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7NN: XXXII


XXXII
Por Mauricio Caballero


Hola, te prometo que esta es la última carta. Entiendo que te aterra saber quién las envía, pero ya no escribiré más. Como te prometí en la carta anterior, aquí lo aclaro todo.

Doy clases de arte moderno, digamos que la vida me llevó a esta profesión. Me gusta, desde joven me interesé sobre algo muy particular y me di a la tarea de conocer todo lo que pueda sobre ello, descubrir lo que hay detrás, su misticismo, su relación con otras cosas.

Mi afán por ver sus conexiones me llevó a investigar cientos de cosas; estudié la biblia, la masonería, la numerología y terminé por adentrarme en el arte, sin duda un mundo lleno de misterios. Actualmente estoy estudiando una maestría y es de lo más fascinante que te puedas imaginar, a los artistas les encanta dejar mensajes ocultos en sus obras.

1Cuando Jacob emprendió nuevamente su viaje, llegaron ángeles de Dios a encontrarse con él. 2Al verlos Jacob exclamó: «!Este es el campamento de Dios!». Por eso llamaron a aquel lugar Mahanaim. No soy digno de todo el amor inagotable y de la fidelidad que has mostrado a mí, tu siervo.
Genesis 32:1-2


¿Lo conoces? Se encuentra en el primer libro, le puse un separador en la biblia que te regalé hace unos meses. Yo soy como Jacob. El Genesis 32 relata como Jacob emprende un viaje y llega al lugar que nombra Mahanaim que quiere decir dos campamentos, como yo, que tengo dos casas; la de mi infancia y la de ahora.

10Cuando salí de mi hogar crucé el río Jordán, no poseía más que mi bastón, ¡pero ahora todos los de mi casa ocupan dos grandes campamentos!

Genesis 32:10


¡Si!, así empecé yo. Sali de mi casa sin nada, crucé la ciudad, porque no quería estar cerca de mi primer hogar, aunque aún suelo visitarlo. He de confesar que me la pasé muy mal al inicio, pero nada de lo que no pudiera soportar. Solo luchando y esforzándome he llegado hasta donde estoy. Doy gracias por ello.

Quiero decirte que vivo aquí mismo, pero al otro extremo de la ciudad. De este lado se me aprecia más, realmente se valora mi trabajo, recibo una buena paga, mayor reconocimiento y mejores oportunidades. Incluso me han ofrecido trabajos importantes en otros estados, pero les he rechazado, tengo cosas pendientes aquí, aunque eso está por terminar.

De hecho, hoy me libero de mi pendiente y en dos días me marcho de aquí. Me iré de vacaciones por Europa, a Bélgica para ser exactos, visitaré museos y me empaparé de arte. En especial quiero ver una pintura; Número 32 de Jackson Pollock, quiero verla con mis propios ojos. Te dejé una foto en este sobre, ¿la ves?, esa obra me recuerda mucho a mi niñez, fue algo complicada, podría jurar que veo 32 personas en la pintura.

Por cierto, él le debe su estilo a David Alfaro Siqueiros, quien le enseño la técnica de action painting y dripping. Pollock murió en un accidente con su coche; se estrelló frente a un árbol casi al llegar a su casa. Algo como lo que te pasó a ti años atrás, se puede decir que tuviste un choque a la Pollock. Lo sé por los periódicos locales, fue un 3 de febrero, te sorprenderá lo que puedes conseguir desde una computadora.

Sabías que hasta hace algunos años los procesadores eran de 32 bits, y las computadoras con dichos procesadores tienen el problema del año 2038, esto es porque la variable entera donde se guarda el tiempo tiene un valor límite de 2,147,483,647; que corresponde a la fecha de 19 de enero de 2038, a las 4:14 pm con 7 segundos. Un segundo después el tiempo regresará a la fecha de 13 de diciembre de 1901 o 1 de enero de 1970. Como sea, habrá personas que no lleguen a comprobar esto.

¿Por qué te digo esto? Me di cuenta de algo, si multiplicamos 19 x 1 x 2038 x 4 x 14 x 7 nos da 15,179,024, y si luego sumamos cada número por separado: 1 + 5 + 1 + 7 + 9 + 0 + 2 + 4 da 29. Y si sumamos las cifras individuales de la misma fecha 1 + 9 + 1 + 2 + 0 + 3 + 8 + 4 + 1 + 4 + 7 nos da 40, si sumamos 4 + 0 da 4. Sumando al final el 29 + 4 da 33, y si a esto le quitamos el segundo que marca el retroceso del tiempo, nos da 32. Todo está relacionado, te das cuenta, el mundo está lleno de sutiles relaciones que se revelan. Solo para quien las busca.

Retomando. Seguro te alegra saber esto, no hablo de las fechas, de los números, ni de Pollock, hablo de que seguro te alegra saber que me voy. Por eso quiero despedirme con esta última carta, para que descanses, sé que me he portado mal, que para ti he sido un fastidio y quiero dejarte en paz. Liberarnos uno del otro.

1Dichoso aquel
                a quien se le perdonan sus transgresiones,
               a quien se le borran sus pecados.
2Dichoso aquel
                a quien el SEÑOR no toma en cuenta su maldad
               y en cuyo espíritu no hay engaño.

La dicha del perdón. Salmo de David. 32:1-2


Éste es el inicio del salmo 32, del libro de los Salmos, también te lo marqué en la biblia. Es la hora de pedir perdón, dejar los engaños, develar los misterios, hoy es el día de revelar toda mi maldad.


3Mientras guardé silencio,
               mis huesos se fueron consumiendo
               por mi gemir de todo el día.

La dicha del perdón. Salmo de David. 32:3


Esa era yo de pequeña, no tenía voz, no era escuchada, era empujada de un lado a otro, como un estorbo, como una carga. Solo me quedaba llorar, por dentro, para no molestar, para intentar ser una niña buena, pero cada vez me fui sintiendo menos. Cómo existir si nadie te llama por tu nombre.


Tú lo sabes bien, te quedaste sola a los 32 años, tu adicción a las drogas y alcoholismo te dejaron sin nada, vacía, entraban hombres a tu casa, pero jamás te llamaron por tu nombre, solo eran una visita de paso y te quedabas vacía. Perdiste todo y yo también lo perdí; perdiste tu juventud, y yo también la perdí; perdiste tus amantes, yo perdí a quien deseaba que me amara; perdiste tu nombre, yo nunca escuché el mío.

11Oh señor, te ruego que me rescates de la mano de mi hermano Esaú. Tengo miedo de que venga a atacarme a mí y también a mis esposas y a mis hijos.

Génesis 32:11


Esa fue mi infancia, tenía miedo de que Esaú llegará a mi cuarto y me atacara, mi esposa e hijos eran los muñecos que me encontraba en la calle, no tenía a nadie más a mi lado.


24Entonces Jacob se quedó solo en el campamento, y llegó un hombre y luchó con él hasta el amanecer. 25Cuando el hombre vio que no ganaría el combate, tocó la cadera de Jacob y la dislocó.

Génesis 32:24-25

Nos quedamos solas, hablo de ti y de mí, ambas nos quedamos solas, pero cada una en su campamento, valiéndonos por nosotros mismos.

Hace 5 años un hombre entró a tu casa, te golpeó y te dislocó la cadera. Dejaste de caminar, dejaste de usar tus extremidades inferiores. ¿Sabías que tenemos 32 huesos en las extremidades superiores? Que no te sorprenda que sepa esas cosas. Como también sé que desde entonces tomas pastillas para la presión alta, te convendría saber los efectos secundarios de la Hidralazina.

Sí, he estado cerca de ti, en tu campamento. Te confieso que he entrado algunas veces, porque también fue mi campamento. Lo abandoné el día de mi cumpleaños, pero tú no sabías eso, no te diste cuenta hasta dos días después cuando por fin saliste de tu cuarto. Fue hasta después de un mes que te importó mi partida, que te molestó la soledad.


28Tu nombre ya no será Jacob —le dijo el hombre—. De ahora en adelante, serás llamada Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido.

Génesis 32:28


Yo vencí a Esaú, vencí al hombre, y me gané un nuevo nombre, ese fue el inicio de mi camino, de la vida que ahora tengo y amo. Reconozco que al inicio fue difícil, pero te agradezco que me hayas dado la fuerza y motivos para hacerlo.

Me fui a los 16 años, un número significativo porque 1 + 6 da 7, que es el número sagrado, es el centro de uno mismo, como era el centro de mi renacimiento, 16,  la mitad del camino al 32; como los 32 rumbos que tiene una brújula, yo vagué por la ciudad hasta que encontré mi sitio, como las 32 sonatas de Beethoven que escucho cada que veo una pintura, como las 32 casillas del ajedrez que he jugado mentalmente hasta el día de hoy, 32 como el promedio de dientes que tenemos los adultos, como los grados de aumento que tenía Galileo en su último telescopio y con los que pudo ver los cráteres de la luna, las manchas del Sol, los satélites de Júpiter y los anillos de Saturno. 32 como las quemaduras de cigarros que tengo en el cuerpo, tantas como la misma cantidad de baños que hay en la Casa Blanca, tantas como las veces que me golpeaste, como el documental que habla de 32 salmones que nadan contra corriente, como yo tuve que hacerlo. 32 como las parejas que te conté mientras yo vivía ahí, y que algunas de ellas después entraban a mi cuarto y me decían que calladita me veía más bonita, como las 32 notas que tiene un saxofón que tocaba uno de esos hombres, 32 como las páginas del pasaporte que acabo de sacar, igual que los 32 estados de nuestro país, 32 como el código telefónico de Bélgica, como su nieve que se crea por debajo de los 32 grados Fahrenheit, que es el punto de congelación del agua, 32, igual a la edad que tengo hoy. Tú eras Esaú y yo solo quería huir de ti.


5Pero te confesé mi pecado,
             y no te oculté mi maldad.
Me dije: «Voy a confesar mis transgresiones al SEÑOR»,
             y tú perdonaste mi maldad y mi pecado.
10Muchas son las calamidades de los malvados,
             pero el gran amor del SEÑOR
            envuelve a los que en él confían.

La dicha del perdón. Salmo de David. 32:5,10


Esta es mi última carta, mi confesión de la última transgresión, te confieso mi pecado. Hoy es el día especial para cerrar el círculo, para darte mi perdón y para pedirte tu perdón. Hoy estoy en paz, conmigo y contigo, porque ya no hay nada que te quiera ocultar; hoy te irás de tu campamento.

Sé que ya tomaste tu pastilla para la presión, te la tomas siempre cada mañana acompañada de dos vasos de leche. Te diré que el vaso que usas es de 16 onzas, solo haz cuentas, 16 x 2 da 32, como la misma cantidad de pastillas que molí en tu bote de leche.

Me siento bendecida y agradecida por las pruebas que me envió Dios. Por favor lee por última vez el Salmo de David, 32:11. Mi corazón es justo, mi corazón descansa.

Adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá, adiós mamá.

7NN: Sensorama


Sensorama
Por Sergio Martínez


Llevaba semanas atascado en la escritura de un cuento que tuviera de alguna manera al salmón como personaje o, por lo menos lo tocara de manera tangencial. Había investigado su ciclo de vida, su valor alimenticio, las diferentes recetas para prepararlo, su travesía río arriba a pesar de los osos; nada se me ocurría, seguía atascado en la hoja en blanco, ¿qué escribir sobre los salmones? Reproducir, cocinar, pescar, no se me ocurría nada con ese argumento. Tenía fastidiada a Lorena con mi letanía sobre mi bloqueo de la hoja en blanco. Un pinche mes y nada que fluían las ideas, ni el litro de güisqui, ni los 32 carrujos de mota, la lectura o el sexo despertaban mi imaginación. Perdía por nocaut de todas todas, con la maldita hoja en blanco.

Vamos a Sensorama para que se te active la imaginación me dijo un día por la mañana Lorena, le reviré con: esas son mafufadas, mientras le daba un trago largo a mi café. No pierdes nada, igual después de la experiencia se te ocurre un súper cuento tipo Villoro, Borges o Rulfo, contra atacó. No te pases Lorena, esos maeses son de otro universo, monstruos de imaginación infinita. Ninguno tuvo que ir a Sensorama para encontrar el hilo de un cuento. No veo porque no probar un té de hierbabuena y dejarte llevar por tus sensaciones. ¡Qué carajos! Pensé. Igual la opción era buena y eficaz. Me hice el difícil por un par de días mientras seguía mi esgrima contra la hoja en blanco, algo sin lógica y sentido puede escribir, aunque por enésima vez salí derrotado, acepté desesperado la opción que me daba mi esposa.

Cuando llegamos, la fila para entrar era un poco larga. ¿es una obra de teatro o qué tipo de espectáculo es Lorena? Tú déjate llevar. Subimos al séptimo piso, nos presentamos en el recibidor y nos guiaron a una de las habitaciones. Un cartel de pared a pared nos da la bienvenida: “El escenario es tu imaginación”. Solo sillas alrededor de la habitación alfombrada, una chica entra a la habitación nos dice que podemos ocupar el lugar que queramos, ya sea en una silla, de pie, recargado en la pared o acostado en el piso, detrás de ella un chico nos entrega unos goggles y nos pide nos los coloquemos cubriéndonos los ojos, quedamos en la más profunda oscuridad. Una voz nos va dando instrucciones: tomen una posición cómoda, relájense. Concentren todos sus sentidos en su mismo cuerpo, escuchen latir su corazón, sientan su respiración, inhaaaalen-exhaleeeeeen, sus pulmones se expanden. Su cuerpo es transparente, poco a poco lo va inundando un humo color verde, de las puntas de los dedos de sus pies y de sus manos, sale todo lo que les duele, todo lo dañino a su cuerpo, alma y espíritu. Cada uno de ustedes recobra el control de su mente, cuerpo y espíritu, no hay nada que no puedan lograr, no hay nada que no puedan realizar. Busquen la comunión con su yo interno, busquen dónde reside su poder infinito… Me voy perdiendo en la voz que ahora me pide abrir mi mente, ver con los dedos, escuchar con mi piel. Ver a través de las cosas. Escuchó la risa de Lorena a mi lado, me dice que puede volar, que es una lechuza. Giro la cabeza para encontrar su voz, la veo, es una lechuza. ¿tú que quieres ser? Me pregunta. No lo sé. Yo ahora quiero ser un perro. Se convierte en un perro que corre por la habitación esquivando a todos. Sigue riendo, se está divirtiendo. La voz nos siegue dando instrucciones que dejo de atender. Me concentro, quiero cambiar de forma, seguir a Lorena.

–Transfórmate en un salmón.

–No sé cómo hacerlo.

–Solo pierde el miedo.

Aprieto fuerte los ojos y los puños, tenso mis músculos, siento como mi cuerpo se empieza a estirar, mis talones se fusionan formando una gran aleta, mi piel muta; es escamosa, se oscurece en tonos grises y negros, las mejillas se me agujeran, se vuelven branquias, mi boca se empequeñece, mis ojos dejan estar al frente de mi cara, se colocan dónde estaban mis orejas, de mi espalda brota una aleta dorsal y otras dos pequeñas de mi pecho, tirado en el suelo me revuelco, salto, me falta el aire, siento la necesidad de entrar en un cuerpo de agua. Lorena me ve y se convierte en una pecera con agua. Saltó y nado entre su cuerpo, me impresiona ver su interior, es cristalino, nado por una de sus piernas, llego su sexo, sigo por su torso, llegó a su pecho, doy vueltas y vueltas dentro de su cuerpo-pecera; me siento feliz; entro a su garganta, le hago cosquillas, ella ríe, la miro a los ojos, me devuelve su oceánica mirada diciéndome: Te amo.




Siete Nuevos Narradores

Editorial

Nos gusta tomar letras para formar palabras, aunque no despreciamos el agua, la leche, cerveza, güisqui o bebernos alguna que otra idea para ir alimentando nuestras historias.

Nos gusta escribir lo que vemos, pensamos, sentimos. Intentamos ser fieles a nosotros mismos, aunque de pronto nos traicionamos y somos más fieles a nuestras inquietudes, nuestros vicios, nuestros miedos, nuestras certidumbres y nuestras dudas, de ahí nacen nuestras historias.

Hijos de nuestro tiempo, apostamos al ciberespacio y nos subimos a la revista Sputnik 2 (junto con Laika) para poner en órbita nuestras letras. Pase, léanos, quizá se reconozca en alguno de nuestros textos. Recomiéndenos si pasa un buen rato leyendo, sino escriba para decirnos lo malos que somos. Apostamos a divertirnos, generar nuestra propuesta literaria para que sepan que aquí estamos y derramaremos letras e historias desde Aguascalientes.

7NN

7NN: Salmón y 32

Salmón y 32 
María Santos

Salmón y 32 eran los elementos que debía contener el siguiente relato o estar relacionado con ellos, eso fue lo acordado, lo cual fue resultado de un juego azaroso hecho con la carta del restaurante. Luego de la reunión en El Naranjo con mis compañeros narradores, llegué a casa y fue inevitable comenzar a pensar en ideas, quizá las cervezas que me tomé a grandes tragos me alteraron un poco y empecé a imaginar ciertas escenas como: un joven calvo que cada vez que comía un filete de salmón brotaban en su cabeza 32 cabellos o la historia de 32 presos y a uno de ellos lo apodaban “El Salmón” ¿por qué? no lo sé, aún no tenía el gusto de conocerlo. También imaginé una prostituta de 32 años obsesionada con las blusas color salmón, ¿por qué? En la esquina del burdel me lo diría. 

A la mañana siguiente imaginé 32 abejorros negros con bandas color salmón atacando a un perro a las afueras de una barbería. 

Pasaban los días y seguía sin decidir cuál idea desarrollar, hasta que una noche calurosa una historia me convenció: durante más de 32 noches un joven calvo le cuenta relatos a su compañero de celda apodado “El Salmón” a cambio de que éste le consiga una cita con una prostituta de 32 años quien siempre porta una blusa color salmón, pero una noche “El Salmón” bajo el efecto de una droga le dice que ella murió a causa de las picaduras de 32 abejorros negros con bandas color salmón cuando trataba de proteger a un perro a las afueras de una barbería. El joven calvo se enfurece y se lanza sobre él. “El Salmón” saca su navaja del pantalón, se la clava en el cuello y el joven muere, extrañamente unos minutos después brotan 32 cabellos en su cabeza, pues unas horas antes, por buen comportamiento, el custodio le dio de comer un filete de salmón, discretamente. 

Era el día de la reunión con mis compañeros narradores y no alcancé a desarrollar la historia. Había planeado terminarla uno o dos días antes del encuentro, pero en las últimas 32 horas fui víctima de una repentina salmonelosis.




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7NN

7NN: R32

R32
Denisse Rodríguez


Salía todas las noches, no me fijaba en la hora. Esperaba a que el sol aterrizará en otro planeta que no fuera la tierra. Olvidaba la vieja banqueta y caminaba en medio de la tierra imaginaba que era arena con mis pies semidesnudos creyendo que el punto que me resguardaba, era un faro y que el malecón me esperaba. El olor de pescado abrazaba mis fosas nasales y el mar muerto asechaba mis poros. Deje los desechos en el tambo, me bañe del perfume de la basura. Y, en ese momento. Ya era yo, la nueva basura. 

Cuando llegue a casa, mi familia creía que ya había cumplido lo de siempre ( la, la, la, la). Pero de la basura nadie se deshace. Por lo tanto yo sustituirá y seria la nueva basura. Porque nadie sabía que era lo que había visto esa noche, ni porque razón yo no solo olía a basura, sino también me sentía como ella. 

El olor fétido del contendor le era ajeno y añejo. Les juro me resistí, pero al final caí y miré. Distinguí trozos de cuerpo humano. Yo creía que iba acompañado de mis alucinaciones del mar de todas de las noches. Pero ese mar sí estaba re-muerto. Fue más que onírico. Al día siguiente ocurrió lo mismo. Pero además de los trozos, había dedos. Pensé que le pertenecía al mismo cuerpo de ayer. Y, entonces desde aquel día no dejaron de aparecer los dedos. Siempre regresaba a casa, pero con un salmón bailando en mi cabeza, porque a eso, me olían ya todas las noches y el baile se lo debían a los dedos que derramaban sangre, buscando el nombre del culpable. Me preguntaba entonces si alguien sabía que salía a esas horas a dejar la basura. Y, sí “ese alguien” me jugaba chueco o me atormentaba de verdad, si era yo presa de ya de su paralelogramo formado de dedos. O simplemente si alguien más, era mi otra mente… 

Todas mis noches, encontraba algún trozo humano. Pero nunca encontré alguna cabeza. Trozos, trozos, dedos, dedos. Nadie me creyó, yo conté en total treinta y dos dedos, ¿Dónde estaban los ocho dedos faltantes y las tres cabezas? Me hacía creer que la cuarta víctima aún seguía vivía, a faltas de los demás dedos. 

Continuamente tenía el mismo sueño, en el que recorría el mismo camino de todas las noches. Ahí en el bote, donde mi mirada apuntaba en la azotea, y veía treinta y dos dedos colgados en los cables de la luz, como tendedero de mi patio. Y, cuando llegaba en la mera entrada de mi casa estaban las cabezas recostadas en la maceta, donde pendía de fuertes raíces, atadas de sus cabellos. Como un manojo de cabezas de ajos. Pero esas cabezas de ajos, no tenía ni un bonito put* ojo. Me despertaba al final el grito de pronto del cuarto tuerto que sentía que estaba en rito, antes de ser muerto, cuando yo atravesaba la puerta. 

Al siguiente día, más tarde me rehusé a tirar la basura, mi mente insistía ir a la azotea de mi casa, subí. Y, ahí, encontré los ocho dedos que describieron en el suelo la palabra S A L M O N. Sentí miedo por primera vez. Porque la única persona que sabía del salmón bailando en mi cabeza. Era yo. 

Ya en la prisión. Y, otra vez en la prisión de mi mente, escribí en los barrotes que solo se leía si pendías la cabeza como un pescado, treinta y dos y el porqué de mi acción. Que la verdad de mi nueva sensación de ser la nueva basura en la habitación del panteón de mi azotea, es decir mi cabeza. Dependía de esas cabezas cubiertas sin pena, que fingían que me veían ir al malecón, donde mi rutina pendía de sus vidas citadinas. Señalando al bote de basura con esos dedos que era yo la asesina y el próximo entierro a un forastero ciego.




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7NN

7NN: John y Nancy

John y Nancy 
Por Quetzalli Aquino


El día de mi cumpleños número treinta y dos enviudé. No lo supe en ese momento. Apenas hoy me vengo a enterar; esta mañana, no lo hubiera imaginado. Era una salida rutinaria, una inspección a los alrededores para mantener nuestra seguridad, Eric me acompañó a pesar de pedirle que no lo hiciera. Era un tipo amable, bueno para platicar pero terrible para defenderse, así que le dejé la pistola y yo tomé las cuchillas de unas tijeras de jardinería, eran ridículas y efectivas. 

Durante nuestro corto paseo la vi. 

La vi con nuestro vestido favorito. El rosa. “Es salmón” escuché la voz de Nancy en mi cabeza. Yo lo veía rosa y le quedaba perfecto, lo traía puesto el día que nos conocimos, y también cuando desperté el día de mi cumpleaños. 

- Tengo algo que hacer pero regresando mi día es tuyo, - se despidió lanzando un beso. 

No la volví a ver. 

Nancy y yo amábamos los zombies. Veíamos las películas, las series, teníamos la Guía de Supervivencia casi deshojada de tantas leídas e incluso un plan de acción en caso de un apocalípsis zombie. Pero nunca consideramos que llegaría aquel día, conmigo en ropa interior y que tocara a la puerta de la casa. En realidad, fue el vecino que golpeó la puerta al caer de bruces y me topé con su cuerpo destrozado por su mujer que, al verme, se lanzó contra mí. Cuando estás en calzones y la vecina te persigue, los planes se esfuman y lo único que puedes hacer es huir. O al menos ese fue mi caso y lo que me trajo aquí, meses después, refugiado con otros sobrevivientes, de treinta y dos años, viudo. 

Y después de todo este tiempo ahí estaba, con ese vestido y el cabello revuelto. Cubierta de sangre y suciedad. El olor de sus entrañas era claro aún a la distancia. El aire se me escapó sin notarlo. 

Eric estaba unos pasos más atrás, observándola acercarse, nervioso y en silencio. Él no sabía quién había sido ella. Quién era. ¿Podría ser qué Nancy siguiera dentro de ese cuerpo en descomposición? Tal vez sus recuerdos estaban atrapados en un cerebro atrofiado. Tal vez ella también me había reconocido y por eso venía hacía mí. Incluso podría estar intentando llamarme, pero su boca descarnada se lo impedía. 

Ya sólo nos separaban un par de metros cuando la escuché. 

- Johnny… 

Su voz era tan clara como siempre, tan suave que parecía ser susurrada a mi oído. 

- Espera, - ignoré a mi compañero que intentó detenerme cuando caminé hacia ella. 

No era mi imaginación ¿o sí? ¿Acaso no estaba Nancy en el fondo de esos ojos opacos? Debajo de esa piel desgastada. La tomé de los hombros y sus siseos se hicieron más fuertes. 

- Nancy, - era ella. Toda ella. Con su cabello revuelto y nuestro vestido favorito. Había regresado y era mía por el resto del día. Por el resto de nuestros días. La besé, la besé como lo hubiera hecho el día de mi cumpleaños si el fin del mundo nos hubiera avisado de su llegada. Un encuentro de piel y dientes. De ansiedad y abandono. 

Una explosión entre nosotros me obligó a soltarla. Su cara en descomposición se encontraba ahora bañada en una mezcla de sangre negra y roja brillante. Sus ojos opacos seguían abiertos pero, ahora sí, estaban muertos y yacía inerte entre mis manos. 

Un líquido pegajoso y caliente se deslizaba por mi cara y entonces lo entendí. Eric había disparado. Y por una vez, el estúpido, había acertado. Caí con Nancy entre mis brazos. Y lo juro, la escuché suspirar.




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7NN

7NN: El secreto del pescador

El secreto del pescador 
René Alejandro López


Dos uniformados le dijeron que en cuanto estuviera mejor lo pasarían a la cárcel regional por delitos ambientales. 

¿Cuáles delitos ambientales? 

No se haga el inocente, hace tiempo que sabemos de sus actividades en la desembocadura. 

Tal vez pasarían varias semanas, incluso meses, explicó una de las doctoras, para que se detuvieran sus crisis. A veces hablaba normal y daba la impresión de estar recién llegado de la playa, y ahí le llegaban las alucinaciones, convulsionaba y perdía el sentido. Incluso, un par de veces, llegó a fallarle el corazón. Así cómo llegaban los síntomas se iban, sin explicación certera. 

De la cintura para abajo no podía mover nada. Fue su padre quien, en medio de un llanto quedo, le dio la noticia: nunca tendría hijos, se iba a perder su larga familia de pescadores. Hasta la noche levantó la sábana y enmedio de las piernas, donde debería haber un pene, encontró una ramita seca. 

En los sueños se le aparecía la mujer, a veces con un rostro y a veces con otro, a veces con el cabello rojo y otras de color verde. Pero siempre le acercaba los labios y lo besaba hasta hacerlo perder el aliento. Él despertaba gritando y echaba unos suspiros para tomar la mayor cantidad de aire posible. La bruja, decía él, aunque no quiso contar nada más hasta que le llevaron al sacerdote. 


Si mantuvo en vilo a todo el pueblo fue porque despertaba pasiones entre la gente al ser el mejor pescador de la Costa Verde. No sólo era hábil enfrentando hasta el mar más embravecido, también lograba pescas impresionantes; cargaba, hasta casi el hundimiento, las embarcaciones en las que iba, por eso se lo peleaban los capitanes. Sin embargo nunca quiso tener su propia flota, El trabajo diario engrandece, el dinero envilece, decía. Un día dejó de trabajar en las balsas y comenzó a disminuir su pesca. Lo que perdió en cantidad lo ganó en rareza; primero empezó a llevar pescados gigantes, que pocas veces se veían por ahí. Lo segundo que sorprendió fue que, justamente él, encontrara animales de ese tipo durante treinta y dos días seguidos. Pero lo que dejó aterrorizados a los demás habitantes de San José Moro fue cuando empezó a llevar pescados que de ninguna manera se conseguían en la región. 


Y este ¿de dónde sacó un salmón rojo? 

Pos no lo sacó, ese güey los debe de comprar congelados y los trae para jugarle al cabrón. 

Algunos intentaron seguirlo varias noches mientras iba a pescar pero se les perdía en medio de la selva. No hubo oído capaz de distinguir sus pasos en medio de tanta cigarra chillona. 

Mientras estuvo convaleciente en el hospital, muchos fueron a visitarlo los primeros días, pero él se negaba a decir cualquier cosa. Por eso en cuanto terminó de confesarse, los curiosos abordaron por el camino al sacerdote. No pudieron sacarle nada del secreto de Basilio Ordoñez. Dicen que el padre se fue caminando hacia la Parroquia del Carmen, aunque su cuerpo fue encontrado al día siguiente del otro lado, en una de las playas de la Costa Verde. Parecía que por las ansias de saber lo que le había dicho el pescador, lo mataron a golpes. 

Un día antes de desaparecer para siempre, el pescador se acercó a uno de los doctores que hacía el servicio social, era su último día en el pueblo y habían organizado una despedida con tacos y un pastel. Cuando pasó a despedirse de los enfermos, Basilio lo detuvo fuerte del antebrazo como por veinte minutos. 


Nomás a usted puedo decirle qué fue lo que me pasó, doctor. 

Se lo puede decir a cualquier otra persona, Basilio. 

Se lo digo a usted porque ya se va. 

Y yo de qué le voy a servir, cuénteselo a quien le pueda atender, yo ya me regreso a la capital. 

Por eso, ¿no vio lo que le pasó al padre? Si le digo lo que le voy a decir ya no va poder regresar jamás al mar. 

Cálmese Basilio, si eso lo va a tranquilizar, dígame lo que quiera. 

El pescador encontró su tesoro de pura casualidad. Un día, aburrido de todo, se fue a caminar cerca de una peña a la que sólo se podía llegar escalando; por lancha no, debido a las olas que chocaban asesinas contra las piedras. Cuando estuvo a punto de lograr la punta de la peña resbaló; una ola enorme lo engulló a media caída pero no lo estampó contra las rocas. Entrar al mar fue más como estar en un túnel inclinado y con una caída suave en cuyo final se podía ver la luz. 

Salió en una bahía de aguas tranquilas que no pudo reconocer; a la playa llegaban olas apenas tan grandes como pellizcos y entonces quiso saber si por ahí podía pescar algo. De la mochila que llevaba al hombro sacó la atarraya y la echó al mar. Antes de que los plomos tocaran el fondo ya se sentía cargada. Era el paraíso, no se podía estar más en paz. Cuando pudo, hizo fuego y cocinó lo que había sacado. Ya por la tarde vio acercarse a una mujer de vestido blanco y ligero, se sentó a su lado y le dijo que era tiempo de irse. Lo besó profundamente hasta robarle el resuello. Él no tuvo miedo, se fue quedando dormido y cuando despertó estaba en una de las playas de la Costa Verde con un pez gigante al lado. 

Regresó a la peña durante más de un mes, se dejaba caer y siempre venía la ola a llevarlo por el túnel. Estaba todo el día y luego era besado por la mujer. Pero la última vez que fue a la bahía, ella empezó a desabotonarle la camisa y luego el pantalón, se levantó el vestido y lo tiró para que estuviera por completo recostado. Mientras ella se movía de adelante hacia atrás, justo en el orgasmo, tuvo la sensación de ser absorbido por el cuerpo de ella, como con una ventosa. Ella le susurró al oído que ya se había llevado a muchos de sus hijos, que tendría que dejar su savia en ella para poder reponerlos. Despertó cuando lo llevaban de camino al hospital. 

Al sacerdote lo mataron los hijos de la bruja, nadie sería tan bestia como para hacerlo. 

Ya no se dijo más, el doctor se fue antes de lo planeado en una camioneta que iba de camino a la capital. A Basilio no lo encontraron en su cama al día siguiente, algunos dicen que la última vez que lo vieron se metió a la selva camino a la peña más alejada de la Costa Verde.




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Nos gusta tomar letras para formar palabras, aunque no despreciamos el agua, la leche, cerveza, güisqui o bebernos alguna que otra idea para ir alimentando nuestras historias.

Nos gusta escribir lo que vemos, pensamos, sentimos. Intentamos ser fieles a nosotros mismos, aunque de pronto nos traicionamos y somos más fieles a nuestras inquietudes, nuestros vicios, nuestros miedos, nuestras certidumbres y nuestras dudas, de ahí nacen nuestras historias.

Hijos de nuestro tiempo, apostamos al ciberespacio y nos subimos a la revista Sputnik 2 (junto con Laika) para poner en órbita nuestras letras. Pase, léanos, quizá se reconozca en alguno de nuestros textos. Recomiéndenos si pasa un buen rato leyendo, sino escriba para decirnos lo malos que somos. Apostamos a divertirnos, generar nuestra propuesta literaria para que sepan que aquí estamos y derramaremos letras e historias desde Aguascalientes.

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7NN: ¡Ayer maté a un hombre!


¡Ayer maté a un hombre! 
Isaías García


¡Ayer maté a un hombre! Maté a un hombre débil, aquel que iba rumbo a casa, ese mediocre que perdió su trabajo por alcohólico, que destruyó lazos familiares por violento, que se quedó solo por idiota. Lo seguí hasta su domicilio, un lugar fúnebre con olor a soledad y alcohol barato, estaba tras él hasta llegar a ese lugar despreciable, crucé la puerta y dentro las decoraciones de la sala, en la pared fotografías de la familia mostrando relaciones superficiales, cuadros con figuras mal formadas, en el suelo había botellas de licor e ilusiones destrozadas, subí por las escaleras conduciéndome hacia la habitación que da hasta el fondo, abrí la puerta, la cama destendida, sueños rotos alrededor, un eco abrumador, el aullido de un perro y un hombre con lágrimas en los ojos, acobardado, derrotado y tranquilo mientras mi cuchillo favorito con mango en forma de salmón rebanaba su cuello. Después del acto observé en el reflejo de la ventana como me desangraba y moría rápidamente a mis 32 años al mismo tiempo que caía ese objeto punzo cortante al piso.


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7NN: Levántate, no tienes los huesos rotos

Levántate, no tienes los huesos rotos
Por René López


«Busquemos una joven virgen que lo
atienda y lo cuide, mi señor;
dormirá en sus brazos y le quitará el frío»
Reyes 1:1

No despiertes; me doy una orden que no voy a atender: no despiertes. El clip continúa y yo despierto. Dentro del video, la otra yo ve al anciano muerto y grita. Mientras observo, fuera, también yo grito. En la última semana he visto ciento cincuenta veces al anciano tomar un té, desnudarse y quedarse dormido hasta la muerte, a un lado mío. Tengo la grabación porque quería saber qué pasaba mientras yo dormía.

De manera regular iba a casa de Sara; ella me daba un té para dormir por varias horas.  Mientras duermo, hombres, ancianos casi todos, intentan suplir su incapacidad sexual con fantasías. A cambio pagan la factura de mi celular, dos entradas al mes para un restaurante lujoso y un exclusivo spa de su propiedad. El dinero que recibo es aparte, depende de las personas que atienda. Casi siempre es más dinero del necesario para pasar muy bien el mes.

El contrato no restringe nada, pueden hacerme lo que sea, salvo penetrarme. Pueden lamerme, escupirme o venir a morir  envenenados a mi lado y pagar por ello.

No lo sabía, por eso compré la cámara miniatura.

Al día siguiente vinieron a mi departamento a recordarme el acuerdo de confidencialidad que teníamos. Yo puedo decir nada sobre el hombre envenenado.

Trato de olvidarlo y seguir yendo a la universidad. Pero mi celular timbra. Timbra y lo  silencio. Timbra aunque lo ignoro. Timbra y, cuando contesto, es ella. Ya no quiero ir de nuevo a tu casa, Sara. Te entiendo, Lucy, no voy a llamar en un tiempo, descansa.

Pero tengo miedo. Por las noches veo automóviles  que me siguen de regreso desde la estación del subterráneo. Dos noches seguidas un hombre de chaqueta café va detrás de mí,  intenta hacerse el disimulado y cometo el error que me pone en donde estoy. Marco el número de Sara y le digo que deje de molestarme. Intenta defenderse, no sabe de lo que hablo. ¿Y los automóviles, y el tipo de la chaqueta?. Sigue sin entenderme; entonces le digo del video, si continúa su acoso lo haré público. Me grita, sabe donde vivo, no me estaba siguiendo pero ahora no se detendrá hasta tenerme a mí y al puto video, luego cuelga.

Me quedo quieta, pensando al borde de la cama. Tocan la puerta, mi sangre abandona mi cara y siento una palidez dolorosa que marea. Corro al baño en puntas. Si recuerdo que estoy viva es sólo por el dolor al golpearme con el lavamanos. Se hace un silencio profundo, escucho caer el agua en el depósito del escusado. Desde afuera me gritan. Es la encargada de cobrar la renta, no estará la próxima semana pero puedo depositar en una cuenta de banco.

***
Teniendo a las personas indicadas puedes encontrar a quien sea. Me imagino que Sara tendrá a cualquiera de los ancianos a su disposición, pero no creo que sean las personas precisas para encontrarme. Ni yo sé dónde estoy. Busco alguna noticia que hable del hombre en casa de Sara, no hay nada. Nada.

Debo calmarme, hacer una lista de lugares en donde esconderme. No debo ir con amigos o familiares. Aunque quisiera, mis familiares no me hospedarían y mi lista de amigos es inexistente. Descarto la posibilidad de un hotel, ya no es fácil registrarse con un nombre falso. ¿Se encuentra bien, señorita?, me dice el camarero del café. Sí, sólo mis exámenes, respondo intentando justificar mis lágrimas  y todas las hojas en la mesa. Me trae un té. Es un regalo, para que termine pronto. Espero terminar pronto.

CouchSurfing, plataforma de hospedaje gratuito. Busco desde el celular. Me arroja varios sitios, en casi todos tienes que registrarte y mostrar credenciales. Finalmente descubro uno que es más amable con las restricciones, dice en su página principal:  “un esfuerzo de buena voluntad en contra de empresas que hacen negocios con la colaboración”. Qué estupidez. Yo sólo busco un lugar más o menos seguro y lejos de mis rumbos usuales.

Mi anfitrión es un tipo flaco, huele a tabaco, tiene libretas y papeles tirados por todo el diminuto cuarto. Me preparó un futón, él no dormirá acá, tiene una reunión con amigos, pero puedo sentirme en casa. No, gracias, le contesto en mi mente y me siento a esperar a que se vaya para  acostarme. No duermo, siento que estoy olvidando algo, siento que Sara o algún tipo contratado por ella estará esperándome afuera para cuando salga, o que al doblar la esquina los voy a encontrar. Va a ser fácil para ellos, aún recuerdo algunos movimientos de kick boxing, pero ocho años sin entrenar son demasiados.

Logro empezar a soñar. Dentro del sueño estoy dormida en la casa de Sara, pero el cuarto no está; todo lo que nos rodea es una nube color esmeralda, me levanto, estoy gritando, siento el esfuerzo pero no se escucha nada. De pronto, el anciano muerto se despierta y me voltea a ver. Le faltan pequeños pedazos de piel, alcanzo a ver larvas blancas en algunas partes de su rostro. Me toma de la cara y mete su lengua a mi boca. Intento despertar, pero sigue aquí conmigo, siento su peso sobre mi pecho y no me puedo despertar. Lloro, siento mis lágrimas correr. Intento hablar pero no puedo porque tiene su lengua hurgando mi boca. Abro los ojos y el tipo flaco está sobre mí, no tiene camisa, está borracho y dice cosas que no logro entender. Lo empujo y cae, lo pateo en el suelo. Cojo mi mochila y me largo, sin más trámite. Salvo en la casa de Sara, nunca duermo desnuda en las casas ajenas.

***
Regreso por donde llegué. Ya no me siento perseguida, pero sí perdida . Me dirijo al café. Está a punto de amanecer, así que espero sentada en la banqueta a que abran. Me despierta el mesero, levanta la cortina, me hace pasar y prepara la mesa más próxima a la ventana, me sirve dos panes con mermelada y café.

No hablo nada mientras como, él no dice nada. A veces, cuando termina de limpiar algo, se sienta conmigo y me observa. Está para cualquier cosa que necesite, dice.

Se levanta para atender a los clientes que comienzan a llegar, siento sus miradas en mí, como si supieran que huyo, como si supieran algo y fueran parte de un grupo organizado por Sara. Una anciana me voltea a ver y me recuerda a mi abuela. La señora que espera un desayuno y su pequeña hija me recuerdan a mi madre y a mi hermana. Al anciano de traje no lo puedo relacionar con nadie, pero es el que más me parece conocido. Comienzo a sentirme mal. Siento una mueca que mi cara hizo por sí misma: es el muerto, me sonríe. El mesero sirve café en la mesa de junto. No me puedo parar y llegar al anciano. Lo cojo de la camisa. Voltea y en el movimiento, con el brazo que sostiene la cafetera, me noquea. Despierto, algunas personas están cerca, el mesero trae un trapo mojado que me pone en la cabeza. El anciano muerto ya no está, vuelvo a cerrar los ojos.

***

Las paredes hablan, las mesas, los sillones; cualquier decorado dice quién es la persona que vive en el espacio en el que estás. Es muy identificable la presencia o la ausencia de un florero, un cuadro o alguna pintura. A veces engañan, claro, a veces pensarías que una buena persona vive en una casa acogedora. Casi siempre es fácil saber de las personas por sus hogares.

Así comienzo a entender al mesero, Tel Fitt se llama, es hijo de inmigrantes angoleños, él ya es de acá, supongo. Comparte casa con otras dos personas, uno trabaja y el otro estudia, ambos están fuera de la ciudad ahora. Dividen el alquiler, de otro modo no podría tener una habitación decente. Que me lo digan a mí, también fui mesera.

Puedes quedarte acá, el café está a un par de cuadras, recuerdas por dónde llegar ¿cierto? Creo, le contesto.

Observo un pequeño cuadro en un portarretratos, es un atardecer: rojos y naranjas en el cielo, los árboles están pintados con negros. De ahí debe venir Tel, pienso.

Por la noche, cuando regresa del café, horas después, ya sé casi todo de él. Basta algo de plática para darme cuenta que mis apuestas son ciertas. Sé que estudió arte y no pudo concluir.

Hay una dedicación profunda cuando hace cualquier cosa: prepara comida, lo que plasma en un cuadro, una figura de cerámica o la atención que pone en mí. Es como si hiciera todo con una fuerza vital que envidio.

Puedo definir precisión cuando él pregunta. Sus preguntas están a la mitad; no es intrusivo, pero me hace sentir confiada para dejarle entrar a una parte de mí. Escucha con atención, hablar con él es como pensar cosas en voz alta, cada vez con más claridad. Comienzo a decirle el embrollo en el que estoy, le hablo de Sara y del muerto, incluso le menciono que dudo un poco de él por mi última experiencia con el flaco asqueroso. Sonríe un poco, me dice que es normal, pero vale más la pena confiar en los otros.

A la hora de dormir me dice que duerma en su habitación, él puede dormir en la cama de alguno de sus compañeros. Quiero dormir con él, abrazarlo y sentir que ésta es mi casa y que no tengo que esconderme más, quiero verlo dormido y saber que mientras yo duerma él sólo estará ahí para mí. Pero es mejor dormir sola. De cualquier modo cierro con seguro la puerta y duermo vestida, aunque me quito el brassier y los zapatos.

Duermo reconciliándome con la cama. Duermo y me imagino que la cama vuelve a ser un sitio para esconderse. Si pongo mi cabeza debajo de la sábana nada puede pasarme porque es un campo de protección contra Sara y contra el mal del mundo. Comienza a haber ruido, como alguien afuera tirando platos, como mis padres discutiendo. Despierto y me mantengo con la cabeza debajo de la sábana, el ruido desaparece por un instante, todo es callado y suave, las cosas van bien, estoy tranquila.

Recuerdo que no estoy en casa. Salgo de la cama y en la sala veo a Tel en el suelo, y a varias personas en la habitación; uno de ellos revisa el cuello de Tel, otro está detrás de un hombre. Un hombre que sostiene mi teléfono, un hombre que se supone está muerto.

Te doy miedo, dice, más que un señalamiento es una orden. Me quedo callada. Sara me dijo que te escondías, pero ella tiene rastreada tu línea, ella la paga. ¿Cómo mierdas puede estar acá? Puedes hacer lo que sea con el video, me da igual. Por favor caballeros, salgan. Vinieron por si había problemas con el negro.

Mi cara vuelve a moverse sin mi permiso, tengo miedo y no sé qué está pasando. Los tipos salen y el anciano se sienta en el sillón, mira hacia arriba, parece complacido. Sabes, me dice, a algunos nos gusta mucho ver el miedo. Qué hermosa eres cuando tienes miedo.

Entonces me enciendo, un ardor desde la boca de mi estómago sube y mi cabeza explota, no sé en qué momento me pongo encima de él. Lo golpeo. Su cara comienza a desaparecer es como esculpir un cadáver. Mis brazos, no me obedecen, hacen con el anciano lo que ellos quieren. Ya no se mueve ni lucha contra mi cuando suena el teléfono. Es Sara.

-Lucy ¿Ya está contigo el señor Ellison?
- …
- ¿Lucy?
- ...
- Discúlpanos el mal rato que pudimos hacerte pasar, Gerald insistió en seguirte, no podíamos decirte, él quería ver tu miedo. No es nada personal. De verdad...
- …
- Cuando puedas pasa a mi casa para pagar tus honorarios, tres veces lo que recibes regularmente, creo que lo vale.


Sara cuelga, aprieto el celular y con la mano cerrada golpeo de nuevo a Gerald Ellison, si no tenía los huesos rotos, ahora sí.




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7NN: Códigos de convivencia

Códigos de convivencia 
Por Mauricio Caballero 

No sé cómo empezar, porque me cae de madre que está cabrón tío. Al chile le digo, sé que ya estoy muerto y me cago de pinche miedo, pero quiero que entienda el porqué lo hice. 

Recordará que hace muchos años cuando estaba por acá, la vida estaba cabrona. Que mi primo y yo éramos unos huercos como de doce años, que usted no encontraba chamba y decidió irse a la capirucha, que para que les vaya mejor, ¿lo recuerda? Pues ahí qué le cuento, ya sabe bien que al inicio estuvo difícil, pero que después a mi primo, gracias a usté, le fue chido acá, con sus envíos de lana, sus regalos y esas cosas. Acá el primo bien chido nos comenzó a pichar cosas, la cheve, el pisto, las morras, se compró una troca y dábamos el roll. 

Al chile no sabíamos en qué andaba metido usté, pero ya después nos lo imaginamos. A mi primo se le hizo fácil y se metió a esos bisnes, yo le dije que ya tenía feria de usté, que pa qué chingao se metía en esas cosas. Pero pues quiso más, y le entró a lo mismo. 

Le va a sonar a guasa, pero esto es neto tío, por favor aguante. Recuerda que cuando vivía acá en Tijuana, una vez vimos una movie de esas viejitas mexicanas, se llamaba El esqueleto de la señora Morales, ¿lo recuerda? 

¡No tío!, espérese, aguante, puta madre, aguante tío. 

¿Recuerda al vato ese de la peli, el que siempre se la pasaba contento? Pues algo así le pasó al primo. Ya dentro de ese jale fue cuando empezó a portarse bien culo, se le subió al muy perro, se sentía el muy cabrón y el más chingón del barrio. Y ahí andaba paseándose, todo feliz por las calles, por la plaza o de visita en mi casa. En la peli el vato lo hacía porque así era, era todo feliz, pero acá no tío, el primo lo hacía para chingarme, sí, pa joderme, para restregarme que él tenía lana y yo no. Mi madre lo quería mucho, lo dejaba pasar a la casa y lo consentía, él le dejaba dinero y cosa pa la casa. El muy cabrón decía que lo hacía porque quería mucho a mi ma. Y luego ella me echaba en cara frente a él, que él parecía más hijo que yo, ¡que yo tío!, yo que soy su hijo de verdad. Cómo me chingaba eso. Y el primo, muy sonriente, muy feliz. Perdón tío, pero pinche primo, si en realidad era bien culero, se la bañaba con todos, con todos tío. 

Chingado, tío, que no, que no es guasa, escúcheme. 

Y pa fregar más, le empezó a tirar carro a mí hermana, y claro, ahí sí le bajo de humos, después de que no me pelaba el muy culo, ahora llegaba como el gran amigo, y yo de pinche pendejo que le creí. El muy cabrón comenzó a venir a la casa más seguido, a cada rato cambiaba de troca, llegaba con buena feria, su buchanas y las rolas a todo lo que daba. Me comenzó a platicar de sus cosas, me enseñó su fusca, su cuerno. Me decía que le entrara al negocio y yo la neta me sordeaba. Pero usté sabe que la vida está bien cabrona, sabía de la situación en mi casa y de mi jefa. Y pos le entré, me tragué mi pinche orgullo y le entré. Pensé, que si ahora era yo quien llevaba cosas a casa, mi jefa iba a dejar de estar chingando con que no era un buen hijo. 

Pinche vida tío, pinche perra vida. Al chile es lo más perro que he hecho, pero en este pinche pueblo no se puede hacer otra cosa, y sé que sigo siendo chavo y pude haber intentado otra cosa, ¡pero cabrón!, en este jale me hice de feria muy rápido. Le pude dar más cosas a mi jefa, le pude ayudar con sus tratamientos. Ver a mi jefecita recuperarse, es lo que me daba fuerzas para aguantar todo este pinche desmadre. Verla caminar, sentirse mejor, verla sonreír tío, ¡sonreír! Pinche vida loca, la acomodé en una mejor casa, con más espacio, ya no hacía falta comida, le pude pagar la prepa a mi hermana. 

Puta madre tío… sé que está muy encabronado por todo esto, pero quiero que sepa porqué lo hice. 

¿Recuerda que le tiraba carro a mi hermana? Tío, pos yo no supe por qué pinches hizo eso el muy culo. 

No, tío, no, puta madre, mi dedo, aguante tío, le digo, le digo. 

Se chingó a mi hermana tío, se la chingó, ella no quería y a él le valió madres, llegó a la casa sabiendo que yo no estaba, llegó bien pedo, encerró a mi jefa en un cuarto y se fue a otro con mi hermana, ella no quería, no quería. Puta madre tío, es mi familia, ¿por qué no se fue con otra morra, por qué no agarró a alguna de la calle? Si ya lo había hecho antes. 

Y él, como si nada, ese mismo día muy sonriente me lo dijo en la cara, frente a los compas del cártel, pinche puto culo. 

Tío, no, aguante, no ya no, pare, pare. 

Tío, yo no pude hacer nada, yo no sé cómo sean allá con usté, pero acá, nuestro pinche código es muy cabrón, él ya estaba en los altos rangos y yo como apenas empezaba, pos no podía hacer nada, solo callar, ¿usté sabe lo culero que se siente eso?, pinche impunidad. Y seguro sabe que ya dentro no hay forma de salirse, así que no me quedaba de otra, mas que callar y aguantar vara. Luego de eso ya dejó de ir a la casa, pero yo lo seguía viendo en el jale, tan feliz el puto. Mi hermana tuvo un niño y a él le valió madres. 

No sabe la sorpresa y gusto que me dio cuando me enteré que se había cambiado de bando. Usté sabe cómo es esto, le pusieron precio a su cabeza y pos los compas luego luego me avisaron. Era el momento de vengar a mi hermana, es mi familia, comprenda. 

No tío aguante, espere, tío, no. Se lo juro, yo no hice eso chingao, no fui yo, pinche tío, no. 

Se lo juro, que yo no hice eso, ya cuando di con él, yo solo le di un tiro en la cabeza, se lo juro, por mi madre, por mi hermana, yo solo hice eso. 

Tío no, chingada madre, no, pare, aguante. 

Yo, yo no sabía, fueron mis compas, yo no, fueron ellos, yo no sabía, ellos le dieron el cuerpo al pozolero, yo no sabía nada de eso. 

Tío, aguante, aguante. 

Yo que chingaos iba a saber que el primo se cambió a su bando, con usté, y que usté se iba a enterar. Pero así es la perra vida, sigue estando bien cabrona. Yo sé que ya estoy muerto tío, lo sé. Solo aguante, apiádese, ya le di mis razones. 

Sé que ustedes son bien sanguinarios, pero por favor tío, solo le pido, por mi jefecita, por su sobrinito, le pido, le ruego, que no me haga lo que le hicieron a la doña de la peli esa. No me haga lo que le hicieron a la señora Morales. 


Marzo 2018




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