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Big Search: un gran hallazgo

Blue Street | Por Hugo Ernesto Hernández Carrasco

@H7GO

En las artes, hay constelaciones que brillan en solitario en medio de la gama de oscuridades que circundan su universo, que al igual que el universo descrito por Carl Sagan o Neil deGrasse Tayson, se encuentra desde su origen, en constante expansión. Los azares parecen en este sentido, una ley gravitacional que ayuda a desentrañar los caprichosos descubrimientos, el magnetismo explicable e inexplicable hacia ciertos polos que atraen otros cuerpos, creaciones; algunas fugaces, algunas permanentes en la memoria colectiva, y otras discretas, silenciosas, dibujadas entre el destello y la fuga: sólo se alcanzan a ver por unos cuantos afortunados, mientras se quedan atentos a cierta hora de la noche, frente a un trozo de esa inmensa bóveda que es el cielo estrellado. Así pasa con la música, la pintura, las letras y otras tantas artes.

Durante la presente reseña, quiero compartirles el encuentro con un pequeño trozo de ese cielo, mientras hurgaba las profundidades de Spotify en busca de música, que entre otras cosas, no sólo me ayudara a sobrellevar el confinamiento voluntario en el que nos tiene la pandemia, sino también, que estrujara mi fibras más sensibles; a veces para encontrar un poco de quietud inercial, otras, para retomar un segundo impulso, un viento suave para la balsa de certezas, en medio de la marea que nos impone la rutina. En mi caso particular, encontré a Big Search, un proyecto de Matt Popieluch; con apenas veintitrés mil oyentes mensuales y menos de siete mil reproducciones en Youtube, ha sido para mí, un gran hallazgo. En esta ocasión, abordaré un par de canciones (To feel in love y Stillness in the Air), que personalmente, me impactaron, aunque sobre decir que, hurgando el material a fondo, se descubren otras joyas ocultas, basta escuchar los álbumes Role Reversal (2014) y Slow Fascination (2019) para darnos cuenta.

 

Desde la ignorancia o el impulso, uno siempre se cuestiona ¿qué sentido tiene volver a cantar una canción, reinterpretarla? ¿qué sentido tiene volver a revivir ciclos que además, fueron de otros? Big Search nos demuestra que siempre hay algo qué decir, aún bajo la misma lógica, dirección y sentido de los acordes, de las letras. Con To feel in love, logra cuarenta años después, añadir ese sello particular que tiene la voz de Popieluch, que no es sino una lluvia que desentierra paciente las palabras, encarrilando la letra de sus canciones como un murmullo que va dejando huella. Este cover cuyo intérprete original fue el italiano Lucio Battisti, es reinterpretado en la voz y guitarra de Matt Popieluch, apoyada a su vez por la voz y el sintetizador de Toby Ernest, por el bajo de Carl Harders, y la batería de Garrett Ray; juntos, conforman la tripulación de un viaje que dura poco más de seis minutos.

En el caso particular de To feel in love, a pesar de que vamos navegando aguas tranquilas durante los primeros tres minutos y medio, cada instrumento parece, un coro de voces mixtas que te murmura lo que es el amor, lo que se siente ese verbo caprichoso que llamamos amar. La batería es durante el trance, un péndulo topando los bordes de la balsa, y el bajo, una serie de piedras que se avientan de manera sincronizada, formando ondas sobre la leve corriente que se forma al escuchar la canción; entonces, cuando ésta parece agotarse, haberlo dicho todo, cuando ya no hay más por escuchar, llega la flauta de Joe Santa María para alcanzar el climax del viaje: a partir de los tres minutos con treinta y nueve segundos, ya nada vuelve a ser igual. Hemos caído bajo el breve hechizo de esa armonía, donde además, el sintetizador, nos extiende la sensación de soñar despiertos.

Por otra parte, también está la canción Stillness in the Air, compuesta por Popieluch, y que resulta una revelación en el sentido de su musicalidad, sobrecogedora cuando se leen a conciencia las letras. Lily, quien es el personaje a la que se refiere durante la canción, puede ser cualquier persona a la que, frente a la tormenta que se avecina, se vuelve un faro, una imagen a la cual buscamos aferrarnos. Súplica moderna, crónica de lo que viene, atemporal, demuestra que a cualquier hora, en cualquier espacio, nos mantendría suspendidos durante los cuatro minutos que dura; la imagen del álbum a la que corresponde Stillness in the Air es una representación fiel de dicha sensación.

Ambas canciones, por supuesto, no son una especie de sedante cursi, y ese es el principal mérito de Big Search, no renunciar con la melodía formada, a alumbrar la estética del dolor, que, aunque discreta, puede sentirse a lo largo de estas y otras piezas, como delgado trazo, producto de esa dialéctica ondulatoria que define las emociones humanas, entre la fragilidad y la fortaleza. Sentimos el mar de las canciones, con sus olas, quietudes y contrastes, toda vez que acostumbrados, nos percatamos que se han activado los sentidos.

Finamente, queda desear que pronto, más personas se vean envueltas por su extraordinaria música, y que Big Search tenga larga vida y siga expandiendo ese hermoso universo, al que nunca le sobrarán buenas canciones.

Relatos patibularios: sin tregua para el lector

Blue Street | Por Hugo Ernesto Hernández Carrasco


Cuando leemos La Ciudad de los Ahorcados, proyecto literario de Revista Sputnik y editado por Agujero de Gusano, uno tiene la sensación de adentrarse a una misma ciudad con muchas historias: soledades que no se subordinan, lugar de los no invitados, de los que se alejan para no volver, de los que llegan siempre inoportunos. La esperanza es, en esta ciudad de 87 páginas; una esperanza mutilada, que sonríe mientras se desangran los mundos que la han engendrado.

Caminamos por sus calles y plazas, tocamos a la puerta de los textos, y lejos de ahuyentarnos como lectores, nos asomamos con cierto morbo a la intimidad de los personajes, cuyas psiques guardan verdades, que como dijo Dostoyevski, muchas veces no nos atrevemos a confesarnos ni a nosotros mismos. Ante este abismo que no es otra cosa que, la brecha entre la promesa rota y la tierra prometida, el psicoanálisis -citadino, por cierto- se nos muestra como el gran intermediario del despertar, del retraso de lo inevitable.

Condenados a vagar entre sus propios muros; inexpugnables, en el medio de ese tormentoso infierno interior, del que los personajes no dejan lugar a duda a través de las historias; la ciudad, dentro de su propia muralla, le ha agregado violadores, asesinos, suicidas -ritual interminable, que termina en muerte- que no deja espacio para otros destinos: es, en resumen, una cárcel como sostiene Aldo Correa.
Por eso, quienes la habitan, parecen fantasmas de su propia calle. Ante la inseguridad, el refugio es la casa, los metales, la distancia y en caso extremo: la locura, la obsesión, la postración voluntaria o involuntaria. Al final, la muerte es, más que destino, nuestro propio decreto, lo que queremos que ella sea: tragedia, alivio, la puerta de salida de laberintos mentales y físicos ¿qué nos depara? No sabemos, pero la ciudad es en este sentido, la alfombra roja que nos lleva al espectáculo del patíbulo.

En estos lares, no sólo los adultos son los infames protagonistas, lo son también los niños de la 29 ponent. La Ciudad no perdona, no por cruel, sino porque nada es personal, llena de No lugares, sus habitantes -parvada de caníbales- buscan la siguiente víctima en las calles de la antigua Barcelona. Eso sí, la crueldad no puede ser masiva, porque la ciudad, es también aparente civilización y cordura. Entonces, lo inimaginable, la incivilizado tiene que ejecutarlo alguien, en la más completa clandestinidad, pero con la mayor de las absolutas complicidades. Lo que impresiona del texto, es que, lejos de ser ficción, la Vampira, fue una historia real.

¿Existe algún antídoto para salvarnos de esta anomia social? Marcela González nos da a entender que no. Ante la impotencia, queda el juicio de los otros, la incomprensión echada andar, disfrazada -de pecado y culpa- para quien es víctima.

Paseando entre parques y valles aislados de edificios, la vida y la muerte sirven a un mismo amo: la saciedad. Claro está, que no siempre la saciedad de nosotros mismos, muchas veces, de extraños, de seres ajenos a nuestra realidad y conciencia, nuestro cuerpo como tributo, como objeto. El hambre libera quizá, más intenciones de las que nosotros creemos conocer.


El libro, no escapa a las metáforas, muchas de ellas ilustrativas: Román nos dibuja en su texto la montaña rusa ¿nos mata la caída, el miedo, nuestro acompañante? Quizá, la manifiesta intención de un “piloto” y una canción que parecen salvar un mundo a costa de sacrificar otros tantos, no lo sabemos, quizá Alex Carrillo sí lo sepa. Lo que es un hecho, es que, en medio de tanta locura colectiva, cada quien se termina apegando a cualquier posibilidad dentro de esta ciudad politeísta: la fortuna, el azar, Dios, la voluntad. Ante estas deidades, las circunstancias parecen imponerse. Así, puede que, por capricho o destino, nos haga coincidir, nos salve, nos hunda, nos contagie como aquella epidemia que se cuenta, de Ciudad Lumbre. El lector, observará pequeños espejos, abrirá puertas. Más que lugar seguro, estos relatos patibularios nos harán habitar una ciudad que puede ser cualquier ciudad y cuyos personajes, podemos ser, cualquiera de nosotros.


Bill Evans: a sesenta años de ‘Peace piece’

Blue Street | Por Hugo Ernesto Hernández Carrasco



A partir de la poca información certera con la que cuento, puedo decirles que Peace piece’ (Pp como más adelante la nombraré) del pianista y compositor de jazz Bill Evans, fue grabada hacia 1958 en el “Reeves Sound Studios” en Nueva York. Es una de las improvisaciones jazzísticas mejor logradas en la historia de este género; forma parte del segundo álbum de Evans, titulado ‘Everybody Digs Bill Evans’, y hasta la fecha, ha formado parte de soundtracks de películas y puestas de ballet –entre otras cosas-, además de tener dedicados un par de poemas en inglés y francés respectivamente.


No pretendo en estas líneas hacer un recorrido biográfico, mucho menos histórico, pues de historia de la música y en específico de Jazz, hay una complejidad de variables alrededor, que superan (y superarán siempre) mi pequeño dominio monográfico. Más bien, anhelo que ustedes, queridos lectores, se den el tiempo de escuchar ‘Peace piece’ y con ello, dejarse envolver por el ambiente que es capaz de crear, a quien le abre sus puertas. Bien podríamos afirmar que el sonido que evoca el piano, es el de la sonrisa del silencio, una sonrisa que muestra los dientes blancos, sonrisa franca, que no sabemos si es tristeza o alegría, sonrisa que en el caso de Evans, es también lágrima silenciosa, saudade por lo que fue, por lo que ocurre, por lo que podría ser y no será. Es el grito que no evoca desesperación, más bien, una lentitud y al mismo tiempo fluidez como la de un día entero, con su ciclo interminable de despertares y estrellas; una envoltura de pliegues a los que uno no se cansa de agotar.  

La nostalgia que evoca Pp, puede hacernos creer que nos lleva irremediablemente a un lugar común, pero que, como debida introspección que no abandona al entorno, es su propia zona fronteriza, entre lo cotidiano que está al alcance de cualquiera y el sentimiento único e irresoluto del yo, que nos aleja justamente de los lugares comunes, que vuelven –para nosotros- una piedra en vértigo, una nube en personal forma.


Así, en esta pieza, podríamos estar caminando en solitario a través de la lluvia, de las avenidas transitadas, ante la andanada de gente, sobre baldosas sin pavimentar o en medio de un callejón lleno de basura, y nuestros pasos tomarían la pausa justa, pondrían el paréntesis necesario para pensar, que lo que sentimos en ese preciso instante, anula cualquier perversión o desperfecto. La ingenuidad cobra un sentido estético: ilumina, se vuelve mito temporal en nuestras entrañas, se sobrepone a cualquier sesgo interno; no es la adopción de formas que nos llevarán al desastre, la atmósfera no contiene maldad o bondad alguna, escapa de cualquier dicotomía posible, «Es» y ya, al menos durante seis minutos. Nos hace pensar que en verdad, estamos suspendidos e imperturbables, en tregua con nuestra realidad, la ingenuidad en este lapso, es quizá, condición necesaria para abrirnos camino a un tiempo, que parece anestesiado cada que se activa el piano de Evans.




En este mismo sentido, cuando uno escucha Pp, resulta inevitable pensar en cómo el silencio se dibuja al agotar el eco del teclado, creando una geometría inconclusa, permitiendo que nuestros sentidos tracen –por una fracción de segundo- esas nuevas líneas. La melodía al comenzar, bien puede parecer un infante que se asoma a una habitación inmensa, cuyas piernas van tomando confianza a cada paso que acumulan, acelerando el andar, y retrayéndose ante el entorno desconocido. También podría ser, una persona mayor, que se acerca a su propio fin. Podríamos imaginarlo así: la persona lenta, suave, al borde del letargo, abriendo los párpados arrugados, sus ojos emitiendo un brillo involuntario, gracias a los rayos del sol, suspirando mientras sabe que ese aire matinal, se escapará cuando llegue el momento.


Pp, tiene la virtud de ser resignación, viaje, recuerdo: la melodía nos obliga a romper el esquema de ese tiempo lineal que nos han inculcado. Recorremos por igual los cuartos de algún pasado remoto, al que solo vemos por las escotillas, como olas bravías y paisajes lejanos. Lo mismo en tiempo presente, donde la melodía es una niebla que se desdibuja. Conforme avanza no angustia, no perturba, nunca la alcanzamos a tocar, solo –si acaso- una efímera claridad al acercarnos. Derivado de lo anterior, el futuro, se vislumbra bajo el hechizo de Evans, como un lento descenso en cualquier dirección, una profecía auto cumplida. Quizá sabemos nuestro destino, quizá no. Lo único certero, es la melodía que acompaña nuestros pasos y nos hace vivir los tres tiempos en uno.


Al escuchar la ejecución, y tras varias reflexiones, resulta inevitable pensar que somos un poco como Pp: la mano izquierda se mantiene tocando los acordes más armónicos, pausados, en tanto la derecha, serpentea; es la risotada de una niña, que contagia en medio de la solemnidad. Esta pieza resulta, tal como nuestra existencia, la posibilidad de la armonía, de Ser y fluir a partir de la contradicción.  


Finalmente, tras escuchar Pp, podemos darnos cuenta, que hemos sido seres con la cabeza descubierta, disfrutando de una lluvia que no hemos deseado, más por falta de imaginación, que de rechazo. Seres que esperamos la prolongación de la pieza más allá de su propio cerco de seis minutos. Así, no queda más remedio, que ponerla en modo de repetición, cuantas veces sea necesario hasta que, –a pesar del ostinato-, seamos como Sísifo, pero reivindicados, sin prisión, sin garras, solo nosotros, la calma y esa inmensidad.



   



El autor: Juchitán/Mérida/Puebla (1988) Autor de la novela ‘Vístete para ser verdad’. Co-autor de la antología de cuentos ‘La Ciudad de los ahorcados’. Ha colaborado con relatos y poemas para la revista literaria Opción (ITAM), Gata que ladra (no.1-2) y Sputnik. 
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