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Fui al Eras Tour de Taylor Swift en CDMX… ¡Y SOBREVIVÍ!
Por Mónica Castro Lara |
Ya sé, ya sé. Ya
pasaron días de los conciertos de la güera en CDMX, pero acá esta millennial
geriátrica se enfermó de gripa (mi garganta lo resintió bastante y me puse de imprudente
días después creyendo que estaba como si nada) y comprenderán que no estaba al cien
para escribir y compartirles un poquito de mi *inolvidable* experiencia. Además,
aprovecho que hace unos días anunciaron el Eras Tour Film en cines y otra vez
la euforia regresó a nuestros cuerpos cansados y gastados. Como era de
esperarse, esos boletos también se agotaron en cuestión de minutos a pesar de
que Cinépolis se tiró al suelo, hizo berrinche y salió con diez mil jaladas,
pero bueno. Nuevamente iremos a ver el concierto, pero ahora desde la comodidad
de un asiento acojinado (y no la porquería de grada del Foro Sol al cual
siempre odiaré) y a tan solo minutos de casa. Como podrán comprobar, el impacto
del Eras Tour de Taylor Swift en 2023 es bestial y llegó para quedarse
un bueeen rato en nuestro país.
*(Tantito imaginen que es la madrugada del 26 de agosto) *. Escribo estas líneas mientras regreso de lo que es, sin duda alguna, el concierto de mi vida. Digo… tampoco es que haya ido a muchos conciertos en mi vida, pero en definitiva, éste llegó para ocupar cada rincón de mi gélido corazoncito y créanme cuando les digo que, lo que acabo de vivir el día de hoy, dudo que pueda revivirlo con algún otro artista. No sé qué tan simple sea mi historia con el concierto, pero de todos modos la voy a contar. Así como millones de personas, me registré en el Verified Fan en Ticketmaster (que también odio, por cierto) sin recibir una respuesta positiva. Mi amiga Mary fue la suertuda que recibió el muy codiciado “código” (que en realidad era un link privado) y gracias a ello pudimos comprar los boletos sin mayor problema y, sobre todo, sin la intervención de ningún revendedor horroroso o tener que buscar los boletos por otros medios (cosa que, en definitiva, no estábamos dispuestas a hacer). Escogimos una zona bastante razonable económicamente hablando (porque a pesar de la euforia, hay que medio ubicarse) y afortunadamente no tuvimos ningún otro contratiempo (tipo que se cayera la página, que no nos aceptara el pago o esas cosas nefastas que suelen pasar con Ticketmaster). Como verán, efectivamente suena muy simple (porque debería serlo), pero en verdad fuimos de las pocas afortunadas en lograr una compra exitosa y sin percances. Ese era apenas el inicio de una larga y muy emocionante travesía; como buenas poblanas, necesitábamos transporte, planear el viaje en sí, pensar, comprar o incluso diseñar nuestros outfits, hacer las famosas friendship bracelets, ahorrar lo más que se pudiera y un largo etcétera. No les miento: fue una experiencia muy, muy linda pero también de mucho derroche económico. Prefiero no entrar en ese tipo de detalles porque si me pongo a indagar, a hacer cuentas y a reflexionar un poco más, entra una en un círculo capitalista vicioso e infinito y creo que es mejor disfrutar digamos… la esencia del por qué estamos haciendo y gastando todo esto, que es a grandes rasgos, ir a ver a una de nuestras artistas favoritas en sus primeros shows en nuestro país y pasarla muy, muy bien. Y por fortuna, así fue.
Un factor estresante
(no solo para mí, sino para miles de personas) era el saber que lo más probable
es que se cayera el cielo en la Ciudad de México en las cuatro fechas del
concierto (porque sabemos que en agosto llueve, eh Taylor) y que lo usual en
dicha ciudad y en especial, en el muy mal construido Foro Sol (sí, lo odio) es
que se inunden. No sé si recuerdan, pero en 2020, justo días antes de que
cerraran TO-DO por la pandemia de COVID y cuando el virus ya estaba bien instalado
en nuestro país, estuve en el concierto de Billy Joel en el Foro Sol y a partir
de esa muy mala experiencia, juré no volver a ir a ningún otro concierto o a algún
evento en dicho lugar. Lo que no sabía es que tres años después, me iba a terminar
mordiendo la lengua hasta sangrarme y que estaría asistiendo al mismo recinto
que tanto me choca y al que tanto le echamos caca los mexicanos. “¿¡POR QUÉ
NO LO HICIERON EN EL ESTADIO AZTECA!?” nos preguntamos varixs. ¿Será muy
costoso gestionar un concierto en el Azteca? ¿O de plano los dueños del Foro
Sol son más perros? Quién sabe. Lo importante aquí es que, Tláloc, al parecer íntimo
amigo de Taylor Swift, nos dio tregua los cuatro días del concierto a pesar del
cielo cerradísimo y nubladísimo que había. Sí nos llovió muy poquito cuando
apareció la telonera Sabrina Carpenter, pero hasta ahí. Yo, como buena millennial
geriátrica (sí, se los reitero), me fui muy preparada para un 25 de agosto lluvioso,
es decir con botas de camping, dos impermeables (sí dos, pero solo usé uno) y
la verdad es que, por cuestiones de comodidad, no planee más allá de lo que otrxs
planearon, pero qué pinche bonito fue ver a un montón de gente vestida de su era
favorita de Taylor Swift o de algún video musical en específico o de la letra
de alguna canción. No me queda la menor duda de que la gente (y en especial lxs
mexicanxs) es muy creativa, súper animada, arriesgada y que una lluvia o posible
mal clima no iban a impedir que se expresaran a través de sus outfits, de sus espectaculares
peinados y de las toneladas de glitter que iban a usar en sus impecables maquillajes.
Así que todo mi respeto, todo mi amor y toda mi admiración a todas y cada una
de esas personas que decidieron ir en contra del pronóstico del clima y del de
por sí cansancio que implica el asistir a un concierto así (a la chica que vi
con botas de tacón de aguja mientras caminábamos kilómetros rumbo a la entrada,
quería darle un abrazo o un sape, francamente).
Estoy segura de que a estas alturas ya saben cuál es el significado o más bien el origen de las friendship bracelets que muchas hicimos y compartimos antes del concierto, así que me parece medio redundante repetirlo, pero sí quiero platicarles (porque soy una ñoñísima y se aguantan) que para mí fue relindo y de lo que más disfruté previo al evento; hacerlas junto a mi hermana Elo, con Bunny a un ladito, escuchando las canciones de Swift y estar totalmente concentrada en lo que estaba haciendo, fue inesperadamente terapéutico (¿mindfulness? ¿eres tú?). Lo que sí es que reafirmo mi nula capacidad para hacer cosas manuales y ni modo. Si a estas alturas ya se reventaron las pulseras que intercambié, pido disculpas.
Tras llegar con tiempo
récord al Foro Sol, recorrer casi todos los puestos ambulantes de merch porque
somos medio indecisas, mirar desconfiadas al cielo cada cierto tiempo y
encontrar nuestros lugares, por fin inició el segundo concierto de Taylor Swift
en México tras 17 largos años de espera. Empecé a gritar como desquiciada
cuando apareció nuestra querida güera debajo de los pétalos gigantes que la
escondían y ahí supe que me iba a desbordar de la emoción. A M É con locura las
maratónicas tres horas y media que duró el concierto y que, además de ser
increíblemente puntuales, fueron en todo momento electrizantes y francamente
maravillosas. Sabemos que Taylor Swift tiene un equipo de altísima calidad y me
dio muchísimo gusto que, a pesar de haber estado en gradas, vimos perfecto todo
el espectáculo cuyas pantallas la dejan a una sin habla (Taylor y su equipo
mandaron a quitar la cochinada de escenario que tiene el Foro Sol y nos dieron por
fin, equipo de calidad). Los visuales del show son geniales, muy ad hoc a cada
canción o era; el sonido brutal a pesar de la mala acústica del recinto (porque
no, no la tiene) y el fueguito en “Bad Blood” nos calentó a todos bien entradas
las diez de la noche. Les confieso que estoy muy, muy orgullosa de mí misma
porque pude cantar (más bien gritar jejeje) las 43 canciones que se avienta la
Taylor (yo sé que son 44 canciones en total, pero la canción sorpresa que me
tocó –“Tell Me Why”– la he escuchado, pero no me la sé). Había visto videos en
donde la gente afirmaba que, del shock, se les olvidaban las letras de las
canciones, pero no fue el caso de esta ñoña que la verdad, ni es taaaan swiftie.
Pero eso sí, bailé, canté, grité, lloré, berreé como nunca y me di cuenta de
que justo esa era la terapia que necesitaba y que estaba ansiosa de vivir desde
hace varios meses, porque si bien veía partecitas de los conciertos a través de
Instagram o de YouTube, la experiencia de estar presente en el Eras Tour México
es completamente distinta a lo que vemos en pantalla y mucho se debió al
público mexicano. Agradezco que pude estar rodeada de personas que estaban
igual de emocionadas y desbordadas que yo. O bueno, unas dos que tres no ¡já!.
Obviamente en “Cruel Summer” que es LA canción del verano y la segunda
que interpreta, yo ya no tenía voz. Y a la señora o chica de cubrebocas que
estaba a mi izquierda adelante de mí a unos tres o cuatro lugares de distancia y
que me miraba súper sacada de onda cuando estaba B E R R E A N DO durante
“august”, le digo que sí, que estoy bien y que mejor deje de juzgar a la gente
o andar de mirona. Aun así, no me inhibió en lo absoluto. Muchxs me han
preguntado cuál fue la canción o el momento que más me gustó del concierto y he
de confesarles que creo que no es uno muy habitual o que hayan mencionado mucho
en publicaciones previas y así, pero yo Mónica Castro Lara sentí que el Foro
Sol se desbordaba durante los 10 minutos de “All Too Well”. Es una
canción compleja, larguísima, pero en verdad se me enchinó la piel de inicio a
fin. Y por lo que viví, creo que a la mayoría le pega cañón.
“No sabía que te gustara tanto Taylor Swift”. Lo escuché y lo leí muchas veces antes del concierto. Resulta que hace quince años, cuando iba en la universidad, mis amigxs y yo recreábamos a modo de burla el video de “Teardrops In My Guitar” y de ahí, decidí descargar algunas canciones de Swift en mi iPod. Siento que ahí empezó todo. Pero como a la gente le encaaanta juzgar los gustos musicales ajenos y Taylor Swift es lo más blanco, lo más ñoño, lo más pop, lo más mainstream que existe, pues confieso que nunca me sentí cómoda gritándolo a los cuatro vientos. Hasta hace unos años que leí sobre lo que Dave Grohl dice de los guilty pleasures y pues… resulta que no me gusta Taylor Swift… ¡M E E N C A N T A! “I don’t believe in guilty pleasures. If you fucking like something, like it. That’s what’s wrong with our generation: that residual punk rock guilt, like, “You’re not supposed to like that. That’s not fucking cool.” Why the fuck not? Fuck you! That’s who I am, goddamn it! That whole guilty pleasure thing is full of fucking shit.” Yo sí creo en lo poderoso de sus letras; como muchxs siento que he crecido con ella y he constatado la evolución de sus canciones, la complejidad de muchas de ellas, lo bien que sabe contar una historia (porque es una extraordinaria storyteller), lo mucho que me interpela su música y lo bien que está rompiéndola en la industria musical.
Por último, Taylor es una titán en lo que hace. No solo en su carrera musical (que ha tenido miles de altas y bajas), sino en el concierto en sí. Cientos de videos hablando de qué dieta llevará, qué tipo de ejercicio debe estar haciendo para mantenerse en forma, que rinde más que los atletas más disciplinados, de cómo debe estar cuidando su voz, qué drogas debe estar inhalando/fumando/inyectándose para resistir y dar lo mejor de sí durante tres horas y media con intermedios y cambios de vestuario de menos de cinco minutos. David Harbour, nuestro Jim Hopper de “Stranger Things” no se explica cómo va al baño la Taylor o en qué momento toma agua. Así todxs, David, así todxs. Estoy muy orgullosa de la perseverancia de nuestra güera favorita, de su tour y de saber que tendremos Taylor para rato. Tú siguele facturando, mami. Factura todo lo que puedas.
Mi agradecimiento por siempre a Andy, por hacer T O D O el viaje una
realidad. A Mary, por no quejarte de mis gritos horrendos mal entonados durante
el concierto y vivirlo juntas. Y a mi Elo,
siempre.
El 'live action' perfecto sí existe: bienvenidos al universo de One Piece
Samanta Galán Villa |
One Piece es un manga que tiene más de veintiséis años dentro del mercado y ha logrado conseguir una audiencia fiel, entregada y exigente. Era de esperarse que una temporada de ocho capítulos, cada uno de cuarenta y tantos minutos, tuviera algunos cambios y tomara lo esencial desde el arco Romance Dawn hasta Parque Arlong.
Cada actor parece haber nacido para interpretar el papel. Tanto aliados como antagonistas abrazaron la esencia de los personajes del manga para entregarnos una serie pulida, sin perder el sabor original.
Ariel 2023 y los cortos de ficción: entre nuevas masculinidades y el cine de denuncia
Cinetiketas | Jaime López |
Sobre el libro «200 discos chingones del rocanrol mexicano»
¿El rock mexicano está documentado?, ¿Cuántos libros hay sobre el tema?
De fácil y ágil lectura, este prontuario sónico documenta y nos brinda un pulso del panorama actual del rock mexicano, tal vez faltan y sobran algunos, solo el tiempo nos dirá cuantos de estos discos pasan la prueba del añejo.
Declinismo: impresiones acerca del libro «Llorar de fiesta», de Elma Correa
Antonio León | Foto: Omar Pimienta |
Volvemos al restaurante cuyas viandas eran deliciosas en el
2010, pero ahora son un asco. Regresamos al paraje vacacional en el que vimos
amaneceres anaranjados junto a un riachuelo, ahora es un mingitorio hippie con
un oxxo pintado en color terracota de pueblo mágico. O el gran templo
expiatorio que nos apantalló la infancia pueblerina darks, no es tan grande ni tan lleno de gárgolas como lo
recordábamos.
Pero el declinismo, la noción de que todo tiempo pasado fue
mejor -creencias de gente pendeja, como diría aquella señora del puesto de hierbas
y remedios durante la contingencia- afecta a todas las narrativas de la
experiencia humana, excepto las fiestas.
O sí, porque una vez que leí el libro pude reconocer algunos
guiños y concluir que estuve en la mayoría de las fiestas que dieron origen a
estos cuentos (no por omnipresencia, sino porque soy amigo de la narradora, y
suele arrastrarme a todo tipo de despropósitos). Los fantasmas, ecos y salidas
en banda de estas celebraciones, traducidos por obra y gracia del oficio de
contar historias, tienen mejores resultados que cualquier colección de liosas
haciéndose las estupendas, jotas posonas, playlisters novedosas, heteros en
situación de calle y amigas pasadas de Michelub Ultra que se obsesionaron con
algún rufián espantoso.
¿Quieren lo anterior en otra fiesta? los lectores tampoco. Elma
Correa lo sabe y decide entregarnos doce cuentos en los que las condiciones de
festejar en el límite del espacio físico y la barrera finita que nos separa de
la locura se ven mejor, más divertidas y definitivas. Todo lo anterior con la
factura ya conocida de la narradora mexicalense: velocidad y acción, nada de
detenerse a perder el tiempo en descripciones inútiles (a menos que tengan
gatitos), humor a prueba de señoros, un mimo especial por la construcción de
personajes y una atención casi neurótica a las estructuras planteadas en su
prosa.
Historias en las que nada sobra porque todo merece ser una
versión desvelada y dolida de sí mismo. Doce cuentos breves en los que la
autora le tira faquius a gente como
César Aira, Jordi Soler y otros eyaculadores precoces. Historias cuyos
personajes empujan su tristeza y soledad a la pista de baile para perrear
hasta abajo y señalar que la felicidad es una estupidez y que el primero de
esta fiesta en irse a casa se la come
dobleitor.
Letrinas: Indulto
Son
las cuatro de la mañana. Caminas a la cocina y bebes té, sin apresurarte,
todavía no estás segura si su compañía es lo correcto, pero necesitas a alguien
ahí: no puedes hacerlo sola. Sientes culpa por no tener culpa, hace un par de
meses que no sabes lo que quieres y todo parece nebuloso.
Eres
un cuerpo adormecido, que fue dolor, placer, agotamiento. Tomas tu chamarra y
te acercas a la cama pequeña en la otra habitación. Sigue dormido, esperándote
envuelto en sueños, aunque una palabra bastará para que se incorpore. Antes de que
se fuera a dormir, le dijiste que debía estar listo, que te haría falta su
ayuda. Apenas despertar, se calza los zapatos y un gorro, afuera sigue frío.
Tienes
la pequeña caja entre las manos, casi no pesa. No pueden tomar el camión, aún
no comienzan las rutas y un taxi es demasiado costoso. Caminan calmados,
cuentan historias en el trayecto, él habla de los libros que ha leído, se
emociona y tú también lo haces. Comienzas a sentir calor y temes que pronto los
alcance la luz del día. A unas cuadras de distancia, se observa el arco de
entrada del cementerio, le acomodas el gorro para que le cubra las orejas y le
sonríes: te sientes bien de que estén juntos.
Tienes
la certeza de que nunca va a olvidarlo. No lo entiende, pero algún día lo hará
y la madre que ahora eres no volverá a ser la misma. Te pregunta por qué están
ahí, «No
puedo hacerlo sola. Levanta los pies porque te puedes caer con la hierba». Se acercan a la tumba, sientes
una vez más la tibieza en la parte interna de los muslos y un impulso te lleva
a tocarlos; no hay nada. Te repites mentalmente que no lo decidiste, aunque
también te sientes aliviada. Respiras profundo, una vez más. Se va a resfriar y
sabes que si no puede ir a la escuela tendrá que quedarse solo, no hay quien lo
cuide.
Lo
ves saltar de una tumba a otra, le gritas que se detenga. El viento, a lo
lejos, deja oír su silbido. Colocas la caja a un lado y buscas la herramienta
que hace un par de días escondiste con cuidado. Sigue ahí, fría y pesada. Te
cuesta levantar la lápida, lo llamas y acude corriendo. Le pides tomar en sus
manos la caja.
Lloras
al verlos, por única ocasión, juntos. Le explicas que cavarás a un lado de la
tumba y que cuando levantes la lápida debe poner ahí dentro la caja, para eso
han ido. Te escucha, abre grandes los ojos y asiente.
Lo hace muy bien, la caja queda adentro, se
aplasta cuando dejas caer la lápida, la cubres con tierra y finges pronunciar
una oración. Parece asustado, le das la mano y se encaminan a la salida. Cuando
toman la calle, vienen llegando los vendedores con sus puestos de comida,
flores, veladoras, santos. En tan solo unos minutos se llena de algarabía el
lugar, muy pronto la calle estará repleta de personas. Dentro del cementerio,
muchas familias se acercarán a donde descansan sus seres queridos, para recordarlos
como fueron algún día. A ti no te queda ese consuelo, no podrás recordarlo como
fue.
Traes
a la mente los días de muertos en tu pueblo, la comida, las fotografías
familiares. La voz de tus padres. En tu cuerpo palpita la muerte. Tú vuelves a
caminar entre los vivos.
«90 días para el 2 de julio», la elegancia de Espitia y la clandestinidad del amor
Vale la pena destacar el soberbio y orgánico trabajo del estelar (el ya referido Espitia), que saltó a la fama gracias a su interpretación en "Heli", de Amat Escalante.
Los guitarristas de rock también presentan libros
Por Luis Daniel Pulido
La
abuela está en la casa porque he visto su voz hace, primero, de luz que se cuela por la puerta, de
trópico tuxtleco, es el crucifijo más alto donde la abuela, enorme, da sombra a
sus nietos: siete. Segundo: hace también de espejos, y los espejos, ante la
muerte, desbordan soldados que se mueven y hacen grupos de amigos donde cada
uno va enumerando recuerdos e historias. Fernando Trejo tiene las propias, y
las construye con una de las tradiciones heredadas de su familia: La poesía. Y
en esa ruta no codifica, no le importa el misterio, los vericuetos lingüísticos;
pareciera que no busca un lugar en una biblioteca prestigiosa, decorar la
siesta del más sesudo de los poetas, se salta la verificación científica y
arroja los dados desde la revelación religiosa, el cuerpo medio iluminado de
los fantasmas, fantasmas queridos que se manifiestan o nunca se han ido.
Desde
el título: La abuela está en la casa porque he visto su voz, el poeta se
apropia de los hallazgos; es el que llega primero, es el primero que llega
también a la otra orilla del espejo y alza la mano en señal de que lo sigan. La
casa que habitamos de niños se ilumina desde afuera y los encuentros y los ecos
y las correspondencias forjan la bitácora de los viajes emprendidos junto a los
fantasmas y su soledad marina. Hay aventuras mínimas, un edificio apostado en
la herrumbre y el escombro de una ciudad tomada por mercaderes y que nos ubica
en nuestra condición de memoria, donde lo atlántico va del corredor a la
cocina, donde los fantasmas son parte de nosotros y se sientan a la mesa.
Fernando
Trejo parte y regresa a la familia; y el origen no repara en ambiciosos árboles
genealógicos ni en profundas afiliaciones ideológicas, son los objetos y los
momentos en que se hicieron presentes, la honda y pesada fragilidad del ser
humano. La abuela está en la casa porque ha visto su voz, y la ha visto porque
en el silencio se estima la altura de lo que escuchamos, el murmullo de las
cortinas, el ladrido de los perros, los libros que se cierran.
La
poesía como hecho instintivo y que retumba al interior de la casa vacía: amigos
que se jugaron la vida, el ejército de primos que ya no está completo.
Pero
los fantasmas danzan cuando crepita la madera y el fuego se mantiene a ras de
tierra y el poeta se une a las sombras. Y la abuela desde algún lugar observa.
Luis Daniel Pulido. Ha publicado
los libros Pollito Card, UNICACH; También de dolor se derrotan zombis
mutantes, Cohuiná Cartonera; Intencionalmente náufrago, Editorial
Carámbura; Prohibido degollar patos, Editorial Almada Broders; Nunca
sonrías a Optimus Prime, Espejitos de papel Editores, Puerto Rico; El
apetito de los ciegos, Editorial Public Pervert; Bruce Wayne y la
generación X (un concierto de rock para Chulpan Khamatova), Editorial
Popotito 22; Baxter Memories (vida y obra de Víctor Von Doom), Tu
Kung Fu no es poderoso (Gran Jefe Apache escribe poemas de fertilidad), Prohibido
degollar patos, Porterear, escribir, Tifón Editorial; ¿Qué sé yo
de nadie? Editorial Arboleda, San José, Costa Rica.