Nación noir: realidad y ficción en un país violento



NACIÓN NOIR

Realidad y ficción en un país violento

Isaac Gasca Mata

 

“Es tan inhumano ser totalmente bueno como totalmente malvado.
Lo importante es la elección”

Anthony Burgess

 

La Ciudad de México en la última década del siglo XX y las primeras del XXI fue escenario de cruentos crímenes en los que los perpetradores no dudaron en cortar las orejas de sus víctimas, torturarlas, quemarlas o comerlas. Todos recuerdan el nombre de Daniel Arizmendi N., “El mochaorejas”; Francisco N., “El chacal del bordo de Xochiaca”; Itzel N., “La degolladora de Chimalhuacán”; Jorge N., “El matanovias”; Jorge N., “El asesino serial de la Merced”; José Luis N., “El poeta caníbal de la Guerrero”; Juan Carlos N., “El monstruo de Ecatepec”; Juana N., “La mataviejitas”; Raúl Osiel N., “El sádico”; María Trinidad N. “La tamalera”; Andrés N., “El feminicida de Atizapán”; entre muchos otros, quienes con sus homicidios sembraron el terror en la capital de la república mexicana y su área conurbada.

En este contexto, no es de extrañar que la literatura refleje el cotidiano temor de la población de CDMX. Ahí están obras literarias y testimoniales que describen, algunas más que otras, la crudeza y saña con la que los asesinos seriales arrebatan la vida a sus víctimas. Noticias de homicidios, secuestros, narcotráfico, incluso canibalismo, aparecen de manera regular en la primera plana de los periódicos que se venden en el metro, o en cualquier esquina de la antaño capital imperial de los mexicas. Existe una industria periodística dedicada a difundir estas noticias con fotografías sin censura y titulares amarillistas. Alarma! y Metro son ejemplos de diarios que lucran con la violencia que padece la ciudad. El morbo vende. Lo saben muy bien los dueños de estos periódicos pues según ellos sus publicaciones alcanzaron tirajes de hasta dos millones de ejemplares por número; una cifra exorbitante en un país con grave déficit de lectura.


¿Por qué gran parte de mexicanos y mexicanas se niegan a leer ciencia y literatura, pero sí disfrutan la nota roja?

El contexto, la convivencia cotidiana con escenarios y protagonistas de la violencia los inclina a consumir estas lecturas en detrimento de otras que redundarían en su provecho intelectual. La normalización de la violencia en la Ciudad de México es apabullante. Tan solo en noviembre de 2020 la noticia de los niños descuartizados en una vecindad del centro de la ciudad conmocionó a la opinión pública durante unos cuantos días y hoy parecen olvidados[1]. Los mexicanos, solidarios en muchos aspectos, se han vuelto insensibles en otros, precisamente por la constante profusión de noticias de esta índole que restan importancia a la anterior solo para ser superadas en crueldad por la siguiente. Ingrid, Yahir y Héctor, son nombres de víctimas de un contexto degradado por la desigualdad económica, las pocas oportunidades educativas y la interiorización de la brutalidad inherente a la urbe más noir del mundo.


      

El término noir (negro, en francés) se aplica a la literatura que describe crímenes con su acostumbrada dosis de sangre, alevosía y muerte. Raymond Chandler fue uno de los primeros escritores en poner nombre a los textos que trascendieron la crónica periodística, confinados a la sección de nota roja, para convertirse en un estilo bastante polémico de hacer literatura. La Pulp fiction es perturbadora por su relación cercana, a veces directa, con la crónica de asesinatos reales que estremecen y estremecieron a la sociedad. Tenemos por ejemplo el caso de A sangre fría (1965), de Truman Capote, donde el novelista expone con herramientas literarias de primer orden las acciones que los homicidas Dick y Perry llevaron a cabo antes, durante y después de asesinar a los miembros de la familia Clutter, en el pueblo de Holcomb, Kansas. Violaciones, cuchilladas, disparos en la nuca y frases por demás insolentes en medio de un clima de crueldad abundan en textos como Rebeldes (1967), de Susan Hinton, Crónica de una muerte anunciada (1981), de Gabriel García Márquez, Un carnívoro cuchillo (1996), de Francisco Umbral, Cuando pase tu ira (2008), de Asa Larsson, o las novelas gráficas Blacksad (2000), de Juan Diaz Canales, El viejo y el narco (2019), de Ricardo Vílbor, y El complot mongol (2017), de Rafael Bernal, adaptada por Luis Humberto Crossthwaite. Todas ellas muestran rasgos oscuros de sociedades golpeadas por el racismo, el clasismo, la impunidad, la muerte y cualquier cosa que parezca una pesadilla hecha realidad. En México tenemos importantes plumas del género negro entre las que destaca Fernanda Melchor quien con un estilo contundente expresa sin empacho las atrocidades que el crimen organizado comete en su estado natal. Temporada de huracanes (2017) y Aquí no es Miami (2013) muestran la podredumbre que carcome la paz social y el equilibrio mental de los habitantes del estado de Veracruz; como en el cuento “Reina, esclava o mujer” donde una ex reina de belleza adicta a la cocaína asesina a sus dos hijos porque no la dejan sobrepasarse con dosis de droga en su propia casa. La filicida corta en pedazos los cadáveres de sus retoños y los esconde en una maceta. Lamentablemente el caso es verídico. Tal como hizo Capote en su momento, Melchor realizó una investigación exhaustiva acerca del crimen que ocurrió en 1989 para trascenderlo de la crónica policiaca a un texto literario con difundida recepción:


“Evangelina Tejera -al golpear a sus hijos contra el suelo y las paredes de la sala y posteriormente descuartizar sus cuerpos, enterrarlos en una maceta, colocar ésta en el balcón a la vista de medio Veracruz y pasearse desnuda durante varios días frente a las ventanas del apartamento de la Lotería Nacional- procedió en todo momento bajo plenitud de control de su mecanismo razonador.” (Melchor, 57)[2]

 


México es un país desorganizado en muchos aspectos. Los múltiples problemas de inseguridad que enfrenta son consecuencia de la corrupción, la impunidad y la falta de educación moral de millones de individuos que diariamente se ven obligados a convivir hacinados en el transporte público, en las universidades privadas, en los bancos y basureros. Porque la violencia en este país no se relaciona exclusivamente con la población de un segmento económico. Aquí tanto ricos como pobres matan, trafican, delinquen. La literatura noir refleja lo que ocurre en nuestro contexto. Un contexto de todos contra todos y donde al parecer sigue imponiéndose la ley del más fuerte. Hilario Peña capta muy bien el ambiente de tensión y ruptura que carcome desde sus cimientos a esta nación:


“Conque este es el hijo de su puta madre que me va a hacer amar a Dios en tierra de indios, pensé, mientras miraba cómo se me iba encima el centroamericano, quien, olvidé mencionarlo, acompañaba cada puñetazo con una especie de ladrido en verdad escalofriante.” (Peña, 187). En la literatura noir no existe la amistad, la confianza, el apoyo mutuo. Es una turbamulta de ofensas, de heridas, de odio.

En el cine norteamericano encontramos más ejemplos de historias criminales: Pulp Fiction (Dir. Quentin Tarantino) y Sin city: A Dame to kill for (Dir. Robert Rodríguez). En México el cine dedicado al narco, transmitido por el canal de televisión por cable Cine Latino, puede catalogarse como una extensa filmografía de relatos audiovisuales de estética noir. Con las innegables diferencias con respecto a las cintas antes mencionadas, la película El infierno (Dir. Luis Estrada), rodada en 2010, muestra el crimen indeseable que corroe sin piedad el norte de México. Orfa Alarcón retrata el clima de impunidad y barbarismo en su narconovela Loba (2010), con estilo negro, personajes degradados y relaciones rotas, en franco desequilibrio de poder.

En este sentido también podemos enumerar el cuento “Nueve hieleras”, de Efrén Ordoñez Garza, publicado en Después del desierto. Antología del nuevo cuento regiomontano (2016) donde se describen las atrocidades del narcotráfico en la ciudad norteña de Monterrey donde un pollero es reclutado por el crimen organizado para cortar en pedacitos los cuerpos de personas: “Cada cierto tiempo llegarían con los muertitos para que les cortara la cabeza, las manos o en pedazos, para irlos repartiendo. (…) Me contó sobre eso y la absorbente monotonía del descuartizamiento. (…) Al principio cerraba los ojos con el sonido del hueso resquebrajándose bajo sus manos. Sentía las gotas de sangre mancharle los brazos y el rostro”. (VV.AA., 208). Es la cultura de inseguridad y crimen que desde hace tres lustros empaña con sangre el suelo mexicano. La violencia en México es tan cotidiana que algunos grupos musicales como los raperos Babo, Dharius y el Millonario, del Cartel de Santa, filmaron el largometraje Los jefes, en 2015, como un testimonio noir de lo que ocurre en el contexto social del municipio de Santa Catarina, Nuevo León, degradado por el consumo de estupefacientes. Ya sea en el centro del país, en el norte, o el occidente, la muerte enarbola su triunfo sobre un México derrotado y por momentos sin esperanza. La literatura, el cine, la música, incluso la pintura[3], proyectan el terror generalizado por los grupos delincuenciales en el México contemporáneo.

En 2016 Iván Farías realizó la compilación México noir, una antología de cuentos que a muchos lectores nos pareció un acierto rotundo porque algunos relatos, aunado a los típicos delitos a los que estamos acostumbrados los lectores de nota roja y literatura negra, tienen cierta carga fantástica como el del cuento de Miroslava vampira o el del tipo al que inyectan hormonas de pollo. Es un discurso monstruoso ad hoc a los tiempos violentos que sacuden al país.

México no es la única nación latinoamericana azotada por la normalización de la violencia. En toda la región, desde Tijuana a Tierra del Fuego, las desigualdades económicas y el clima de corrupción generan un caldo de cultivo de actos punibles que pudieron evitarse, pero al no existir políticas públicas eficientes que los eviten se desatan en forma de crueles matanzas. La impotencia de estas naciones ante su cotidiana realidad golpeada por el miedo se expresa en el grito de las victimas literarias cuando mueren a manos de sus verdugos.


“Chacaltana imaginó la punta del martillo hundiéndose en la carne, penetrando los globos oculares, quebrando los huesos del cráneo (…) después de matarla, el asesino se había tomado la molestia incluso de colocarle el sombrero andino. Así que, aparte de la cara machacada a mazazos, la mujer lucía muy presentable” (VV.AA., 15)[4]

 

            Las grandes urbes arrastran consigo una sombra de peligros que no escapan al ojo visor de la literatura. Nueva York, París, Berlín, Moscú, Rio de Janeiro, Nueva Delhi, tienen en común una tradición literaria en temas delincuenciales tan vasta que la crítica ha tenido a bien inaugurar el subgénero conocido como noir. En esas ciudades los escritores reflejan las condiciones socioeconómicas que forman inmoralmente a sus criminales. Cada sociedad tiene pesadillas que le son propias y sus inadaptados encarnan características inherentes del momento histórico que les tocó vivir. Un criminal de Moscú probablemente busque los mismos objetivos que uno de Rio de Janeiro (dinero, venganza, placer), pero sus motivaciones serán distintas porque sus decisiones están influidas por la cultura que lo formó.


Según el libro Roja oscuridad. Crónica de días aciagos (2015), del periodista Héctor de Mauleón, las características recurrentes en la personalidad de los criminales de la capital mexicana, es decir, sus motivaciones, son las siguientes:


“Isabel Miranda de Wallace, presidenta de la asociación civil Alto al Secuestro -organización encargada de brindar atención integral a víctimas directas e indirectas de este delito-, asegura que en todos los casos que han llegado hasta sus manos, quienes se dedican al secuestro mantienen un perfil semejante.

-Son personas de escasos recursos, sin educación, que tuvieron una niñez muy violentada. Por eso, en cuanto tienen bajo su poder a otro ser humano, tienen la necesidad de sobajarlo, de humillarlo.

Hijo de un alcohólico que maltrata a sus hijos de modo sistemático y cela a su mujer a niveles patológicos, Daniel Arizmendi crece en “el campo pavimentado”, esa costra de miseria con cerros atiborrados de casuchas que llamamos el Estado de México…” (De Mauleón, 16)



¿Revanchismo?, ¿resentimiento social que crece como un globo inflado con sangre y que cualquier causa, por nimia que sea, lo hará estallar en la cara de la sociedad? La violencia es multifactorial y el dolor que causa no es uniforme. El clima de inseguridad, como una bomba expansiva, afecta la salud mental, la economía doméstica y las relaciones interpersonales de los individuos que se ven obligados a subsistir bajo el oscuro manto del país más noir del mundo. En la capital de México encontramos ejemplos literarios que hablan de esa podredumbre que a ratos parece congénita: una herencia de las antiguas prácticas precuauhtémicas cuando los mexicas acostumbraban sacrificar personas en rituales sangrientos. Sea parte de una leyenda negra o no, lo cierto es que en la Ciudad de México contemporánea diariamente ocurren delitos violentos que en su mayoría quedarán impunes. Ya sea por la imposibilidad de cuidar a la totalidad de habitantes de una de las ciudades más densamente pobladas del mundo (22 millones de personas en el último censo), por insuficiencia de elementos policiacos, por complicidad de las autoridades corruptas, por incapacidad profesional, simple desdén o una combinación de todos los factores mencionados, lo cierto es que el crimen es la constante y aparece descrito en obras como Los albañiles (1970), de Vicente Leñero, o Violación en Polanco (1980), de Armando Ramírez. En esta última novela tanto el lenguaje como las tropelías que se narran demuestran el grado de resentimiento que algunos sectores poblaciones mexicanos sienten por otros:


“Sabía que no tiraría; interiormente era una forma de decirle que me la iba a coger de nuevo, que esos pechos y esas nalgas los tenía que exprimir, que ella tenía que rogar. Me acerqué a ella, el cañón por delante buscando su boca; abrió su boca; estaba dispuesta a que le disparara; le metí el cañón frío en la boca, se lo metía y sacaba lentamente. “Ya, por favor…”, comenzó a sollozar. Le puse el cañón en la sien.” (Ramírez, 106)

 

 Las reiteradas violaciones que los delincuentes realizan sobre un automóvil en perjuicio de una mujer de nivel económico alto demuestran el acto de revanchismo social que se logra con el crimen. El mismo tema se lee en el cuento El suave olor de la sangre (2009), de Marco Tulio Aguilera Garramuño, donde un grupo de jóvenes indígenas asaltan un microbús en la Ciudad de México y conciben que sus actos de violencia están justificados por la marginación a la que fueron sometidos desde pequeños: “por favor no se fije en los fantasmas molares de Cacamatzin; el pobre no ha conocido dentista o matasanos en todos los años de su vida que son catorce bien cumplidos y que pasó en una ciudad perdida a seis horas del Centro, donde no hay más agua que la caída del cielo ni más alimento que el hallado entre montañas inmensas de basura” (Aguilera Garramuño, 137). Mas adelante el autor continúa: “Somos nahuatlacas y a mucha honra y venimos como quien dice a quitarle un grano de arena al desierto de la injusticia. (…) Conscientes somos de que en este territorio los de arriba engordan sobre los cadáveres de los de abajo, y cuanto más se roba más blanquita se pone la piel” (Aguilera Garramuño, 138) y culmina su discurso: “Los poderosos serán humillados y desearán cambiar sus lujos por el abrigo de perros sarnosos” (Aguilera Garramuño, 143). Evidentemente la violencia vertical también es de arriba hacia abajo en la jerarquía económica, pero en la literatura capitalina abundan más los ejemplos de abajo hacia arriba. Quizá porque uno de los leit motiv sea la desigualdad económica generada por la mala distribución de los recursos, el acaparamiento de la riqueza que no da muchas opciones de desarrollo personal ni profesional a las y los jóvenes de clase humilde, la mayoría sin estudios ni preparación laboral, quienes en casos críticos ven en el crimen su única salida: la puerta a una vida mejor o al menos sin tantas carencias. 

En conclusión, los textos de la literatura noir de múltiples maneras traducen y explican la realidad. Cada uno de sus autores están condicionados por el empirismo. Si la literatura refleja personajes sanguinarios, víctimas, persecuciones, violaciones y crímenes es porque eso coincide con el contexto donde estos autores viven. La Ciudad de México tiene entornos de pesadilla que a veces rebasan los límites de la nota roja y la posicionan como una capital noir.




BIBLIOGRAFÍA

AGUILERA GARRAMUÑO, Marco Tulio (2009) El imperio de las mujeres. Cuentos en lugar de hacer el amor. México. Ed. de Educación y Cultura

ALARCÓN, Orfa (2019) Loba. México. Ed. Alfaguara

BERGER, Peter; LUCKMANN, Thomas (1998). La construcción social de la realidad. Argentina, Ed. Amorrortu

BURGESS, Anthony (2015) La naranja mecánica. México. Ed. Booket

CAPOTE, Truman (1999) A sangre fría. España. Ed. Millenium

CHANDLER, Raymond (2014) Adiós, muñeca. México. Ed. De Bolsillo

CROSSTHWAITE, Luis Humberto; PELÁEZ, Ricardo (2017) El complot mongol. México. Ed. FCE

DE MAULEÓN, Héctor (2015) Roja oscuridad. Crónica de días aciagos. México. Ed. Planeta

FARÍAS, Iván (2016) México Noir. México. Ed. Nitro Press

GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (1981) Crónica de una muerte anunciada. México. Ed. Diana

HINTON, Susan (2013) Rebeldes. España. Punto de lectura

LEÑERO, Vicente (2003) Los albañiles. México. Ed. Joaquín Mortiz

MELCHOR, Fernanda (2021) Aquí no es Miami. México. Ed. De Bolsillo

OLANO, Magdiel “Exposición los “43 y el dolor”, grito de auxilio para la violencia en México.”, en Leviatán (6 de septiembre de 2021) (Rescatado 20.02.2022) https://leviatan.mx/2021/09/06/exposicion-los-43-y-el-dolor-grito-de-auxilio-para-la-violencia-en-mexico/

PEÑA, Hilario (2014) Juan Tres Dieciséis. México. Ed. Random House

RAMÍREZ, Armando (1986) Violación en Polanco. México. Ed. Grijalbo

UMBRAL, Francisco (1996) Un carnívoro cuchillo. España. Ed. Planeta

VÍLBOR, Ricardo; VENTO, Max (2019) El viejo y el narco. España. Ed. Panini Cómics

VV.AA. (2016) Después del desierto. Antología del nuevo cuento regiomontano. México. Ed. An.alfa.beta

VV.AA. (2007) Bogotá 39. Antología de cuento Latinoamericano. Colombia. Ed. Ediciones B

VV.AA. (2014) Latinoamérica criminal. México. Ed. Random House



[2] No es el único caso en México que una exreina de belleza asesina a sus hijos. En el mismo año que Evangelina masacró a sus pequeños, Claudia N., “la hiena de Querétaro”, se convirtió en infanticida.

[3] OLANO, Magdiel “Exposición los “43 y el dolor”, grito de auxilio para la violencia en México.”, en Leviatán https://leviatan.mx/2021/09/06/exposicion-los-43-y-el-dolor-grito-de-auxilio-para-la-violencia-en-mexico/

[4] “La terrible muerte de Casilda Martínez Vilcas conmovió al Perú entero. Se extendió la historia de que había sido violada y asesinada por ladrones salvajes. Lima es un lugar violento, y ni siquiera la Princesita de Huancayo estaba a salvo.” (VV.AA., 17). En Bogotá 39. Antología del cuento Latinoamericano (2007), compilada por Guido Tamayo, se encuentra el relato “Un día magnífico para atracar bancos”, del cubano Ronaldo Meléndez, otro descarnado ejemplo de narrativa noir en Latinoamérica. 

Crónicas para la ruta: «Las traes»


Crónicas para la ruta

Las traes

Alan Román




No me acostumbro a los guantes. Aprietan las manos y te recuerdan constantemente que no debes tocar nada, incluso cuando ya lo estás tocando. El barandal es más resbaladizo, y los escalones lucen limpios por primera vez, así que piso fuerte para no caer.

Coloco la tarjeta en el sensor y para mi sorpresa funciona. Buenos días enmascarados del chofer y míos. Hola de nuevo, diría, pero sería una indiscreción. Volteo a los asientos, la gran parte vacíos, no más de cinco pasajeros, todos con cubrebocas. Los asientos se veían viejos pero recién tallados.

Desde que subí noté a la mujer sentada en la primera fila junto a la puerta, una anciana con una gran cabellera que pasaba de gris a café débilmente, fija sus ojos en mí sobre una mascarilla azul cielo. Le sonrío y avanzo, había olvidado que también llevaba una, así que debió ser un gesto terrorífico para ella.

Siempre la persona que se sienta al frente del camión cumple el papel de juez, con una mirada desde gentil hasta déspota es el tercer testigo del intercambio de monedas, o de la colocación de la tarjeta en el sensor. Esa persona puede dinamitar cualquier titubeo entre el pasajero y el conductor, un monolito moral que ambos reconocen.

Avanzamos lentamente. Después de tantos meses el camino sigue siendo el mismo. Nos sentamos dejando espacios vacíos, algunos valientes sacan su celular sin temor a la contaminación de la pantalla. En la parada de la plaza Juventud 2000 sube un hombre con cubrebocas blanco de una sola capa, y filipina del mismo color, con logos orientales.

Se sienta en una fila desocupada de en medio, pegado a la ventana. Parece que ni el viaje ni nosotros hemos cambiado y todo irá tranquilo. Hasta que el hombre, con audífonos blancos recién puestos, tose.

La anciana voltea hacia atrás con una agilidad y elasticidad que Linda Blair envidiaría. Lo observa por encima de su cubrebocas, como queriendo que la vea. El hombre no quita la mirada de la ventana, moviendo la cabeza rítmicamente. Todo sigue en silencio entonado por el motor, hasta la llegada de dos tosidos más.

Después de unos segundos la señora voltea a verme. Las arrugas centraban su rostro hacia los ojos, claros, no de nacimiento sino grisáceos por el tiempo, con pequeñas venas saliendo de las comisuras a la pupila. Una mirada bella y llena de odio. Siento que desea correr hacia mí y matarme, aniquilarnos a todos para terminar con esto. Creo que cobra venganza conmigo, luego da una ojeada al resto de pasajeros, se gira de nuevo.

Escuchamos otro tosido en las últimas filas, pero es mínimo, parece más un suspiro trabado seguido de un carraspeo. De cualquier manera la señora, voltea, con la misma fuerza que la primera vez. Como un impulso conductista. Cuando sea grande quiero tener un oído tan fino como el suyo.

El resto de pasajeros comienzan a mirarse de reojo. Nadie más saca su celular, nadie se quiere arriesgar a que esté tripulando entre nosotros. No todos tienen guantes, pero igual, no aseguran nada.

El hombre vuelve a toser un par de veces seguidas que son suficientes para tener de nuevo la atención de ella. No la culpo, yo también temo, pues es tos seca, no cabe duda.

En la parada siguiente, los estudiantes de preparatoria llenan el resto de asientos. Cinco se quedan parados en el pasillo, sostenidos del alto barandal. Nadie se sienta al lado del hombre que sigue tosiendo ya con la frente enrojecida, hasta me atrevería a jurar que tiene sudor. Pero hay un estudiante frente a él, otras personas sentadas detrás, y un señor entre ellos y yo. Definitivamente no hay un metro y medio de distancia entre cualquiera de nosotros, por el contrario, hay muchos puentes humanos por los cuales correr.

Cinco tosidos más, el último de esta tanda con una fuerte reverberación en la garganta. Los espectadores de pie voltean a verlo, la señora ya no regresa a su posición natural, se masajea la cabellera que descansa en su pecho y lo intenta ahorcar con la mirada, pero el hombre, parpadeando constante, se mantiene con la vista afuera del camión y la cabeza recargada en su mano derecha. Algunos estudiantes ríen, fingen toser y se gritan el nombre del virus entre ellos. El resto de pasajeros nos mantenemos en silencio, pero alertas.

Los tosidos suben de ritmo, su respiración se corta, se ahoga, tiene que tomar el aire que corre por la ventana. Ahora los estudiantes también guardan silencio.

La señora murmura algo. No habla con nadie, se guarda sus opiniones para sí, dentro del cubrebocas, mientras sigue tejiendo su cabello. Puedes ahogarte en lo seca que es esa tos, y ella lo sabe. En cualquier momento se levanta y le exige al que se marche de una vez.

Pasamos el parque industrial y llegamos a la plaza donde está el restaurante japonés. El hombre de filipina camina por el pasillo y todos los pasajeros adjuntos se ladean hacia la dirección contraria, alargando su cuerpo para distanciarse y abrirle paso.

La mirada de la señora se relaja un poco. No está lista para morir, como nadie lo está, pero sigue viendo lentamente a los pasajeros, siempre por encima del cubrebocas, siempre con odio premeditado. Algunos carraspearon y yo comienzo a sentir un pequeño hormigueo por mi garganta ¿Quién sería el siguiente?

El perdedor bajó, pero el juego debe continuar.



Alan Román Méndez. Autor nacido en Baja California (1998). Estudió la Licenciatura en Docencia de la Lengua y Literatura en la UABC. En 2018 publicó su primer libro Testigos del Fuego, poemario de la editorial Pinos Alados. A lo largo de los años sus textos de narrativa, poesía y ensayo han sido publicados en espacios como Tierra Adentro, Sputnik, Neotraba, Efecto Antabus, Plástico Revista Literaria, Perro Negro de la Calle, entre otras.

El ascenso y caída de Oliver Stone



Jorge Tadeo Vargas |


“Creo que las películas están sujetas a miles de interpretaciones”

Oliver Stone

 

Si existe un director en la industria del cine que representa Hollywood capaz de navegar con la etiqueta de liberal, “izquierdista”, “progre” es sin duda Oliver Stone, quien desde la década de los setenta ha sido crítico, transgresor, sarcástico y un tanto incómodo en sus declaraciones contra la industria y la derecha que representa gran parte del cine norteamericano, en la que los republicanos tienen una fuerte influencia.

Sin llegar a tener una postura política tan definida en su cine como si lo hace Ken Loach -por citar un ejemplo de otro director incomodo-, Stone intenta confrontar a los espectadores con historias que los saquen de su zona de confort, no importa si esto lo hace desde una crítica a los conflictos bélicos, burlándose de un presidente o haciendo un homenaje a un enemigo declarado del gobierno de los Estados Unidos y parte de su población. Para él, lo importante es dejar clara su postura.

Una de las cosas que siempre ha dejado claro es que la guerra es una mala idea y que Hollywood gusta mucho de enaltecer al ejército norteamericano cada vez que tiene la oportunidad. Él hace películas que van hacia el otro lado, como deja constancia en su trilogía contra la guerra de Vietnam. Esta inicia con Platoon (1986) con la que hace una fuerte crítica a los roles de mando en el ejército, donde los de más abajo son quienes más sufren, es de donde salen los muertos. Algo que él conoce bien, pues es un veterano de esta guerra. Con la segunda película de la trilogía, Born on the Fourth of July (1988) habla justo de lo que significa volver de una guerra, especialmente de ésta que es considerada la mayor derrota del gobierno gringo. Una crítica dura, fuerte al trato que se les da a los veteranos. Esta película lo llevó a varias nominaciones a los premios Oscar ganando como mejor director. Hay que mencionar que esta es una adaptación de la novela de Ron Kovic del mismo nombre.


En 1993 con
Heaven and Earth cierra la trilogía. Basada en los libros de Le Ly Hayslip, When Heaven and Earth Changed Places y Children of War, en donde hace el recorrido de una mujer desde Indochina/Vietnam hasta su migración a los Estados Unidos mostrando todo el racismo, la violencia y el dolor de ser desplazados por los conflictos bélicos.

Para Stone es importante mostrar esta cara que va más allá de la idea que nos vende la industria de que en las guerras hay buenos y malos, cuando en realidad quienes las sufren son quienes no lo merecen.

Pero no es con esta trilogía que inicia su propaganda antibelicista, de hecho lo hace con su opera prima Salvador (1986) que le permitió comenzar su carrera en Hollywood y con la que hace una fuerte crítica a la política intervencionista del gobierno de los Estados Unidos, en esta ocasión en la guerra de El Salvador vista desde los ojos de un periodista norteamericano, que fue quien le paso los documentos a Oliver para que hiciera el guion y la película que tuvo dos nominaciones al Oscar, además de crear la imagen de director liberal y progre que mantiene hasta la fecha.

Con su tercer filme decide arriesgarse y hacer una crítica al corazón del capitalismo y sus prácticas no solo ilegales sino también contrarias a los derechos humanos, prácticas criminales. Con Wall Street (1987) toma un camino peligroso y denuncia al capitalismo contando una historia desde dentro, desde los propios villanos, pasando así también a criticar una década que se caracterizó por los excesos, por la culminación del neoliberalismo como sistema de gobierno hegemónico en el occidente que trajo como resultado todo el caos que vivimos actualmente.


En 1988 filma dos películas que se contraponen en su carrera, Talk Radio es tal vez su película más oscura y provocativa a la par que personal, pues el protagonista se parece mucho a Stone en sus declaraciones. Una película que puede parecer adelantada a su época por el odio y la señalización pero al final esto no es algo nuevo producido por las redes sociales como podríamos pensar o lo pensamos, éstas solo potencializan una actitud que ha estado presente en la historia contemporánea.

Un fracaso tanto en la crítica como en la taquilla que le pudo haber costado la carrera de no haber salido ese mismo año Born on the Fourth of July, que lo regresa a ser ese director crítico, pero desde el propio sistema y jugando las reglas que éste le da y hasta donde se lo permite. No por nada tuvo ocho nominaciones a los Oscar.

La última década del siglo XX la inicia con su primera película por encargo. Esta fue la biopic Doors (1991). Centrada en los excesos de Jim Morrison, es una película que lo único que tiene como rescatable es la sobresaliente actuación de Val Kilmer en el papel protagónico. La crítica no la trató muy bien y la taquilla menos, pero a Oliver Stone le permitió filmar JFK (1991) donde con mucha libertad creativa hace un recorrido conspiranoico del asesinato del presidente John F. Kennedy. Sin importar las inexactitudes históricas, con personajes ficticios, regresa a los años que más le obsesionan, un periodo bastante revuelto en los Estados Unidos y que vuelve a retomar con Nixon (1995) mostrando la caída de otro presidente en una de las décadas más revueltas de este país. JFK recibió ocho nominaciones a los Oscar, manteniéndolo como el director político e incómodo que la industria vendía.


Cierra el siglo con dos películas en las que más allá de las historias o los procesos decide experimentar a la hora de filmar. Primero con Natural Born Killers (1994) donde narra una caótica historia de un par de asesinos seriales bastante disfuncionales, una especie de Bonnie y Clyde (pos)modernos. Aquí juega con distintas formas de filmar, tanto en el uso de las cámaras como de la velocidad de grabación y los filtros, así como en las actuaciones de todos los involucrados. La suma de todo esto la ha convertido en una película de culto. La segunda en la que experimenta en las formas de filmar es Any Given Sunday (1999) donde se mete directamente con el deporte icono de los Estados Unidos: el fútbol americano, denunciando la corrupción, los excesos, las drogas, las formas de negociación en el que los jugadores son meras mercancías que no importan.

Con una historia donde el juego en sí es importante de mostrar, Stone decide cambiar la velocidad estándar de filmación de veinticuatro cuadros por segundo a treinta y dos con un resultado caótico, desesperante, lo que hace que esta película pase a ser una cátedra de cine a la par de que mantiene una denuncia al sistema capitalista gringo.

En medio de estas dos filma Nixon (1995), una biopic sobre la caída de este presidente y adapta la novela Stray Dogs de John Ridley que él tituló U-Turn (1997) donde hace una revisión del cine noir muy a su estilo.

Oliver Stone cierra el siglo XX en buena forma, aunque podríamos decir que sus ideas políticas iban pasando por una deformación y son justamente ellas las que no le permiten mantener una visión crítica, convirtiéndose en mero propagandista de ciertos personajes de la historia contemporánea.

Esto es claro cuando le da prioridad a su rol de documentalista-panfletario donde las buenas historias comienzan a perderse, salvo con la excepción de W (2008) en la que desde la comedia, la ironía y el sarcasmo muestra lo que en realidad fue el expresidente George W. Bush. Un títere sin idea y sin forma de gobierno y quienes en realidad mandaban lo hacían desde las sombras.

Aunque con Alexander (2004), Savages (2012) y World Trade Center (2006) intenta mantenerse haciendo ficción, sus documentales claramente sumidos en la idolatría a ciertos personajes, como Fidel Castro, como lo muestra en Comandante (2003) y Looking for Fidel (2004) o Hugo Chávez con Mi amigo Hugo (2014) no le ayudan a mantener su postura crítica, alejándole cada vez más de una posible cercanía a directores como Ken Loach.


Tampoco le ayuda mucho su biopic sobre Snowden (2016) o The Putin Interviews (2017). Si acaso la serie La historia no contada de los Estados Unidos (2012) y South of the Border es de lo más rescatable que tiene en toda su producción de esta década, en la que prioriza la propaganda sobre la calidad del cine y tristemente deja la experimentación que iba mostrando cuando filmaba a finales del siglo XX.

Stone fue capaz de denunciar los horrores de la guerra -el antes y el después- y ridiculizar la idea de la familia nuclear y ejemplar, el sueño americano, los excesos del capitalismo y los crímenes de este, sin embargo es víctima de su propia ideología y una pobre formación política, lo que no le permitió convertir la propaganda en una obra completa cayendo en el panfleto. Al final no ha sabido cómo manejar esa dualidad de la denuncia y la creación desde los límites de la industria del cine, prefiriendo convertirse en un simple propagandista.

Sin embargo su legado -hasta el momento de escribir esto- es lo importante pues hace una radiografía de lo que fueron los últimos años del siglo XX, no en balde en su película más arriesgada como lo es Natural Born Killer deja una línea de diálogo que puede resumir la realidad en que vivimos desde hace décadas:saben la diferencia entre el bien y el mal, solo que no les importa un carajo y esta línea vale más que toda su propaganda actual pues es el reflejo de lo que fuimos, somos y seremos como sociedad.



Desde el exilio en Ankh-Morpork


Jorge Tadeo Vargas, escritor, ensayista, anarquista, a veces activista, pero sobre todo panadero casero y padre de Ximena. Está construyendo su caja de herramientas para la supervivencia. En sus ratos libres coordina el Observatorio de Emergencias Socio-Ecológicas

Letrinas: Maurilio


 Maurilio

Samanta Galán Villa


En memoria de Maurilia.


Ahí está. La misma cara de arrepentido, el mismo perdóname Cariño, perdón. No sabes lo mal que me siento, soy un bruto. Es que no sé qué me pasa. Te juro que cuando tomo no soy yo. Tú me conoces. Ya sé que no me vas a creer y que quieres agarrar pa’la casa de tu mamá, pero espérate. Mira lo que te traje. Apoco no está bien chistoso. Lo vi en un puesto del mercado. Me lo dejaron barato porque está enfermo. Yo creo que con un té de hierbas lo vas a curar. Como no te gustan los perros y te hace llorar el pelo de gato, con este no hay pretexto. Así no te vas a sentir sola cuando me vaya a trabajar. Ya sé, Cariño, ya sé que irme con los amigos no es ningún trabajo, pero ya deja de chingar. Ahí vas de nuevo con tus reclamos de mierda. Pues allá tú si no lo quieres y lo tiras a la calle. Loca. Cariño no dice nada cuando lo ve salir. Mira al animal echo bola envuelto en periódico. Es blanco, nunca ha visto algo que se le parezca. ¿Y para qué quiere ella un animal de esos? Si apenas puede con las tareas de la casa, con la comida que tiene que estar lista para Martín cuando regrese de la calle, con la ropa ajena que tiene que entregar planchada a las cuatro en punto. Ni siquiera sabe cómo se llaman esos animales tan raros, tan exóticos, como les decía su prima Isabel a los pavos reales que tiene en el jardín bardeado con piedras amarillas. Deja al bicho y agarra los montones de ropa que no se van a lavar solos. El ojo ya no le duele igual y el mareo de anoche la dejó por fin tranquila. Asoma de vez en cuando la cabeza por la puerta del patio para verlo. Será macho o hembra o a lo mejor las dos cosas. Sabe que hay animales que no necesitan de otro para tener cría. Esos animales tienen un nombre, pero no lo recuerda y al fin y al cabo qué importa. En una de esas se abre. Tiene la cara chiquita y rosa, los ojos rojos y una trompa. Sus piecitos caminan por el sillón como queriendo escalar, pero criatura, te vas a caer, bájate de ahí. ¿Y a ti cómo te agarran? Si estás lleno de espinas, Dios mío. Ni unos guantes de hule hay para echarte en una cubeta. A ver, ay, si sí duele. Ayayayay. Es como agarrar un nopal sin pelar. El animalito se hace bola de nuevo y su respiración se agita, bufando, amenazando con el aire que entra y sale, moviendo las espinas como si fuera a reventar. Si ni te puedo acariciar, para qué quiero una mascota así, que no sirve para nada, ni para traerte un ratón muerto, ni para ladrarle a los rateros o a los chiquillos que juegan en el patio y que le pegan a la puerta con el balón. Va al quehacer con la duda de si ya se volvió asomar. Está bonito, es un animal diferente. Tiene los ojos redondos y la colita pelada. Qué será. Qué comen, se bañan o qué.  En el reloj apenas van a ser las diez. La ropa se va a secar en una hora o dos si le apura. Tiene tiempo de ir y regresar. Cierra la llave y va por una toalla.  Intenta acercarse y se da cuenta que debe parar cuando la bola de espinas bufa como toro cuchileado. Avienta el trapo y lo envuelve para meterlo en una bolsa de malla. Qué milagro, mira nada más cómo vienes. De nuevo maquillando los moretones. Piensas que lo disimulas, pero es que ese color de base no te queda. Eres más morena. Por qué lo aguantas, por qué no lo dejas solo para que se muera de hambre y te sepa valorar, mujer. Mira que sin ti no es nadie. Y tú ahí, de mensa, soportándole todo. ¿Qué es eso? Qué animal tan feo. A ver, podemos buscar en mi teléfono. Pero no te hagas la sorda cuando te digo que un día de estos vas a aparecer muerta en un drenaje. Cuídalo mucho, aunque se ve que esos animales no duran. Si quieres te puedo regalar uno de los pavo reales, si lo puedes mantener. Aprende lo básico sobre el animal. Toma la bolsa y como puede se quita de encima los regaños de Isabel que ya tenía abierto el portón del jardín para enseñarle las flores y las aves tornasol. La escucha decir a lo lejos que se cuide, que aprenda a cuidarse ella misma. Pollo sin sal, atún en agua, grillos, tenebrios. Pollo sin sal, atún en agua, grillos, tenebrios. Pollo… abre la puerta y la recibe un golpe en la cara. La bolsa cae a un lado y Martín la patea como balón. Cariño siente lo metálico en la garganta, el ardor de la sangre que pasa como remedio. Martín la empuja y se monta sobre ella. El cuerpo endurecido apesta a alcohol, las manos callosas que le recorren las piernas, que le bajan los calzones a fuerzas, el mismo miembro empuñado que entra por donde quiere. Los dedos que le tapan la boca y que no puede morder porque ya sabe que el castigo será peor, que mejor flojita y cooperando, mamita. Bien que te gusta, no te hagas. Si no quisieras que te cogiera así no te pondrías tus vestiditos flojos y sin brasier. No grites porque ya sabes que te toca tu chinga. A gritar con el cabrón que fuiste a ver. ¿Crees que me ves la cara de pendejo? Sé que tienes un amante. Pues a ver si él te coge así. Los pujidos le avisan que ya terminó y que se va a quitar para quedarse en el suelo, con los pantalones en las rodillas, roncando. Cariño mira la bolsa de mandado y el alfiletero ya no está. Lo busca con la mirada, entre las patas de los sillones y de la mesa, atrás del garrafón, entre los zapatos de Martín, hasta que encuentra los ojos rojos asomándose entre las cortinas, moviendo la nariz como si buscara para comer pollo sin sal, atún en agua, grillos o tenebrios. Cariño se levanta con el conocido ardor entre las piernas. Va al baño a limpiarse las lágrimas y la sangre de la nariz. Se lava, se mete los dedos para que salga el veneno. Revisa bien el nuevo golpe que debe tapar con maquillaje. Le angustia la idea de tener a otro en la casa que debe proteger y que necesita un nombre, pero cuál. Quisiera que me recordara algo bonito, como aquel chamaco que conocí en la primaria. Tenía unos ojotes y el cabello de hongo. Maurilio, se llamaba. Bien guapo el niño. Me sentaba junto a él y olía a leche. Nos contó que le ayudaba a su papá a ordeñar y repartir antes de llegar a la escuela. Muy educado, a veces me regalaba dulces. Maurilio, dónde andarás. La bola blanca sigue escondida entre las cortinas, moviendo la nariz y las patas de un lado a otro. Cariño se acerca hasta él y no corre, se enrosca y bufa. Pero qué daño vas a hacer, qué cosa vas a lastimar con esas espinas, criatura. Eres tan chiquito y cualquiera te puede patear como este desgraciado. Tan indefenso, tan haciéndote el bravo con esas espinas, pero yo no te tengo miedo y te voy a asar unos muslos que hay en el refri. No te voy a dejar morir, Maurilio. Un pollito asado todo lo cura. Lo agarra, quejándose por el filo de las puntas, va a la cocina, abre el refri y saca los muslos que sin sal no le saben ricos a nadie y seguramente tampoco al animal, pero qué hacerle. La sal los enferma, la sal es veneno porque se llenan de tumores si no se les da el pollo desabrido. Maurilio se acostumbra a ella y a la casa, al olor del alcohol y de la sangre. Ya no se envuelve cuando escucha el llanto de Cariño y le cuesta menos abrir la trompa para pasarse el té de cuachalalate, tan bueno para el cáncer, la gastritis y problemas del corazón. Y ella, cómo lo quiere, cómo le pesa no poder deshacerse en abrazos y en besos con el espinoso. Se conforma con que le camine por los brazos, la barriga y por las piernas. Sí, muy bonito y todo, pero con qué le compro sus tenebrios, con qué quiere que le traiga las latas de atún si no es con el esfuerzo de estas manos. Mira que si no las tuviera curtidas, me dolería un chingo cuando no te dejas agarrar y te haces bola. La mañana es tranquila. Todas las mañanas donde no tiene qué limpiar los orines del piso o la basca de Martín. Como un pellizco en la piel, se asusta con el portazo, el hipo de su marido que siempre sí decidió aparecer. Mentadas de madre, las sillas que vuelan por el aire y caen al piso. Un golpe seco. Cariño corre hasta la sala y mira a Maurilio entre las sillas, con el blanco interrumpido por manchas rojas. Rojo como los ojillos que la miraban escondido entre la ropa sucia, entre los muebles o las sábanas bordadas por ella misma. El rojo que le deja Martín siempre que la encuentra y lo mancha todo de rojo salvaje. El doloroso rojo carmín. ¿Qué hiciste, hijo de la chingada? Malnacido, miserable. Martín la mira y luego al animal que ya no se enrosca con los gritos ni la corretiza. Cariño siente que se le viene algo de adentro, un caballo que se despotricó y que quiere írsele a las patadas. Martín la toma de las muñecas y ella lo muerde, lo patea, le escupe en los ojos y se zafa. Abre la puerta del patio y se esconde entre la ropa del tendedero, entre sus cabellos que vuelan con el aire y las lágrimas que los humedecen. Martín en su beodez no logra quitar el pasador y cae hacia atrás, como cuando termina. Cariño se asoma por el vidrio esmerilado y ve que no hay peligro, que no hay quien pueda levantarlo a esa hora. Saca las llaves de la bolsita del vestido y abre. Le pisa una mano a Martín y no hace caso de la queja. Toma a Maurilio, todavía tibio, la sangre que le escurre de la boca y que ya le ensució la pancita aguada, la pancita llena de pelo delgado y suave que pocas veces pudo tocar cuando estaba vivo. Lo toma entre los dedos y mece, desbordando la presa que se ha aguantado, descosiendo el lazo que creó con el animal y que tanta alegría le dio en los días que pasaron juntos, viendo las novelas en el tres, ella cuidando no usar perfumes o cremas con fragancia para que se acostumbrara a su olor, apurada porque ya se cayó del sillón y dónde te metiste, no te vayas a perder porque te puedo pisar sin darme cuenta. Tómate el tecito para que no te mueras, para que me acompañes a lavar. Cómete el atún para que no enflaques y sigas corriendo por ahí. Se lo dijo a ella misma muchas veces, que el sentimiento se acaba y basta un momento de descuido para que le arrebaten a uno el amor. Igual que Maurilio que de un día para otro se cambió de escuela y no lo volvió a ver. El animal se enfría y ella intenta calentarlo sobándolo con la palma de las manos. Mira al borracho que ronca como un animal pantanoso. Que nunca le dio nada. Que ya no le produce risas ni ganas de caminar por la avenida agarrados de la mano y que ya no la mira con los ojos embobados cuando le dice te quiero. Se levanta del suelo y camina hacia la calle. No cierra la puerta, no le responde a la señora del restaurante que ya viene por los manteles porque las mesas peladas se ven bien tristes. Camina y sigue hacia delante sin bajar la vista que arde con el sol.



Samanta Galán Villa (Moroleón, Guanajuato,1991) textos suyos se publicaron en medios como la Revista Pez Banana, Revista Estrépito, Sputnik, Neotraba, Monolito, Low-fi ardentía y en el periódico oaxaqueño El Imparcial. Actualmente, lleva un diplomado en Literaria, Centro Mexicano de Escritores y forma parte del taller de novela corta del escritor Eugenio Partida. Recientemente se publicó su primer libro de cuentos 'Amorfismos' (2022), con editorial La Tinta del Silencio.

Canto 105, un paseo existencial con Ay Gregorio!




Muchas veces el último refugio para nuestra salud mental es una caminata por el mar, un lugar donde siempre se puede reflexionar sobre lo que nos impide tener descanso. Canto 105, el nuevo sencillo de Ay Gregorio, es una canción ideal para acompañar esos andares existenciales.

Con una lírica que nos va compartiendo ciertos pasajes del compositor sobre las altas y bajas de la vida, esta “balada bohemia” nos hace entrar en un estado contemplativo-reflexivo gracias a su formato acústico, mismo que te hace imaginar que tienes al autor junto a ti interpretando el tema.

Si bien la primera parte de la canción nos cuenta una historia de dolores y nostalgia —emoción que Gregorio ha compartido en composiciones previas—, Canto 105 cierra transportándonos a una noche de fiesta bohemia donde el tiempo deja de importar y el baile, los tragos y los amigos nos hacen sentir que los límites se han evaporado.

De acuerdo al músico ensenadense, esta es la primera canción que graba de forma autónoma en formato casero, si bien la mezcla y máster estuvieron a cargo del músico paceño Paulo Piña, “un gran compositor y productor de géneros que integran folk, rock y pop, quien tiene toda nuestra admiración y con el que nos sentimos muy honrados de poder trabajar en este sencillo”, en palabras de Gregorio.

Ponte tus audífonos, prepara tu próximo destino y date una vuelta por el nuevo canto gregoriano de Ay Gregorio!




Letrinas: Mundialista XXII



Mundialista XXII
Izhar León

 

A Leo Messi, argentino; con el número diez en la espalda y el brazalete de capitán, llevó a su selección a ganar la Copa del Mundo; ganó, además, el trofeo al mejor jugador del torneo.

  




Con el rayo, con la fuerza de los galgos hambrientos todas

leguas recorridas de Rosario a Catar,

todas posibles latitudes pintadas de fútbol,
 
todos corazones marcados por los sueños de uno
 
que sueña lo que todos quieren: el amor en tiempos de ceniza.


Pero antes fue el incendio por tres años, la derrota,
 
el olor quemado, su sabor como fuego

estancado años en la lengua del glorioso.

Así se aprende la victoria, su arduo laburo:

tallar madera con las uñas a pesar de la sangre,

trazar con el pie izquierdo trayectorias obsesivas.

La victoria consiste en el repique,

en levantarte de los goles

y los golpes asestados en tu contra.


Difícil camino porque no existe:

¿quién contra los árabes diría la derrota?

Si bien sufrido es el torneo que señala la grandeza,

¿no el dolor, por contraste, acrecienta la victoria?

Cada triunfo de pronto se vuelve irremediable,

un ave envuelta en la destreza de su vuelo

que se posa en la rama de un naranjo:

vuela a la medalla: un sol que se detiene en el rostro del cielo,

levando temperaturas

y sudores a ras de cancha:

ojo que es el mismo de entonces y de ahora, infalible testigo

de los cuerpos yacidos en Malvinas, de la voracidad trasatlántica

que aquellos anglos profesan envilecidos:

¿cuánto sur se llevarán al norte?


¿Cuántas almas apenas retoñando

harán migrar a páramos lejanos?

El sol, estelar estatua,

vio secarse la carne perforada de balazos

que fluía como el Río de la Plata

privatizado quizá por una empresa

puesta a embotellar su agua cristalina

en precios que se elevan

o a utilizarla en el vicio de la soda;

y es que un río es todos los ríos,

todas las venas de celeste sangre

yacidas también abiertas en la tierra,

secándose, como los cuerpos de mis hermanos argentinos

de allá de mil novecientos ochenta y dos.


Y, ¡ay, mamita, qué golazo¡,

que en las canchas de México,

cuatro años después,

se vio al diez argentino tomar el balón

desde su mitad del terreno,

desde esa pobreza ultrajada

que es común en nuestro pueblo,

y dribla en control orientado a uno,

pisa el esférico y baila sobre él

para librarse de otro

y los ingleses no lo alcanzan,

se va a la izquierda, ¡adiós!,

a la derecha, ¡olé!,

un poco más a la derecha

y hasta luego el portero

y le quiebran el tobillo pero no importa


porque ¿a qué sabe un gol

si no al dulce corazón

volviéndose a la boca?


¿Qué es ese movimiento de la red

si no el salto incontenible de la hinchada?

Esos hinchas son los mismos de siempre:

hombres de cada día cuyo despertador suena

a las cinco o seis de la mañana,

que van a la mina, a la oficina,

en fin, que congregan la razón del hambre

y la mirada inocente de los críos

para marcharse al laburo

e iniciar de nuevo esa negra melodía

que componen el quebrantamiento de huesos

y el crepitar de células cerebrales

en una repetición idiota.


Y quizá también alguno de esos hombres,

ojos de sol puestos en la cara,

pueda confundir en la cancha

los botines del año ochenta y seis

con los que ahora también vemos

levantar la Copa del Mundo,

conocer su peso, el de la esperanza

de todos los aficionados,

la sonrisa, el éxtasis de estar vivo,

el paréntesis en medio de la sangre y la escasez

que también es la tarde,

después del colegio y los deberes,

en que los niños salen a jugar al fútbol,

con todas las reglas oficiales

y las inventadas del barrio,

con las alineaciones imperfectas

y el balón y los botines que en el juego

transmutan en los de más alta categoría,

y uno o dos o todos quieren ser Messi

y escriben en la remera, con rotulador indeleble,

su nombre y número específicos.



Izhar León (Tuxtla Gutiérrez, Chis., 2004) estudia en la Universidad Autónoma de Chiapas la licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericanas. Textos suyos se han publicado en la revista digital Carruaje de Pájaros.

Iván García y Los Yonkis: componiendo la vida desde el underground poblano


Iván Gutiérrez | Foto: Gema Moreno |


Si uno deambula por el centro de Puebla y tiene la suerte de llegar a la cantina correcta, es probable que entre letras, callejones y mezcales se encuentre a Iván García, músico poblano que tras varios años de practicar el arte de crear canciones ha logrado perfeccionar la composición de relatos de folk, hermanando la poesía y la música en una decena de canciones que hablan de todo un poco: el amor, la muerte, los amigos, la ciudad, la música, el underground, la soledad. Prepárese un buen trago y adéntrese con nosotros por los recovecos de este gran compositor y su full band Los Yonkis.

 

¿Si tuvieras que tomarte un último trago, éste sería de mezcal, whisky, ron, tequila o cerveza?

Difícil decisión… yo creo que me tomaría un vodka tonic.

Hacemos esta entrevista desde Baja California. Si tuvieras que presentarte con la banda de por acá, ¿cómo lo harías? ¿Quién es Iván García, qué hace, a qué se dedica?

Les diría que soy un cantautor con casi 15 años de trabajo. Me identifico como un cantautor alternativo, en el sentido de que he ahondado en muchos estilos del lado de la música alternativa, abarcando desde el rock clásico hasta psychobilly, new-wave, post-punk. Tenemos tres discos con grabaciones que se han concentrado más en el folk, que es el género que más me gusta. Yo empecé haciendo rolas por Bob Dylan, ya después me entró lo más oscuro.

¿Cómo empezaste en el arte de hacer canciones?

Tenía una guitarra… y aprendí a tocar con cancioneros. A pesar de que estudié en el Conservatorio de Música de Puebla, cursé un año de guitarra, y nunca lo aprobé. Es una escuela muy ortodoxa, dirigido a entender la música académica, no hay nada de armonía moderna ni de composición. Estuve ahí, aprendí a solfear, y la guitarra la aprendí a tocar con los cancioneros que vendían en los puestos de periódicos. Entonces empecé a imitar armonías que veía eran constantes en las canciones populares, y les empecé a poner letra.

También me adentré en la canción de autor, con Luis Eduardo Aute o Serrat, pero nunca me encantó este lado de la trova, me caía muy gordo. Entonces conocí al cantautor Carlos Arellano, de aquí de Puebla, nos hicimos amigos por nuestro gusto común por Dylan, y empecé a experimentar más con este tipo de letras que hablaran más de la cotidianidad, de la calle, sin caer en lo urbano, que es más crónica. Más bien una cuestión intimista, inspirado por músicos como Tom Waits, Leonard Cohen.  

¿Cómo surgió la idea del álbum de X?

Es un disco que festeja los diez años de la banda, pero llegó pandemia y se retrasó su lanzamiento. La idea nació porque amigos, colegas, me decían “me hubiera gustado componer esta rola o grabar una versión”, y dije bueno para el festejo vamos a hacer eso: que cada quien se aviente su versión. Es una selección en su mayoría poblana, pero también hay otros amigos foráneos como Gerardo Peña, Lázaro Cristóbal, Paulo Piña y otros más.

Me parece fantástico que hayan reunido a diferentes intérpretes y bandas y que cada uno logré ponerle su sello característico a cada canción. ¿Tenías en mente eso?

Creo que este álbum habla de la versatilidad que tienen mis canciones. Hay composiciones que muchas suceden en mi cabeza, y a la hora de materializarlas, no suenan como uno cree. Por eso es muy importante esta onda de la producción, que igual como artistas independientes muchas veces carecemos de recursos para lograrlo, tenemos que ingeniárnosla. En el caso de X, hay canciones que son más parecidas a lo que tenía en mi mente que lo que salió en algún momento, y otras que le dieron completamente la vuelta a la canción. Esa es la belleza de la canción, que puede ir para muchos lados.

Me parece que todas las grabaciones en ese álbum lograron ponerle ese toque de inspiración para querer cantar las canciones, ¿desde que escribiste estas rolas tenías ese efecto en mente, o fue algo que se dio, digamos, por sí solo?

Es parte de mi sello, mis canciones tienen una estructura popular, muy pop. Hace poco toqué en Ciudad de México, y me fue a visitar un querido amigo, Perasalolmo (Andy Mountains), y me dice “tú no haces rolas, haces himnos”. Y no lo digo exaltándome, es algo que me han dicho mucho, porque la gente los hace suyos, y hago coros para cantarse, que hace que los conciertos sean tan lúdicos.

La melodía de 'Panteón' me parece genial, como que te adentra en esa sensación de melancolía desde los primeros segundos de la canción. La letra a su vez es increíble, tiene sus momentos de vida y muerte, ¿cómo y cuándo nace 'Panteón'?

Hasta hace unos años componía solo con resaca, me daba una lucidez maravillosa, entre botellas, hambriento, sediento, ceniceros llenos. Panteón nace de esas vivencias, habla de un estilo de vida hedonista y destructivo.

La muerte es algo muy presente en tus canciones, me imagino por tu coincidencia con autores de literatura y filosofía existencial, ¿qué es lo que más te llama la atención de este tema?


Son los tópicos más comunes de la literatura. Toda la vida me ha gustado leer, y nunca lo he hecho por lampareo, es un gusto que tengo, y en la literatura esos son los tópicos que más he encontrado, el amor, la muerte… los aspectos sociales, aunque ese lado siempre me ha fallado. Esto no quiere decir que no tenga una postura política, pero siempre he pensado que es complicadísimo escribir canciones sociales, muy complicado no caer en lo panfletario.

A pesar de no meterte mucho en lo social, tienes esta canción de “La Resistencia”…

Es una canción inédita, nunca la he grabado, sólo existe en X. Los compas de Rockercoatl, mitad tlaxcaltecas y mitad poblanos, tienen una banda de metal en náhuatl. El acordeonista toca conmigo y cuando escuchó esta canción me dijo, “oye, por qué no nos das esa rola…” y le dije va, claro, y quedó en este disco.

Tengo otra social que se llama “En algún lugar del cielo”, en el Sal Paraíso, dedicada a los desaparecidos. Pero sí me cuesta mucho, admiro a gente que lo hace maravillosamente, como León Chávez Teixeiro, o por ahí Israel Belafonte me parece que tiene rolas muy chingonas.

Hablemos de Ciudad Soledad, esta contradicción urbana, ¿para quién fue compuesta esta canción, para quién es esta invitación?

Para mí es un tema muy común hablar de mi ciudad, porque estoy muy enamorado de ella. Entonces es una frase que digo mucho, porque mis amigos se enamoran de su tranquilidad, su gastronomía, su clima, y siempre me dicen “me gustaría vivir en Puebla”… y les digo “ven a vivir en Puebla”, es un cliché mío, invitarlos.

Esta canción sale a media pandemia, salía a ver a una amiga, me iba en mi moto cruzando la ciudad y era maravilloso, espeluznante y poético, no había nadie en el centro… era hermoso, y se me ocurrió esa frase.

¿La frase “por el amor de mi parvada he terminado enjaulado” es ficción o no ficción?

Todos hemos tenido ese lado oscuro… pasaron varias veces por diferentes situaciones, es parte de lo emocionante que es vivir, de romper las reglas… Nunca me imagino haber sido una persona muy en el “statu quo”, siempre fui un tipo raro, como dice la rola, me he metido y me sigo metiendo en problemas, la vida contracultural.

¿Qué opinas del fenómeno contracultural en los tiempos posmodernos?

Es muy complejo, nos daría para un debate. Ahorita con todo este rollo del reguetón y los corridos tumbados, es complicado saber qué es la contracultura, porque si bien es cierto que estos géneros hablan de temas que eran tabú, como el sexo, la violencia, y que ellos los están sacando de donde estaban escondidos, también es verdad que es música de establishment.

Tú pasas por una construcción y los albañiles están oyendo a Peso Pluma, pero también los chavos fresas de Angelópolis lo escuchan, es la música que se oye en todos lados. Entonces no sé si eso sea contracultural, porque está establecido, está de moda, su nivel de masificación es devastador… pero en cuanto a temas puede que sí guiñen con lo contracultural. Es complicado, como te digo, un tema que hay que platicarlo con unos tragos.

¿Hubo un tema que fuera tu favorito de este álbum?

Hay varios, para mí todos tienen una aportación magnífica. Hay unos que me llegan ahorita de rápido, diría que Panteón la versión de Sinuhé García, me parece propositiva, porque habla de esa otra parte de la canción, porque la rola habla de los excesos del lado festivo, cuando en realidad también hay una cruda moral, que es como esa parte que versionó Sinuhé. La de Grito, en versión ska de Los Marginados, me parece sensacional, está chido porque están dando la canción a conocer. Obviamente todas las canciones me gustan, son mis hijos, pocas mamás dicen que sus hijos son feos; en mi caso igual, todas las veo hermosas. 


¿Por qué la frase “si un día pretendes escribir, entre lobos tendrás que vivir”, en la canción de Ajedrez?

Creo poco en los escritores de escritorio, creo más en los escritores vivenciales. Alguna vez pensaba en un cuento de Vargas Llosa, “Los Cachorros”, que habla sobre la onda de los rebeldes sin causa, los 50s, y nunca se la creí.

Creo que es importante eso, que las canciones tengan óxido, víscera, por lo menos hacerle como Solá, que se iba a las cantinas a escuchar de qué hablaba la gente. De eso trata ese verso, de que hay que vivir para escribir.

¿Qué viene para Iván García?

Estoy pasando por una situación de análisis… ya tengo escrito todo el próximo álbum, tengo ya los músicos… estoy en la parte de entender cómo lo vamos a producir, de qué manera le vamos a dar ese sonido que traigo en la cabeza. Es un disco complicado para estos nuevos estándares comerciales, pero me parece que, como te digo, siempre me ha gustado ser propositivo en este lado de hacer lo incorrecto: soy un necio y lo voy a publicar así como lo tengo en la cabeza.

Estoy en esa parte, donde ya estoy dando últimas pinceladas, de a diario lo toco, de a diario me gusta, es una lista muy larga donde tengo que hacer la selección. Espero que ahora que vea a todos mis carnales en el Festival Resistencia, puedan ayudarme a elegir y a resolver un poco esto que tengo en la cabeza. Creo que siempre, siempre hay que ayudarnos con los amigos, sobre todo gente con la que te sientes identificado musicalmente.

Dos cosas que te gusten y que no te gusten de Puebla

Me encanta el centro, arquitectónicamente es bellísimo, he andado en muchos centros borracho de noche, y ninguno tan maravilloso como el de Puebla. Otra cosa que me gusta son los tacos árabes, es mi comida favorita, es un taco delicioso y aparte es el papá de los tacos al pastor.  

No me gusta todavía este apego tan grande que tiene el poblano a la religión, son ultra católicos, son de derecha, conservadores. Otra es… esto del público poblano, es complicado, no es como el público de otras ciudades que se parten la madre por su escena contracultural, aquí está muy segmentado y aparte no son tan apasionados. Sí hay banda, hay público acérrimo, pero, por ejemplo, en Ciudad de México hay una pasión por la música de otro tenor. Aquí en Puebla la hay, pero no a esas magnitudes, somos más parcos, tibios…

Si Iván García fuera una película, ¿cuál crees que sería el género y de qué trataría la trama?

Me gusta mucho el terror, pero por lo cursi y romántico que soy, me gustaría ser una película de Jim Jarmusch, algo en blanco y negro, que tenga tragos, taxis, ciudad, y algo terrorífico por ahí, algo de novela negra.


Letrinas: Post-Estridentismo



Post-Estridentismo


Alejandro Barrón

 



En Reforma, casi llegando a Bucareli,
hay un teléfono público
-sin auricular / lo han arrancado brutalmente-
con un mensaje escrito muy grande a rotulador:
QUITEN ESTE ESTORBO


¿Quién escucha la radio?
Los habitantes del Panteón de Dolores


¿Quién mira la TV?
Los foros están vacíos, desmantelados
las risas enlatadas duermen su justo
descanso rellenando algún parque de Ciudad Neza
acompañadas por manos huesudas de cadáveres desconocidos
traídos desde los derrumbes de la memoria


Los hilos del telégrafo fueron cortados, amontonados
en la bodega polvorienta de un edificio del Centro
que se derrumbó durante el terremoto del 85,
o que fue demolido después del terremoto del 85,
o que no se derrumbó ni fue demolido, y fue seccionado,
y alberga en sus entrañas un pasaje comercial,
o consultorios, u oficinas, o habitaciones improvisadas para
organilleros, vendedores callejeros de libros y asesinos solitarios


¿Quién escribe cartas?
Maples Arce, Vela y List Arzubide hace mucho tiempo que
ya no andan incendiando las calles


Bolaño y Santiago Papasquiaro, tampoco:
A Papasquiaro lo atropellaron y
a Bolaño le debemos un hígado


En una barda de Copilco alguien escribió:
LA DECADENCIA JAMÁS PASARÁ DE MODA
y luego se tiró de un puente


¿Quién lee los periódicos?
¿Adónde se fueron los voceadores?
manos marchitas manchadas de tinta


De vez en cuando gente anónima deja
ramos de flores a medio marchitar,
a un lado de cualquier carretera solitaria de Sonora,
en memoria de Cesárea Tinajero y de Nellie Campobello


De madrugada la voz del Gallo de Oro
suena en alguna lejana e infecta bodega fronteriza y
retiembla en sus centros la tierra


[La ciudad es otra
la ciudad tiene vida propia
la ciudad sucumbe
muere y renace a diario,
con cada semáforo en verde


El ruido está adentro
viene de abajo
y
explota ruge grita
su algarabía es lavada por la lluvia
el agua moja los cables chamuscados
del vagón del metro inservible
convertido en chatarra por
el último estallido


Sus fantasmas piden una moneda
en cada esquina
para comprarse un café
y un boleto de trolebús
para volver a los sitios
a los que nunca pertenecieron]


El local donde estaba el Café de Nadie
es ahora un restaurante de hamburguesas
que sólo alimenta al monstruo gentrificador


Quetzalcóatl viaja en metro y
en horas pico


Las cenizas de Cantinflas llevan años
fugándose por un orificio de su urna apolillada
dentro de aquella cripta imponente
que nos sobrevivirá a todos;
los bustos de bronce de Pedro Infante y de María Félix
han sido robados o han tratado de ser robados de sus tumbas
para ser vendidos por kilo


La Llorona viaja en el último pesero exhausta
no le da la no-vida para andar apareciéndose
en tantos videos virales


Tanto temblor algún día hará emerger
de sus clandestinas fosas
todas las pirámides
todos los adoratorios
todos los dioses
-todos los cráneos atravesados por obsidiana o arcabuz-
gloriosos habitantes de la vieja ciudad
cuyo corazón
late más fuerte que nunca.


El mole de guajolote hace mucho que se enfrío y
se echó a perder,
pero ahí están las Kekas de Doña Mary,
en República de Brasil esquina con República de Cuba,
que no se rajan.


                                                                     OK Google.

 


Donostia-San Sebastián, abril de 2023

 

 

 

 

 

Alejandro Barrón (Tepic, Nayarit, 1987) es narrador, poeta y editor. Estudió Comunicación. Ha publicado las plaquettes de microrrelatos Patrañas (2014), Desquiciados (2016) y Mozalbetes (2017), así como los libros de narrativa breve Pinche Malena (2016) y Tragedia en cinco actos (2018) e Inventario de máquinas inútiles (2021). Su trabajo narrativo y poético ha sido difundido a través de antologías, revistas, diarios y sitios electrónicos de México, Chile, Perú, Colombia y España, tales como Letralia, Elipsis, Playboy México, Punto en línea (UNAM), Diario Sur de Málaga, Papenfuss, Brevilla, La Vanguardia, Letras de Chile, Plesiosaurio, El Espectador y Estación Poesía (Universidad de Sevilla). Como editor ha creado e impulsado las plataformas editores suicidas y BUCARELI, las cuales están enfocadas en la difusión de autores noveles. En 2018, tras residir más de siete años en la Ciudad de México, decidió mudarse al País Vasco.

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