero pasar mi día de cumpleaños
escuchándola hablar de sus achaques, de sus dolores, de cómo mi hermana no está
al pendiente de ella, que como mujer a ella es a quien le toca lidiarla. No
tengo ganas de eso, ya veré como le hago. Al menos que mi hermana la traiga, le
mandaré un mensaje pidiéndole ese favor. El domingo sí no me salvo de que
venga.
Hoy
cumplo veinticinco años y mi vida no es como la planeé, no es ni siquiera como
pensaba que sería a los veinte. Estoy casado desde hace cuatro años, misma edad
de mis gemelos y un trabajo estable en una fábrica ensambladora de coches. Mi
sueño de ser un beisbolista de grandes ligas se ha ido al carajo desde hace ya
bastante tiempo. Tal vez la frase que usa Don Julián, mi compañero en la línea
de ensamblaje sea cierto, esa que me repite cada que puede: —Tener un mejor trabajo que tu padre es a lo
más que puedes aspirar —me lo dice cuando nos sentamos a comer—. No pidas más, enorgullece a tu familia.
El
trabajo terminó temprano el día de hoy, Don Julián en un descuido acabó
prensado de su brazo izquierdo en la máquina. Hubo que parar toda la producción
un poco más de una hora esperando a los paramédicos y como me quedé sin compañero,
el jefe de montaje me mandó a casa, claro, dejándome entendido que mañana
haríamos horas extras para reponer la productividad que perderíamos el día de
hoy. Horas extras sin paga, me dijo, para que quedará claro que el retraso era
culpa de nosotros y no de la empresa. No me pareció tan mal, de no ser por el
accidente y que Don Julián terminaría perdiendo el brazo, pasar mi día de
cumpleaños sin tener que trabajar era una buena noticia; ya mañana vería cómo
sacar la producción en pocas horas.
Le
mando mensaje a Isela de lo que pasó y que me darán el resto del día libre en
la fábrica. Antes de ir a casa paso por el billar a ver a quién me encuentro
para jugar un par de buchacas, hace tiempo que no juego, desde que dejé de
tomar y drogarme. Me encuentro al Rale y al Tony, que me felicitan y me ofrecen
una cerveza, les digo que ya no tomo, ante su insistencia de que me tome al
menos una por mi cumpleaños, les digo que no pienso recaer, que lo hago por
Isela y los niños. No insisten y el Rale me trae una coca-cola en un vaso con
mucho hielo. Lo que sí les acepto es una fumada del cigarro de marihuana que se
comparten entre sí; sé que un poco de hierba no me va a poner mal, hasta me
ayuda para relajarme después de ver el brazo de Don Julián prensado en la máquina
hecho pedazos.
Jugamos
sin muchas ganas, más interesados en platicar que en el propio juego; hace años
que no estábamos los tres juntos, desde aquellos tiempos en que nos dedicábamos
a robar, de hecho, el Rale acaba de salir de prisión después de una condena de
siete años por robo a casa habitación, salió en tres por buena conducta.
Rale
me platica que ya está armando el próximo robo, que se enteró de una escuela
privada que guarda el dinero de las cuotas escolares en la dirección y solo
tienen un par de viejos que la hacen de guardias de seguridad. Nada de peligro.
Me invita a participar, le digo que no, que estoy bien en la fábrica y no
quiero más líos. —Sin pedos Quique, ya
te la sabes —me dice y me pasa un nuevo cigarro de marihuana que acaban
de prender, fumo un poco y me despido.
En
casa ya huele a barbacoa, Isela sabe que es mi comida favorita y que la puedo
comer de desayuno como se acostumbra, comida o cena, y como ella la prepara es
como más me gusta. Está en la cocina picando la cebolla que la acompaña junto
al cilantro, le doy un beso. Me me pregunta por Don Julián, le platico toda la
historia, en el mensaje previo solo le dije que había ocurrido un accidente. Me
dice que tenemos que ir a verlo a su casa, en cuanto podamos. —El fin de semana —le contesto y le
pregunto sobre los invitados a la cena.
—Invité
a mis papás, a Victoria y su esposo y a tu mamá, nosotros y los niños —me
contesta—, a tu mamá la va a traer tu hermana, pero te toca llevarla a ti.
Ante
mi gesto de desaprobación, ella me dice que es mi madre y que no me queda otra.
Me voy al cuarto a quitarme el overol del trabajo e Isela me grita que vaya por
los niños a la guardería. Me visto y salgo a la calle. La guardería esta a unas
diez cuadras de casa, así que en el camino me topo a gente vieja del barrio que
me vio crecer aquí y me felicita, me preguntan por mi madre, por su salud. —Está muy enferma —me dicen— ya casi no puede caminar —es otra de
las cosas que tengo que escuchar. Argumentos que me tira mi madre cada que
hablamos por teléfono, eso junto con las quejas de que no la visito, no importa
si voy a diario para ella no es suficiente. Se queja conmigo de mi hermana, se
queja de mi hermana conmigo. Cosas de vieja. Me dice Isela que muchas veces la
tolera más ella que yo.
Dejo
a los niños en casa y me voy a visitar a mi padre, quien no puede ir a los mismos
espacios donde esta mamá, así que para evitar líos mejor lo visito. Me abre
Cristina, su esposa desde hace quince años y a quien mamá sigue llamando “la
nueva esposa” a pesar de que este matrimonio ha durado más que el de ellos.
Saludo
a mi padre que está sentado en la sala con una cerveza en mano, ni siquiera me
ofrece, él ha estado en el programa dos veces y las dos ha fallado, algo muy
común en el barrio, especialmente con los albañiles. A mi padre la obra lo ha
tratado mal, ha envejecido mal, a sus sesenta años parece un viejo de ochenta.
Cada vez le es más difícil conseguir trabajo, sobreviven gracias al trabajo de
Cristina. Limpia casas desde que la conozco, también ha envejecido mal. En el
barrio no hay jóvenes, una vez que comienzas a trabajar los años pasan a una
velocidad de años de perro. Lo sé, lo siento en mi propia existencia.
Es
una visita corta, solo para que me felicite en persona. Acordamos que el sábado
iremos a comer en familia para festejar. Me promete que va a preparar su
sazonador de carne para el festejo del domingo. Mientras me lo dice sonríe a
sabiendas de que no está invitado. Le agradezco, me despido con un beso
prometiéndole que el sábado estaremos ahí los cuatro. —Nosotros llevaremos el pastel —le digo.
Regreso
un rato al billar a matar el tiempo de espera. Ya hay más gente, sobre todo
chicos de la escuela preparatoria cercana que ocupan la mayoría de las mesas.
No solo van por el juego; el Gorila, quien maneja el lugar desde que yo
estudiaba es el vendedor de marihuana del barrio, los rumores dicen que ya se
expandió y se puede comprar desde hierba hasta cricko y fenta.
Ver
a los chicos me traen viejos y buenos recuerdos de malos tiempos. Rale está
sentado en una mesa con una cerveza, supongo que piensa lo mismo que yo, al
menos esa parece ser la expresión en su cara. Paso a la barra por una coca-cola
y me siento junto a él, platicamos de nada y la mayor parte del tiempo nos
hacemos compañía en silencio hasta que me llega un mensaje de Isela avisándome
que mamá esta en casa. —No quiso
esperar a Victoria y pidió un taxi que me tocó pagar —dice el mensaje.
Me despido de Rale y salgo a la casa.
—Hace
mucho que llegó —le pregunto a Isela.
—Como
una hora —me responde— no quiso esperar a tu hermana y me habló para que le
pidiera un taxi. Que te marcó a ti pero que tu no le contestas.
Mamá
está dormida en la sala, ni siquiera sintió cuando llegué. No quise
despertarla.
—Le
lleve café hace un rato y me dijo que se sentía cansada, que se dormiría en lo
que tú llegabas —me dice Isela.
Salgo
de la cocina y me acerco a ella. Mientas le toco la rodilla, le digo —Mamá, mamá, ya llegué —no me
responde. Tiento su cara y no hay respuesta. Le tomo el pulso sabiendo la respuesta.
Me siento a su lado y le grito a Isela —¡Amor,
mi mamá se murió, se acaba de morir!
—No
puede ser —me responde— solo estaba cansada cuando llegó.
—Está
muerta. Avísale a los demás que la cena se cancela.
Isela
me abraza mientas comienza a llorar. Yo le sonrío. —Está bien. Así tenía que ser, anda, avísale a los demás por favor.
Isela
se levanta, toma su teléfono y comienza a marcar. Yo me siento al lado de mi
madre y pongo mi mano sobre su rodilla que comienza a enfriarse.
Hoy
cumplo veinticinco años, mi madre murió hace unos minutos en la sala de mi
casa, tengo esposa y unos gemelos de cuatro años, un mejor trabajo que el de mi
padre y antes de cumplir los veintiséis me compraré un carro.
Letrinas: El domingo
Desde Mexicali, "Cuerpo Cortado" lanza dos nuevos sencillos: "Dualidad" y "Clarividente"
"La Bonita" Sánchez, de superviviente de acoso a la defensa del título mundial
Especial | Jaime López |
"Estoy súper enfocada en lo que es lo principal, que es la pelea, para el 30 de marzo llegar al cien y defender lo que es mío, lo que me ha costado mucho tiempo, mucho esfuerzo, y sé que vamos a salir, de la mano de Dios, con la mano en alto", apuntó.#SputnikDeportes | El próximo 30 de marzo, la poblana Gabriela "La Bonita" Sánchez defenderá su título plata peso mosca del Consejo Mundial de Boxeo. Para su entrenamiento, estuvo en el Parque La Malinche. 🥊
— Revista Sputnik (@Revista_Sputnik) March 25, 2024
Vía: @JaimeComunidad3 pic.twitter.com/W6yOsbQsmW
"Me gusta ir a dar pláticas y decirle a los niños, a las niñas, que todo lo que ellos creen que pueden hacer es posible y que, apesar de pasar una situación difícil, eso no nos detiene, podemos seguir adelante", sostuvo.
"Siendo retadora a un título mundial, a nosotras no nos dan ni siquiera la mitad de lo que ellos ganan", dijo.
"La pena de muerte no es la solución", coinciden Huarte y Estrella, protagonistas de Réquiem
Cinetiketas | Jaime López
"Yo creo que si cometes un asesinato, que te maten no es la solución para acabar con el problema, creo que viene del principio, que es la educación, las familias", expuso.
"Hace apenas unos días me llegó una invitación para el reestreno de un documental que se llama 'Presunto culpable'; es una llamada de atención porque me parece que la justicia de pronto puede ser muy extraña en un país donde no se respetan muchas garantías, por lo tanto, creo que sería muy peligroso establecer la pena de muerte", manifestó.
"Yo creo que matar no es la solución, yo, pero mi personaje cree lo contrario", dijo @monicahuarte, protagonista de Réquiem, al ser cuestionada si los delitos de lesa humanidad como infanticidios o feminicidios deben ser sancionados con la pena de muerte.
— Revista Sputnik (@Revista_Sputnik) March 22, 2024
Vía: @jaimecomunidad3 pic.twitter.com/Ko9EoJGxyp
Letrinas: «Secretos familiares»
Secretos familiares
Mónica Blumen
SI VOLVIERA A COMENZAR, NO CAMBIARÍA NADA. Es un pensamiento constante cada que abro los ojos. Es mi mantra. «No cambiaría nada. No cambiaría nada». Hasta que me penetra el mal aliento de Cecilia. Su cabello cano, cada vez más delgado. Sus entradas, cada vez más notorias. Sus dientes más viles con el paso de los años. Antes de casarnos le advertí que comer tanta azúcar es una pésima idea. Lleva treinta y seis años con estos hábitos. Lo sorprendente es que siga viva. Es delgada. Sí. Pero su piel es como un envoltorio flácido de su esqueleto. Tener sexo ya es solo un método de supervivencia, no es placer. No para mí. Esta es la promesa del matrimonio, es la agonía en vida, «juntos hasta que la muerte nos separe». De cualquier forma estoy agradecido por lo que hemos vivido. No me arrepiento de nada. No me arrepiento de mi vida. Nunca lo haré. No hay errores. Hay vida.
He tenido sueños húmedos los últimos días. Procuro despertarme y levantarme para que Cecilia no se dé cuenta. Es vergonzoso para mí quitarle la mano cuando quiere tocarme por la mañana. Y dar explicaciones. No hay nada que me haga sentir tan enojado como tener que dar explicaciones. Prefiero evitarlo. Así que vengo a mi baño. Observo revistas. Fantaseo con una chica intentando escapar de mí. Una chica llena de miedo, por mi amenazante virilidad. Me gusta observarme en el espejo. Necesito la soledad a momentos durante el día. Sé que los sesenta y siete, me sientan muy bien. Soy un hombre atractivo y no tengo problema en reconocerlo. Soy pulcro. Eso le gusta a las mujeres. No soy lo suficientemente delgado, pero un hombre sin panza es como un cielo sin estrellas. Esa frase era épica de mi padre. La llevo presente. Tampoco soy tan alto, pero nunca ha hecho falta. Tengo el cabello cano, pero no con la misma blancura que el de Cecilia. Mi cabello es uniforme y de manera sutil pareciera estar contaminado de color bronce. Mi ceja es casi imperceptible. Mis lentes sin aro, con tintura azul, me dan más carácter.
Soy un hombre exitoso. Da igual mi apariencia. Me respalda el dinero. Nada más poderoso que eso.
Hoy es viernes. Día de fiesta de disfraces. Dentro de poco llegarán mis empleados. El DJ. El sonido. Las bebidas. La mesa con bocadillos. Los disfrazados. No recordaba que debo ir por mi disfraz. Las sustancias. Estas fiestas son una locura. Tantos adolescentes juntos. Me siento el padre de todos. En mis tiempos no había fiestas así. Estábamos en casa, escuchando vinilos, bebiendo ron, platicábamos de responsabilidades. El carro nuevo. Los niños. Las esposas. El jefe. La casa. Esas pláticas no se parecen a las de hoy.
Cada vez viene más gente. Cada vez entra más dinero. Cada vez invierto en más producción. Qué bueno soy para los negocios.
Hoy no estará Mariel para ayudarme a cobrar en la entrada. Desde que le dieron el anillo la veo menos. Se la pasa con Luis. Tiene tres fines de semana que no los veo. Ya casi no duerme aquí. Me gusta que esté Mariel, porque se queda todo el tiempo en la entrada. Como una gárgola. No hay poder humano que le haga moverse de ahí. También es buena para manejar el dinero.
A Pamela no la puedo hacer que cobre. Ella es distinta. Un ratón de biblioteca. Me gusta que sea así. Es una preocupación menos. Suelo regalarle libros que no sé de qué tratan. Ya tuve que ponerle otro cuarto para ella sola. Una biblioteca. Me siento orgulloso. Hasta cierto punto me alegra que no haya heredado esta sangre sucia.
Fernanda tiene prohibido venir a las fiestas. También ir a fiestas. Tiene quince. Y está prohibido. Está estrictamente prohibido que esté en este tipo de ambiente. Su mamá y yo queremos evitarle un futuro difícil. Un embarazo. Alguna sobredosis. Problemas. No es difícil darse cuenta del temperamento de los hijos. Tiene potencial de ser intrépida. Sé muy bien, que en el primer momento que pruebe el alcohol y sienta el revoloteo mental, su vida será otra. No entiendo lo que la genética hizo con ella, empezando por su cuerpo. Es un cuerpo irresistible. Es voluptuosa. Muy desarrollada para su edad. Un escote y todos corren peligro. Debo estirar lo más que pueda el tiempo para que ella permanezca en esta mansión. No tiene idea de lo que los hombres deseamos hacer con las mujeres. Será difícil privarla de esa naturaleza, pero trataré de frenarlo lo más que pueda.
Compré flores nuevas para decorar el jardín. Las personas pagan por la experiencia. Mi mansión es lujosa. Bonita. Llena de luz cálida en todo el exterior. Un sueño en el atardecer. La alberca es grande y desnivelada. Limpia. Todo es funcional. Pero aun así, si no hay una buena experiencia, la gente cree que pierde su dinero. Pagar la entrada a una fiesta donde hay todo, es una buena oportunidad para quedarse hasta el amanecer. Después ellos invitan a más gente. Y esa gente, a más gente. Y así es como mi mansión se ha convertido en un lugar de fiestas cada fin de semana. Ese es mi objetivo. A decir verdad, es mi secreto. Divertir a tantas almas en un espacio así. Hacerlos sentirse fuera de sí. De ensueño. Recibir dinero. Llenarme de placer. Me hubieran gustado este tipo de fiestas en mi juventud.
Tocan a la puerta, debe ser el sonido.
—Buenas tardes. ¿Aquí vive el Señor Antonio? —me pregunta una chica de unos veinticinco—.
—Dígame, ¿en qué puedo ayudarle?
—Vengo a traerle el éter.
Volteo hacia todos lados a ver si
alguien la escuchó. Salgo y la tomo por el brazo de manera abrupta. La llevo
conmigo a un lado de la puerta principal.
—Señorita, ¿quién la envió? Saben que no pueden mandarme este tipo de productos así, sin avisar. Podría ser peligroso.
—Entiendo Señor Antonio. José me envió porque tuvo un viaje de emergencia y no quería quedarle mal. Yo solo podía hacerle el favor a esta hora.
Le pido un minuto. Que espere en este mismo lugar. En el punto ciego de la puerta. Debo subir por el dinero y esconder esto en mi oficina. En el pasillo viene Cecilia, como lo imaginé. Va a empezar a hacer preguntas.
—¿Amor, alguien tocó a la puerta?
—Sí, pero ya lo atendí. No es necesario que salgas. Mejor prepárame un té, hace hambre. Ya te alcanzo —le digo sin dejar de caminar—.
Escondo el éter en mi oficina. Tomo el efectivo. Voy sin hacer ruido con la misionera. Le pago y le pido que se vaya por toda la orilla del barandal. Yo distraigo a Cecilia en la cocina mientras me prepara el té. ¿Cómo se le ocurre a José enviarme a una mujer sin avisar? Necesita una advertencia de mi parte. No puede volver a pasar esto. Esa niña me vio la cara. Tiene huellas dactilares mías en su brazo. No me puedo arriesgar a nada. Absolutamente a nada.
—¿Quién era?
—Se equivocaron.
—Nadie se equivoca yendo a una
mansión. Por cierto, Fernanda no quiere que vayamos hoy al hotel. Me dijo que
ya está aburrida de ir a ver películas y comer pizza cada fin de semana conmigo.
—¿Y qué vas a hacer? Vete con ella a
algún lado. Hoy espero una mayor cantidad de jóvenes para la fiesta. Ha ido
subiendo la cantidad de gente las últimas tres semanas.
—No sé amor. No es necesario que
hagas fiestas.
—No voy a dejar de hacer fiestas,
Cecilia. Este es mi negocio de retiro. No voy a discutir de nuevo esto contigo.
—No necesitas el dinero. Intenta tú convencer a Fernanda. Yo nunca puedo negociar con ella.
Toco a la puerta. Fernanda está, como siempre, recostada en su cama. En calzones. Una blusa de licra de tirantes, y su laptop encima de las piernas. Escucha música con audífonos.
—¿Qué haces? —le pregunto mientras
me siento junto a ella—.
—Hola papi. Estoy viendo tutoriales
de maquillaje. Hoy no tengo clases.
—Muy bien. ¿Y ya sabes qué películas
vas a ver hoy con tu mamá?
—No quiero ir a ver películas otra
vez. ¿Por qué no puedo quedarme aquí? Te prometo que no voy a bajar.
—No es ambiente para ti. Reservaron
el lugar para una fiesta de disfraces. Te vas a asustar con los que van a venir
disfrazados de monstruos.
—No voy a ir hoy con mi mamá. No soy una niña chiquita. Aparte siempre se queda dormida y está bien aburrido. Vivo en una mansión. Tú has tu fiesta, no me importa —dice mientras se vuelve a poner los audífonos—.
Tocan a la puerta. Esta vez sí debe ser el sonido. Bajo y Cecilia ya los atiende. Veo que también están limpiando la piscina. Y llegaron a darle mantenimiento al jardín.
—Fernanda no quiere ir hoy.
—Te lo dije.
—Quédate con ella. Pero vas a
cuidarla. No quiero que bajen durante la fiesta.
—Si amor. Como digas. Yo me encargo.
Comienza a llegar la gente. El DJ ya suena. Las luces están correctamente instaladas. El sonido distribuido de manera estratégica en el área más abierta del jardín. Las luces cálidas generan confianza. Las flores refrescan los rincones. La mesa de bebidas y bocadillos es de extensión doble en comparación a la fiesta pasada. Tengo personal suficiente este día. El cuarto oscuro está listo. Guardé un maletín con suficientes herramientas ahí. La vez pasada me quedé con ganas de explorar más cosas. Estratégicamente, están los baños enseguida. Ya se encargan del cover en la entrada. Creo que todo está por comenzar. Hoy será una buena noche. Han llegado algunas personas disfrazadas de los ochenta. Típico. También de piratas. Nada nuevo. Nunca se sabe. Me gusta que la noche me sorprenda. El DJ abre con un remix de «Lugares comunes» de Virus, los argentinos del rock elegante en los ochenta. Seguro se inspiró en los disfraces.
Voy por el disfraz a mi oficina. Nadie lo ha visto. Nadie debe saber quién soy. Antes de vestirme voy con Fernanda. No está en su cuarto. Luego voy con Cecilia. Veo que están las dos. Recargadas sobre la cama. Juegan cartas.
—Diviértanse —les digo con una sonrisa y cierro la puerta—.
Me dirijo a mi oficina. Me pongo el disfraz. Soy Scream. Sencillo. Rápido de poner y de quitar. No tan vistoso. Lo importante es mantenerme al nivel de los demás. Disfrazado, pero no con un gran disfraz.
Vengo al jardín. Una mujer se está robando las miradas. Huele a néctar. Viste un mini vestido de piel negra y brillosa. Tiene listones negros envueltos en las piernas que se desprenden de los tacones. Un antifaz y una peluca negra que llega hasta la cintura. Lo justo de su disfraz deja ver hasta el más mínimo pliegue de su piel. Es lo suficientemente hermética para imaginarla desnuda. Arrancarle de tajo ese disfraz de dominatrix. Vacío el éter solo cuando decido quién será mi dama de compañía. Ha habido ocasiones en las que no lo utilizo, porque no hay alguna que me encienda las entrañas. Pero hoy será uno de esos días ardientes en el cuarto oscuro. Nada es más emocionante que querer comerte un manjar y tener que tomarte el tiempo para quitarle la envoltura. Ella es la fruta de esta noche. Aquí es cuando voy por dos bebidas. Bastante hielo. Me alejo un poco en dirección hacia los baños. Revuelvo un poco de éter en una. Luego regreso y me acerco sutilmente a ella. Aprovecho que está en la mesa de bebidas.
—Hola. Me gusta tu disfraz —le digo
modificando un poco mi voz—.
—Gracias —dice entre risas—.
Parece una joven. Voltea en diferentes direcciones. Parece que busca a alguien. Le extiendo mi mano con la bebida que contiene éter y ella la toma. La consume muy rápido. Casi de dos tragos. Pienso que es novata o que tiene mucha sed. Esto me asusta un poco. El éter le va a generar confusión y sueño en pocos minutos. Debo convencerla de movernos de aquí.
—¿Ya fuiste al cuarto secreto que
tienen aquí atrás?
—Ah, sí. Sí lo conozco.
Está mintiendo. Nadie lo conoce. Me sigue el paso y vamos. Entre el andar se detiene algunas veces y se toca la cabeza. Seguro siente un mareo. Es el éter. Yo la tomo por el brazo y seguimos caminando. Entramos al cuarto. La dominatrix empieza a perder el equilibrio. Solloza casi de forma silenciosa. El sueño ha hecho de las suyas. Cierro el cuarto con llave. Escucho el bajo de fondo y el murmullo de la fiesta. Esta es mi parte favorita. Estoy tenso y eso me genera placer. Le intento quitar el vestido. Es demasiado justo. La forma más fácil es subirlo, y ya está. Tengo lubricantes que generan calor al contacto. Tengo también un par de juguetes. No serán necesarios. Está demasiado sedada. Puedo manipularla como plastilina. Así que solo la acuesto boca abajo en la mesa. Y la tomo por la cintura. Y doy todo de mí. Todo lo que tengo en mi ser. Mi ira acumulada. Mi frustración. Me desfogo entre sus piernas y pellizco con ansias su piel blanca y lisa. Sigo siendo un gran hombre a mi edad. Los ríos de sangre corren por mis venas. Por todas mis venas. Y yo me corro en ella hasta estallar. Pierdo fuerza en mis piernas y debo sentarme un momento. Luego dejar todo como estaba. Incluido el vestido de esta mujercita. Mientras tomo asiento alcanzo a ver ligeramente el perfil de su rostro. Se me quiere salir el corazón del pecho. Le quito el antifaz y es Fernanda. Es mi hija.
Le acomodo el vestido de nuevo. La
siento. Guardo todo lo que tengo en el maletín y limpio con alcohol mis
posibles huellas. Un nudo en la garganta comienza a incomodarme y es necesario
llorar. Lleno mi vaso con éter. Lo bebo todo de un solo trago. Si volviera a
comenzar lo cambiaría todo. Es lo que pienso mientras siento un frío fulminante
correr por mis brazos.