Escafandra Literaria: entrevista con el escritor Mario Bellatin
El devenir de Emir Kusturica
Jorge Tadeo Vargas |
Aunque la carrera cinematográfica de Emir
Kusturica no inicia en 1995, cuando ganó la Palma de Oro en el Festival de
Cannes y el Oscar a mejor película extranjera por Underground, este fue el año
que lo conocí y que comencé el recorrido hacia atrás de su trayectoria,
buscando sus películas anteriores. Una rápida búsqueda en el incipiente
internet de aquellos años y un amigo que vivía en la Ciudad de México me
ayudaron con esto. Él las buscó, las consiguió y me las mandó vía correo postal
en formato VHS hasta la ciudad de La Paz, que era donde yo estaba comenzando
mis estudios universitarios.
Así fue como vi “Papá esta en viaje de negocios” (1985) con la que inició el camino hacia la internacionalización y el reconocimiento global, ganando su primer Palma de Oro y recibiendo su primer nominación al Oscar como mejor película extranjera. Esto con apenas treinta y dos años. También conseguí “Gipsy Times” (1988), que se convirtió en mi película favorita del director por muchos años, una belleza de lo absurdo y el realismo mágico, con la que hace una denuncia al racismo y la violencia hacia lo diferente, hacia aquellos que tienen una forma de vida distinta a la que el sistema nos dice que debemos de tener, una visión totalmente contraria a la visión occidental que impera en muchos directores de cine, incluso en aquellos que son críticos al sistema.
La tercera (aunque las conseguí en un mismo
paquete) fue “Arizona Dream” (1993) su primera (y última) incursión en el cine
norteamericano. Una comedia negra, absurda, muy a su estilo que no tuvo el
éxito que pudo haber tenido, con un Johnny Depp logrando una de sus mejores
actuaciones al lado del genial Jerry Lewis y la maravillosa Faye Dunaway. Con
esta, mi colección de la filmografía de Kusturica estaba completa, claro que le
sumaba Underground, con su maravillosa banda sonora y el espectacular
poster que la acompañaba y que me agencié en el videoclub donde trabajaba. Solo
me tocaba estar atento a sus nuevas películas.
Muchos años después conseguí (en DVD) “¿Te acuerdas de Dolly Bell” (1981) donde va mostrando su estilo de sobra conocido, lleno de una elegancia estilística propia de su forma de ver el mundo, su obsesión de enfrentar a sus personajes al caos mientras todo se va resolviendo entre lo absurdo y el realismo mágico. Tal vez esta forma de ver la realidad es lo que lo hace sentirse tan cercano a América Latina, pues entiende a la perfección este surrealismo arropado por la magia, del cual nos sentimos tan orgullosos.
Kusturica es un tipo difícil de descifrar, alguien que traduce de forma perfecta el caos y lo lleva a buen fin, a la par de ser un producto de sus propias contradicciones que lo persiguen para que las traduzca en forma de historias absurdas, hilarantes, esas mismas contradicciones con las que viene lidiando desde la desaparición de Yugoslavia.
Y es que el nacido como bosnio, musulmán, en algún momento tomó la decisión de reconocerse como serbio y se convirtió al cristianismo ortodoxo, a la par de iniciar un viaje al nomadismo que lo ha llevado a vivir en muchos otros países y ciudades. Es como se siente más cómodo, siendo un gitano sin patria que defender o de la cual renegar según sea la situación o las necesidades.
Tal vez es la razón por la que se siente como
pez en el agua tocando y girando, primero con la banda punk Zabrajenjo Punsenje
o en lo que se convirtió esta agrupación con el paso de los años que es la Emir
Kusturica and the No Smoking Orchestra, su espacio seguro desde hace varias
décadas y al que regrese siempre de que lo necesita, este espacio colectivo
donde es uno más de muchos creativos a la hora de componer y tocar.
En 1998, sumaba a sus otros premios el León de
Plata de la muestra de Venecia como mejor director por la película “Gato Negro,
Gato Blanco”, una comedia absurda, negra, donde una comunidad gitana es la
protagonista. Ambientada en las riberas del Danubio cuenta la historia, cual es
su costumbre, de unos marginados que buscan desde su propia visión sobrevivir a
este sistema. Aquí la banda sonora es parte fundamental de la historia por lo
que toma un papel protagónico, a la par de la dirección de fotografía o de
arte. Kusturica mantiene el absurdo, el realismo mágico para contar la historia
de quienes sobreviven al borde de la sociedad poniendo en marcha su creatividad
para engañar a los privilegiados. Todo esto desde la visión nada occidental que
Emir tiene del mundo.
En 2001, estrena el documental Super 8
Stories, donde narra las peripecias de la banda a la que pertenece, los No
Smoking Orchestra, mostrando la relación tan cercana que existe entre los
integrantes, con lo que hace uno de los mejores documentales de música que he
visto. Mas allá de la crítica que se le ha hecho, lo que retrata de manera muy
objetiva es la convivencia diaria de una banda más allá de las actitudes y
vicios de rockstar que siempre están presentes en este tipo de documentales.
No es sobre la caída y la redención, es sobre el amor y la amistad.
Para 2004, regresa a terrenos de la
“ficción” con “La vida es un milagro” y uso comillas para resaltar la palabra
ficción pues el impresionante trabajo que hace con esta cinta para rescatar la
memoria histórica de la guerra yugoslava, la convierte en posiblemente el mejor
trabajo de Kusturica hasta el momento. Su objetividad, su madurez como
cineasta, son muy claros, además de sumarle significativamente su rechazo a la
visión cinematográfica e histórica occidental. Para él, el diálogo no es
necesario, mucho menos demostrar algo a la hegemonía occidental (a la cual
nunca le ha hecho reverencias). Su cine va más allá de ellos y su visión miope.
Para cerrar con “La vida es un milagro” y la recuperación de la memoria presenta el corto “Blue Gipsy” (2005) dándole voz a los niños de la guerra en
tan solo diecisiete minutos.
Para 2007, la comedia absurda, el realismo
mágico, los marginados y su forma de enfrentar la vida son los protagonistas de
la historia de “Prométeme” contando cómo se sobrevive en el borde, ese que el sur global conoce tan bien, lleno de muertos, desaparecidos, de violencia, la
cual Kusturica sabe disfrazar muy bien, para soltarla en forma de humor negro,
políticamente incorrecto.
Su gusto por el futbol y sus cercanías
ideológicas, lo llevaron a filmar en el 2008, “Maradona by Kusturica”, un
documental sobre Diego Armando Maradona y el culto que se vive en torno a él,
no solo en Argentina, sino en todo el mundo. Aquí también da constancia de la
cercanía del diez con cierto sector de la izquierda latinoamericana, y da
constancia de ese apego ideológico. Este es un documento fílmico que intenta
ser lo más objetivo posible, aunque también lleva mucha carga de
sentimentalismo y parcialidad por parte del director, lo cual tampoco es un pecado, al final, el documental narra la historia de un personaje al
cual Kusturica admira como jugador y como persona. De nuevo salen a flote sus
contradicciones.
En 2014 retoma el cine de ficción
participando en el ejercicio “Words with Gods” filmando uno de los nueve cortos
de este proyecto fallido que intenta armar un diálogo sobre la existencia de Dios, el cual tristemente queda reducido a historias pretenciosas y faltas de
ritmo.
Para 2016 regresa a la dirección con “On the Milky Road” y aunque su estilo se mantiene ha perdido de cierta forma esa visión absurda, de confrontación con el occidente, tal vez como producto de todos sus años viviendo justo en esos países, pero en esta película se le nota autocomplaciente, sin crítica, sin ofrecer nada distinto, incluso su decisión de tomar el rol protagónico junto a Mónica Bellucci, se siente forzado, lejos de lo que nos había dado. Este es posiblemente el peor ejercicio cinematográfico de su carrera, ni siquiera el soundtrack es capaz de salvarlo, tomando en cuenta que para Kusturica esta parte siempre ha jugado un papel importantísimo a la hora de contar sus historias.
Desde 2016 no ha regresado a filmar
ficción, aunque en 2018, regresa al terreno de los documentales con “El
Pepe: una vida suprema” donde narra la vida de José Mujica, desde sus años en
el activismo hasta la llegada a la presidencia. Con este rinde homenaje a uno
de los personajes de la izquierda institucional más coherente que han existido
y que sin embargo está lleno de contradicciones, tal vez fue la razón por la
que Kusturica decidió contar su historia, no podemos ignorar que en las
contradicciones propias del director, en 2014 apoyó abiertamente a Vladimir
Putin, y actualmente ha declarado su repudio al presidente de Ucrania, en esta
guerra contra Rusia. Es claro que sus apoyos tiran más hacia la izquierda, sin
hacer un verdadero cuestionamiento. Aquí Kusturica sufre del mal de todas las
celebridades de izquierda, una falta de conocimiento real de la problemática,
con mucho mainstream de por medio. El apoyo a Mujica, a la vez que Putin no
muestra sino sus contradicciones y su intento de navegar más allá del caos.
Emir Kusturica ha declarado en múltiples
ocasiones su deseo de dejar de dirigir, de retirarse del cine y
dedicarse por completo a la No Smoking Orchestra, sin embargo ha regresado al
menos en un par de ocasiones, y es que el cine le ha dado mucho, lo mismo que él
nos ha dado a los espectadores y tal vez por eso se mantiene aquí, por ser el
lugar desde donde puede arremeter con más fuerza contra las visiones hegemónicas
del sistema, desde donde puede debatir ideologías y creencias, desde lo absurdo
y surreal, desde donde puede poner en entredicho sus contradicciones e intentar
ordenar el caos.
Aunque tú no lo sepas: una charla con Paulino Monroy
Con Clichés Tour, Jesse & Joy regresan a Puebla
"Nos faltaba venir aquí, entonces, nos emociona muchísimo estar en concierto con ustedes y sobre todo en un recinto tan bonito", dijo Jesse.
Letrinas: Poemas de Anishka Rivera
El SILENCIO DE LOS NOMBRES
Mientras por siempre.
Bajo sábanas líricas adornan mi cuerpo.
-que es tuyo-
Corren besos ausentes de misterioso fondo.
Mientras por siempre.
A mi sub-alma le perteneces.
-por si fuera poco-
¿Qué cielo estará guardado para mí cuando entre zarzales me quieras?
Mientras por siempre.
Diremos nuestros nombres en el silencio.
Despeinando aquellas soledades.
Como si eso nos emancipara del olvido.
ECRUCIJADA CON EL VINO
Este día,
La vida,
La sombra,
No son sofisticadas.
Se cae la copa.
El vidrio flotante que corta.
Mi corazón inquietante,
Mi cuerpo tendido,
Sensual,
Efímero.
Fui mi amiga una vez,
Regresé,
¡Alma de varo!
¡Fiebre de perra suelta!
LA NOCHE
La noche se hizo para contemplarla.
Amar sus navíos alegóricos,
Sus miradas místicas,
Humildes y violentos sonoros,
Simbiosis íntimas,
Se desemboca,
Se envenena,
Nos regala remordimientos,
Confesiones,
Deseos,
Genuflexiones,
Estupores,
Nos llena y nos vacía,
Nos obliga a soltar la carne,
Nos horroriza como gavilanes,
Nos encierra entre dioses y esquelas,
Nos alimenta de panteones.
La nit, la nuit, la nokto.
Juega con perfume de sangre,
Nos impregna su hechizo,
Como una musa galante,
Desplegando el vigor,
Exiliada al infierno.
PERSISTENTE AMOR
Buscaré la esperanza si es que ha socavado por algún desolado deseo, encontraré el momento para rodear tus ojos y que las bocas se unan como la ola y la espuma pacifican por encima de la roca, del mar inmenso.
Insistiré los abrazos perversos, donde te torturo con la pasión que demandas; que habitas, sangre caliente y alegre, que brotan miradas, oleadas oleadas.
0:00
La eternidad como algo continuo; el tiempo marchito.
Las rosas marchitan, las espinas maduran.
Pero lo continuo es no-lingüístico,
Lo que se marchita es la imagen,
Ni siquiera la ilusión,
Esa muda fácilmente.
GALAXIA AUSENTE
Un día estaban todos los ruidos prestados, en el murmullo de alguna galaxia. Las palabras ya no se decían nada. Llegó el abrazo tierno de bienvenida, en el menú de un restaurante vacío, donde la última llamada no fue contestada. En otra tierra; un beso se pintaba los labios, la caricia se tocaba su cabello, la promesa se esfumaba con la risa, el amor dormía entre cajas de chocolates y en la soledad la rosa marchita pronunciaba su dulce nombre.
¿Será el futuro del olvido?
Letrinas: O Rei
Al
pensar en mi padre, puedo recordar claramente su cuerpo inmóvil frente a la
imagen de O Rei. Un póster que consiguió en un mercado, en donde se ve al ídolo
del futbol de espaldas, mostrando en la playera verdeamarela el número diez. Su
cara de lado, sonriendo feliz de saberse el mejor futbolista del mundo.
Lo
fue para muchos. Lo fue para mi padre.
No
sólo coleccionaba varios recortes de periódico sobre las victorias de Pelé en el Santos FC o incluso algunas notas de revistas, también tenía un par de jerseys supuestamente
autografiadas por él, colgadas en un gancho de madera y cubiertas con una bolsa
de plástico. Muy parecido a como entregan los trajes en la lavandería.
El
cuarto de mi padre era un santuario para do Nascimento. No había mujer que le
reclamara su afición porque mi mamá falleció cuando yo tenía tres años por una
angina de pecho. Según mi papá, no fue eso, sino los corajes que hacía ella
porque siempre se hizo en esa casa su santa voluntad. Y es por eso que tengo
este nombre, esta cruz. Pelé Reymundo González Chagoya.
Qué
orgullo para mi papá presentarme con sus amigos diciendo mi nombre completo,
haciendo énfasis en la última e de mi primer nombre. Pelé. En ese entonces,
cuando tenía apenas diez años, llamarme así me ponía a la par de ellos y hasta
más alto.
Nunca
vi jugar a O Rei, pero mi papá me contaba historias increíbles sobre sus goles
y sus Copas del Mundo. Decía, con aires de profeta, que si Pelé se coronaba
como el rey en otro Mundial, entonces habría más ganancias en el negocio de
tapicería que nos daba el sustento. Si Pelé gana otro Mundial entonces tú,
hijo, serás igual de grande que él. Algún día tú llevarás a este país a la
final y yo diré orgulloso que Pelé Reymundo es mi hijo. Eso decía.
Para
mí no había labor más importante. La escuela era un desperdicio de tiempo.
Salía corriendo de clases para tomar un balón que se desbarataba con cada
golpe. Ponía dos cubetas como portería y practicaba penales. Con mis amigos
jugaba a la hora del recreo y de la salida.
Nunca
estuvimos en un torneo formal hasta que mi papá me inscribió en uno con
muchachos más grandes que yo. En el primer partido me dieron una paliza. Un
llegue arriba del talón me sacó del partido.
Entre
mis lágrimas vi la cara de mi papá, diciendo que no. Arqueando las cejas como
cuando un sillón ya estaba muy usado y no tenía remedio. Al siguiente partido no
fue. Imaginé que ya se había arrepentido de llamarme Pelé Reymundo. Y a mí ya
no me sabía igual patear la pelota si no era para llevar este nombre a la cima.
No
volví a jugar futbol. Mi papá se encerraba en ese cuarto cada vez más seguido, escuchando
las noticias de su ídolo. No sé por qué, pero lo sentí más ausente. Como si el
futbol fuera ese lazo de amor que cualquier hijo quiere construir con su padre
y que, si falla un penal, una asistencia o un tiro libre, entonces también
fallan esos ratos en donde se sientan a las ocho a ver dos equipos enfrentarse.
Enojarse porque el árbitro es un ciego que no ve esto o aquello y celebrar
juntos cuando cae un gol a favor.
Mi
padre nunca imaginó que el Pelé Reymundo al que le tenía tanta fe para llevar a
México a la gloria en el Mundial, terminaría estudiando Leyes. Y cuando salí de
ese universo en el que sólo existíamos mi papá y yo, me di cuenta de que mi
nombre no era una bendición. Era un chiste.
El
abogado Pelé Reymundo, ¿te imaginas?, decían las muchachas del salón y a mí me
ardía la cara de vergüenza. Quería reclamarle su locura y su desmedida afición,
pero, a fin de cuentas, mi papá me hubiera puesto ese nombre aunque naciera
cien veces.
Entonces
investigué todo para cambiármelo y ponerme uno como cualquiera. A lo mejor
Silvestre como mi abuelo, Juan Carlos como mi tío. Rafael, como mi padre.
Pero
una tarde me invitaron a cascarear afuera de la facu. Yo centro delantero. Nunca
tuve problemas para correr ni cabecear. El ADN me bendijo con piernas largas y
una flacura que yo muchas veces pensé insana.
El
aire me daba en la cara, sentí cómo el sudor de mi frente y del pecho se
secaban al tiempo de burlar a los defensas y anotar el primer gol. Un cabezazo
que dejó al portero del otro equipo con la boca abierta, inmóvil.
Pelé
Reymundo, Pelé Reymundo gritaban los curiosos que se juntaron alrededor de la
cancha. Dicen por ahí que el cuerpo tiene memoria y que nunca olvida sus
verdaderas pasiones. Y esa tarde hice seis goles, los que me hubiera gustado
hacer en aquel torneo infantil ante los ojos de mi viejo.
Por
primera vez en años sentí orgullo de llevar ese nombre. Los maestros me dijeron
bien que te queda. A lo mejor te equivocaste de carrera y lo tuyo era el
deporte. En la Selección Mexicana hace falta un Pelé como tú.
El
aire de todo el mundo me cabía en los pulmones. Se me atoró la emoción en la
garganta. Corrí, atravesé las avenidas, ensuciándome el pantalón con los
charcos de agua, pisando chicles, esquivando perros y señoras con sus hijos.
Me
quité la camisa para que el humo de los carros no ensuciara mi victoria.
Llegué
a la casa y encontré a mi papá en el patio. Estaba sentado en un tronco de
madera. Grapas en medio de los labios, midiendo un pedazo de tela de terciopelo
azul. Las bolsas de sus ojos nunca me parecieron tan grandes. Las grapas
temblaban entre sus dientes y un hilo de saliva le resbaló por la barbilla y
cayó sobre su vientre, que se asomaba debajo de la camisa.
¿Qué
quieres?, preguntó.
Papá,
hoy jugué fut.
Su
boca se abrió como una tumba dispuesta a recibirme. Se estaba riendo. Su
barriga brincaba con las carcajadas y dijo apoco todavía se acuerda cómo jugar
el señorito. ¿Y ganaste?
No,
le respondí. Hoy tampoco pude.
Llega "Siete veces adiós" al teatro del CCU, la obra más exitosa del momento
Bajo el slogan "Un musical hecho con el corazón roto", la dramaturgia corre a cargo de Alan Estrada y Salvador Suárez, quienes convierten a la música y el amor en la columna vertebral de su relato.
"Ruido", la interferencia de las emociones
"Su pinche protocolo es el que nos trajo aquí", reclama de manera enérgica la protagonista en una secuencia del filme, luego de que los servidores públicos encargados del caso de su hija han cometido un error con el expediente de la misma.
Letrinas: La distancia de las flores
EL JACAL
Junto al basurero, hay una tienda
de plásticos y maderos
que no alcanza a cubrir de sol ni lluvia.
Sus paredes oscilan con el viento.
Apenas un primitivo recoveco
para no dormir a la intemperie
y recogerse un poco lejos de las alimañas.
Sus muebles son cajas de cartón
y algún hierro retorcido donde colgar la ropa.
Apenas cabe uno de pie; y sus habitantes
se debaten en la incomodidad
de un aire de olores prisioneros
y huecos por donde se cuela la luz quemante,
la persistente gotera que moja las ropas de dormir
e inunda los sueños de tristeza.
Se fugan por ahí los días cuyo solo beneficio
es nueva chatarra arrancada al basural.
¡Qué horror repentino (mi mente yendo a habitar allí,
compartiendo esos mismos cacharros),
por lo que debería ser una casa y no lo es!
EL ABUELO
Por las tardes,
sale a tomar el aire
que no alisa sus arrugas; y en el desfile
de carros y rostros, permanece impasible,
dando un ceño circunspecto al timbre de la vida.
Se ha vuelto agrio
como un fruto que encierra la demencia.
Y en el monólogo de su plática, mezcla reclamos
con historias fantásticas de lo que nunca fue
y quiso ser.
Sus días son procesión de achaques.
Sus noches: cortas y sin misterio.
El catre lo aferra como camilla de hospital,
recogiendo, ávido, su rancio olor,
a humanidad ya pasada.
Su señorío en casa concluyó hace mucho,
como carta cuyo remitente ya no importara.
Podó un árbol,
extravió un libro, lastimó a un hijo.
Ya nada espera: ya puede morir,
como quien abre la mano
para mostrar que nada guarda.
DOMINGO
Desde que amanece
hay más polvo en el aire.
Los minutos se afanan en alargarse:
elásticos de tedio. Las cosas sufren
un silencio de plomo aun si hablan;
y si hablan lo hacen con flojedad infinita.
Todas las campanadas del día son de muerte,
porque éste es el primer día de todos.
Y como tal, exaspera como una infancia afligida
que no nos perdonara olvidarla.
La voz se ralentiza.
El estudiante reposa su cruda
con dolor en la cabeza del alma.
Las calles se ensanchan de modo invisible
para que el transeúnte se perciba más solo.
Los orgasmos sufren raquitismo y culpa.
Quizá Dios maldijo
a Adán un domingo.
Y este día nos rememora la debilidad del mundo.
Letrinas: Crac
Genaro da un trago a la cerveza y mira por
la ventana. El cielo está despejado, el día caluroso. Son más de las dos de la
tarde y unos niños juegan futbol. El pavimento en la colonia Vacacional parece
brasero pero poco les importa. A Genaro le llama la atención el portero, quien
es rechoncho, moreno y de baja estatura. Al instante se identifica con él y
recuerda todo lo que sufrió respecto a su apariencia física en la escuela.
—¡Genaro puerquito!
—¡Mantecoso!
—¡Oing, oing!
Una época dura, difícil
de olvidar. No fue de muchos amigos porque había que permanecer en casa todo el
día. Su madre trabajaba de camarera en los hoteles de la Costera y se veían
sólo por las noches. Una mujer cariñosa y sensible. Jamás volvió a salir con
otro hombre después de la muerte de su esposo. Se dedicó de tiempo a completo
al trabajo y a su hijo, hasta que el cansancio y la edad acabaron con ella.
Genaro no aparta los ojos
del portero. De pronto le meten un gol y todos los de su equipo comienzan a
darle de manotazos en la cabeza; el contrario celebra. No alcanza a escuchar lo
que le gritan mas lo supone. Acaba la cerveza, se limpia los labios con el
antebrazo y deja la botella en el alféizar. Acto seguido se sienta en el sofá,
coge el control de la televisión y la enciende. Pasa de un canal a otro hasta
que finalmente se detiene en una película mexicana en blanco y negro. Al cabo
de unos minutos tocan la puerta. Apaga el televisor y se dirige a abrir.
—¿Quién? —pregunta en tono brusco.
Una voz femenina y dulce responde al otro
lado.
—Soy yo, Mariela, su nueva vecina.
Después de asegurarse
quién es, Genaro gira la perilla y abre. Mariela es una mujer joven, morena,
delgada, de fino rostro y casada. Lleva puesto un vestido azul con burbujas
blancas, holgado y escotado por la espalda.
—Buenas tardes, don Genaro. Perdón que lo
interrumpa, ¿tendrá que me preste un taladro? Sucede que mi esposo lo necesita
porque pondrá un espejo en el baño. Y como sabemos que usted trabajó en teléfonos,
pues...
Genaro guarda silencio por algunos minutos
y luego dice:
—Deje voy a la bodega y lo busco. Pase,
tome asiento.
Mariela ingresa echándose
aire con ambas manos en sus senos, se sienta en uno de los sofás y mira a su
alrededor. Genaro suspira y cierra la puerta. De inmediato a Mariela le atraen
los cuadros que cuelgan en la pared, los floreros y algunos juguetes que
adornan los muebles. Genaro le ofrece agua y refresco.
—Agua está bien —responde Mariela.
Genaro va a la cocina por
ella. Mariela no contiene su curiosidad y se levanta de su lugar y se aproxima
a ver de cerca una foto donde un niño gordo abraza a una mujer por la cintura.
Al fondo hay juegos mecánicos, luces de múltiples colores. Genaro regresa con
el vaso de agua y se lo entrega. Mariela lo lleva a la boca y bebe hasta el
fondo. Después coloca el vaso sobre la mesa que se encuentra al centro de la
sala y pregunta:
—¿Es su mamá, don Genaro?
Genaro frunce el ceño, le incomoda hablar
de su madre mas asiente.
—Qué linda era, y usted tan serio. Pero
qué calor ha hecho últimamente, ¿no?
—Bastante. Permítame, voy a la bodega por
el taladro. En seguida vuelvo.
Sale por la cocina y
atraviesa el jardín trasero. Una vez dentro de la bodega, baja una caja enorme
de la repisa, la abre y extrae el aparato. Mariela continúa contemplando las
fotos, una a una. Genaro entra a la sala, la mira de espalda y dice:
—Aquí tiene.
Mariela se vuelve hacia a él.
—Gracias. ¿Sabe, don Genaro? Acabo de
descubrir que usted es un hombre triste. Lo digo por sus fotos. Nunca sonríe.
La mujer de allá, la de la foto de encima del televisor, ¿es su esposa?
Genaro hace una mueca de disgusto y dice:
—Señorita Mariela, no quiero ser
descortés con usted, pero no es asunto suyo.
—Lo siento. No quería ser imprudente. Cielos.
— No se preocupe, sólo que no me gusta
hablar mucho de mi pasado. Sí, fue mi esposa. Murió en el parto junto con mi
hijo hace años.
—Yo… no sé qué decir. Creo que debería
marcharme.
Sin embargo, hace mucho que Genaro no
tiene visitas y desea estar en compañía un poco más.
—Espere, ¿gusta tomar otro vaso de agua?
También hay cerveza en el refrigerador.
Esta vez lo dice con una voz entrecortada,
tímido. Mariela suspira y dice:
—Bueno, sólo una. A nadie le hace daño un
trago, después de todo. Además el clima lo amerita.
—De acuerdo. Voy por ellas.
Mariela de nueva cuenta
toma asiento y coloca el taladro en su regazo. Genaro vuelve con las cervezas y
se sienta junto a ella. Las chocan, dicen salud y ambos dan un trago.
—¿Lleva tiempo viviendo solo?
—Algo.
—¿Alguna novia o pretendiente?
—No que yo sepa. ¿Usted lleva mucho
tiempo casada?
—No mucho. Apenas un año, y nos mudamos a
esta colonia por cuestiones de trabajo. Soy maestra de primaria.
—¿Tienen hijos?
—No por ahora. Quizás más adelante.
Dan otro trago y bajan las cervezas al
suelo, junto a sus pies.
—¿Ya vio las noticias?
—Sí.
—Caray, cuántos muertos, ¿no cree, don
Genaro? Acapulco me da miedo y tristeza. Ya nada es como antes. De puras
migajas turísticas sobrevivimos por tanta violencia.
—Demasiados, pero así funciona la vida en
el sur. Sólo es cuestión de acostumbrarse.
—¡Qué horror! Mis ojos no podrían con la
sangre desparramada a diario, ¿se imagina?
Genaro cambia el tema de conversación y
dice:
—Su esposo debe ser muy afortunado al
casarse con usted. Me recuerda a mi esposa. Siempre radiante con su sonrisa y
llena de energía. Era enfermera y amaba su trabajo. Estaba muy emocionada con
el embarazo. Diego, así deseaba llamar a nuestro hijo.
Mariela se sonroja y baja
la cabeza. Genaro no deja de sudar y agita con movimientos bruscos su playera. Por
momentos le tiemblan los labios.
—También era una mujer con un gran
sentido del humor. Hacía reír a cualquiera con sus chistes. Vaya que sí.
Mariela aguarda unos
instantes y cuando está por hablar, un balón entra por la ventana. Vuelan
virutas de cristales y ambos brincan de sus lugares debido al estallido.
—¡Santo Dios!
—¡Qué carajo!
Genaro se incorpora con
dificultad mientras Mariela permanece inmóvil, nerviosa. Genaro se dirige a la
puerta, sale hasta la calle y no encuentra rastro alguno de los niños que
jugaban futbol. De pronto, entre los arbustos, asoma una cabeza pequeña. Es el
niño rechoncho, trata de ocultarse pero es inútil. Así que avanza hasta Genaro,
cabizbajo. Al verlo de cerca, le pregunta:
—¿Fuiste tú?
—¡No, señor, se lo juro! Fue Carlos y todos
me mandaron por él. ¡Por favor, devuélvamelo o me irá muy mal! Por favor.
—Tranquilo, hijo. Tranquilo, caramba. Acá
lo tengo. Ven por él.
Genero vuelve a la casa y
el niño duda en hacerlo, teme por lo que pueda pasar una vez dentro. Luego
piensa en la golpiza de sus compañeros y lo sigue. Mariela se ha marchado sin
llevarse el taladro; Genaro se encoje de hombros y se lamenta de lo sucedido.
Invita al niño a sentarse pero éste decide permanecer de pie.
—¡Señor, por favor, devuélvame el balón!
Lo necesito. En serio.
Genaro se coloca frente al niño, cruza los
brazos y dice:
—Dime una cosa, hijo, ¿quién me va a
pagar por los daños? ¿Tú?
El
niño baja la cabeza y guarda silencio. Descubre que el balón se encuentra en el
suelo y que hay vidrios por doquier.
—Lo suponía. Te mandaron por el balón pero
no te dijeron nada sobre las consecuencias, ¿verdad?
El
niño se echa a llorar. Genaro deja caer sus manos, levanta el balón y se lo
entrega. El niño lo sujeta contra su pecho, se limpia los ojos con su playera, se
marcha a toda prisa y deja la puerta abierta. Genaro no tiene más opción y la
cierra. Después entra a la cocina por otra cerveza. De regreso a la sala se
detiene frente a la ventana rota. Respira hondo, suda; de un momento a otro le
llegan recuerdos de su madre, esposa e hijo. Un hilillo de agua escurre
lentamente por su mejilla y da un trago largo.
Franco García (Guerrero, 1987). Ha publicado en Punto de partida, Punto en línea, Ágora, Opción, Mono, La otra voz, Trinchera, Acapulco cultura, Minificción, Monolito, Rankia, Zompantle, Capote, Enpoli, Sputnik, Periódico Poético, entre otras. Parte de su obra ha aparecido en antologías de minificciones y cuentos.