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“Rezo por vos”: un canto a la introspección y a la universalidad



Call me old fashioned... please! | Por Mónica Castro Lara |


Y sí, tras una laaaarga ausencia de escritos en mi columna de Sputnik, ¡he vuelto! Y caigo en la cuenta de que, en definitiva, me siento mucho más cómoda escribiendo que entrevistando gente. No sé si tenga algo que ver con sentirme media expuesta o el hecho de tener el síndrome de la impostora aunado al de Sir. Fitzwilliam Darcy, pero nada se compara con la comodidad y seguridad de escribir un texto sin tanta presión (siempre autoimpuesta, por supuesto). Pero bueno, haciendo a un lado mis propias inseguridades, claro que lo disfruté un montón y aprendí muchas cosas en el proceso. Acá esto me suena a sesión de terapia, así que mejor corto, pero no quería desaprovechar el espacio y agradecer de corazón las lindas palabras que me hicieron llegar en estos meses a raíz de las entrevistas en “Cinetiketas” (¡incluso unas re lindas desde Australia!).

 

Pues bien, como en otras ocasiones en que me ausento y regreso de manera intermitente, anduve pensando y repensando (algo que se me da muy bien, obvi) sobre qué quería abordar en este legendario retorno a las letras (legendario para mí, déjenme soñar) y como siempre, cada momento de mi vida pareciera tener un leitmotiv bien específico y justo ahora, suena a puro rock argentino (¿tendrá algo que ver que mis entrevistados hayan sido argentinos? ¿o con la bella conexión que siempre hemos tenido con la Argentina?). Anyway. Me dispongo a contarles un poco acerca de la canción que en estos momentos, invade cada espacio de mi cabeza: “Rezo por vos”, compuesta e interpretada por dos de los músicos más influyentes de la historia del rock argentino, los maravillosos Charly García y Luis Alberto Spinetta. Y no sé bien si es por la letra, la música, la interpretación o el hecho de que es una extensión directa de la mente de este icónico dúo, pero algo hermoso tienen estos más de cuatro minutos que me gustaría compartir con ustedes, ya sea que estén familiarizados con el tremendo temazo o no mucho.




La canción nace en 1985, en un momento clave de la trayectoria, tanto de Charly como de Spinetta. Ambos ya eran figuras reconsolidadas del rock argentino, con una extensa y hermosa discografía a sus espaldas. Charly García, por un lado, ya había conocido y saboreado las mieles del éxito masivo con las bandas “Sui Géneris”, “La Máquina de Hacer Pájaros” y “Serú Girán” en la década de los 70s y continuaba explorando nuevos sonidos, tanto en solitario como en distintas colaboraciones. Por su parte, “El Flaco” era considerado uno de los compositores más talentosos y visionarios del llamado rock nacional, habiendo liderado bandas icónicas como “Almendra” y “Pescado Rabioso”. Es en este contexto que “Rezo por vos” surge como la gran colaboración entre dos artistas que, si bien ya compartían una amistad y admiración mutua, provenían de trayectorias y estilos musicales bastante diferentes. Mientras García se destacaba por su música más directa y vanguardista, Spinetta era conocido por su propuesta más introspectiva y poética.

 

La canción se enmarca digamos que en un momento especial de transición y búsqueda espiritual para ambos artistas; tanto Charly como Spinetta, se encontraban explorando nuevos caminos creativos, lo cual se refleja en la temática y en el tono bastante melancólico, reflexivo y hasta existencialista de “Rezo por vos”.

 

Antes de empezar a analizar un poquito la canción en sí, cabe mencionar que hay tres versiones de ella: la de Charly que aparece en el álbum “Parte de la religión” del ‘87, la del Flaco que encontramos en el álbum “Privé” del ‘86 y la que presentaron juntos en un par de ocasiones, como por ejemplo en el 2009 en el Estadio Vélez Sarsfield. Voy a centrarme más en la primera y en la tercera versión, porque es mucho más fiel al demo que sacaron en un inicio y porque la de Spinetta es MUY Spinetta (siento que hasta merece un artículo aparte). Pero bueno. La canción inicia con un delicado y evocador riff de guitarra eléctrica acompañada de unos golpeteos de batería (probablemente generados en una caja de ritmos), que de inmediato enganchan y nos marcan el ritmo de los siguientes cuatro minutos y cachito. Luego, los teclados y sintetizadores junto con la voz de Charly (por momentos abrumadoramente desgarradora, sobre todo en el puente) se hacen presentes, acompañando y entonando esas letras profundas y emotivas que, en todo momento, transmiten una sensación de vulnerabilidad y espiritualidad (no en vano escogieron ese título, ¿verdad?). De acuerdo con el sitio Letras.com (sí, me pareció una buena fuente y se callan) la letra “[…] refleja un viaje espiritual y emocional, donde la transformación es el tema central en la canción; en su conjunto, es un himno a la resiliencia y la esperanza, a pesar de las adversidades y la soledad”. Y si bien la lírica aborda temas personales y existenciales, creo que la canción trasciende lo individual y se convierte en una reflexión sobre la condición humana en su conjunto, logrando combinar la introspección y a su vez, la universalidad. A lo largo de la canción y hablando en específico de la versión que interpretan ambos, la voz de Spinetta se fusiona con la de Charly, creando una armonía conmovedora que refuerza la intimidad y la conexión entre ambos artistas llegando incluso a generar confusión sobre quién está cantando qué estrofa, lo cual me parece que es una sensación instaurada a propósito. A mí lo que verdaderamente me mata, es el puente, con su: “…y curé mis heridas y me encendí de amor, de amor sagrado”. Uff. Pienso que ahí es donde se abre la canción y florece para entregárnoslo todo y así poder llorar en unísono.

 

“Rezo por vos” se convirtió rápidamente en una de las canciones más emblemáticas del rock argentino. Su profundidad lírica y la colaboración entre dos de los artistas más respetados del género, la convirtieron en un hito de la música nacional argentina.


Y así como yo, seguramente ustedes también se preguntarán por qué no existen más colaboraciones entre Charly y Spinetta siendo justo eso, el gran Charly García y el maravilloso Luis Alberto Spinetta, que pudieron regalarnos discografías enteras de genialidad, irreverencia y argentinidad pura. Pues bien, resulta que durante la grabación y presentación de la canción en el programa de televisión “Cable a Tierra” conducido por Pepe Eliaschev, ocurrió un incidente curioso y contundente. Mientras ambos, hermosamente vestidos (el Flaco tiene unas botitas amarillas sensacionales), estaban al aire presentando el tema, García recibió una llamada informándole que su departamento se estaba incendiando. Para empeorar las cosas, el incendio había sido causado o por un cortocircuito de la videograbadora, que según se dice, casualmente estaba grabando el programa en ese momento o también está la versión de que dejaron todo conectado (amplificadores, cajas de sonido, etc.) previo al programa y se generó un cortocircuito fulminante. Después del incidente, García y Spinetta tuvieron una fuerte discusión, con García molesto por la “actitud paranoica” de Spinetta y es que el Flaco tomaba como presagio la letra “y quemé las cortinas y me encendí de amor” (que incluso decide eliminar en su versión) y al parecer se culpabilizó por el incendio. En un momento de tensión, García llegó a tirarle un cenicero a Spinetta, algo ya clásico en Charly, pero fue la gota que derramó el vaso. Ambos artistas reconocieron que el incidente los había “quemado” y asustado mucho y decidieron no continuar con el álbum que tenían pensado hacer y que tenía varios demos ya medio elaborados.  Además de eso, sus personalidades eran dimensionalmente distintas; Charly siendo Charly, no tenía limitaciones en sus horarios y le hablaba a Luis Alberto descaradamente a las dos de la mañana con ideas y casi con la exigencia de grabar en ese momento. Y Spinetta, por otro lado, padre de familia y con rutinas de trabajo más disciplinadas, básicamente lo mandaba al diablo. El álbum iba a llamarse “Cómo conseguir chicas” y García usaría dicho nombre para un álbum propio un par de años después.

 

Háganse un favor y escuchen todas las versiones, disfrútenlas, llórenlas, compárenlas y satúrense de ellas como ya lo hice yo. Les dejo el videíto de la presentación porque es relindo e interesante ver cómo creaban música emblemática juntos.

Cinetiketas: entrevista con Valentino Alonso de "La Sociedad de la Nieve"



En esta entrega de Cinetiketas charlamos con el talentoso actor argentino Valentino Alonso quien interpreta a Pancho Delgado en la multipremiada película española "La Sociedad de la Nieve".

En esta entrevista de largo aliento, el histrión bonaerense nos narra la dificultad y la preparación física y mental necesaria para lograr ciertas escenas del filme dirigido por J.A. Bayona, nominado al Oscar como Mejor Película Internacional.



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La única versión de “Silent Night” que necesitas escuchar



Call me old fashioned... please! | Por Mónica Castro Lara |


“Silent Night” no es una buena canción navideña. Es una GRAN canción navideña. Es casi casi el epítome de las canciones navideñas (siento que ya escribí mucho “canciones navideñas” pero entienden el punto). Es lo suficientemente sencilla y delicada y cuya letra, es un tierno y amoroso relato del nacimiento del hijo de Dios y la paz y la alegría que vinieron con su llegada (dejemos tantito a un lado nuestra afiliación espiritual/religiosa).

Parte del problema del que no nos percatemos realmente de lo bella que es esta canción (compuesta en 1818 por el maestro Franz Xaver Gruber y escrita por el sacerdote católico Joseph Mohr), es porque actualmente, la época navideña es todo menos taciturna. Una vez que termina Halloween y los gringos descongelan a Mariah Carey desde el 1 de noviembre, resulta difícil evitar los villancicos y las canciones de navidad en los centros comerciales, en las tiendas, en la televisión, etc. y no es queja, eh. Ustedes ya saben de mi amor y mi fanatismo por la música navideña. Pero claro, para algunas personas que quieren hacérsela de Grinch, se ha convertido en un pasatiempo de temporada el quejarse amargamente del leitmotiv decembrino, de lo horrible e intrusivo que es y de que, en realidad, son las mismas canciones solo que en géneros musicales variados dependiendo del artista que las interprete (en esto último, estoy de acuerdo). En ese sentido, parece que todos los que hacen su propia versión de “Silent Night”, tienen la obligación de agregar más cosas: más voces, más cuerdas, un gran crescendo, un tempo más lento o rápido. A diferencia de la clásica “White Christmas”, que se beneficia de una grabación original espléndida de Bing Crosby, “Silent Night” se ha convertido en un lienzo en blanco sobre el que los productores musicales hacen un dripping a la Jackson Pollock.

Hace un año, a modo de cierre del 2022, les compartí una canción que recién había descubierto gracias a una estación de radio irlandesa de Navidad (bien random mi historia ¡já!). Dicha canción, era nada más y nada menos que el mashup de “Peace On Earth / Little Drummer Boy” de Bing Crosby y David Bowie y que, en definitiva, forma parte de mis ya de por sí ñoñísimas playlists navideñas. En esta ocasión, estuve pensando y repensando (lo cual se me da muy bien) qué canción o álbum navideño podía recomendarles. Estuve a nada de escribir este artículo sobre la muy alegre “That Holiday Feeling!” de Eydie Gormé y Steve Lawrence (que les juro, la primera vez que la escuché, pensé que era el mismísimo Frank Sinatra por el tremendo vozarrón) y que relanzaron Seth MacFarlane y Liz Gillies en su nuevo y sensacional álbum “We Wish You The Merriest” (ya ven que de por sí Seth es mi súper crush, pero de verdad se los recomiendo muchísimo, sus álbumes navideños siempre le quedan relindos). Pero, la verdad es que hay otra canción que se adueña de mi corazón en estas significativas fechas y supongo que, por mis larguísimos párrafos introductorios, ya se habrán dado cuenta de cuál es.

Desafortunadamente, este 2023 perdimos a la maravillosa y contestataria cantante irlandesa Sinead O’Connor, la mezzosoprano de la generación X. El medio deliberadamente decidió opacar su excepcional voz y talento y poner los reflectores durante décadas en sus “escándalos” y controversias, como su famoso “FIGHT THE REAL ENEMY” en Saturday Night Live, mientras rompía la fotografía del papa Juan Pablo II. Podría escribir y escribir sobre la vida de O’Connor, pero hoy quisiera enfocarme en la que yo considero es la mejor versión de “Silent Night” que existe.

Acá entre nos, me da un poco de cringe platicarles cómo es que descubrí la interpretación de “Silent Night” de Sinead, pero a veces las cosas más random nos llevan a acontecimientos extraordinarios y por eso voy a contarles: hace cuatro años, justo antes de que el mundo se paralizara por la pandemia, mi curruñis Hugo compró en súper oferta una de esas películas navideñas gringas sinsentido para pasar el rato. El nombre de la peli es “Fred Claus” y la protagonizan Vince Vaughn, Paul Giamatti y Rachel Weisz. Aunque yo estaba reacia al principio, tras un poquito de insistencia decidí verla y ¡oh sorpresa! Nunca imaginé llorar tanto en una película de ese tipo; la escena donde aparece la canción es el clímax del film y es B E L L Í S I M A. Sientes que descubres y entiendes casi casi el verdadero significado de la Navidad y todas esas ñoñeces. Honestamente, no recuerdo casi nada de la película excepto esa inolvidable escena. Y bueno, como era de esperarse, agregué “Silent Night” de inmediato a mi Spotify y es un must desde entonces.

No hay mucha información acerca de “Silent Night” de O’Connor para serles franca y ahora que lo pienso, creo que es mejor así. Tras mucho buscar, encontré 3 datos en total: 1. que la grabó en 1991, 2. que la produjo su on and off Peter Gabriel y 3. que él mismo toca el teclado. No más. No se necesitó nada más que un teclado y la voz casi angelical de Sinead para hacer la mejor versión de “Silent Night” que existe hasta ahora y no doy pie a debate. Un verdadero orgasmo auditivo; jamás una canción navideña me había transmitido semejante e inexplicable paz. Y me encanta. Para algunos, es curioso o hasta contradictorio el hecho de que Sinead haya grabado una canción prácticamente religiosa tras sus constantes encontronazos con la iglesia católica y, en palabras de Mariana Enriquez (sí, sí, LA Mariana Enriquez): “[…] ella no era antirreligiosa. Al contrario. Siempre buscó la trascendencia, Dios, la fe. Por eso también su rabia con una Iglesia que no daba amor. La gente diciendo todo el tiempo que se contradecía y era controvertida – claro que se contradecía es NORMAL. Y no, la controversia la inventan los demás cuando tratan de disciplinar a la gente y decirle cómo vivir”.

El video de la canción, una cosa ahí medio bizarra, nos muestra a Sinead vestida de la época victoriana y a un hombre que la persigue atraído por su voz (o bueno, al menos así lo interpreto yo). Es raro verla en esos close ups maquillada y con peluca, pero ella divina siempre.

 

Existe también una versión larga de “Silent Night” inspirada en la historia real del ceasefire que tuvo lugar en la víspera de Navidad de 1914 durante la Primera Guerra Mundial. Los soldados alemanes e ingleses bajaron las armas y llevaron a cabo una tregua temporal, celebrando la Navidad juntos en donde se dice, compartieron canciones, algunos regalos y uno que otro partido de fútbol. Sinead también grabó esa versión extendida de la canción, la cual tiene uno que otro párrafo extra.

Con el mundo hecho una mierda, espero que por escasos cuatro minutos y acompañados de la legendaria Sinead, tengamos y sintamos una auténtica “Noche de Paz” en este cierre del 2023. Les quiero.

Fui al Eras Tour de Taylor Swift en CDMX… ¡Y SOBREVIVÍ!

 



Por Mónica Castro Lara |

Ya sé, ya sé. Ya pasaron días de los conciertos de la güera en CDMX, pero acá esta millennial geriátrica se enfermó de gripa (mi garganta lo resintió bastante y me puse de imprudente días después creyendo que estaba como si nada) y comprenderán que no estaba al cien para escribir y compartirles un poquito de mi *inolvidable* experiencia. Además, aprovecho que hace unos días anunciaron el Eras Tour Film en cines y otra vez la euforia regresó a nuestros cuerpos cansados y gastados. Como era de esperarse, esos boletos también se agotaron en cuestión de minutos a pesar de que Cinépolis se tiró al suelo, hizo berrinche y salió con diez mil jaladas, pero bueno. Nuevamente iremos a ver el concierto, pero ahora desde la comodidad de un asiento acojinado (y no la porquería de grada del Foro Sol al cual siempre odiaré) y a tan solo minutos de casa. Como podrán comprobar, el impacto del Eras Tour de Taylor Swift en 2023 es bestial y llegó para quedarse un bueeen rato en nuestro país.

*(Tantito imaginen que es la madrugada del 26 de agosto) *. Escribo estas líneas mientras regreso de lo que es, sin duda alguna, el concierto de mi vida. Digo… tampoco es que haya ido a muchos conciertos en mi vida, pero en definitiva, éste llegó para ocupar cada rincón de mi gélido corazoncito y créanme cuando les digo que, lo que acabo de vivir el día de hoy, dudo que pueda revivirlo con algún otro artista. No sé qué tan simple sea mi historia con el concierto, pero de todos modos la voy a contar. Así como millones de personas, me registré en el Verified Fan en Ticketmaster (que también odio, por cierto) sin recibir una respuesta positiva. Mi amiga Mary fue la suertuda que recibió el muy codiciado “código” (que en realidad era un link privado) y gracias a ello pudimos comprar los boletos sin mayor problema y, sobre todo, sin la intervención de ningún revendedor horroroso o tener que buscar los boletos por otros medios (cosa que, en definitiva, no estábamos dispuestas a hacer). Escogimos una zona bastante razonable económicamente hablando (porque a pesar de la euforia, hay que medio ubicarse) y afortunadamente no tuvimos ningún otro contratiempo (tipo que se cayera la página, que no nos aceptara el pago o esas cosas nefastas que suelen pasar con Ticketmaster). Como verán, efectivamente suena muy simple (porque debería serlo), pero en verdad fuimos de las pocas afortunadas en lograr una compra exitosa y sin percances. Ese era apenas el inicio de una larga y muy emocionante travesía; como buenas poblanas, necesitábamos transporte, planear el viaje en sí, pensar, comprar o incluso diseñar nuestros outfits, hacer las famosas friendship bracelets, ahorrar lo más que se pudiera y un largo etcétera. No les miento: fue una experiencia muy, muy linda pero también de mucho derroche económico. Prefiero no entrar en ese tipo de detalles porque si me pongo a indagar, a hacer cuentas y a reflexionar un poco más, entra una en un círculo capitalista vicioso e infinito y creo que es mejor disfrutar digamos… la esencia del por qué estamos haciendo y gastando todo esto, que es a grandes rasgos, ir a ver a una de nuestras artistas favoritas en sus primeros shows en nuestro país y pasarla muy, muy bien. Y por fortuna, así fue. 

Un factor estresante (no solo para mí, sino para miles de personas) era el saber que lo más probable es que se cayera el cielo en la Ciudad de México en las cuatro fechas del concierto (porque sabemos que en agosto llueve, eh Taylor) y que lo usual en dicha ciudad y en especial, en el muy mal construido Foro Sol (sí, lo odio) es que se inunden. No sé si recuerdan, pero en 2020, justo días antes de que cerraran TO-DO por la pandemia de COVID y cuando el virus ya estaba bien instalado en nuestro país, estuve en el concierto de Billy Joel en el Foro Sol y a partir de esa muy mala experiencia, juré no volver a ir a ningún otro concierto o a algún evento en dicho lugar. Lo que no sabía es que tres años después, me iba a terminar mordiendo la lengua hasta sangrarme y que estaría asistiendo al mismo recinto que tanto me choca y al que tanto le echamos caca los mexicanos. “¿¡POR QUÉ NO LO HICIERON EN EL ESTADIO AZTECA!?” nos preguntamos varixs. ¿Será muy costoso gestionar un concierto en el Azteca? ¿O de plano los dueños del Foro Sol son más perros? Quién sabe. Lo importante aquí es que, Tláloc, al parecer íntimo amigo de Taylor Swift, nos dio tregua los cuatro días del concierto a pesar del cielo cerradísimo y nubladísimo que había. Sí nos llovió muy poquito cuando apareció la telonera Sabrina Carpenter, pero hasta ahí. Yo, como buena millennial geriátrica (sí, se los reitero), me fui muy preparada para un 25 de agosto lluvioso, es decir con botas de camping, dos impermeables (sí dos, pero solo usé uno) y la verdad es que, por cuestiones de comodidad, no planee más allá de lo que otrxs planearon, pero qué pinche bonito fue ver a un montón de gente vestida de su era favorita de Taylor Swift o de algún video musical en específico o de la letra de alguna canción. No me queda la menor duda de que la gente (y en especial lxs mexicanxs) es muy creativa, súper animada, arriesgada y que una lluvia o posible mal clima no iban a impedir que se expresaran a través de sus outfits, de sus espectaculares peinados y de las toneladas de glitter que iban a usar en sus impecables maquillajes. Así que todo mi respeto, todo mi amor y toda mi admiración a todas y cada una de esas personas que decidieron ir en contra del pronóstico del clima y del de por sí cansancio que implica el asistir a un concierto así (a la chica que vi con botas de tacón de aguja mientras caminábamos kilómetros rumbo a la entrada, quería darle un abrazo o un sape, francamente).

Estoy segura de que a estas alturas ya saben cuál es el significado o más bien el origen de las friendship bracelets que muchas hicimos y compartimos antes del concierto, así que me parece medio redundante repetirlo, pero sí quiero platicarles (porque soy una ñoñísima y se aguantan) que para mí fue relindo y de lo que más disfruté previo al evento; hacerlas junto a mi hermana Elo, con Bunny a un ladito, escuchando las canciones de Swift y estar totalmente concentrada en lo que estaba haciendo, fue inesperadamente terapéutico (¿mindfulness? ¿eres tú?). Lo que sí es que reafirmo mi nula capacidad para hacer cosas manuales y ni modo. Si a estas alturas ya se reventaron las pulseras que intercambié, pido disculpas. 

Tras llegar con tiempo récord al Foro Sol, recorrer casi todos los puestos ambulantes de merch porque somos medio indecisas, mirar desconfiadas al cielo cada cierto tiempo y encontrar nuestros lugares, por fin inició el segundo concierto de Taylor Swift en México tras 17 largos años de espera. Empecé a gritar como desquiciada cuando apareció nuestra querida güera debajo de los pétalos gigantes que la escondían y ahí supe que me iba a desbordar de la emoción. A M É con locura las maratónicas tres horas y media que duró el concierto y que, además de ser increíblemente puntuales, fueron en todo momento electrizantes y francamente maravillosas. Sabemos que Taylor Swift tiene un equipo de altísima calidad y me dio muchísimo gusto que, a pesar de haber estado en gradas, vimos perfecto todo el espectáculo cuyas pantallas la dejan a una sin habla (Taylor y su equipo mandaron a quitar la cochinada de escenario que tiene el Foro Sol y nos dieron por fin, equipo de calidad). Los visuales del show son geniales, muy ad hoc a cada canción o era; el sonido brutal a pesar de la mala acústica del recinto (porque no, no la tiene) y el fueguito en “Bad Blood” nos calentó a todos bien entradas las diez de la noche. Les confieso que estoy muy, muy orgullosa de mí misma porque pude cantar (más bien gritar jejeje) las 43 canciones que se avienta la Taylor (yo sé que son 44 canciones en total, pero la canción sorpresa que me tocó –“Tell Me Why”– la he escuchado, pero no me la sé). Había visto videos en donde la gente afirmaba que, del shock, se les olvidaban las letras de las canciones, pero no fue el caso de esta ñoña que la verdad, ni es taaaan swiftie. Pero eso sí, bailé, canté, grité, lloré, berreé como nunca y me di cuenta de que justo esa era la terapia que necesitaba y que estaba ansiosa de vivir desde hace varios meses, porque si bien veía partecitas de los conciertos a través de Instagram o de YouTube, la experiencia de estar presente en el Eras Tour México es completamente distinta a lo que vemos en pantalla y mucho se debió al público mexicano. Agradezco que pude estar rodeada de personas que estaban igual de emocionadas y desbordadas que yo. O bueno, unas dos que tres no ¡já!. Obviamente en “Cruel Summer” que es LA canción del verano y la segunda que interpreta, yo ya no tenía voz. Y a la señora o chica de cubrebocas que estaba a mi izquierda adelante de mí a unos tres o cuatro lugares de distancia y que me miraba súper sacada de onda cuando estaba B E R R E A N DO durante “august”, le digo que sí, que estoy bien y que mejor deje de juzgar a la gente o andar de mirona. Aun así, no me inhibió en lo absoluto. Muchxs me han preguntado cuál fue la canción o el momento que más me gustó del concierto y he de confesarles que creo que no es uno muy habitual o que hayan mencionado mucho en publicaciones previas y así, pero yo Mónica Castro Lara sentí que el Foro Sol se desbordaba durante los 10 minutos de “All Too Well”. Es una canción compleja, larguísima, pero en verdad se me enchinó la piel de inicio a fin. Y por lo que viví, creo que a la mayoría le pega cañón.


“No sabía que te gustara tanto Taylor Swift”. Lo escuché y lo leí muchas veces antes del concierto. Resulta que hace quince años, cuando iba en la universidad, mis amigxs y yo recreábamos a modo de burla el video de “Teardrops In My Guitar” y de ahí, decidí descargar algunas canciones de Swift en mi iPod. Siento que ahí empezó todo. Pero como a la gente le encaaanta juzgar los gustos musicales ajenos y Taylor Swift es lo más blanco, lo más ñoño, lo más pop, lo más mainstream que existe, pues confieso que nunca me sentí cómoda gritándolo a los cuatro vientos. Hasta hace unos años que leí sobre lo que Dave Grohl dice de los guilty pleasures y pues… resulta que no me gusta Taylor Swift… ¡M E E N C A N T A! “I don’t believe in guilty pleasures. If you fucking like something, like it. That’s what’s wrong with our generation: that residual punk rock guilt, like, “You’re not supposed to like that. That’s not fucking cool.” Why the fuck not? Fuck you! That’s who I am, goddamn it! That whole guilty pleasure thing is full of fucking shit.” Yo sí creo en lo poderoso de sus letras; como muchxs siento que he crecido con ella y he constatado la evolución de sus canciones, la complejidad de muchas de ellas, lo bien que sabe contar una historia (porque es una extraordinaria storyteller), lo mucho que me interpela su música y lo bien que está rompiéndola en la industria musical.

Por último, Taylor es una titán en lo que hace. No solo en su carrera musical (que ha tenido miles de altas y bajas), sino en el concierto en sí. Cientos de videos hablando de qué dieta llevará, qué tipo de ejercicio debe estar haciendo para mantenerse en forma, que rinde más que los atletas más disciplinados, de cómo debe estar cuidando su voz, qué drogas debe estar inhalando/fumando/inyectándose para resistir y dar lo mejor de sí durante tres horas y media con intermedios y cambios de vestuario de menos de cinco minutos. David Harbour, nuestro Jim Hopper de “Stranger Things” no se explica cómo va al baño la Taylor o en qué momento toma agua. Así todxs, David, así todxs. Estoy muy orgullosa de la perseverancia de nuestra güera favorita, de su tour y de saber que tendremos Taylor para rato. Tú siguele facturando, mami. Factura todo lo que puedas.

Mi agradecimiento por siempre a Andy, por hacer T O D O el viaje una realidad. A Mary, por no quejarte de mis gritos horrendos mal entonados durante el concierto y vivirlo juntas. Y a mi Elo,
siempre.


Hablemos de «Daisy Jones & The Six»



Call me old fashioned... please! | Por Mónica Castro Lara |


Quiero creer que mis niveles de intensidad ante las cosas y la vida son más un aspecto positivo que una red flag. Y es que, desde niña, si algo llama mi atención, me O B S E S I O N O de inmediato hasta que esa obsesión se diluye a causa de otra obsesión y así on and on. Pues resulta que, a inicios del pasado mes de febrero, comencé a ver en Instagram y en Twitter, un tremendo “buzz” por una serie llamada “Daisy Jones & The Six” que se estrenaría a inicios de marzo en Prime y que está basada en el libro homónimo de la autora estadounidense Taylor Jenkins Reid. Todo tweet o post que hablaba de “Daisy Jones & The Six” estaba inevitablemente ligado a Fleetwood Mac (una de mis bandas favoritas) y, como soy re curiosa (por no decir chismosa) y re intensa, comencé a indagar al respecto y como era de esperarse, ya estoy en plena etapa de obsesión a pesar de las múltiples críticas que tengo de la serie.

Resulta que “Daisy Jones & The Six” es el primero de los libros de Taylor Jenkins Reid en adaptarse a la pantalla chica y al parecer, no será el último. El muy sonado “The Seven Husbands of Evelyn Hugo” (que, si alguien de por aquí ya lo leyó, díganme qué les pareció porque ya me lo recomendaron varias veces) de 2017, se convertirá en una película de Netflix, mientras que “Malibu Rising” de 2021, se adaptará para Hulu. Pero para esta adaptación inicial de Daisy Jones, Reid sabiamente se asoció con la actriz y productora Reese Witherspoon cuya casa productora “Hello Sunshine” ha perfeccionado a lo largo de seis añitos la ciencia de adaptar bestsellers tan adictivos de ver como de leer. Parte de la estrategia es una especie de integración vertical: Witherspoon seleccionó “Daisy Jones & The Six” para su club de lectura mensual, lo que ayudó desde un inicio a construir y consolidar una fanbase que indiscutiblemente, apoyaría el lanzamiento de dicha novela a la televisión. Antes de continuar, aclaro un detallito bien importante: yo no he tenido la oportunidad de leer el libro y les prometo que algún día lo haré, pero mientras tanto, ya me estuve informando un poco acerca de su estilo narrativo, de cómo lograron plasmarlo y adaptarlo a lo audiovisual y las grandes diferencias entre ambos.


A sus tiernos 13 años, Taylor Jenkins Reid veía fascinada el especial de televisión de 1997 de una banda setentera llamada Fleetwood Mac, que celebraba veinte años del lanzamiento de su icónico álbum “Rumours” y como era de esperarse, le llamó muchísimo la atención la feroz versión del himno de rupturas amorosas por excelencia “Silver Springs” y la electrizante química que había entre dos miembros de la banda: Stevie Nicks y Lindsey Buckingham. De ahí le llegó la inspiración para escribir “Daisy Jones & The Six” años después, cuyo estilo narrativo, toma la forma de una historia oral acerca del ascenso de Daisy Jones y el grupo The Six al estrellato y su infame separación. Se cuenta en su totalidad a través de entrevistas con la banda, otros personajes clave y testigos. Las entrevistas se realizan de 30 a 40 años después de la separación de la banda, mientras los miembros reflexionan con distancia y (algo) de madurez todo lo que vivieron. Cada miembro recuerda cómo sucedió todo de manera ligeramente diferente (como acontece en la vida real), dejando lo que realmente sucedió elusivo y sujeto a interpretación del lector. La escritora dice: "[…] también se debe tener en cuenta que, en asuntos grandes como pequeños, a veces los relatos del mismo evento difieren. La verdad a menudo se encuentra, sin reclamar, en el medio".

Por lo tanto, un estilo documental encaja naturalmente para una adaptación televisiva y los episodios cobran vida al estructurar sus historias en torno a eventos o periodos de tiempo específicos con esas mismas entrevistas. Al dar el salto de la página a la pantalla, “Daisy Jones & The Six”, en su mayor parte, ha tratado de recrear la experiencia de lectura del libro (o al menos eso es lo que dicen sus fans menos exigentes y flexibles). Pero como con cualquier adaptación, ciertos detalles no pasan el corte y tanto los personajes como algunos eventos, son inevitablemente alterados de manera significativa, para bien o para mal.


La historia (tanto del libro como de la serie) básicamente trata del recorrido de una banda de soft rock al estrellato y nosotros somos testigos de cómo navegan el mundo de la fama, las drogas, los excesos, los dramas personales, los triángulos (rectángulos) amorosos, la creatividad e innovación musical, las rencillas y celos profesionales. La banda es una especie de supernova que arde brillante y efímera, disolviéndose definitivamente después de un show en Chicago a finales de la década de los 70s, tras un exitoso y único álbum titulado “Aurora”. Daisy Jones, nuestra protagonista, es el huracán en el centro de esta historia. Es una hermosa, carismática, errática, inmadura y talentosa cantautora que irrumpe sorpresivamente a los integrantes de la banda “The Six” y, por ende, cambia drásticamente la vida del grupo, en especial la de Billy Dunne. Líder y vocalista de “The Six”, Billy es un tipo desagradable, autoritario, perspicaz y terriblemente talentoso que no disfraza los celos hacia su nueva vocalista, quien no tiene reparos en robarle protagonismo y al mismo tiempo, generan una conexión profunda y natural a partir de sus vivencias y traumas del pasado que obviamente, será el meollo de las crisis de la banda.

Adentrándome ahora sí en la serie (que es con lo que estoy realmente familiarizada), hay un montón de cosas que me gustan y un montón que no. Voy a ir por partes para no mezclar demasiado mis propias contradicciones. Creo que toda la cuestión de producción, es decir, ambientación, vestuarios, fotografía, etc. etc. etc. me parecen maravillosos. Realmente reflejan un presupuesto nivel Jeff Bezos (el modestito dueño de Amazon) y nos sumergen en la década que se encargó de “moldear” mucho del soft rock, folk y pop que tanto me gusta con muchísimo estilo y autenticidad. Todas las escenas de los conciertos nocturnos son espectaculares: cuentan con una iluminación increíble, innovadora, con movimientos de cámara que nos adentran al escenario y, por ende, directamente a las emociones de la banda.

Otra cosa que aplaudo muchísimo, son las actuaciones a pesar de algunos diálogos cursis y storylines comunes. Todo el elenco, encabezado por Riley Keough y Sam Claflin, me parece extraordinario y sirve muchísimo que la química, sobrepasa la pantalla. Los he visto en un sinfín de entrevistas y realmente hay mucho amor entre ellos y parece que auténticamente disfrutaron muchísimo trabajar en este proyecto. La modelo inglesa Suki Waterhouse, Will Harrison, Josh Whitehouse y Sebastián Chacón, quienes interpretan a Karen, Graham, Eddie y Warren (miembros de la banda), tenían ya ciertos conocimientos musicales ya que, desde niños tocaban la guitarra, cantaban y así. De todos modos, tuvieron que aprender a tocar sus respectivos instrumentos y son ellos quienes realmente tocan e interpretan las canciones en vivo en las escenas de los conciertos, lo cual francamente hizo que me estallara la cabeza. Peeero… Riley (a pesar de ser la mismísima nieta de Elvis Presley y de que todo mundo dé por sentado que tiene la capacidad vocal y el talento de su familia, lo cual me parece una tremenda estupidez, pero bueno) y Sam, quienes interpretan a Daisy y Billy, no. Han comentado ya en varias entrevistas, que a pesar de lo horrible que fue la pandemia, para ellos fue benéfico el año y medio que estuvo detenida la producción de la serie para aprender, tanto a cantar, como a tocar la guitarra y ambos tuvieron intensas lecciones para lograrlo. Los integrantes estuvieron meses en una especia de “band camp” donde aprendieron realmente a convertirse en estrellas de rock y francamente la química entre Riley y Sam es sublime. No me da pena admitir que soy una hopeless romantic y que me fascinan esas tramas que van del amor al odio o al revés.

Actualmente, la banda ficticia tiene un álbum en los primeros números de las listas de Billboard y once canciones que cuentan ya con millones de reproducciones diarias en las plataformas musicales como Spotify y Apple Music.

“Aurora” es un álbum atemporal y logra capturar el drama de esta banda en sus puntos más altos y bajos, ya que muchas de las canciones están vinculadas directamente con la narrativa de la serie y al menos el concepto o la intención de cada letra, fueron creadas por la misma Taylor Jenkins Reid, pero obviamente perfeccionadas y modificadas para hacerlas sonar más auténticas; somos testigos de cómo nace “Aurora” y su impacto a lo largo de los diez episodios. Phoebe Bridgers, Madison Cunningham, Marcus Mumford y Jackson Browne son algunos de los artistas y músicos de la vida real que ayudaron a escribir y producir las canciones de “Aurora”, por eso también el éxito del álbum. Éste, lucha por aprehender la audacia de Fleetwood Mac, combinando un poco de ese rock tan característico de los 70s, con baladas fáciles de escuchar. En particular, me agradó bastante cómo estructuraron y enlazaron las canciones durante el episodio final. Yo les recomiendo muchísimo el álbum y no solo porque llevo semanas escuchándolo y enamorándome de él. Además, la serie en sí tiene una banda sonora buenísima, con canciones de Carole King, Toto, Patti Smith, The Beach Boys, Barry Manilow, etc. que refuerzan con mucho detalle e intensión, determinadas escenas.

 

Y bien, ahora va el montón de cosas que NO me gustaron de la serie y creo que básicamente se reduce a la historia en sí, a la forma en cómo fue escrita, desarrollada y modificada para la televisión. Prometo no hacer ningún spoiler significativo, aunque me den hartas ganas jajaja. Pues bien, por lo poco o mucho que he investigado, tengo ya claras las diferencias más tajantes entre el libro y la serie y, a pesar de que la novela raya en muchísimos clichés y lugares comunes, por momentos la serie los sobrepasa y termina encarnando los estereotipos superficiales que dice aborrecer. Si bien se presenta de manera convincente en ciertas escenas, en general es una dicotomía que hemos visto muchas veces antes. Incluso creo yo que el título hace alusión a algo que claramente no existe en esos diez episodios: la verdadera unión entre Daisy y la banda. Siempre es Daisy por aparte y The Six por aparte. No existe esa relación de familiaridad entre la cantante y la banda que tanto insisten en mencionar y los escritores, prefieren enfocarse en el “romance” tormentoso entre Daisy y Billy. Se supone que Daisy llega para revolucionar a la banda desde lo más profundo, pero son muy pocos los momentos de interacción entre ella y los demás (haciendo a un lado las escenas de los conciertos) y, por lo tanto, jamás se siente esa cohesión y cuesta mucho trabajo creer o asimilar ciertas escenas. Incluso Daisy, en sus entrevistas actuales, jamás J A M Á S habla de la banda, de sus integrantes, de sus talentos o carencias. Solo se dedica a hablar de sí misma y, por supuesto, de su dupla caótica con Billy y, por lo tanto, es difícil conectar con ella.

En ese sentido, otra cosa que me molesta muchísimo (ya sé, sueno a meme del fascista ese), es la construcción de los personajes femeninos. Dichos personajes, divagan entre ser mujeres auténticamente empoderadas, inteligentes, audaces, dueñas de sus propias vidas, dispuestas a labrarse un camino profesional serio pese al mundo recontra machista donde están inmersas y terminan cayendo en los clichés absurdos que tanto aborrecemos. Mi mayor problema, es con Daisy quien obviamente encarna el estereotipo de la chica rota que hace estupidez tras estupidez al pedo. Disculpen si no encuentro otra forma más formal de expresarlo, pero es la verdad; nunca se siente lo suficientemente propia y no sé qué tanto esté bien darle el peso de una heroína cuyos impulsos, están siempre fuera de control. Las muchas escenas de Daisy inhalando cocaína, tomando pastillas o garabateando letras, podrían tomarse de cualquier cantidad de biopics, y en lugar de entenderla, más bien te provocan ganas de cachetearla. Encima, la relación entre ella y los otros personajes femeninos como Karen, Simone y en especial con la bellísima Camila (protagonizada por la argentina Camila Morrone), deja muchísimo que desear, a pesar de ciertos destellos de sororidad que se agradecen. Y luego, esta insistencia patriarcal de poner a dos mujeres a “competir” por un hombre, de bancarle sus machiruladas, o de representar a la mujer como una especie de ancla divina para rescatar y beneficiar únicamente a un hombre sumamente roto, YA NO VA y desespera.

A pesar de estos grandes detalles, créanme cuando les digo que sí estoy medio obsesionada con “Daisy Jones & The Six” y no tengo reparo en declarar abiertamente que disfruté mucho la serie; que esperaba cada viernes los capítulos nuevos, que me considero fan del álbum, del elenco, del hecho de que se tomen más en cuenta historias escritas por mujeres y de que actualmente existan personas que quieran acercarse o reconectar con música como la de Fleetwood Mac, por ejemplo. ¡Ah! Y antes de que se me olvide, me pareció muy divertido y tierno que los títulos de los episodios sean títulos de canciones de los 70s, canciones de Elton John, Barry Manilow, John Lennon, David Bowie y así y no sé si todo el mundo los haya captado, pero me dio gusto que yo sí. La serie ha sido Trending Topic en Twitter durante cuatro días (desde que Amazon subió los últimos dos capítulos), así que anímense a ver “Daisy Jones & The Six” y díganme qué les pareció. Hay mucho que platicar, discutir, criticar y disfrutar (como la aesthetic que está dejando la serie).


División Palermo: la irreverencia de lo “políticamente correcto”


Call me old fashioned... please! | Por Mónica Castro Lara |



Tiene ya un par de semanas que he estado dándole vueltas a qué serie reseñar y recomendarles en este espacio; mi mente divagaba entre un par que vi a finales de 2022: la controversial “Smiley” (y controversial por ser todo menos controversial), o “Guía Astrológica Para Corazones Rotos” (una serie italiana fenomenal de esas que ves con una sonrisita cursi en la cara) y pues… realmente no sé por qué no me convencía escribir acerca de una u otra. Mi ansiedad estaba escalando cada vez más porque no me gusta dejar pasar tanto tiempo sin escribir acá en Sputnik, hasta que hace un par de días (y por azares del destino), me apareció como sugerencia en Netflix “División Palermo” y, como siempre he tenido una conexión bien chula con Argentina (gracias Elo, gracias Hugo) vi el tráiler y sin dudarlo, comencé a ver el primer capítulo sin esperarme los tremendos cagones de risa que me iba a provocar tan solo ese primer episodio. Así que, vayamos por partes. 

“División Palermo” se estrenó el pasado 17 de febrero en Netflix y rápidamente, ha escalado al Top 10 de series más vistas en Sudamérica. Ocho capítulos irreverentes, de aproximadamente media hora cada uno, perfectamente escritos y bien desarrollados. La serie es creada, codirigida, coescrita y protagonizada por Santiago Korovsky, un compi neurótico millennial (digo compi porque ya estuve leyendo su biografía y también es de esos desafortunados individuos que decidieron estudiar Comunicación) con un peculiar sentido del humor y que me parece sabe con exactitud quirúrgica lo que funciona actualmente en pantalla y lo que las nuevas audiencias realmente buscamos para entretenernos y maratonear a gusto sin sentir que se nos va la vida en ello.

La serie trata acerca de un grupo de personas (civiles) que, de manera muy inusual e incluso forzada, se enlistan en la Guardia Urbana argentina denominada ante todo “inclusiva” y cuyo objetivo, es brindar un servicio a la comunidad ayudándolos en su día a día y así, mejorar la convivencia ciudadana. La ministra de seguridad de Buenos Aires, con el fin de proyectar una imagen más humana e incluyente del municipio y al mismo tiempo, una narrativa políticamente correcta, insiste en que la Guardia Urbana esté conformada por elementos que formen parte de minorías que usualmente experimentan los vaivenes de sus respectivas condiciones. Y a pesar de que dicha Guardia Urbana fue creada precisamente para solventar esta idea de inclusión y diversidad, lo cierto es que solamente revela la discriminación que habita en muchas personas y que siempre queda falsamente aplacada por ese discurso políticamente correcto. La serie insta a la audiencia a reflexionar (a través de cientos de chistes incómodos) si esta mezcla de falsa compasión y diversidad no es más que una dupla engañosa y riesgosa.


La apuesta total en “División Palermo” es por un humor increíblemente ácido, que no se anda con rodeos al momento de mostrar lo que viven cotidianamente estas minorías, sin faltarles el respeto y en ocasiones, rebasando los límites de lo que uno consideraría como correcto o no. “[…] nosotres nos reímos con ustedes y no los demás se ríen de nosotres”, explica Valeria Licciardi, actriz que interpreta a Vivianne Figueroa, la única mujer trans del grupo (y mujer trans en la vida real). Es una de las tantas cosas que me fascinan de la serie, el que no se victimiza a nadie al crear personajes reales y complejos sin este cliché absurdo que tenemos de las personas con discapacidad. Hay, además, un timming P E R F E C T O para cada chiste, para cada línea, para cada toque de comedia física, mezclados con momentos inesperados y plot twists violentos que hacen que veintitantos minutos se vayan rapidísimo y queramos ver más y más. El elenco, muy bien casteado, es una chulada.

He de confesar que en muchos momentos de la serie, me estaba riendo a carcajadas (de esas escandalosas horrorosas) y dentro de mí había una pequeña vocecita que me cuestionaba si estaba bien reírme de lo que acaba de ver o no. Y me parece una genialidad que eso provoque una simple comedia como “División Palermo”, que te empuje a lo incómodo y te cuestione qué tanto de esas narrativas reproduces nada más porque sí o qué tan ¿discriminatorio, discriminativo? eres para las cosas más sencillas.

Leí una reseña por ahí que hablaba acerca de que hoy en día ese tipo de humor y de chistes “pueden verse sometidos a una cultura de cancelación, pero que acá forman parte de una reconciliación con sentimientos más verosímiles” y, por lo tanto, la serie da mucho de qué hablar.

Quiero creer que quienes somos fans de “Brooklyn Nine-Nine” (otra serie policiaca de comedia) disfrutaremos aún más de “División Palermo” porque además hay —según yo— un “nod” a la serie. Por favor, véanla, cáguense de risa, disfruten el soundtrack (que además está súper cool) y pidamos… no, no pidamos, EXIJAMOS una segunda temporada al ya incómodo tío Netflix.


 


Crosby y Bowie: un inesperado y muy bizarro dueto navideño


Call me old fashioned... please! | Por Mónica Castro Lara |


Espero que, a estas alturas de la vida, sepan que como buena ñoña que soy me entusiasman mucho las fiestas decembrinas y obviamente el escuchar música navideña, es un must en estas cuatro fugaces semanas. Como se imaginarán, mi estilo es bastante clásico, que va desde Nat King Cole (cuya versión de “The Christmas Song” me pone literalmente la piel chinita) hasta Ray Coniff (que siempre, siempre me recordará a aquellas navidades en casa de mis abuelos). Así que es un poquito difícil que me salga de mis playlist usuales o de los discos de antaño que tengo en casa. Peeeero, este año y por razones que no voy a ahondar aquí, sintonicé una estación de radio irlandesa (sí… así de random) y he podido escuchar una que otra canción o melodía que desconocía y ello ha hecho que abra y amplíe un poquito más mi experiencia musical navideña. Y aunque honestamente me da un montón de pena admitirlo, ¡EN LA PERRA VIDA HABÍA ESCUCHADO EL HITAZO DE “PEACE ON EARTH/LITTLE DRUMMER BOY” INTERPRETADO POR BING CROSBY Y DAVID BOWIE! Sí, en mayúsculas y toda la cosa porque la vergüenza es harta.

Ya sé, ya sé… probablemente sea un shock para algunos de ustedes y se estén cuestionando mi legitimidad como melómana (jajajaja), pero admitamos que siempre se pueden descubrir canciones y géneros nuevos a cualquier edad, en cualquier momento de nuestras vidas y sobre todo, disfrutarlos y hacerlos parte de nuestra cotidianidad. Así que, no se atrevan a juzgarme, eh. Acá el asunto es que la colaboración entre estas leyendas me pareció tan random, tan bizarra y taaaan buena, que decidí escribir un textito exprés a modo de última colaboración del 2022 en Sputnik.

Estuve leyendo un poco acerca de cómo surgió este inesperado e histórico acontecimiento y se los cuento rápidamente: resulta que Bing Crosby o ‘Mr. White Christmas’ (porque sí, a él le debemos la autoría de este clásico de clásicos navideño), grabó en 1977 lo que sería su último especial navideño para la televisión titulado “Merrie Olde Christmas”, que se transmitiría en Estados Unidos y Reino Unido. La premisa del especial es que Crosby recibe una carta de un familiar inglés perdido que lo invita a él y a su familia a acudir a su casa y conocer su historia familiar, al mismo tiempo en que conoce e interactúa con trabajadores de la casa, el fantasma de Charles Dickens (supongo) y otros invitados inesperados, todos interpretados por personalidades del medio del espectáculo inglés, incluido por supuesto nuestro Starman, David Bowie. El especial fue filmado en Londres, ya que Bing andaba de gira en tierras británicas.


Pues bien, aún no me queda del todo claro cómo es que Bowie (que ya contaba con diez años de carrera en ese entonces) accede y es seleccionado para actuar en dicho especial, pero supuestamente lo hizo con el afán de promocionar su doceavo álbum “Heroes” y porque su mamá era fan de Crosby. El chiste es que, al momento de indicarle que tiene que grabar el famoso villancico “Little Drummer Boy”, Bowie se niega. “Odio ese tema. ¿No hay otra cosa que pueda cantar?”. Y Crosby, que era un señorón de setenta y pico años, se negó rotundamente a cambiarla. Imaginen la incómoda escena. Por lo que, los supervisores musicales del especial navideño Ian Fraser y Larry Grossman, encuentran un piano en el sótano del estudio de televisión y componen en menos de una hora, lo que inesperadamente sería uno de los singles más exitosos de David Bowie muy a su pesar. En realidad, el cambio no es tan drástico, pero sirvió para mantener contentos a ambos artistas y que, de alguna forma, pudieran resaltar sus atributos vocales.

Hay quienes afirman que la interacción entre ambos es bastante forzada, con diálogos sumamente prefabricados e insoportablemente escenificado. Para serles muy franca, pensé que me daría muchísimo más cringe verlo y que tendría que adelantarle hasta que comenzara la canción en sí, pero la verdad es que no fue así. Me parece que a pesar las enoooormes y muy evidentes diferencias entre ambos, lo hacen bastante bien (¿o será que soy muy ingenua?). Juzguen por ustedes mismos.

De mientras, “Peace On Earth / Little Drummer Boy” forma parte ya de mi repertorio navideño y sin duda, nunca olvidaré la enorme sorpresa que me llevé al descubrir quiénes eran los intérpretes de esta tremenda canción. Es una lástima que Bing Crosby nunca haya visto el éxito de este sencillo, ya que falleció tan solo un mes después de haberlo grabado. En cambio a Bowie, que sí fue testigo de ello, le valió. Unas por otras.

Bros: ¿México estuvo listo para una rom-com LGBTQ+ mainstream?




Call me old fashioned... please! | Por Mónica Castro Lara |

Pues no. La respuesta es un gran y tajante “NO”. Y aunque el pasado 26 de octubre se aprobara el matrimonio igualitario en todo el país (yaaay), eso no significa que México deje de ser un país re homofóbico e ignorante (buuuu) y me lo demostró una vez más al NO exhibir en el duopolio Cinépolis-Cinemex la película cómica romántica re gringa y re mainstream “Bros”. A lo mejor ustedes creen que es una exageración de mi parte, pero no lo veo así y les platico porqué: resulta que estuve esperando más de un mes el estreno de dicha película y, según ambas cadenas de distribución de cine, estaba programada para el jueves 27 de octubre, por lo que hice planes (mentales) de invitar a uno de mis mejores amigos como regalo de cumpleaños y pasárnosla riendo escandalosamente porque a ambxs nos gustó mucho lo que vimos en el tráiler. Desafortunadamente a “Bros” no le fue nada bien en taquilla en Estados Unidos a pesar de una obstinada campaña de marketing y de estar respaldada por una productora y distribuidora bastante choncha como lo es Universal Pictures (muchos cines decidieron boicotear deliberadamente la proyección de la película), por lo que su escritor y protagonista Billy Eichner, contaba con un poco más de respaldo internacional. Aquí es donde entramos yo y mi fallido intento por apoyar a uno de mis comediantes gringos favoritos.

Llegó el 27 de octubre y a pesar de haber puesto la dichosa notificación en la app de Cinemex, no me salían horarios disponibles en ningún cine en tooooda Puebla. Lógico, me empecé a desesperar, chequé en Cinépolis y lo mismo. Y entonces, acá doña intensa (no me ando con tibiezas people), buscó estado por estado a ver cuáles sí la proyectarían y cuáles no; para no hacerles el cuento más largo, únicamente alrededor de seis estados proyectarían la película y no en todas las salas por supuesto, lo cual hizo que me molestara bastante y fuera corriendo a Twitter cual millennial geriátrica a escupir tantito odio al no querer bancarme la homofobia de este duopolio. Supongo que el pretexto que pondrían es que no era una decisión rentable proyectarla en todo México debido al poco éxito que tuvo en el país del norte, pero entonces ¿por qué sí proyectarla en unos estados y en otros no? ¿Basados en qué se seleccionó a dichos estados? Y creo que no hace falta que les diga la respuesta. Después del mini coraje, terminé viéndola ese mismo día a través de una fiel y perseverante amiga llamada Cuevana y pues, ya que seguramente muchxs de ustedes no pudieron verla, decidí escribir una breve reseña a modo de resistencia.


La mera existencia de una película como “Bros” en pleno 2022, no debería ser algo notorio, pero sí lo es: resulta que es la primera comedia romántica protagonizada en su totalidad por personas LGBTQ+ y fue financiada por una productora cinematográfica convencional (Universal). Que haya pasado tanto tiempo para que esto fuera una realidad, me parece medio increíble, pero… ¿es “Bros” una película digna realmente de ese hito que la rodea? Para mí, la respuesta es SÍ. Comencemos por el hecho de que no es una historia romántica en donde simplemente se cambie una pareja heterosexual por una gay. Como bien dice Bobby (el protagonista) en los primeros minutos de la película, esa narrativa del “Love Is Love” que hemos escuchado, leído y compartido en un sinfín de ocasiones, no es del todo correcta: las relaciones homosexuales son diferentes, las amistades homosexuales son diferentes, el sexo homosexual es diferente. Y aunque se las arregla para ofrecer momentos de comedia romántica muy, muy tradicionales, “Bros” refleja esa diferencia inherente en todo momento. Por ejemplo, el primer contacto entre nuestros personajes principales no es algo demasiado especial o digno de un cuento de hadas: ambos cruzan miradas, sí, pero lo hacen en un club nocturno, con colores neón estridentes y lleno de hombres homosexuales sin camisa de todas las edades. O que la escena de sexo entre los protagonistas sea brutalmente cómica y honesta en primer lugar, porque sucede a medio día y no en una noche romántica, en segunda porque los vemos inhalando poppers para aumentar su deseo sexual y encima, tienen una especie de lucha grecorromana a modo de foreplay. Ya con eso nos hacemos una idea general de esas pequeñas grandes diferencias entre esta película y otras rom-coms convencionales.

“Bros” trata la historia de amor entre Bobby y Aaron. Billy Eichner, quien interpreta a Bobby, escribió un protagonista bastante peculiar: inteligente, ingenioso, culto, demasiado autocrítico, en ocasiones exasperante, amargado y verborreico.

A mucha gente no le gustó que Bobby fuera por momentos tan directo, agresivo y escandaloso… ¡por Dios! lo escribió Billy Eichner, ¿qué esperaban o qué? Se combina a la perfección con el terriblemente apuesto Aaron, interpretado por Luke Macfarlane, un albacea testamentario y un hombre al que le gustan los tríos y las orgías ocasionales quien, en lo exterior, parecería llevar una vida exitosa pero que, en realidad, atraviesa una crisis de identidad y de confianza en sí mismo muy cañonas. Los altibajos entre Aaron y Bobby están hábilmente escritos; ambos son capaces de sacar lo mejor y lo peor de cada uno, de la manera en que solo aquellos con los que se tiene una conexión especial y profunda, pueden hacerlo. La química entre ambos actores es tangible y se agradece. Macfarlane tiene una calidez y sinceridad que hace que Aaron sea bastante empático incluso en sus momentos más oscuros; es el complemento perfecto para el exterior puntiagudo de Bobby. A medida que la película avanza y las vulnerabilidades de ambos personajes continúan siendo expuestas, la actuación de Eichner sobresale, especialmente durante un monólogo particularmente poderoso en la playa en donde OBVIO chillé un poquito. Podemos ver a un Bobby más sutil y conmovedor, sin perder nunca el sentido del humor que lo hace tan brillante. A pesar de algunas críticas que leí por ahí, me parecen dos personajes gay maravillosamente complejos y muy bien desarrollados, entretejiendo temas de homofobia internalizada, narrativas sociales sobre cómo debe ser la masculinidad gay y lo que implica luchar por ser uno mismo en un mundo que te grita a cada rato que seas cualquier cosa menos tú.



En ese sentido, “Bros” aterriza muy bien la parte del 'rom', pero ¿qué pasa con la del 'com'? Con Eichner como guionista, no sorprende que sea sumamente divertida y precisamente, me da tristeza no haberme podido reír colectivamente en una sala de cine. Las bromas y punchlines (en ocasiones excesivamente locales) no se detienen en toda la película: van desde frases ingeniosas, actuaciones fabulosas (estoy obsesionada con Bowen Yang), hasta chistes incisivos sobre la cultura de las citas en el mundo actual. A medida que avanza la relación entre Aaron y Bobby, Eichner y el director y coguionista Nicholas Stoller, insisten en empujarnos hacia escenarios inesperados y divertidos: una cena tensa en medio de meseros que cantan en los momentos más inoportunos, una interacción con Debra Messing (¿alguien más recuerda el legendario “It’s Debra Messing you gays!” de “Billy On The Street”?), escenas de sexo ridículas, cameos sensacionales, etcétera. Todos estos escenarios, son representados muy bien por su elenco LGBTQ+  

Para finalizar, creo que “Bros” hace un muy buen intento por difundir elementos educativos en torno a la comunidad LGBTQ+, y el deseo de informar a las personas sobre la historia queer es una parte integral no solo del personaje de Bobby, sino de Billy Eichner también. La película no te inunda la cabeza de información y no es un elemento que cansa, por el contrario, te brinda un espacio seguro para comprender y reflexionar muchas cosas. El montaje de los pioneros LGBTQ+ de décadas pasadas, sin duda pone la piel chinita y el recordatorio de que esta es una comunidad que ha sido constantemente silenciada e invisibilizada a lo largo de la historia, hace que la presencia de esta película en la pantalla grande sea aún más conmovedora, la representación aún más satisfactoria y los arcos emocionales de los personajes principales, aún más impactantes. Hollywood tardó más de un siglo en darnos una película como “Bros”, me pregunto entonces cuánto tiempo pasará para una próxima y ojalá, OJALÁ que ahora sí la #$%&@! proyecten en nuestro país.

«Elvis», un film digno del rey del rock and roll



Call me old fashioned... please! | Por Mónica Castro Lara |


Me parece de suma importancia que, antes de leer esta reseña, tengan muy presente lo emocionada que estoy/estuve por ver “Elvis” tras varios años (sí, años) de espera porque por allá de 2019, cuando me enteré de que mi queridísimo y adorado Baz Luhrmann sería el encargado de dirigirla, no solo se me desbordó la emoción, sino que sabía exactamente qué esperar de la película y, una vez más, Baz no me decepcionó. Obviamente soy una gran fanática de su ya muy particular estilo al momento de desarrollar y contar una historia y, por ende, sabía lo increíblemente meticuloso y creativo que sería, llegando al punto de verdaderamente obsesionarse –en este caso– con Elvis y que el resultado final, sería una joya visual de esas que te dejan abrumadx un largo rato.

Tal vez no lo recuerden, pero hace seis años, escribí acercade Elvis Presley aquí en Sputnik y les confieso que tuve que regresar a leer el artículo previo a ver la película porque no recordaba del todo qué había escrito en aquel entonces (sí… ya estoy grandecita mi gente, la memoria no es lo de antes *carita triste*). Gracias a ello, me refrescó bastante la memoria y recordé, no solo lo mucho que auténticamente me gusta Elvis, sino también lo mucho que ya sabía de su historia personal y carrera artística al andar investigando e investigando por al menos un par de semanas. Así que, les reitero lo emocionada que estuve al ver la película y lo mucho que anhelaba una buena adaptación a diferencia de otras biopics medio chafis que nos han presentado anteriormente. Lo que sí es que tengo que confesarles que me dio un cringe horrrrrrible releer mi texto y darme cuenta de lo normalizado que tenía yo el grooming que le hizo Presley a Priscilla y neta, qué perro oso. Lo bueno es que, la gente cambia, aprende, reflexiona, se deconstruye y pues, la mujer que teclea estas letras, vaya que ya cambió. Gracias infinitas, hermoso feminismo.

Pues bien, por si no lo sabían, el director australiano Baz Luhrmann tiene tan solo seis películas bajo el brazo, de las cuales al menos cuatro son verdaderos iconos del cine moderno: Romeo+Juliet (1996), Moulin Rouge! (2001), The Great Gatsby (2013) y, por supuesto, Elvis (sí, tal vez piensen que me estoy adelantando demasiado, pero no inventen, tuvo una ovación en el Festival de Cannes de 12 minutos y le ha ido muy bien con la crítica, mucho mejor que a Gatsby, por ejemplo). Y, si viéramos esos filmes de manera secuencial, podríamos apreciar aún más el estilo in crescendo de Baz y su forma tan over the top en contar historias. El inicio de “Elvis” por ende, es tan caótico como su director; por un instante se mezclaban tres momentos distintos de la historia del protagonista, con visuales espectaculares y música estridente de por medio, manejos de cámara tan rápidos que te daba la sensación de que, si pestañeabas un poquitín más lento, te perderías de algo esencial en la historia. Esa sensación, bastante abrumadora, va y viene conforme avanza la historia. Pero, de entrada, te deja bien clarito el tono y el ritmo de las siguientes dos horas y media. Y hablando de eso, antes de que se me olvide, sí… confieso que se me hicieron un poquito excesivas esas dos horas y media que dura la película, pero también entiendo que seguramente Baz consideró que lo que vimos en pantalla, era imprescindible para logar el efecto que “Elvis” está teniendo en la audiencia y, por lo tanto, defendió y se aferró a su visión en el cuarto de edición. Cantidad sin arriesgar calidad, básicamente. Aunque se rumorea que Baz tiene en su poder, una versión de cuatro horas, en donde podríamos ver cuando Elvis conoció a Nixon entre otras cosas, pero que no está seguro si algún día seremos dignos de verla. ¿Ustedes la verían?

La película, es narrada por el villano de la historia, el temible coronel Tom Parker, quien fuera mánager de Elvis durante toda su carrera y que es interpretado por el célebre Tom Hanks, una selección de narrador bastante curiosa que nos aleja de otras biopics que han caído en lugares más comunes. Coincido con algunas críticas en cuanto a que no es el mejor trabajo de Hanks ni tampoco hace algo extraordinario que valga la pena recordar, además de que a veces hacen mucho ruido esos kilos de maquillaje y el traje de gordo. Sin embargo, reconozco que tuvo que trabajar con un personaje del cual siempre se ha sabido “muy poco”; no hay suficientes grabaciones o entrevistas que ayuden a estructurar cómo era este nefasto hombre en términos de la voz o los modismos, por ejemplo, así que entre Hanks y Luhrmann crean un personaje… digamos desde cero, por momentos sí rayando en lo caricaturesco y por momentos muy real, pero que nos permite entender su psique al instante al manipular mental, emocional y económicamente a nuestro héroe y a su familia. Parker es responsable del ascenso a la fama de Elvis y también de su declive (y no es ningún spoiler eh, todo mundo lo sabe); un hombre estratégico, inteligente, audaz, cruel y rapaz que surge como una especie de inspiración para todxs aquellxs managers de mitades del siglo XX y por supuesto, de este siglo XXI, estableciendo exactamente qué esperar y obtener de la fama,


Justificando en todo momento los tejes y manejes sobre cómo gestionaba la carrera artística de Presley, Parker nos narra su primera impresión, su primer encuentro con Elvis y cómo logró hacerlo el artista más reconocido a nivel mundial, sin siquiera salir de Estados Unidos. Aquí la grata sorpresa y lo que sigue emocionándonos a todxs, fue ver al maravilloso Austin Butler interpretando a Elvis en el que, les aseguro, es el papel de su vida. Su enorme talento arrasó con contrincantes como Harry Styles, Miles Teller, Ansel Elgort (ugh) y Aaron Taylor-Johnson a la hora de audicionar para el papel y seguramente, Baz quedó prendado de la capacidad de este gran actor y por supuesto, lo llevó al límite. Por si no sabían, Butler fue directito al hospital un día después de haber terminado de filmar la película: “mi cuerpo comenzó a ‘apagarse’ y estuve en cama durante una semana”. Austin ha confesado en múltiples entrevistas que, durante tres años, lo único que tenía en mente y por lo que trabajó arduamente durante todo ese tiempo, fue en encarnar a Elvis Presley. Y es que, la mayoría de las personas (incluyéndome), le teníamos muy poca fe al actor: en primera porque su filmografía no es exactamente la que imaginarías para alguien a quien le encargan semejante protagónico y, en segunda, porque físicamente NO se parece al ultra guapísimo cara-tallada-por-los-mismos-ángeles de Elvis. Entonces, la presión era demasiada y las ganas de cerrarnos la boca, también (lo cual obviamente logró). Se preparó durante meses con los mejores coachings vocales, no solo para cantar como Elvis (porque sí, durante la etapa joven de Elvis, Austin es quien interpreta las canciones y hasta grabó en el estudio donde Presley grabó más de 200 canciones), sino para hablar tal cual como él; es verdaderamente impresionante. En una entrevista con Jimmy Fallon, imita la voz de Elvis y señala los pequeños y sutiles cambios que tuvo entre los 50s, en los 60s y los 70s; según yo es prácticamente la misma, peeero no es así jajaja y Austin nos lo demuestra con muchísimo orgullo, tanto así que durante toda la gira promocional del film, no logra deshacerse de la voz y aunque es un chico californiano, ha recibido un sinfín de críticas por insistir con el acento de Tennessee, aunque el actor lo justifica precisamente con el hecho de haber trabajado tanto con esa voz que ahora le resulta difícil regresar a su tono auténtico. ¿O será pura mercadotecnia? Who knows!

Austin trabajó para convertirse en cuerpo y alma en Elvis durante tres años y no es mentira: desde el casting hasta la finalización del film (que se detuvo un año debido a la pandemia de COVID-19), tuvo la oportunidad de estudiar e imitar todas las facetas de Presley como artista y como ser humano; leyó las decenas de biografías que existen sobre él, meticulosamente vio cada película, escuchó cada álbum, cada entrevista que realizara el artista en sus 25 años de carrera y es de asombrarse que nuestro joven actor (Austin tiene 30 años) no se volviera loco ¿o sí? El resultado es que conoce al artista y al hombre, y logra mediante una bestial actuación, presentarnos a un inmortal Elvis, lleno de inseguridades, miedos, pasiones, arrebatos y todos esos matices, hacen que empaticemos con el héroe del que tanto nos hemos mofado por años. No en balde las mismísimas Lisa Marie (su hija) y Priscilla (su exesposa), le agradecen a Baz la forma en cómo retrata a Presley. Los movimientos perfectamente coreografiados que logra Austin ¡están de locura! tanto así que quieres que te salpique el sudor que le corre por todos lados. True story.


Algo que me parece re atinado, es que se le hace un buen homenaje a artistas como B.B.King, Sister Rosetta Tharpe (de quien también yaescribí en Sputnik ¡yuju!), Little Richard y Big Mama Thornton y, por supuesto, se visibiliza y se reconoce el talento, la innovación y, por ende, la tremenda influencia de la música negra del sur de Estados Unidos, en particular la que Beale Street tuvo en Elvis; R&B, gospel, soul, provenientes de la clase trabajadora y de las iglesias protestantes evangélicas afroamericanas. La mayoría de sus primeras grabaciones, eran simples covers de artistas negrxs y por supuesto se le acusó de apropiación cultural, lo cual efectivamente es, pero al ser un intérprete blanco y quererlo matizar con música country, pues obviamente no iba a hacer tanto ruido y encima, lo que los ejecutivos de las disqueras hicieron y supongo que el buen manejo del Coronel Parker, fue fusionar dichos ritmos con el country, el cual evoluciona y surge un sonido que, en la década de los 50s era nuevo, fresco y atraía a las masas juveniles del resto del país: el rock and roll. Lo cual me lleva a hablar precisamente de las fusiones auditivas que hace Baz en esta película, muy similar a lo que hizo y logró en The Great Gatsby. ¿Nos imaginábamos algún día escuchar a Eminem en un soundtrack de Elvis? ¿O escuchar a Doja Cat (rapera gringa) hacer una interpretación de “Hound Dog” de Big Mama Thornton mientras vemos en pantalla a Elvis caminar en su ciudad natal? ¡Claro que no! Pero la intención de Baz, y me atrevería a llamarla ya una obsesión, es la de fusionar el pasado y el presente para que entendamos de una buena vez, lo transgresor que eran esos sonidos entonces y lo mucho que continúan influenciando a la música actual y también, por qué no, atraer a un público más joven. La música es el vehículo perfecto para la transmisión de esas ideas y sentir. Lo que Baz logra en la escena de la feria, cuando Elvis interpreta “Baby, Let’s Play House” es FENOMENAL. Obviamente podemos bailar mientras escuchamos muchos de los éxitos de Presley, algunos reeditados y algunos no, sin llegar a saturarnos. Muy por el contrario, el efecto que causa la película es querer crear nuestras listas en Spotify y darle una oportunidad a la innovadora banda sonora. No dudo ni tantito, que los números de Presley en las plataformas musicales estén teniendo un considerable repunte.

Y sí, visualmente “Elvis” es… uff… sen-sa-cio-nal. Una explosión barroca que podemos apreciar, desde los posters promocionales, hasta los vestuarios perfecta y meticulosamente diseñados por Catherine Martin la ganadora del Oscar quien, además de haber hecho los vestuarios de Moulin Rouge! y The Great Gatsby, es la esposa de Baz, por lo que la dupla de talento es indiscutiblemente asombrosa. Hace unos días veía una entrevista en donde Catherine explica el trabajo agotador que fue hacer una selección de los mejores jumpsuits de Elvis en su legendaria etapa de Las Vegas, aunado al famoso traje de cuero que usó para su especial de televisión del 68, todo bajo las restricciones de la pandemia, que la obligó a imprimir en un sinfín de ocasiones, estampados que se asemejaran a las telas que buscaba obtener ya que no le podían ser enviadas (porque la película fue filmada en Australia). Una labor titánica que seguramente, la llevará a obtener otros merecidos premios. Y en cuanto al exceso de gráficos dentro de la peli, simplemente los amé.

Para finalizar, no todo es miel sobre hojuelas en mi reseña; además de sentir que la duración de la película fue excesiva, me hubiera gustado que ahondaran más en ciertos momentos de la historia de Elvis, como sus auténticos inicios en la música y no un montaje ahí medio de cómic, o que profundizaran más en su “peculiar” historia de amor con Priscilla (porque he leído unas cosas terribles y en exceso cringey sobre su relación), porque todo es sumamente fugaz y el trabajo de Olivia DeJonge ni se disfruta ya que son contados los minutos que aparece en pantalla y por lo tanto, el drama y la tensión entre ellos es prácticamente nula y en ese sentido, es difícil entender la depresión que causó en Elvis su divorcio (a pesar de haber sido él, el causante del mismo). El hilo temporal a veces se pierde y, escenas que merecían más profundidad, son fugaces y, por el contrario, de repente se enganchan en ciertas situaciones que, a mi parecer, no merecen tanto tiempo de pantalla. Aunque insisto, seguro Baz le encontró una explicación lógica a la narrativa que decidió presentar y supongo que, en cuanto al tema de Priscilla, no quería meterse en problemas con ella.

Creo firmemente que el amor como tragedia, sigue y seguirá siendo el tema central en las películas de Baz y en esta ocasión, hasta lo dice explícitamente. Tras casi diez años de ausencia, Luhrmann nos entrega una biopic digna de un rey del rock que dará de qué hablar por un buen rato. Vayan a verla y discutamos qué les parece.


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