Crónica: Más allá del agua se encuentra Durango




Por Iván Gutiérrez

Esta crónica musical tiene como hilo conductor la exploración de la ciudad de Durango, guiada por la curiosidad de saber si este lugar es, como canta Lázaro Cristóbal Comala, un destino triste donde los suicidios son una constante. En el camino el lector encontrará una entrevista con este compositor en el Bar Belmont, una cobertura narrativa de su concierto en el Teatro Victoria y un recorrido por otros rincones de la ciudad que son parte del universo lírico de Lázaro.


POR EL BOULEVARD FRANCISCO VILLA. “CUANDO ME VINE DE PUEBLA”

“De Durango salió Guadalupe Victoria, el primer presidente de México, y también Pancho Villa; ahora que andes por acá lo vas a ver por toda la ciudad”. Así el conductor del taxi colectivo que va del aeropuerto a la capital de Durango. Los alacranes, el mezcal, la infraestructura colonial y los suicidios son algunos de los distintivos más populares de este lado de la república, un estado con aires del viejo oeste que mezcla lo mejor (¿y lo peor?) del centro y el norte del país.

El motivo que nos trae hasta acá lleva por nombre Lázaro Cristóbal Comala, compositor que desmiente a Jaime López al cantar que No es cierto que nadie va a Durango. Quienes ya conocen a este músico duranguense saben que no requiere mucha introducción: sus letras son la total transparencia de su persona. Para quienes no lo conocen, les comento que se trata de un compositor de la estirpe de Johnny Cash, Bob Dylan, Nick Cave, Chavela Vargas y Tom Waits, asiduo lector de Bolaño, Pessoa, Borges y Castellanos.

En junio de 2022 Lázaro partió el año en dos cuando publicó su más reciente álbum “Belmont”, un disco doble de 20 canciones donde ha plasmado las emociones e historias que lo habitan en una desgarradora crónica musical sobre un momento fundamental de su vida. Ahora, tras cuatro años de no tocar en su ciudad natal (y afirmar que lo quieren más afuera que en su propia ciudad), está por presentar este disco en formato de banda completa en el Teatro Victoria, un lugar que se dice, es de los escenarios más importantes de Durango, sino el que más. Para documentarlo tenemos cámara y pluma listas.

Durango no es un estado que haga mucho ruido en el contexto nacional por atraer gran turismo. Al contrario, es más común escuchar a la gente preguntarse “¿Qué hay en Durango? ¿Dónde queda”. En el camino a este rancho me invaden algunas reflexiones al respecto, pues Lázaro ha construido toda una mitología personal de su estado a través personajes y espacios que menciona en sus canciones: la Catedral, el Casablanca Hotel, el Café Madrid, el Paseo del Viejo Oeste y, por supuesto, el Bar Belmont, por no decir que los contenidos visuales de sus obras —portadas, videoclips, live-sessions— también aportan a la creación de una visión lazaraina de la ciudad de Durango.

A partir de este campo semántico de tintes geográficos asoman algunas preguntas: ¿cuál es el aura y los detalles que distinguen a esta ciudad, y que forman parte de la inspiración de este compositor? ¿Qué tanto ha influido este lugar en la obra del autor? Y, sobre todo, ¿es este un estado tan triste, desolado y abandonado como afirma Lázaro en el subtexto de sus canciones, o será que más bien la angustia, melancolía y soledad habitan dentro del compositor?

Este viaje es emocionante no sólo por responder éstas y otras preguntas en entrevista directa con Lázaro Cristóbal, sino porque implica visitar el lugar donde se viven las historias que este músico nos comparte en sus canciones: uno se imagina que hay destinos y gente extraordinaria en este pueblo olvidado por Dios. Nosotros, claro, estamos listos para comprobarlo.



POR LA 20 DE NOVIEMBRE. “FAISANES”.

27 grados marca el termostato. “No se ha sentido el frío todavía, ha estado calientito”, dice el chofer. “Tacos de barbacoa, de asada, al pastor”, comenta ya entrada la plática de las recomendaciones culinarias.

Por la carretera que te lleva al centro de Durango se divisan parcelas amarillas que seguramente en primavera resplandecen de verdor. Al aproximarnos a la mancha urbana aparecen varias agencias automovilísticas, también muchos puestos de gorditas, y se siente una vibra que me recuerda a mi natal Ensenada, muy de esas ciudades que conservan ciertos gestos de pueblo, con sus plazas, sus walmart, hombres con sombreros en la terminal de autobuses, misceláneas y tiendas pequeñitas, hoteles viejos, canciones de José Alfredo Jiménez en la estación de La Lupe. El contraste me viene más bien de las colonias habitacionales hechas de calles angostas de un solo sentido. El cielo es sorprendente y las nubes parecen de pintura.

Caminando por las avenidas se siente el espíritu popular. La gente se ve sencilla. En el Mercado Gómez Palacios hay lo que uno busca en todo tianguis: alacranes dentro de botellas de mezcal, llaveros de objetos referentes a Durango y comedores mexicanos de precios accesibles. Me detengo en el “Comedor La Popis y los Iguales” (iguales son los hijos de La Popis) y pido un Caldo de Pollo, que sirven muy bien reportado con guarnición de arroz y abundantes tortillas de maíz: el platillo es increíble, sin mucha grasa, pero sí mucho sabor.

De vuelta a las calles sigo observando cada rincón de la ciudad. El aspecto de los edificios es totalmente colonial. Las tiendas de curious, librerías, taquerías y demás están integradas a los edificios de otra época, como en muchas ciudades del centro de México. Por la cantidad de rosticerías diría que también les fascinan los pollos. La palabra “fascinar” me recuerda a “Faisán”, que en plural es una canción del Belmont que retoma la melodía y un sample de Monomanía, tema grandioso de Nacho Vegas.

La tecnología hace lo suyo y esta canción empieza a reproducirse al retomar la calle 20 de noviembre, una de las principales de la ciudad. El match es perfecto, no solo por las escenas que nos canta Lázaro y que pueden imaginarse manifestándose en estas calles (“salimos del Juan, y fuimos al Belmont”), sino porque la misma melodía conecta bien con el bullicio urbano del centro. Los siguientes temas tendrán el mismo efecto de sincronía.

Avanzadas unas cuadras con los temas belmontianos de Manhattan, Cioran, Cristóbal y Líbano, llega la potencia acústica de Te Dije Cilantro, a mi parecer uno de los mejores temas de todo el álbum, mismo que empieza mientras atravieso el parque frente a Catedral (aquí debió nacer el verso de “y este blunt que armaste frente a catedral”), y en medio de los adornos navideños y las familias tomándose fotos empiezo a entender (o a creer entender) el rechazo de Lázaro a Dios y la iglesia, pues como la mayoría de los estados en el centro de la república, se respira un aire muy... como decirlo... muy “guadalupano”, muy de los santos, muy de que las culturas alternativas no son tan bien recibidas por estas bellas familias católicas.

Pienso esto porque en el breve trayecto que llevo a pie se han presentado ya un aproximado de cinco iglesias gigantescas y muy bien iluminadas, concordando con lo que había encontrado en internet, sobre que Durango llega a ser un estado muy atractivo para el turismo religioso. Horas más tarde, al encontrarme con Lázaro en el Belmont para nuestra entrevista, comprenderé que este rechazo de “lo cristiano” posee un origen más bien familiar que citadino.


POR LAS PUERTAS DEL CASABLANCA HOTEL. “QUIÉN TE HA MANDADO A INTENTAR SER FELIZ”.

Unas cuadras más enfrente de Catedral se presenta el Casablanca Hotel, que se mira viejo, gastado, pero que transmite esa sensación de tener mucha historia detrás. De diseño Art déco (un diseño que prendió mucho en Durango por allá de los 50), fundado por Don Eugenio Durán Vázquez, estas habitaciones alojaron en su momento a Lázaro Cristóbal para la producción de su EP en vivo “Cinco años con sed”.

Dentro del lugar, a unos pasos de la puerta, hay una foto del hotel tomada en 1945; el edificio luce casi igual, solo la pintura ha perdido algo de brillo. En otra pared hay retratos de artistas que se han hospedado en el Casablanca: Aleks Syntek, Gonzalo Vega, Damián Alcázar, Alfonso Arau (“para el Hotel Casablanca, tan bueno como la película”). Al fondo se oyen canciones navideñas tipo Sinatra.

Leyendo un periódico de 2001 colgado en la pared del hotel descubro que aquí fue donde se inventó el “Caldillo Duranguense” —uno de los platillos típicos de Durango—, por la cocinera María Ríos, además de ser el primer lugar de primera categoría que tuvo el estado, después del desaparecido Hotel Richeliu.

Estoy a punto de irme del hotel cuando la música de fondo se para y un detalle que me había pasado desapercibido se manifiesta: un señor de unos 60 años se ha sentado en un piano al lado de las escaleras y empieza a tocar una armonía por la que va improvisando, hasta llegar a la melodía de Blanca Navidad, misma que interpreta con maestría y mucho sentimiento. Lleva guardados un par de lentes oscuros en uno de los bolsillos de su camiseta y una cajetilla de cigarros Pall Mall azules en el otro. Cuando me acerco a tomarle una foto voltea y sonríe, después regresa a tocar con total atención las teclas de su piano, mismo que lleva tres años haciendo suyo. “Antes del Señor Chavita estuvo el Señor Rocha, quien tocó durante 30 años esas teclas, hasta que falleció”, me comparte la recepcionista. Pienso que en realidad así pasa con todos los instrumentos: van pasando de mano en mano, de corazón en corazón, viajando entre las almas del mundo, tal como lo hacen las canciones.

El Señor Chavita empieza a tocar “Quizás, quizás, quizás”, mientras sigo leyendo la entrevista del periódico hecha a Panchito Durán Alba, nieto del fundador, quien comenta que el Hotel Casablanca también fue la sede de muchas noches bohemias. Empieza una versión melancólica de “Cuando calienta el sol” y decido que es momento de partir; ya mero toca encontrarse con Lázaro en el Belmont.



POR EL BAR BELMONT. “CIORAN”

“Esta tristeza camina y va a un bar...”, canta Lázaro en Cioran. Lo imagino caminando justo como hago en este momento por las calles de Durango, envuelto por una bruma espesa que hay dentro de su cabeza. Al llegar al Belmont, Lázaro está sentado con su soledad en una mesa junto a la pared. Lleva unas ojeras enormes y bebe una cerveza junto con su mezcal. Va todo de negro: camiseta, chamarra, pantalón y botas negras empolvadas.

“Me la paso drogado todo el día… en cierto punto de embriaguez… es la única forma de soportar todo esto”, compartirá más adelante ya con la entrevista en marcha.

Aquí también habita un Chavita, se trata del músico invidente que ha salido en varias de las canciones y videos de Cristóbal. Para la ocasión toca una canción de los Cadetes de Linares. El Belmont tiene ese aire nostálgico y bohemio que uno siempre busca en las cantinas: hay fotos de personajes viejos en las paredes, una barra donde borrachos comparten historias, y claro, muchas botellas de licor.

Me siento con Lázaro y pido un mezcal. Empezamos a conversar sobre Roberto Bolaño, de su reciente presentación en Xalapa en el Serendipia Fest (donde también estuvieron bandas como Diles que no me maten), y de cierto documental biográfico que actualmente Carlos Sosa está preparando sobre su vida. Tras unos minutos de hablar de esto y aquello empezamos una entrevista que se prolongará por una hora y media. Pueden leerla completa aquí, de momento les comparto un fragmento:

—¿Qué es para ti Dios?

—No sé… la mayor parte de mi vida como cristiano creí que era real, pero desde hace una década pienso que no existe: nada, cero. Como dice Nick Cave, “no creo en un Dios intervencionista”. Lo que pasa con Dios es que, si no es intervencionista, no es nada, porque, ¿de qué sirve un Dios que no interviene? Digamos que sí existe, pero no interviene, ¿entonces para qué existe? Creo que Dios es una consolación: al final te da cáncer y sabes que te vas a morir, y acudes a él. Por eso mi Dios es el de Líbano, no es “el Dios”, sino el Dios de mis padres, con el que te educan.

—¿Qué piensas del suicidio?

—Es parte de… desde Canciones del Ancla lo traigo… lo he intentado algunas veces. Pero ahora tengo un hijo, si no lo tuviera seguramente ya no estaría vivo. Pero ahora no puedo. Admiro a la gente que se suicida con hijos; yo no puedo, no lo puedo dejar, aunque también he pensado que ahora es cuando, ya que mi hijo no tiene conciencia… quizás tendría alguna especie de memoria de su padre, pero… no, no puedo, ya lo hubiera hecho pero con mi hijo no, porque no soy irresponsable.

—¿Cómo y cuándo descubriste el Bar Belmont?

—No tiene mucho, yo creo que fue en el 2017 o 2018, por mi hermano Toño, él venía al Belmont, no mucho, pero me empezó a invitar y me gustó. Es un ambiente muy tranquilo. No me gusta venir de noche, porque hay mucho ruido, mucho relajo, mucho borracho, a mí me gusta más ir por la mañana o la tarde, más calmado. Es muy distinto el Belmont de la mañana y el de la noche. Yo siento que la gente que llega al Belmont a esas horas lo hace para tristear, no tanto a convivir ni a divertirse. No hay diversión a esas horas, es gente solitaria, mucho señor solo, mucho wey bronqueado: se les ve en los ojos, que están lidiando con algo.

—¿Por qué decidiste ponerle así al álbum?

—Lo que pasa es que en el Belmont se vive mucha camaradería, empatizas mucho con la gente que va. Pareciera que viene más que nada gente solitaria,viene va más gente sola que acompañada. Muchos llegan solos y se quedan bebiendo solos, otros llegan solos y ahí se encuentran. Ponle que el 80% de los que van se conocen, pero no es como que queden para verse, solo se encuentran. Y muchos de ellos son personas muy solitarias, entonces creo que por eso empatizas: se vuelve una especie de complicidad. En el Belmont me siento en casa.

—¿Dirías que Durango es un estado triste?

—Sí, total, porque es un estado… que se siente separado, todos nos sentimos así, como aislados, y eso lleva a la depresión, y a su naturalidad con el suicidio. Durango es un estado triste.

—En varias de tus canciones de Belmont se asoma una visión medio nihilista de la vida… incluso tienes una canción titulada Cioran…

—Sí, es necesario hablarlo. Durango es de los estados donde más suicidios hay en todo el país, es enfermizo la cantidad de personas que se suicidan aquí, es un tabú… y es dolorosísimo. Y una de las cosas más tristes que se me hacen es que… una vez, en el trabajo que tenía, una de las chambas era revisar notas del periódico, y en una ocasión uno de mis compañeros que era diseñador, que casi nunca se expresaba para nada, me dijo sobre una nota, “lo que tiene que pasar por la cabeza y la vida un niño de 10 años para tomar la decisión de suicidarse…”.

El hecho de yo escribir sobre clase de temas… no es ni siquiera por una cuestión pasajera, sino que es un tema del estado, como hay músicos o compositores de Colombia que hablan sobre lo que pasa en sus entidades con el narco… o una persona como Nacho Vegas que escribe sobre el contexto en el que vive, en su caso sobre cómo expulsan a la gente de sus casas.

Entonces ya el pedo de No me da la gana ser feliz, no viene tanto de una cuestión punk o una persona depresiva, tiene más que ver con el entorno, y el mío es el suicidio. No tiene nada que ver conmigo, sino el estado en el que vive el estado. Y ya no estamos hablando solo de adolescencia o juventud, sino que llega un punto tan mierda en el que estamos hablando de infancia.

Este tema de No me da la gana ser feliz era una burla al lema de cierto alcalde, que decía “Durango te quiero feliz”, siendo que es de los estados con más suicidios. Entonces esta canción ya no es un tema emo, es un tema social. Una de las razones por la que más me deprimí hace años fue cuando saqué Niños tristes de Durango, que salió cuando un amigo se suicidó: se quitó la vida, se hizo parte de la estadística.

[...]


—Estás por dar un concierto en la ciudad que te ha visto crecer. Sin embargo, en Belmont, tu último álbum, dices que “te quieren más afuera que en tu propia ciudad”, ¿sigues pensando eso?

—Bueno, es el primer concierto que doy en Durango tras casi cuatro años. El último que di acá fue también en el Teatro Victoria, cuando presenté al álbum de Samuel, en marzo de 2019. Este concierto es muy importante para mí, además del tiempo, porque siempre es más difícil jalar gente en tu propia ciudad, al menos así ha sido para mí. Lo que pasa es que a mí me tocó… un tiempo muy difícil para empezar, no por falta de espacios, sino por ataques que tuve hacia mi persona.

Lázaro salió en un tiempo en que todo era punk y todo mundo escribía en inglés: toda la escena andaba en modo anglosajón. Y pues de repente un wey empieza a hacer canciones con guitarra y cantar en español… yo era el extraño, el raro. Además de eso era un tiempo en el que había mucha competencia, mucha mala vibra, y tocaba un género que no le gustaba a las bandas; a la gente le empezó a gustar, pero a las bandas no… entonces llegó un momento en el que llegué a recibir amenazas de muerte; de hecho la canción de Préndanle fuego viene de eso.

—¿En qué sentido?

A mitad del paseo Constitución (una calle peatonal) hay una placa que le dedicaron a un payaso de camiones, muy popular en la ciudad. Se llamaba Bogar, se subía a los camiones y contaba chistes. Se volvió noticia porque se metía sus drogas, y en una madrugada tuvo un pedo con uno de sus amigos, creo por pedos de droga, entonces le arrojó gasolina y le prendió fuego (ambos eran escupe-fuegos).

Entonces, en una de esas que los músicos de bandas locales me andaban tirando mierda en una publicación de Facebook, alguien comentó “deberían prenderle fuego, como a Bogar”; por el estado emocional y mental en el que yo estaba, me afectó mucho que me dijeran eso, y me llevó a querer cerrar mis redes y dejar ya todo el proyecto musical. Por suerte, en ese momento el manager de Nacho Vegas me contactó, dijo que había escuchado mis canciones y que quería que le abriera un concierto en Guadalajara. Y eso me salvó. Entonces Préndanle fuego viene de eso, de que no me querían en la escena musical de Durango, no tanto de la gente.

Todos los inicios de Lázaro fueron eso: mucha crítica, mucha mierda, y una persona como yo, sensible a ese pedo, pues te llega más. Siempre me he sentido como un exiliado, soy una persona a la que le cuesta mucho tocar aquí, porque de estar, estoy: aquí vivo y trabajo. Siento que este concierto va a ser para sanar. Lo que pasa es que cuando uno lidia con estas depresiones, angustias y ansiedades, es el estado natural el enfocarse en todo lo malo. El mejor ejemplo es que si hay diez personas, y ocho te quieren, pero dos te tiran mierda, tú te enfocas en esas dos, en lugar de escuchar a las que te quieren.

Y ese ha sido mi error en todos estos años en Durango, que siempre me he enfocado en esos que me tiran mierda, en vez de los que me quieren y les gusta mi música. Es una lucha con tu mente, porque tu mente se enfoca siempre en lo malo. No significa que nadie me quiera o me sienta perseguido, sino que es mi cabeza. Pero ahora, después de cuatro años de no tocar aquí, va a estar precioso, porque el Teatro Victoria es increíble, o sea, no es un bar donde la gente anda cotorreando, sino que ahí van al silencio y a escucharte. Va a estar muy chingón.




POR EL TEATRO VICTORIA. “TE DIJE CILANTRO”

8:05 pm del jueves 8 de diciembre. Llego al teatro justo a la hora precisa. Como dijo Lázaro, el Teatro Victoria es sorprendente desde su entrada. Tiene esa arquitectura que dota a todo lo que ocurre en su interior con un aura de gloria y elegancia, muy adhoc al concierto de hoy. En ambos lados del escenario hay columnas dóricas gigantes y los barandales y butacas te transportan a la época de mediados de siglo.

Accedo al backstage justo cuando los músicos van entrando al escenario acompañados por el equipo que está grabando el documental de Lázaro. Tomo un vaso de whisky que dejaron por ahí y me lo bebo de un trago mientras preparo mi cámara. La banda se abraza al centro del lugar, se dicen lo que se tienen que decir, se van a sus puestos y se abren las cortinas para que empiece la función.

Lázaro nos sorprende iniciando con Cuando te canses de mí, una obra maestra de Nacho Vegas, ídolo de ídolos para quienes amamos las tormentas musicales (del vínculo de Lázaro con este compositor español también hablamos en la entrevista en el Belmont). La versión de Lázaro es precisa y preciosa. Al lado de sí tiene tres vasos de whisky, combustible para hígado y garganta.

Al concluir el primer tema, Lázaro deja guitarra de lado y de inmediato arranca la experiencia Gin con full band, con ese sonido shoegaze y el coro poderoso que es inevitable no cantar. “¡Gracias por lo dado, por el gallo, el gin y este error de vivir sin ti!”. Termina y viene un “Gracias a todos por estar aquí, les voy a cantar unas canciones y pues nada, un abrazo”, dice Lázaro antes de arrancar el swing de Cuando te hagan mierda. El sonido del full band es impresionante, dotan a Lázaro de un fondo increíble que llevan su música a otro nivel. Si a eso le agregamos las notas altas inesperadas de Lázaro en ciertas partes de la canción tenemos como resultado una experiencia folk-rock fantástica.

Cristóbal nos dice entonces que admira mucho a las personas que hacen canciones con buenas letras, pues logran plasmar lo que la gente siente de una manera extraordinaria, y arranca La inundación de 1905, tema que cita a los grandes de la canción: desde Sixto Rodríguez a Nick Cave, pasando por Tom Waits, Roberto Carlos, Bob Dylan, Palito Ortega, Jorge Drexler y demás.

A esta canción le sigue un solo magnífico del guitarrista “Güero”, primo de Daniel, y de ahí arrancan Todas las aguas, una dedicatoria a esa felicidad contradictoria que puede representar un amor terrible. Los gritos que hace la tecladista Gabi Garza en la parte del coro me hacen vibrar con intensidad.

“Vamos con una canción que nunca hemos tocado en Durango… me da miedo jaja, ahí les va, esto es Manhattan”, y empieza una dedicatoria furiosa hacia una ciudad que se ama y se odia: “estoy hecho, de todo lo que mi padre no pudo lograr, de todo lo que mi madre nos juró que estuvo mal, estoy hecho… de cristianos pendejos”.

Concluye el trago clásico sonorizado y Lázaro pasa a formato acústico. Como si estuviera aferrado a sorprendernos una y otra vez esta noche, el músico empieza a cantar un tema que mi generación entera conoce desde su infancia: “Por galaxias navegar, más allá del sol / En barco de plata, el sueño terminó / Y por fin ya comprendí / Quien soy y lo que hago aquí…”.



El homenaje tremendo a este tema de Toy Story hace entonces una transición que parece creada por Pixar, aterrizando en Te Dije Cilantro, con ese primer acorde que ya es tan clásico como la intro de Cuando te canses de mí. Se abre el paso a ese ritmo de vals con el que te dan ganas de llorar mientras Lázaro grita “este año me voy a matar”, haciendo un pequeño ajuste de lírica para sentir todo el dolor y dejar que caiga una o varias lágrimas, porque para eso es la música de Lázaro Cristóbal.

Acaba y se escucha el arpegio de Estar sobrio. Avanzados unos segundos Lázaro detiene la armonía y con una sonrisa (la primera que le he visto por estos días) dice “por aquí está mi mamá”, y retoma el tema con esa lírica donde canta sobre cómo “su psiquiatra engulle su quincena” y como éste cree vanamente que de aquí a abril le darán ganas de ser feliz, y bang, corta la rola de forma inesperada en un acorde y se va con el ritmo folk de No me da la ganas ser feliz, una canción inspirada en la cantidad terrible de suicidios que ocurren en Durango.

Me salgo del backstage y me lanzo a las escaleras para tomar fotos desde un ángulo superior justo cuando empieza La Sed (Nos volvimos laberintos), un himno para muchos seguidores del músico duranguense. Lázaro le imprime fuego a su interpretación y desde el público muchos nos subimos a la ola y empezamos a desgarrar la garganta en el coro que dice “y en mi vida esto ha ocurrido, nos volvimos laberintos. Porque te tengo, pero yo no a mí”. Lázaro se nota en trance, le dan algunos espasmos a ratos, como si la emoción quisiera sobrepasarlo, pero la amarra, la domina; es justo lo que, en palabras de un amigo de Mexicali, este poeta maldito ha logrado en su nuevo álbum: domar y llevar a su máxima expresión las emociones de angustia y desdicha.

Minutos después, al interpretar Reynaldo Arenas, Lázaro se desgarra al gritar la parte final del tema: “Pienso lo mismo en ti, que en araaaaaar”. Al concluir el músico nos comenta: “Esta canción que sigue también viene en el nuevo álbum”, y empiezan los arpegios de Cuanto abismo nos ha unido, un relato huracanado cuyos versos son para fumarse un cigarro: “Hace 100 gin tonics que no estás / haces bien en cogerte a alguien más / fue un ciclón y varios ciclos de terror / fue el mezcal que lo jodió para variar”.

Le sigue ese canto country sobre la historia de un hombre llamado Sue, un homenaje a Johnny Cash, mismo que cuenta la historia de un sujeto al que su padre lo bautizó como Sue. El público se sabe la letra completa y cuando llega el momento del encuentro del padre con el hijo dicen a coro “¡Yo soy Sue, buenas tardes, vengo a matarte!”, y letra por letra van acompañando a Lázaro en este relato cómico.

“Me siento muy contento de estar aquí... No iba a tocar ésta, pero como aquí está mi mamá, ahí les va… no sé bien dónde está porque no veo nada, pero sé que ahí anda”, dice el duranguense para introducir el folk de Martha Huracán, una rola compuesta para su jefita. Se prenden las luces del lugar como para que Lázaro busque a su jefa, pero momentos después éste deja de tocar y dice “¿para qué las prendieron?”; la raza se ríe, da unas palabras de agradecimiento y retoma.

Llegada la segunda mitad de la canción mete un fragmento de Quiero que sepas, de los Cardenales de Nuevo León: “Quiero que sepas que yo reconozco que tuve la culpa al perder tus amores, quiero también escuchar de tus labios que si no hay cariño que no haya rencores” y de ahí se avienta sobre el último coro en el que parece que va a romperse, se encierra sobre su guitarra y saca lo mejor de sí. Aparece un estruendoso aplauso del público y empieza una versión lenta de Silo y Pararrayos, que de nuevo es acompañada por el público: “esto es igual que sufrir para después cantar”. Se siente un ambiente muy chido, como que los que estamos aquí sabemos a lo que venimos: a escuchar y cantar estas historias nihilistas, suicidas, existenciales y reales.

“Esta canción no es mía… me hubiera gustado escribirla, pero bueno ahí les va”, nos cuenta Lázaro antes de empezar a tocar Estertor, una composición increíble de Iván García, un lamento del vacío que se queda cuando llega el abandono: “Dejaste lo nuestro por la paz y a mí atrincherado en un rincón. Dejaste un libro a la mitad y a la mitad el cadáver de una flor”.

Lázaro concluye el cover conectándolo con The Ballad of Bono Coronado, otro himno lazariano, una oda a esas ganas de desaparecer cuando los ansiolíticos no bastan y los domingos duran demasiado y apenas el licor ayuda un poco a paliar el dolor; eso y unas rolas del Lázaro, para ir acompañado la soledad. Previo al coro el músico sube la intensidad con que golpea su guitarra, como dando unos últimos latidos desde su corazón deshecho y de ahí todos a cantar lo que ya es un coro emblemático del músico: “¿Quién decide el derrumbe? ¿Quién decide quien puede dormir y quien no? Un domingo aburrido que huele a suicidio / Una oportunidad para no ser tú mismo”.


Recuerdo entonces lo que dijo una amiga que conocí anoche, sobre cómo tuvo depresión durante varios años y cada día pensaba en quitarse la vida. Luego de llevar tratamiento logró salir de ahí, y desde entonces ha procurado no volver.

Músicos entran de nuevo a escena y toman instrumentos. “Esta canción se la compuse a un wey que quiero mucho. Me hubiera gustado que estuviera aquí, pero de seguro andaría corriendo, gritando y eso; ahí les va”, comenta Lázaro para darle fuego al tema de Cristóbal, escrito para su hijo. “Meteorito, tu padre no sabe bailar, es un niño que solo va a trabajar, es muy frío vivir en un Durango sin Dios”.

Tras un par de risas tímidas el duranguense dice “Esta canción que sigue se la compuse a la bandita de Durango”, a lo que la raza responde con aplausos, pero luego agrega “no, pero en mal plan jajaja”, y arranca el estruendo de Préndanle Fuego: “Me quieren más afuera / que en mi propia ciudad”.

Lo peor de mí, otro tema clásico que el compositor grabó con el músico michoacano Walter Esaú, empieza a tronar con la banda acompañando y se disfruta a lo grande cantar ese primer y último verso: “Cuando al fin todo esto acabe, y te dé por hablar mal de mí…”.

“A ver si me sale ésta”, comparte Daniel antes de empezar a cantar en acústico el clásico de Elvis Presley Can't Help Falling in Love, y de ahí a darle con todo al rocanrol de Faisanes (tributo a Monomanía de Nacho Vegas), lo que me lleva a pensar lo grandioso de que para este concierto Lázaro haya integrado composiciones de tantos de sus autores predilectos. Casi como si leyera mi pensamiento, Lázaro concluye Faisanes tocando en acústico el principio de Monomanía: “necesito andar... en movimiento...”.

El show está por concluir, pero no sin antes disfrutar de Mira si no es un buen día para naufragar, ese tema en dueto con Pablo Perro que me trae a la mente imágenes de un videoclip de un par de amantes sangrantes entre los árboles. El coro revienta con todo: ¡Y aaaaaahoraaa, siento que estoy a deshoras, y aaaaaahoraaaa, vivo para naufragar!".

“¡Gracias a todos por venir!”, cierra Lázaro mientras los músicos se retiran y va de nuevo solo contra el mundo a cantarnos un último Adiós, que abras más ventanas. Mientras ocurre esto pienso en Lázaro tomándose un mezcal en la mesa del Belmont, en el tramo que nos aventamos caminando por la noche fría a tomar el taxi en la 20 de noviembre, en los terribles momentos de mi vida en que esta voz ha estado a mi lado, en Daniel sentado en la barra del Club Verde bebiéndose una cheve para calmar la ansiedad (“y si aún sigo en pie / es porque abrigo un poder no mío, me hice un laberinto y una sed / que nunca sacié...”), en las risas con los compas en El Pirata Bar, en un cigarro a medianoche acompañando el parpadeo de las luces de la ciudad, en un abrazo y otro y otro más y en la gente que llega y la gente que se va y en que al final la vida es esto: una canción de despedida, una voz rota que nos comparte un último canto.

Lázaro se despide, pero la gente clama por otra. Detrás del escenario Lázaro dice a sus compas “sí pero es que no sé cuál”, le da un trago a su whisky y en el camino encuentra la respuesta: “esta canción se la compuse a un hermano”, dice Lázaro antes de iniciar He visto demasiadas casas vacías en mi vida, el canto más limpio de Belmont, también uno de los más crudos, o mejor dicho, la voz de un alma que “nunca de los nuncas fue feliz”.



POR EL PASEO CONSTITUCIÓN Y EL CAFÉ MADRID. “NO ME DA LA GANA SER FELIZ”.

El centro de Durango es increíble. En sus museos hay pinturas de creadoras jóvenes con gran dominio conceptual y técnico; en sus calles encuentras librerías con joyitas a precios increíbles; en sus esquinas ves mujeres saxofonistas tocando improvisaciones. Pasan tantas cosas en lugares como éste los viernes por la tarde: una banda de música sube a un autobús hacia Zacatecas mientras un chico de 11 años le dice a su amigo “7 datos curiosos sobre Zacatecas: aquí matan gente”; un hombre que vende elotes pide un encendedor y luego le regala un vaso a quien se lo prestó; un guitarrista trata de parar un taxi para llevar una bocina a quien sabe dónde; un par de señores viejos platican en una banca sobre alguien que les hace falta; un señor repleto de collares y Tonayán lanza profecías; chicas con tatuajes en las piernas secretan algo al pasar frente a Catedral. ¡Es la vida manifestándose en su perpetuo caos!

Como bien me comentaron algunos de los nuevos amigos, el Café Madrid es un lugar muy curioso por el hecho de que no venden café, sino cerveza. El lugar tiene pinturas muy chidas en sus muros, un escenario bastante alto, rayones punks y un letrero parpadeante de Tecate. En el escenario un músico solista empieza a tocar temas clásicos de Los Beatles, The Who y de repente aparece The Man Who Sold The World en una versión impresionante por el parentesco de la voz que renace la canción del músico británico.

Pienso entonces en cómo Lázaro seguramente ha encontrado mucha inspiración en este bar, que ubicado en el centro del Paseo Constitución (una calle peatonal llena de vida y movimiento), permite sentir el pulso del centro de Durango. O quizás todo eso le viene en madres y solo le gusta venir a echarse un trago en soledad y pensar sus cosas: el suicidio, la muerte, su hijo, la música, la angustia, la nada.

Mientras bebo mi Corona y escucho al intérprete en el escenario vuelvo a las reflexiones con las que inicié este viaje. Tras varios días de navegar por esta ciudad, de conocer a algunos de sus actores culturales, rincones gastronómicos, músicos, museos y demás, me voy con la impresión de que Durango es una ciudad tranquila, plana, en apariencia sencilla, pero en el fondo compleja, que contiene esa contradicción de ser un lugar donde a la vez se puede tener mucho movimiento y mucha calma. Su ubicación geográfica lo hace a la par una ciudad “asilada” pero también un estado interseccional, con varias entidades de la república alrededor; punto para Lázaro cuando dice “No es cierto que una ciudad se ha alejado de otra tanto…”.

La realidad es que mi experiencia como foráneo-turista hasta ahora, si bien efímera, ha sido muy grata. Siento como si se tratase de una ciudad que te recibe con los brazos abiertos, donde puedes caminar a las dos de la mañana por las calles del centro borrachísimo sin ningún problema, comer rico en cada esquina, echarte un par de mezcales a precios increíbles y escuchar bandas independientes en varios bares locales. Cotorreando con la gente he escuchado todo tipo de historias; una que se me viene a la mente es la que me comentó Samuel Herrera anoche, sobre los rancheros haciendo disparos al aire en las quinceañeras y bautizos.

En la entidad parece haber una creciente escena musical, festivales de cine y pueblitos en los alrededores para visitar (por ejemplo, Nombre de Dios). Y bueno, también se dice por ahí que el crecimiento de la ciudad proviene del financiamiento del narco, que hay mucha raza loca que le pega al crico, que la cultura buchona está cada vez más presente, que el gobierno no apoya como debería a la cultura y al arte, que esto y aquello.

Como muchas ciudades con décadas detrás, Durango tiene la nostálgica integrada en varios lugares comunes como taxis, restaurantes, cantinas, parques y edificios viejos. También es verdad que es uno de los estados con mayor índice de suicidios. Tan solo en 2022 fueron más de 140, lo que equivaldría a por lo menos 10 suicidios por mes, la mayoría de jóvenes entre los 18 y 29 años. Según Lázaro, esto tiene que ver con una grave crisis de salud mental entre las juventudes, que desde temprana edad caen en vicios como el cristal.

Otros datos que rondan por el dicho popular es que el aislamiento no permite que entren tan fácilmente nuevas corrientes ideológicas, identidades y formas de ser, lo que mantiene una fuerte presencia de costumbres y estructuras conservadoras-tradicionales (por no decir cultos religiosos) que facilitan los abusos y represiones de todo tipo, abonando con ella a la crisis que atraviesan las juventudes. En fin, puede que las razones de tanto suicidio no las tengamos del todo claras, pero lo dicho por Lázaro en nuestra entrevista se sostiene: el entorno duranguense tiene a los suicidios como parte del ecosistema diario.

Traigo de vuelta las reflexiones con las que empecé esta crónica. ¿Qué tanto ha influido este lugar en la obra del autor? ¿Es este un estado tan triste, desolado y abandonado como Lázaro manifiesta, o más bien la angustia, melancolía y soledad habitan dentro del compositor? La verdad es que me voy con más dudas que respuestas, pero igual me atrevo a dejar por escrito algunas ideas.

Lo que sí podemos notar es que Durango tiene varios aspectos que fácilmente le pueden dar la categoría de ser un estado triste, una entidad donde se llegan a manifestar con gran profundidad los estados depresivos que llevan al suicidio. Sin embargo, también pienso que los sentimientos de soledad, aislamiento, melancolía, vacío y angustia existencial, tan presentes en la música de Lázaro, van más allá de este lugar, y son más bien el resultado de la propia biografía del autor, sumado a un modus existencial que los compositores de folk desarrollan tras mirar tan frecuentemente en el abismo.

La influencia recíproca entre Lázaro y Durango es clara, es un escenario de aires western que los vinculan de inmediato con autores como Johnny Cash, un lugar donde el suicidio está igual de presente en las noticias diarias como en la vida del compositor.

Sin embargo, pienso que Lázaro pudo haber nacido en algún otro rincón de México y seguiría manteniendo la esencia melancólica de su música: de una u otra manera habría encontrado su Belmont, ese destino donde las soledades se reúnen para beber y matar el tiempo. O quizás no, quizás, de haber nacido en Mérida o en Los Cabos, el autor nunca se habría enfrentado por tanto tiempo al abismo, y ahora no tendríamos tan buenas canciones para hacernos compañía en el día a día.

A Daniel Azdar, conocido como Lázaro Cristóbal Comala, le tocó nacer y forjarse aquí, en el triste estado de Durango. Ahora, queriéndolo o no, su música es una excusa perfecta para que los foráneos visitemos su ciudad que, al menos vista desde fuera, nos ha resultado un lugar no tan triste, sino lleno de vida, movimiento, fraternidad. Entiendo que “el pedo no es quien viene, sino quienes vamos”, pero bueno, mi estimado Lázaro, por aquí andamos dando un último trago de mezcal en tu rancho, para confirmar que No es cierto que nadie va a Durango.


PD: si usted quiere descubrir de primera mano cómo es este estado mexicano y formar su opinión al respecto, dese una vuelta cuando pueda por este bello destino mexicano; si no sabe por dónde empezar, pues empiece escuchando a Lázaro Cristobal.

PD2: Un agradecimiento especial a César Reséndiz, sin él este trabajo no habría sido posible. Gracias por darnos la oportunidad de hacer periodismo musical de calidad.

El NoroPop es una fiesta y está de gira


 Antonio León | 


En el noroeste se baila, se perrea, se bufa sabroso, se produce música y se fiestea de lo lindo. Todo lo anterior confluye en esta línea fronteriza que se encuentra hasta arribita del mapa de nuestro país y, de paso, se reinventa una escena que hoy tiene marca de origen y ganas de salir a esparcir sus signos a otras latitudes: el NoroPop. FRNCE, Cyber Vedette, HOSHI, Gael Isaías, ‘SHACH.’, Kozovo y anodeangel son los actos musicales implicados en esta excursión que llegará los días 2, 3 y 4 de junio a la CDMX y a Guadalajara arribará el 10 y 11 de junio.

El NoroPop nace del deseo y necesidad de una comunidad de artistas del Noroeste de México de nombrar a sus exploraciones dentro del umbral de la música pop, tanto en inglés como en español.

Se trata de un movimiento iniciado por el sello independiente y colectivo artístico Sonic Saliva, con sede en Mexicali, Baja California. Un colectivo que hace extensivo su trabajo a eventos como showcases, fiestas, experimentos virtuales y festivales multidisciplinarios. 

En este tour, la asistencia podrá escuchar a FRNCE, una Cat Power zentennial con un talento natural para las melodías folk en inglés y español, parte de su herencia cachanilla y californiana. También es parte de esta avanzada la artista Cyber Vedette, con un estilo cyber pop y de ciencia ficción, con elementos performativos heredados del cabaret y las narrativas distópicas.

HOSHI también es parte de esta gira, con el imaginario personal y espiritual de la música pop. La suya es una forma de crear que no deja fuera elementos eróticos, paranormales y festivos. Si lo de ustedes es el synthpop angustiado, energético y honesto influenciado por una formación en la música clásica, Gael Isaías llega con una propuesta latina, fronteriza y queer.

SACH es un músico con más de diez años de trayectoria sobre los escenarios explorando a través del SynthPop y otros ritmos bailables. Se ha dedicado a la producción musical a través del sello independiente ‘Sonic Saliva’ con el objetivo de crear redes entre artistas pop y LGBTIAQ+ del noroeste. Kozovo es un productor musical, vocalista y DJ indie nacido en Guadalajara cuya visión mezcla la música electrónica con un discurso sobre identidad, masculinidad, género y sexualidad.

Para cerrar este combo en gira, se presenta anodeangel, quien es un DJ y artista visual que mezcla reguetón y gabber en una atmósfera oscura y muy pop, influenciado siempre por la poesía, el hedonismo y la nostalgia.

La invitación a pasarla increíble con los sonidos del NoroPop está hecha, les invitamos a escuchar estas propuestas musicales y a localizar en el mapa de la fiesta sónica el show y la fecha que les queden más cercanos. El NoroPop es una fiesta está de gira.


Fechas en CDMX:

2 DE JUNIO. Bar doble x a las 8:00 PM. Artistas que participan: Cyber Vedette, Gael Isaias, MOK, y Amelia Wolf Band.

3 DE JUNIO. Aniversario YouMalaInfluencia – TBA a las 8:00 PM. Artistas que participan: Sonic Saliva Showcase: anodeangel (DJ set), Cyber Vedette, Gael Isaías, HOSHI, SACH.

En vivo desde Pulsus 8:00 PM. Artistas que participan: FRNCE, Mudo, Mundo

Aliciaroom a las 8:00 PM. Artistas que participan: Cyber Vedette, Prieto, Gael Isaías

4 DE JUNIO. Las Mixoladas. Artistas que participan: anodeangel (DJ set)


Fechas en Guadalajara:

10 DE JUNIO. Latido de Tierra / Artkaiko 4:00 PM – 11:00 PM. Artistas que participan: Sonic Saliva Showcase: anodeangel (DJ set), Cyber Vedette, Exhumación, FRNCE, Gael Isaías, HOSHI, SACH.

11 DE JUNIO. Ahogada Mutante de 12:00 pm – 5:00 pm. Sonic Saliva DJ sets. Artistas que participan: anodeangel, Kozovo, MRAK.

Sputnik Fanzine #03 para leer y descargar



Compartimos el tercer número de Sputnik Fanzine, publicación de arte y contracultura de libre distribución en la ciudad de Aguascalientes, con colaboraciones desde diversos puntos del país. Recuperemos la cultura del fanzine creando espacios comunitarios de difusión.

Una edición sumamente melancólica en donde reproducimos esta entrevista con el compositor mexicano Lázaro Cristóbal Comala, y compartimos el trabajo de artistas locales hidrocálidos que han llevado su trabajo y talento hasta el otro lado del Océano Atlántico en lo musical (Trailer) y lo gráfico-audiovisual (Nespy5€).

En la parte literaria el lanzamiento oficial del libro más reciente de Editorial Agujero de Gusano: 'Jauría de ángeles' del poeta Itzamatul Ikal, además de algunos poemas rabiosos de Marco A. Pérez.

Acompaña esta lectura con tres discos imprescindibles para oscurecer además de una playlist creada desde las entrañas de nuestro bar: Ummastalgia (disponible en Spotify).


«Esta realidad no existe»: ¿el nacimiento de una nueva literatura globalizada?



¿El nacimiento de una nueva literatura globalizada?

Un comentario personal


Carlos Herrera Novoa


Cuenta un mito peruano prehispánico que, en un tiempo primigenio, antes de que el dios Pariacaca naciera, su hijo Huatyacuri se encargó de anunciar su venida. Como en el mito, Alexis Iparraguirre, en su prólogo de Esta realidad no existe, anuncia un nacimiento que todavía no ocurre. El nacimiento de una nueva ciencia ficción en el Perú con la que él, en cierto modo, ya se siente identificado. Como Huatyacuri, Alexis Iparraguirre tiene la particularidad de ser el único miembro de una estirpe que todavía no existe y que, sin embargo, él ya vislumbra. Por esa razón el prólogo que este autor escribe para la antología que ha impulsado y editado tiene el sabor de una profecía que podría autocumplirse.

Como buen augur Alexis Iparraguirre nos describe en su prólogo, a grandes rasgos, con palabras entusiastas y un poco nebulosas, el tipo de literatura por venir. Una literatura que para él es, básicamente, una literatura de la imaginación, con características tales como la de ser sensible, diversa, buena y nueva, llena de historias delirantes, voces frescas y exploraciones vitales. Una literatura local, pero a la vez global. Una literatura que tendría a la ciencia ficción como encarnación y avatar más próximo. Un avatar que, según este autor, debería surgir en un medio como el peruano en donde, salvo algunos pioneros ya casi olvidados, casi no ha habido literatura de este tipo ni tampoco mucho interés en producirla o en promoverla.

El pequeño boom literario que en este momento este tipo de literatura experimenta en el Perú y en Latinoamérica, es un fenómeno nuevo que llama la atención en torno a los profundos cambios que se han producido en los últimos 30 años, no solo en el consumo cultural de los lectores y escritores, sino en las características mismas del mercado literario y en los circuitos de circulación de información. Cambios que (como indica Elton Honores en un interesante artículo) se deberían a la repentina irrupción en el continente de los nuevos medios de comunicación digitales y del entretenimiento globalizado.

La difusión masiva del internet ha significado también la difusión masiva de todo tipo productos culturales, desde literatura de autor o películas de culto hasta blockbusters y series producidas en cadena cuyo único propósito es entretener. Las nuevas tecnologías digitales también parecen haber superado los obstáculos de publicación y han generado una masa textual que, a diferencia de lo que ocurría antes, no necesitaría de un mercado que le otorgue una base material para crecer y desarrollarse.


Antes de esta ola globalizadora, en Latinoamérica la ciencia ficción (salvo quizás en Buenos Aires y un poco en México) era un producto de importación exótico para un público que buscaba un entretenimiento exótico. Su oferta estaba centrada en la ciencia ficción audiovisual, un poco en los cómics y mucho menos en la literatura. Era la gran época de Star wars y de las ediciones mexicanas de cómics americanos que se vendían bien en todo el continente. Era una época en que en Argentina las revistas especializadas se encendían y se apagaban al ritmo de las crisis económicas y políticas. La ciencia ficción literaria estaba más bien representada por diferentes colecciones de clásicos del género, baratos y accesibles a los bolsillos de clase media. Existía entonces, un pequeño mercado para ese tipo de productos y una oferta que permitía obtenerlos y consumirlos. Lo que casi no existía era una producción local ni mucho interés en crear una. Era como si la fantasía y la ciencia ficción no fueran de la mano con lo latinoamericano y que, como el western, solo pudieran ser un medio de distracción y evasión venido de afuera y, en su versión literaria, un sofisticado medio de escape de la cotidianeidad atroz de los 80.

Por el contrario, en los Estados Unidos la ciencia ficción y otras literaturas de género siempre han tenido raíces culturales profundas. En este país, producto de una rápida industrialización y alfabetización, surgió la primera literatura de masas barata, destinada a un público poco exigente y con ganas de divertirse. Era una literatura de distracción que reflejaba la cultura popular de las grandes ciudades y que bebía directamente de los valores y aspiraciones de los obreros y trabajadores que la consumían. A la vez que los entretenía en ella se hablaba de los nuevos mundos exóticos a los que ellos no tenían forma de acceder, de héroes que encarnaban sus paradigmas de masculinidad y de decencia, de la creciente violencia callejera o de las nuevas formas de relacionarse entre hombres y mujeres. Este fue el humus cultural en el que nació y se desarrolló la primera ciencia ficción norteamericana. En él se sembraron las dos semillas de las que esta brotó: la ciencia y la tecnología.

La ciencia ficción norteamericana surgió del impacto del rápido desarrollo tecnológico en una sociedad nueva, formada por inmigrantes desarraigados del medio rural, a los que el boom industrial y técnico les brindaba posibilidades de sobrevivir e incluso prosperar y enriquecerse. En una sociedad en la que la máquina y la ciencia se convirtieron en una de sus principales marcas de identidad, estas escaparon pronto de las universidades e instituciones especializadas y asaltaron la calle. Antes de la primera guerra mundial los clubes y las revistas de difusión científica ya estaban muy extendidos entre todos los estratos sociales. En el mundo de las revistas Pulp, las aventuras espaciales ya eran tan populares como las historias del oeste o las novelas de detectives.

Este es el mundo primigenio, caótico y lleno de posibilidades que describe Isaac Asimov en las numerosas publicaciones en las que habla de su período formativo. Un mundo en donde la primera literatura de ciencia ficción se dividía en dos bloques temáticos muy específicos: la Space Opera y los relatos cientificistas. En el primero, este autor incluía historias de aventuras en las que los tópicos habituales de la aventura colonial o del western habían sido adornados con montones de jerga científica y una utilería y escenarios tecnológicos. En ellas se privilegiaba la acción, los espacios exóticos, los héroes viriles y las mujeres sensuales y pasivas. En los relatos cientificistas en cambio la anécdota se subordinaba completamente a la ciencia como tema y personaje principal. Según Asimov, eran historias de científicos cuerdos o locos y de sus teorías o proyectos, que eran presenciados por un personaje o a varios que cumplían el rol de testigos o narradores de la historia.


Este periodo auroral terminó en los años 40 con la irrupción en el escenario de la revista Astounding Science Fiction y de su editor John W. Campbell. Para esa época ya existía un caótico mercado formado por fans amantes de la ciencia y la tecnología. Fans con estudios y con la suficiente ambición como para explorar las posibilidades que la ingeniería y los inventos industriales les ofrecían y los dramas que su desarrollo generaba. Tanto en el mercado como entre los escritores más jóvenes había voces muy fuertes que reclamaban un tipo de literatura diferente al de la era pulp. Voces que detestaban los espacios exóticos o los experimentos disparatados y que buscaban en el género hombres y mujeres reales sometidos a experiencias maravillosas, pero científicamente verosímiles, en donde se explorarán las consecuencias y los efectos de la ciencia y la tecnología en los espacios sociales y que reflejara los cambios y las dramáticas transformaciones que se veían a diario en el mundo.

John W. Campbell sintetizó todas estas tendencias y les dio una forma literariamente reconocible. A la vez, fijó los parámetros del género y diseñó marcos claros en el cual la producción de ciencia ficción podía desarrollarse y prosperar. Creó una voz propia característica para esta, definió su mercado e impuso un estilo y una temática que obedecían a lo que este mercado buscaba. Paralelamente, determinó un espacio de circulación económica claro. Por un lado, atrajo a los mejores autores pagándoles más que las revistas Pulp en circulación y por el otro ofreció a los fans un producto de calidad. A unos se les dio la oportunidad de vivir de su trabajo, a los otros la oportunidad de descubrir un espacio en donde podían satisfacer sus fantasías y sus ansias de maravilla. Irónicamente, también creó un mundo cerrado con sus propios valores que separaron la literatura de ciencia ficción de la literatura de autor, delimitándola como género mediante determinadas convenciones (como la subordinación del lenguaje al tema y este a las ideas o a los conceptos) que aun siguen lastrándola.

Fuera de los Estados Unidos la revolución campbelliana tuvo muy poco eco. A Latinoamérica apenas la tocó. Allí (en donde no existían los grandes mercados de libros de los países industrializados y en donde la máquina, la masificación, los laboratorios y la fábrica nunca tuvieron presencia en el imaginario colectivo) no fueron la ciencia y la tecnología sino los conflictos consecuencia de la modernización y la urbanización capitalistas (como el analfabetismo, los disturbios agrarios, la violencia política, la proliferación de dictaduras de todo tipo) los que marcaron las pautas que por décadas han dominado el espacio intelectual del continente.

La ciencia ficción tuvo, entonces, al sur del Río Grande, una presencia literaria marginal representada por ejemplos aislados y obras dispersas. En este continente, fue más bien el realismo (en sus diferentes vertientes, desde el realismo urbano y el realismo mágico al indigenismo) el que pronto copó las posibilidades literarias. Ahí, temas como el hambre y la pobreza, la política o el drama campesino, siempre encontraron (a falta de otros medios) su principal herramienta de expresión y análisis. Detrás de sus múltiples formas se forjaron fácilmente discursos sobre nuestra propia identidad, se nos definió como individuos y de algún modo se nos dio una voz que por mucho tiempo habló por todos nosotros.

Esta situación parece haber cambiado. Por un lado, el realismo literario parece haber entrado en un período de estancamiento. Por el otro, la actual difusión y el interés que despiertan la ciencia ficción y la literatura fantástica parecen sugerir nuevos rumbos para la literatura latinoamericana. Ambas parecen ofrecer un medio muy útil para afrontar el mundo surgido de la globalización y proyectar sus posibilidades. Son quizás las únicas herramientas que actualmente nos permite dar respuestas a los problemas angustiosos del futuro inmediato como el cambio climático, las crisis políticas y económicas globales o la mera supervivencia humana.

Paradójicamente, el género irrumpe en un tablado dominado por los medios audiovisuales, en donde se escenifica el final de la hegemonía de lo escrito como trasmisor de ideas y crisol de símbolos. A diferencia de las generaciones anteriores, los lectores nacidos a fines de los 90 tienen un contacto a flor de piel con todo tipo de medios de expresión visual (desde cómics hasta series, pasando por películas, videos y música) en donde los libros y cualquier material escrito no ocupan un lugar privilegiado. En el mundo del siglo XXI el consumidor de productos culturales tiene menos tiempo para leer y cuando lo hace, lo hace para divertirse con libros fáciles de asimilar, que no le exijan demasiado o que se parezcan a las series que está acostumbrado a ver. Estaríamos entonces, no solo frente a una crisis del realismo literario como género sino también de una crisis de la literatura en general.


Pero es posible que el mundo del siglo XXI también esté generando toda una red de nuevas posibilidades que, tal y como opina Alexis Iparraguirre en su prólogo, habría que tomar en cuenta. Por un lado, él hace hincapié en el poder democratizador de las nuevas tecnologías, las cuales, al reducir el costo de las nuevas publicaciones, facilitan su edición y comercialización y ayudan a saltarse los cuellos de botellas de las editoriales hegemónicas y de la crítica especializada. Por otro, el flujo masivo de información hace posible toparse con realidades inimaginadas, que favorecen la creación de una literatura verdaderamente global que reemplace una tradición literaria ya gastada.

Sin embargo, para el autor tendrían que cumplirse determinados requisitos para que este tipo de literatura surja.

El primero, que esta nueva literatura nazca de una encrucijada de estirpes, linajes, escuelas literarias y estilos. Es decir, que beba directamente de los productos literarios de la globalización. El segundo, que esta literatura exceda los límites de la cultura literaria. Que sea fruto de un contacto con todo tipo de productos audiovisuales (medios que para él tendrían la virtud de ser vitales, de actualizarse y perfeccionarse continuamente y de ser accesibles a toda hora y lugar). Por último, que provenga de una experiencia de consumo singular intensa y única.

Queda abierta la pregunta si los cuentos Esta realidad no existe cumplen realmente todos estos requisitos. Creo que la mayoría de ellos no lo hace. Salvo cuentos de filiación imposible como Como un Mono, Zåtn Mœrtn, Donahue, Maqueta a mano o El señor de la danza (en mi opinión los mejores cuentos de la antología), estamos más bien ante productos bastante eclécticos que recogen y reciclan tópicos y motivos de géneros hacia los que estos autores tienen más afinidad (así como de series y otros productos de la industria del entretenimiento globalizado) pero que no quitan ni añaden nada a la ciencia ficción que ya se ha hecho anteriormente. Desde este punto de vista, creo que la mayoría de los cuentos que componen la antología no son una ventana a la literatura del futuro como afirma el autor, sino más bien una síntesis muy completa de formas y motivos de una tradición cuya gran función en el libro sería la de dar visibilidad y delimitar un espacio que serviría de plataforma a partir de la cual podría despegar la literatura que el autor propone.

Tampoco comparto las esperanzas del editor de que esta nueva literatura brote del mundo del entretenimiento masivo. En gran parte porque él nunca nos dice como este material en bruto (series, novelas de género, cómics y películas de consumo masivo) puede llegar a convertirse en la literatura que él proyecta. No nos explica cuál es el juego de herramientas analíticas mínimas necesarias para que esto ocurra ni como un consumidor de este tipo de productos puede hacerse con ellas sin pasar una experiencia intelectual previa que medie entre el escritor y el material de sus obras y le dé forma a este último. Un proceso que implicaría leer mucho y leer bien, ver buenas series y películas y ver muchas. Y, por último, darse el tiempo de hacerlo y de reflexionar sobre lo que se ve o se lee. No hacerlo implicaría tener que apoyarse en una literatura de géneros. Un tipo de literatura que en nuestro continente es casi imposible, en gran parte por las limitaciones que el mismo John W. Campbell y la revolución campbelliana le impusieron en su día.


Para bien o para mal, el mundo de los aficionados a la ciencia ficción en Latinoamérica todavía no es del todo campbelliano. Salvo en casos muy específicos, en Latinoamérica casi no existe la literatura de masas, casi no hay revistas especializadas, clubes de fans ávidos y es muy difícil (por no decir imposible) que alguien haga carrera de escritor de ciencia ficción. La globalización también ha disuelto y ha desordenado la antigua cadena productiva que alimentaba la literatura del siglo XX, lo que ha hecho el pacto campbelliano imposible y ha dejado al escritor en libertad de escribir lo que quiera a cambio de que se resigne a no ser publicado, leído o comentado por casi nadie.

En condiciones de este tipo, en donde no existe un aparato de mercado o institucional que lo encarrile, en donde no hay la presión de ganarse el pan escribiendo porque sabe que nadie lo va a querer publicar y que, si lo publican, casi nadie más allá del círculo de sus colegas lo va a querer comprar e incluso leer, en medio de la libertad más absoluta y a costa de no descorazonarse y de aguantar la soledad literaria, con un acceso casi absoluto a todo tipo de materiales culturales que necesita y, como pionero en una tierra inhóspita, el nuevo escritor de ciencia ficción podría también convertirse en uno de los creadores de la nueva literatura latinoamericana del siglo XXI.

A mi parecer, esto sería posible siempre y cuando se abandone cualquier pretensión de crear una literatura de masas imposible y se apueste por una literatura de autor que se adapta mejor a la desoladora realidad editorial de nuestro continente. Esto implicaría que el escritor tome conciencia de su propio trabajo, se comprometa con él y establezca un diálogo con su propia tradición evitando formar parte de ghettos y capillas. De este modo, la literatura de ciencia ficción debería dejar de ser un fin en sí mismo para convertirse en una herramienta literaria privilegiada con la que el autor latinoamericano podría interpelar el mundo de la globalización y sus cruces infinitos y resolver los desgarros existenciales que reemplazar los tópicos del realismo literario provocaría. El nuevo escritor latinoamericano podría posicionarse frente a su propia realidad y darle a esta un lugar en su propio trabajo. 

Finalmente, podemos decir que lo más destacable de Esta realidad no existe es que, más que mostrarnos una literatura visionaria que aún no ha nacido, el libro funciona como un manifiesto o como una declaración de intenciones que nos pone sobre la mesa los requisitos que deberá tener esta literatura cuando aparezca. A diferencia de John W. Campbell, el libro no nos otorga ni unos objetivos ni un marco mínimos que puedan convertirse en un espacio literario coherente y reconocible. El editor, más que construir un movimiento de rasgos precisos, lo que hace es observar y expedir el certificado de nacimiento de un bebé que se espera que llegue en cualquier momento. Un bebé que debería devolverle a la literatura latinoamericana su profundidad psicológica, la belleza estética y su percepción (o intuición) analítica aguda.

Los mejores cuentos que aparecen en este libro ya anuncian algo de esto. Sin embargo, aunque la antología esté muy lejos de ser un retrato del bebé anunciado, creemos que su sola existencia es una promesa que debería tomarse en cuenta. Esperamos también que cuando el bebé venga al mundo sea de nuevo Alexis Iparraguirre el que cubra su nacimiento.

  


Breves referencias bibliográficas

Libros:
Asimov Isaac. Prólogo a Visiones peligrosas. En Ellison Harlan (ed.), Visiones peligrosas 1
Asimov Isaac. La edad de oro de la ciencia ficción 1
Ellison Harlan. Treinta y dos Augures. En Ellison Harlan (ed.), Visiones peligrosas 1
Fernández Luis Iñigo. Breve Historia de la Ciencia Ficción
Iparraguirre Alexis. Prólogo a Esta realidad no existe. En Alexis Iparraguirre y Francisco Joaquin Marro (editores), Esta realidad no existe. Antología de ciencia ficción por escritores del Perú
James Edward & Farah Mendelsohn. The cambridge companion to Science Fiction

Letrinas: La noche que estuve a punto de conocer a Frank Turner




La noche que estuve a punto de conocer a Frank Turner

Jorge Tadeo Vargas



Mi teléfono suena a las diez. Había pasado toda la noche despierto peleando con Diana y justo a las seis de la mañana ella salió del departamento para irse a trabajar. Yo me quedé dormido en la sala. No alcancé a contestar; tenía cinco llamadas perdidas de Edgardo. Decidí regresarle la llamada. Era editor en un periódico, y si me estaba llamando seguro era por trabajo.


—¡Cabrón ¡ —me dice en cuanto respondo —tengo un buen rato llamándote. ¿Dónde andas?

—Líos con Diana. Me dormí ya amaneciendo y no escuche el teléfono. ¿Qué pasa?

—Hoy toca Frank Turner en la ciudad. Es un concierto gratuito, sin publicidad. Mucha prensa y unos cuantos fans. Mi jefe quiere que tú lo cubras para el periódico. No me vas a decir que no, ¿verdad?

Hace cinco años conocí a Diana en un concierto de Frank Turner, recién llegado a la ciudad de Nueva York. Estaba pasando un mal momento y dejé todo para probar suerte, no en la búsqueda del sueño americano, eso ya no se lo cree nadie, solo probar que podía hacer algo más que mi trabajo de periodista habitual. Mi plan era trabajar en los lugares donde suelen emplear indocumentados e ir escribiendo un libro de crónicas sobre esto. Al final no lo terminé, pero esa es otra historia.

En ese momento estaba trabajando, pintando casas, pagaban bien y no era tan pesado como las cocinas. Además que era un trabajo diurno y cuando vives con ocho personas más en un pequeño departamento, siempre es un alivio.

Una de las razones por las que había elegido irme a Nueva York era la cantidad de conciertos a los que podía asistir. De entrada tener el festival de Asbury Park a la vuelta de la esquina ya era un plus. A los meses de haber llegado se presentaba Frank Turner en un pequeño bar de Manhattan.

Ahí fue donde la vi por primera vez. Una morena con el cabello negro casi a la cintura, con un pantalón de mezclilla azul, un suéter rojo, bufanda negra y unos zapatos que hacían juego con el color de la blusa. La vi, tenía que hablarle. Me acerque a ella, me presenté diciéndole que era mexicano, que me daba la impresión de que ella también (le hable en español obviamente).

Para mi sorpresa no me respondió diciéndome que yo era el clásico acosador que piensa que puede conquistar a cualquier mujer, al contrario, continuó hablado conmigo. Me dijo que también era mexicana.

Vivíamos en la misma ciudad, no sé por qué no nos habíamos encontrado en algún otro evento o tal vez sí, pero no nos fijamos uno en el otro a hasta ese momento.

Ella estaba de vacaciones visitando a una amiga, era arquitecta e iniciaba con un pequeño despacho con otras dos amigas. Habían ganado una licitación bastante importante y se había dado ese regalo. También era fan de Frank Turner desde la época de los Million Dead. Eso era hablar con toda una conocedora.

Después de uno de los mejores conciertos que he visto de Turner; nos fuimos a tomar a un bar cercano. Platicamos toda la noche, compartimos nuestros números de teléfonos y por meses nos mantuvimos en contacto por ese medio y por correo electrónico. Un año después y una visita de un par de días que ella hizo a Nueva York, yo estaba de regreso en la ciudad y comenzamos a vivir juntos.

A mi regreso comencé a escribir el libro de crónicas, me puse a trabajar de freelance en algunos medios locales, con suerte me publicaban en algunos nacionales, ganando muy poco, así que prácticamente vivía del sueldo de Diana. Me parece que eso jodió la relación, o al menos mi capacidad de aceptar que ella fuera quien pagara las cuentas. Fue lo que deterioró lo que teníamos. Esa dinámica fue la que generó la mayoría de los conflictos. Eso y mi irresponsabilidad afectiva, tengo que reconocerlo.

Siempre nos quedaba Frank Turner. Lo fuimos a ver las dos veces que ha venido a tocar a México; lo disfrutamos tanto como la primera vez. Hasta puedo asegurar que nos inyectaba nueva energía para continuar intentándolo. Se convirtió en nuestro Forget Paris como en la película de Billy Crystal y Debra Winger, hasta que ya no hubo más.

Después de cuatro años de vivir juntos todo explotó. Justo un día antes del concierto incógnito de Turner en nuestra ciudad como parte de una gira de promoción de su nuevo disco.


—¿Me lo dices con tan poco tiempo?

—Lo siento cabrón, no fuiste la primera opción, pero tienes que decir que sí. Hay muchos que quieren cubrirla, pero nadie que conozca al Turner como tú.

—Vale, vale. Es trabajo y el dinero siempre viene bien. Además, entrevistarlo es algo que suena muy bien. Mándame la información y yo me encargo de cubrir la entrevista y el concierto.

—¡Perfecto! Te lo mando a tu correo electrónico y bueno, te aviso que la entrevista tiene que estar en mis manos el domingo por la noche. Se publica el lunes.

—Sin fallas.

Me levanté del sofá bastante adolorido. Se había convertido en mi cama habitual, pero aún no me acostumbraba a él. Siempre despertaba con un fuerte dolor de espalda que me estaba convirtiendo en un adicto al tramadol.

Me preparo café, prendo mi laptop que está en la mesa de la cocina la cual se ha convertido en mi oficina desde hace algunos meses. Reviso mi correo, tengo un correo de Edgardo con toda la información para el concierto. Pienso en invitar a Diana, sé que le gustaría. De pronto escucho la voz de Billy Crystal en mi cabeza que dice Forget Turner! y descarto la idea.

Me pongo hacer un poco de investigación para la entrevista. Es a las ocho de la noche. Pongo en mi reproductor su nuevo disco, me paso a una página de ventas en línea para pedir el vinil, y leo algunas cosas para ir lo más preparado posible y no caer en las clásicas preguntas. Es por mucho una de las entrevistas más deseadas para mí.

Trabajo hasta casi las seis de la tarde, hora en la que llega Diana. Se sorprende de verme a pesar de todo lo que nos dijimos la noche anterior; me lo dice, además me recuerda que es su casa y que esperaba que después de ayer en que nos dijimos tantas cosas hiciera mis maletas y me fuera dejando de consumir sus energías y sus recursos.

Regresamos al pleito. Nos gritamos de todo, nos insultamos. No damos cuartel. Se queja de que no ayudo en casa, de que no hago nada y que no aporto en lo más mínimo. Lo usual. Yo le digo que como no aporto financieramente ella está resentida conmigo, la tacho de aspiracionista, de pequeño burguesa. Ella se ríe de mí, se burla, mientras me asegura que no es así, que no es algo que le importe.

Discutimos por horas, olvido la entrevista y el concierto.

Son las nueve de la noche cuando Diana decide poner fin a todo. Me pide que me marche. Hago una maleta con algo de mi ropa, le digo que iré después por mis libros, discos, cassettes, toda mi vida.

Me pide que no vaya, que me diga a dónde me lo manda. La mando al carajo y salgo. Es cuando veo los mensajes de Edgardo que está bastante enojado, no es para menos.

Pido un carro por la aplicación programada para eso. Se tardará unos minutos. Le mando mensaje a Edgardo diciendo que al menos al concierto sí llego. “Más te vale. Ya te cubrí en la entrevista”, es su respuesta.

Llego justo a la mitad del concierto. Edgardo que aunque está furioso conmigo, es mi amigo y me soporta. Me insulta, pero me dice que ya todo está cubierto, él hizo la entrevista que me toca transcribirla y ponerle de mi conocimiento sobre Frank Turner. Me deja el trabajo pesado.

En concierto aún alcanzo a escuchar un par de canciones de su nuevo disco, además de “Four simple words”, “Reason to be an idiot”, “Get better” y la canción con la que ha cerrado cada uno de los conciertos en que lo he visto: “I still belive”. Justo es cuando me doy cuenta de que estoy llorando. Es cuando entiendo que todo termino con Diana.

Edgardo y yo estamos sentados en un bar. Me pide que haga un buen trabajo con lo que tengo, es importante. Le digo que no hay problema que tengo los elementos necesarios para hacer una buena entrevista-reseña.

Son casi las tres de la mañana cuando nos despedimos. Me quedo por la zona, caminando sin rumbo, esperando a que amanezca. Sé que estoy equivocado, pero no pienso reconocerlo. Menos ante Diana, todo se ha acabado después de este último pleito. Ya no hay nada más que hacer.

Tomo el primer autobús de la mañana que va repleto de obreros, empleados de oficinas, domésticas y estudiantes que no saben que el sol se asoma, no lo pueden ver desde sus smartphones. Yo siento que es un nuevo comienzo, mientras sonrío.

«Jauría de ángeles»: letras rabiosas entre la niñez y la resignación



Alejandra Sosa |


Como lumbre llega hasta nuestras manos junto con el sofocante calor, el nuevo título de Editorial Agujero de Gusano, un libro quizá igual de sofocante que el mundo en el que vivimos que nos hace recordar que todo tiempo pasado fue mejor. Todo desde la singular voz de Itzamatul Ikal, joven autor hidrocálido por convicción, aunque nacido en la Ciudad de México, que también forma parte de la antología de poesía hidrocálida: Breviario Pandémico (2021).

Nunca se sabe lo lejos que se está del asombro hasta que se cae en lo profundo de ello. Como si fuera el hilo conductor para tal descenso, Jauría de ángeles disecciona e introduce en la mente del lector textos incómodos, escandalosos, viscerales e infantiles por igual.

El modo en que el autor desnaturaliza el lenguaje desde su cotidianidad, no hace otra cosa más que remontarnos a los grandes poetas y antipoetas que han estado en esta tierra. Decir de otro modo lo mismo es el trabajo del poeta y la virtud para que lo ordinario nos parezca lo más sublime e inconcebible del mundo.

Entre prosa y verso libre, navegamos en una infancia agridulce. Jauría de ángeles más allá de una antología poética, es el registro de una evolución literaria, el desarrollo de una pluma que madura en cada página frente a nuestros ojos, jugando entre la niñez y la resignación.

Jauría de ángeles de Itzamatul Ikal es el segundo volumen de poesía publicado por la editorial independiente Agujero de Gusano, ya disponible en línea con envío a todo México. El arte de la obra corrió a cargo de Erick Cuevas aka Nespy5€. A continuación compartimos algunas líneas incluidas en el poemario.



Itzamatul Ikal

Había encontrado el cadáver de un perro y decidió comerlo. Ese día, por más que sumó 2 + 2 hasta el cansancio, el resultado siempre fue el sufrimiento. Lo engulló crudo y pidió perdón; y juró por el recuerdo de su madre que un día escribiría un libro que lo dijera todo. Amaba a los perros, porque un perro ardiendo siempre es la bandera de Dios. Lo engulló todo y se persignó, no por lo que había hecho, sino por lo que estaba a punto de hacer.

En textos antiguos que ya pocos recuerdan, se afirma que el cadáver de un perro es un sutil signo de victoria. Y él conocía esto desde que su infancia le enseñó el placer.

En estos mismos textos 2 + 2 jamás es igual a 4; probablemente porque un perro es un número más (o una palabra menos).

Es cierto, todo pasa y se niega a sí mismo; la muerte puede no ser la muerte, y un cadáver puede ser un perro



o la misericordia divina.



Aunque tú no lo sepas: 200 discos chingones del rocanrol mexicano



Los periodistas musicales David Cortés y Alejandro González Castillo se encargaron de compilar el libro «200 discos chingones del rocanrol mexicano» en el que participan más de 50 expertos musicales y melómanos.

La obra es una selección representativa de los materiales discográficos más importantes en las diferentes vetas que existen dentro del rock nacional.


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