Escribo esta recomendación con un ojo puesto en los tres tomos que conforman la narrativa de Juan Rulfo, ordenados cronológicamente en mi biblioteca. El llano en llamas (1953), Pedro Páramo (1955) y El gallo de oro (1980). Los leí hace un par de años, aunque de tanto en tanto cojo alguno y lo abro al azar, para ver si me tiene algo que decir.
También, pese a que trato de concentrarme en las palabras que surgen del lapicero, miro la foto enmarcada que reposa sobre mi escritorio, en donde yo aparezco sonriente y feliz y con una pierna cruzada, a lado de la estatua de Rulfo, que un niño “tubero” me hizo el favor de tomar, la mañana en que visité Comala por primera vez.
Lo que no veo, sin embargo, es aquel libro de Rulfo que se publicó hace bien poco. Me refiero, desde luego, a Cartas a Clara, que reúne la comunicación epistolar que Rulfo mantuvo con la que se convirtiera en su futura esposa. Pero entonces recuerdo que se lo presté a una amiga que al poco dejó la ciudad, por lo que las probabilidades de que este libro regrese hasta mi biblioteca no son ni siquiera mínimas, sino más bien nulas. Ya ni pedo, me digo yo.
Sigo con la recomendación.
Hace unas semanas Netflix anunció que adaptaría Pedro Páramo a la pantalla chica, por lo que tuve interés de rescatar esta vieja recomendación, iniciada en 2019 aunque sin terminar, con el claro objetivo de acercar a los lectores al universo rulfiano, y, quizá, con un poco de suerte, si es que todavía no lo han hecho, animarlos de una vez por todas a leer esta obra fundamental.
Desde niño, Rulfo vivió al amparo del abandono y de la muerte. Dos elementos que recorren toda su narrativa, desde el primer puñado de cuentos que publicó en 1953, hasta la consagración universal que le dio Pedro Páramo en 1955. Sus datos biográficos lo confirman: nacido el 16 de mayo de 1917 en Apulco, Jalisco; Juan Rulfo perdió a su padre a los seis años de edad, asesinado a manos de Guadalupe Nava en 1923. Lastimosamente, cuatro años después, en el otoño de 1927, perdería también a su madre, quedando así huérfano y, primero, al cuidado de su tío, que se convertiría en su tutor, y, después, de sus abuelos. Más tarde, sin embargo, sería internado en el orfanato Luis Silva, hoy Instituto Luis Silva, que Rulfo no dudaría en calificar como correccional.
El cuento “Diles que no me maten” publicado originalmente en la revista América (1951), pero recogido dos años más tarde en su libro de cuentos El llano en llamas (1953), da cuenta de uno de estos hechos ocurridos en su niñez: el brutal asesinato de su padre.
—¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.
Aunque el mismo Rulfo negaría varias veces que existiera tal conexión entre este cuento y su biografía.
Pienso en Pedro Páramo. Pienso en la película que Netflix hará sobre Pedro Páramo. Pienso en la Comala real, que queda a quince minutos de la ciudad de Colima, sobre la avenida de los cuatro carriles, una avenida que en primavera se convierte en un túnel de flores, por la caída de los árboles de jacaranda sembrados en el camino. Pero también pienso en la Comala ficticia, a la que llega Juan Preciado buscando a su padre, un tal Pedro Páramo. Y entonces, como si diera vueltas sobre mí mismo, o más exactamente como si diera vueltas en un carrusel, vuelvo a pensar en Pedro Páramo, en la vida de Pedro Páramo, que empezó en el escusado, una tarde de tormenta, pensando en Susana San Juan.
“Pensaba en ti, Susana. En las lomas verdes. Cuando volábamos papalotes en la época del aire […] Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío.”
Ya no pienso en Pedro Páramo, pero he vuelto a leer la novela de Rulfo hace un par de horas y he tenido un recuerdo fugaz. Se trata de una entrevista que le realicé en el 2018 a Rodrigo Urquiola, escritor boliviano. Hablábamos de libros y en determinado momento le pregunté por sus autores mexicanos.
—El primer libro que leí en la vida —me dijo— fue Pedro Páramo, de Juan Rulfo, cuando era pequeño. De aquella primera lectura recuerdo no haber comprendido nada de nada, pero se me quedaron grabadas en la memoria muchas imágenes, es un libro al que siempre le estaré agradecido y al que vuelvo de cuando en cuando.
Esto es lo que he recordado, sin querer, de mi relación con Juan Rulfo y con Pedro Páramo. Libros que no volverán, fotos junto a la estatua del héroe, una entrevista con un escritor, el recorrido por sus cuentos y su biografía, y hasta el túnel de flores que conduce a la Comala real. Como si en determinado momento hubiera entrado a una dimensión desconocida. Por lo demás, ya no tengo nada que decir, solo que no dejemos nunca de leer y que sigamos creyendo en el poder de la literatura.