Letrinas: «El olor de las gardenias»

En el ámbito literario, Mónica Blumen ha participado en la antología de cuentos “Raíces de obsidiana: criaturas mitológicas” y “Poemas pe(r)didos”.


El olor de las gardenias

Mónica Blumen


JUEVES. VICTORIA ESTABA LISTA PARA SALIR AL ESCENARIO. Tenía los labios brillosísimos e hinchados de color rojo ardiente, y las tetas operadas y espectaculares. Todas las demás áreas de su cuerpo, sí cumplían con el cánon visual que ponía a los hombres como perros rabiosos. Janis, trabajaba con ella en el Amadeo Night Club. Bailaba en lencería delgadamente peligrosa y dominaba el arte del tubo como una mariposa que se desliza por las hendiduras de un tornillo. El show de ella, le abría pista a la única bailarina exótica que se desnudaba por completo y en partes, conforme los guitarrazos eléctricos de Scorpions, con Still loving you, y era, Victoria.

Los jueves se habían popularizado gracias a ella. Los hombres, que ya eran fieles a su show, lo bautizaron como «los jueves victoriosos».

Victoria también trabajaba como secretaria en un consultorio dental por las mañanas. Ya había comprado una camioneta y enganchado una casa pequeña de un piso. Se estaba haciendo de un buen ahorro, producto de sus desvelos y empeño físico; de trabajo arduo. Ya llevaba tiempo pensado en dejar el Amadeo.

Sabía que como cada jueves, iba a llegar El Chino Moreno a llenarle los tacones de billetes, y le iba a mandar un arreglo más de flores caras y exóticas, acompañadas de peticiones para tener una noche a solas, con ella.

Él, era uno de los clientes que más dinero le ponía alrededor de la correa de los altísimos tacones de charol negro. Lo hacía con el suficiente tiempo, mientras ella bailaba despacio y totalmente desnuda sobre su mesa. Contoneaba cada conjunto de sus huesos de manera suave, como una víbora que se arrastra en un desierto, dejando perfectas curvas en la arena.

            El jueves anterior, El Chino Moreno le había enviado un frondoso arreglo de tulipanes, y en la tarjeta decía «Para Victoria: la más exótica de las flores salvajes. Deseoso de tener una noche contigo a solas. Quiero que seas mía. De: Damián Tzu, tu Chino Moreno». El jueves antepasado le había enviado un arreglo de ranúnculos de variados colores y su respectivo mensaje: «Para Victoria: Estas hermosas flores te pertenecen, ¿Te gustaría a ti, ser de mi pertenencia? Serás solo mía. De: Damián Tzu, tu Chino Moreno». El jueves pasado al antepasado, un precioso arreglo de flores de azafrán había llegado a su camerino, y en la tarjeta: «Para Victoria: estas flores son un recordatorio de lo mucho que me encantaría tenerte encima de mí. ¿Me concederás una noche? Quiero que seas mía. La tercera, es la vencida. De: Damián Tzu, tu Chino Moreno».

            Damián Tzu, era descendiente de chinos. Sus ojos eran icónicamente rasgados, y su color de piel, muy morena. —Gracias, Chino Moreno —le murmullaba Victoria en el oído a Damián cuando terminaba su show y pasaba junto a él, para regresar a su camerino. A su paso, aprovechaba para recorrerle con sus uñas postizas de cinco centímetros, desde el hombro hasta la rodilla. Se mordía el labio superior con una sonrisa desdeñosa cuando lo volteaba a ver. Victoria no interactuaba así con ningún otro cliente, a pesar de que también le guardaban suficiente dinero en los tacones.

Ese jueves, antes de salir del camerino, Victoria dijo —¿Cuánto a que este pendejete ahora me manda unas orquídeas?. —¿Y si no, qué? —dijo Janis mientras se arreglaba frente al espejo del camerino que ocupaba casi toda la pared. —Está tan apendejado contigo ese güey, que no lo dudo hija —dijo mientras se ajustaba las copas del brasier lleno de lentejuelas azules. —Güey, ya dale pa sus chicles ¿no?, o se me hace que me lo ando echando yo, y le voy a cobrar bien cabrón —dijo— a la vez que observaba a Victoria directo a los ojos y se terminaba su cigarro. —Si me manda unas orquídeas hoy, neta que me largo con él en la noche… ya, a la chingada —dijo Victoria— y le dio una calada al cigarro de Janis. —Y si no, te vas a subir encuerada al cerro de la familia hoy, saliendo de aquí ¡perra! —contestó efusiva y extendió la mano. —Si ya me mandó todas esas flores bien pinches caras, ¿qué otras pueden seguir? Obvio orquídeas, ¡te la vas a pelar culera! —respondió— y selló la apuesta al responderle con su mano.

Terminó el show. Victoria se dirigió desnuda al camerino, como todos los jueves. En un brazo, se colgó la lencería que se había quitado. El olor de las gardenias le dio la bienvenida. —Ya te jodiste chula, ¿lista para encuerarte en el cerro?, —dijo Janis entre risas—. Victoria puso los ojos en blanco y se fue quitando todos los billetes que le había acomodado principalmente el Chino Moreno, en la correa de los tacones. A la vez que observaba el arreglo floral sin emoción en el rostro.

Viernes. 4:00 a.m. Iban en el carro de Janis rumbo al cerro de la familia. Habían preparado dos porros. Se estacionaron en la falda del cerro y subieron a la punta. Olía a árboles frescos. Veían el titiritar de las luces de la ciudad, mientras se iban pasando el porro. —Encuérate pues —le dijo Janis. Victoria la volteó a ver —Ay, no mames, claro que no. Ya equis, ganaste mamona —dijo—.

La torreta de una patrulla de policía sonó. —¡Güey, aviéntalo y échale tierra, no mames, no mames!—, escondieron el porro entre un miserable agujero que hicieron debajo de sus pies con prisa.

—Policía Municipal. Permanezcan en el mismo lugar. Policía Municipal, vamos a subir —indicó un hombre, a través del altavoz.

El cerro de la familia, era conocido con ese nombre, porque era un cerro pequeño y muy accesible de subir. Estaba en las afueras de la ciudad, sin embargo, personas, personas con animales, y familias, iban y hacían ejercicio, o paseaban, casi siempre por las mañanas.

Dos policías subieron. Eran dos hombres, uno gordísimo con predominante papada, y con el cabello corto, ralo y claro. El otro, era moreno, delgado y chaparro, y tenía un débil intento de bigote en las orillas de los labios. —Buenos días, señoritas ¿cómo las trata la madrugada? Andan muy solitas ¿no? —dijo el gordo—. Ellas permanecieron en silencio. El moreno sacó su pistola, era un arma corta. —Tienen que tener cuidado, porque hay gente peligrosa a estas horas —los dos se empezaron a reír pelando los dientes. —A ver, ¿lo hacemos rápido y fácil?, ¿o no? ¿Quién me la quiere chupar primero? —dijo el gordo—. El moreno se acercó a Victoria —ssssssuy!… qué buenas tetas tiene esta, Padrino. Se ve que le gusta darle duro. Yo digo que esta primero, oficial. Y después de ti, voy yo apá.

El gordo le tocó los senos a Victoria con las dos manos, los apretó con enjundia, luego la empujó hacia abajo ejerciéndole fuerza en los hombros, y la puso de rodillas. Mientras, el moreno vigilaba a Janis apuntándola con su pistola de forma discreta, a la altura de su cadera. Ella permaneció con la cabeza agachada y en silencio. Le corrieron algunas lágrimas mudas.

Aparte de las ramitas de los árboles rozándose entre sí, el sonido de ahogo mezclado con chasquidos de saliva y falta de respiración, y los gemidos de placer del gordo, era lo único que se escuchaba en el cerro. Sin dejar de apuntar con la pistola, el moreno sacó su celular y grabó el acto sexual. Tuvo cuidado de no encuadrar la cara del gordo.

Un automóvil se aproximaba al cerro. El gordo retiró la cabeza de Victoria de su pene, con un brusco jalón de cabello que la hizo perder el equilibrio y cayó de sentón. Se abrochó el pantalón a la vez que bajaba apresurado por el cerro, junto con el policía, para subirse a la patrulla. Victoria empezó a vomitar.

El siguiente jueves, una manta colocada encima de la puerta principal del Amadeo Night Club, anunciaba: «¡HOY!, último jueves ardiente, jueves victorioso. Siente la soberbia del placer. Abrimos puertas a las 7:00 p.m.».

En el camerino, Victoria se delineaba con mucho cuidado y pulso los labios. —A mí también me dan ganas de renunciar ya de toda esta mierda —dijo Janis. Victoria se inundó los labios con un gloss rojo ligeramente transparente, —¿cómo me veo? —dijo— y le modeló sus tacones altos de correa, junto con unos ligueros de red que se sostenían de dos líneas gruesas de encaje, que a su vez, eran parte de un cinto que le rodeaba la cintura. Una tanga y brasier semitransparentes, intentaban cubrir sus partes íntimas. —¡Te ves súper! —dijo Janis—.

            Tocaron dos veces a la puerta —¡Cinco minutos para salir Victoria! —gritó un hombre. Victoria se colocó por último, una larga capa negra de seda, y la amarró con un moño en su cuello.

           Un empleado del Amadeo, llegó al camerino con una caja de regalo grande, del ancho de sus hombros. Era de cartón grueso y estaba atada por un listón rojo y elegante con un moño encima, —Victoria, te mandaron esto —dijo— y sus ojos preguntaron dónde la podía colocar. —¡Ay!, gracias, ponla aquí sobre el peinador —y le hizo espacio— ¿quién la envío?. El hombre dijo que no sabía y salió del camerino. —Obvio el Chino Moreno, ¿quién más? —dijo Janis—.

           Victoria jaló una de las puntas del moño, y las cuatro caras de la caja cayeron hacia los lados exhibiendo un arreglo con treinta rosas negras y olor a excremento. —¡No mames! —dijo Janis— y se hicieron para atrás. Janis se tapó la nariz. —¡Saquen esto de aquí! —empezó a gritar en la puerta—. Victoria se quedó paralizada viendo el arreglo. —¡Saquen esto de aquí! —volvió a gritar Janis—. Uno de los empleados del bar, llegó —¡Huele a mierda! —dijo con disgusto, —¡sácalo de aquí! —volvió a decir Janis. El hombre cerró la caja con asco y se la alejó del cuerpo. —Ya tienes que salir Victoria —le dijo antes de salir del camerino.

            —Tengo miedo —le dijo a Janis—, y salió al escenario.

           Unos 12 hombres estaban en el lugar cuando Victoria salió cubierta del cuello a los pies por su capa vampirezca de seda negra. Still loving you de Scorpions, que ya era su leitmotiv, sonaba muy fuerte, mientras ella recorría la tarima con pasos lentos y firmes. Empezó a acariciar el tubo. Las luces de neón rojo le pintaron el cuerpo y el cabello por completo, y luego, desapareció entre una nube densa de humo que expulsó una máquina que formaba parte del escenario. Durante la primera estrofa, el humo comenzó a disiparse y lentamente Victoria fue apareciendo, ya sin la capa. Time, it needs time, To win back your love again, I will be there, I will be there. Love, only love, Can bring back your love someday, I will be there, I will be there. Empezó a recorrerse el cuerpo con sus manos, a la vez que volteaba a ver a los hombres con ojos pícaros.

            Era el último día de Victoria. Lo había decidido por lo que sucedió en el cerro aquella noche. Ese día, no hubo show antes del suyo, y le había pedido a Janis que la acompañara. Estaba segura de que en su despedida, iba a salir con más dinero que en otros días.

            Seguían entrando hombres al bar. Entre ellos, el Chino Moreno. Se sentó en su mesa reservada de siempre, justo frente al escenario, en medio de lo ancho del bar, donde la simetría le beneficiaba a la vista.

         Victoria lo vio y se puso nerviosa, pero siguió con su show y evitó mirarlo fijamente como siempre lo hacía. La gran estrofa que tiene el primer guitarrazo de la canción, fue la señal para desnudarse. Esta vez, caminó a un costado del escenario. Mientras se quitaba la lencería le sonreía con desdén a los hombres que tenía cerca, quienes ya le empezaban a poner billetes enrollados en las correas de los tacones. El Chino Moreno le aventó un cenicero de vidrio justo en la cabeza y le abrió la frente. Empezó a sangrar. Se llevó sus dos manos a la herida para detener la sangre y se sentó en el filo de la tarima, después de sentirse mareada. Varios hombres se acercaron para auxiliarla. Entre tantos brazos queriendo ayudarla, la música alta y la luz roja, había manos que también le agarraban los senos. La música de Scorpions, seguía su curso. El Chino Moreno se subió a la tarima y llegó hacia Victoria por un costado. Le dio varias patadas en la cadera y le gritó —¡Te dije que eras solo mía, puta!



Mónica Blumen (Ciudad Juárez, 1988) Egresada de la Licenciatura en Realización Cinematográfica por el Centro de Artes Audiovisuales (CAAV, 2009-2013). Actualmente, cursa la Licenciatura en Filosofía en la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACH, 2022-2026). En el ámbito cinematográfico, se desempeña como directora de cine documental, productora, guionista, fotógrafa y montajista. Fue nominada al Premio Ariel con el cortometraje documental “13,500 Volts” (2016); seleccionada en festivales nacionales e internacionales y ganadora de diversos premios por su obra cinematográfica. En el ámbito literario, Mónica ha participado en la antología de cuentos “Raíces de obsidiana: criaturas mitológicas” y “Poemas pe(r)didos”, antología ganadora en Voces al Sol 2022. Fue asesora y editora en la escritura del guion de largometraje de ficción “La Biblia de Gaspar” (2023). Ha sido becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) en 2014-15.
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