«Conversaciones» de Carlos Alfieri

Alfieri reflexiona este binomio como un trabajo arduo, de donde él sale bien librado pues es notorio el conocimiento de la obra de sus entrevistados.


La entrevista... ese género | Por Óscar Alarcón

@metaoscar

Para lograr una buena entrevista hay que estar en los lugares indicados y en los momentos indicados, no hablo de una cuestión de suerte sino de buscar a los personajes con los que quisiéramos platicar para desarrollar una conversación. En pocas palabras: hacer periodismo.

Para ello, hay que seguirles la pista a los escritores, en este caso, Conversaciones de Carlos Alfieri, es un libro que contiene seis entrevistas a seis maestros contemporáneos, de distintos estilos, cada uno con profunda obra: César Aira, Guillermo Cabrera Infante, Roger Chartier, Antonio Muñoz Molina, Ricardo Piglia y Fernando Savater.

Sin lugar a dudas, la lista es variopinta y no podríamos decir que las entrevistas se desarrollaron porque los autores pertenezcan a una escuela o que compartan un estilo en común. La diversidad es lo que convierte a esta publicación en un libro valioso, inteligente y desenfadado. Por otro lado, leer a escritores que desafortunadamente han fallecido le da una vitalidad diferente a su obra.

Mientras que Aira apuesta por convertirse en una máquina de escritura; Savater continúa su trabajo pedagógico cercano a la filosofía; Cabrera Infante nos dice por qué decidió continuar escribiendo en español a pesar de vivir mucho tiempo en Inglaterra, comunicándose en inglés.

Y, por supuesto, aparecen las largas y entrañables reflexiones en torno a la literatura, al lector y al escritor que caracterizan el pensamiento de uno de los escritores-teóricos más importantes de los últimos 20 años: Ricardo Piglia.

Por su parte, Antonio Muñoz Molina, hace un recorrido histórico en el que el libre albedrío del ser humano nos sigue sorprendiendo porque, con horror o con virtud, observamos una cantidad de errores que se repiten no sólo en el siglo XX, sino que nos alcanzan hasta el XXI. Roger Chartier, desde su labor de historiador, nos habla de la importancia de la escritura para desarrollar la Historia.

Otro elemento valioso de este libro son las breves disertaciones sobre el periodismo y sobre la relación que el entrevistado y el entrevistador guardan. En apenas tres páginas, Carlos Alfieri nos dice que prefiere llamarle “Conversaciones” a “Entrevistas” a los textos que se presentan. Y con ello construye una poética personal, si se me permite el término:

 

Prefiero denominarlas conversaciones, más que entrevistas, por su tono calmo, carente del apremio que imponen a menudo los estrictos límites del tiempo concedido por el entrevistado; por la intención de abordar con la mayor extensión y profundidad posibles los temas tratados, por la voluntad de transitar con libertad por territorios no delimitados de antemano y de trascender las cuestiones más subordinadas a la actualidad periodística (p. 9)


Reflexión que, sin duda, comparto pues el periodismo actual ha perdido espacio para las entrevistas largas, de fondo. Es muy complicado encontrar en un medio impreso o electrónico entrevistas de largo aliento. Pareciera ser que éstas están destinadas exclusivamente a los libros.

Las charlas que integran el volumen fueron realizadas entre 1997 y 2007 –nótese la década de trabajo periodístico– en España, aunque publicadas tanto en nuestro continente como en el viejo.

Versiones más o menos completas aparecieron en Revista de Occidente, Cuadernos Hispanoamericanos y Claves de Razón Práctica.

Continuando con la relación entrevistado-entrevistador, Alfieri reflexiona este binomio como un trabajo arduo, de donde él sale bien librado pues es notorio el conocimiento de la obra de cada uno de sus entrevistados. Cuando Carlos apunta sobre por qué llamarle conversaciones y no entrevistas nos ofrece una respuesta sobre la relación arriba señalada:

 

Porque rehúyen apelar a algunos recursos que caracterizan una forma generalizada de practicar la entrevista: el excesivo protagonismo del entrevistador, el diálogo concebido como un combate con el entrevistado, el chisporroteo ingenioso y superficial, la réplica efectista. Habría que agregar que no pocas veces estos estilemas están acompañados por una insolente ignorancia acerca de lo que se está hablando (p.10)

 

Nuevamente comparto lo expresado por Alfieri pues si bien es cierto que debe de haber empatía con el entrevistado, no se debe de caer en fanatismos que nublen la visión de quien va a realizar las preguntas, pero tampoco considero que el entrevistado deba llegar con el cuchillo entre los dientes a refutar cada una de las respuestas de su interlocutor. Todo equilibrio nos dará una buena proporción, en donde no haya exceso de protagonismo del entrevistador, lo cual conlleva a un estudio serio de la obra de quien se sentará frente a nosotros.

Carlos Alfieri logra construir excelentes preguntas en donde logra llevar la conversación hacia temas complicados, pero que transcurren con normalidad. En ocasiones, los entrevistados se notan sorprendidos por las preguntas y eso permite que la respuesta sea más que un dato curioso.

Para mostrar el trabajo periodístico y el genio de las respuestas, dejaré tres ejemplos de cuestionamientos con lo que le dijeron. En el caso de César Aira sobre Juan Rulfo:

 

¿Y el trato gélido que le dedica a Juan Rulfo?

Aprovecharé que no estamos en México para hablar impunemente mal de Rulfo. En México no podría hacerlo: me echarían inmediatamente del país. A pesar de lo que diga mi amiga Nuria Amat, que lo ama tanto, a mí no me gusta esa actitud que ha tenido Rulfo (y que han tenido otros) de hacer una obra, pulirla hasta que les quede bien, hasta que sea perfecta, y después vivir el resto de su vida de los réditos de esa obra.

Me parece que una actitud más generosa de un escritor es seguir escribiendo hasta que no pueda más, hasta cuando empiece a chochear. Escribir hasta reventar y seguir escribiendo, ¿qué importa escribir bien o escribir mal? ¡Qué actitud mezquina es ésa de cuidar el prestigio! Quizás, o seguramente, Rulfo no lo hizo por cuidar su prestigio. Él quedó bastante mal y tal vez no pudo escribir más. Pero no sé, esos dos libritos, que he leído y admirado, quedan en una admiración un poco estéril, creo. (p. 50)

 

O el cuestionamiento a Ricado Piglia:

 

Ha escrito que “la crítica es la forma moderna de la autobiografía”. ¿Por qué?

Por lo que yo recuerdo que quería decir en ese texto, es la idea de que uno en realidad escribe sobre lo que ha leído, o mejor, cree que escribe sobre lo que ha leído y en realidad está escribiendo sobre su vida y sobre la manera en que esas lecturas lo han transformado.

Me parece que algo de eso hay ya en algunos de los grandes textos autobiográficos, como En busca del tiempo perdido, de Proust, que también es un texto donde se entrelazan los libros que él ha leído y la historia de su vida. (p. 83)

 

La mezcla entre escritura y política de Guillermo Cabrera Infante:

 

¿Cómo hace política un escritor? ¿Escribiendo, militando en un partido o en un movimiento?

Los escritores no debieran meterse en política. La única vinculación posible entre un escritor y un político es que los dos trabajan con mentiras. El problema es que la política implica una proyección pública y el escritor tiene una ventaja: que puede escribir y puede publicar, y por lo tanto sus opiniones privadas se hacen públicas con mayor o menor fuerza, lo que no indica que sean acertadas. Al contrario, creo que los políticos aciertan más que los escritores, a juzgar por los escritores de este siglo.

H. G. Wells, que era uno de los hombres más inteligentes de la literatura inglesa, dijo en 1928, hablando de un viaje a la Unión Soviética que habían hecho los esposos Webb, fundadores del Partido Laborista: “Curioso matrimonio, que fue a observar un fenómeno cuando ya no existía”. Pero en 1943 él visitó la Unión Soviética, y nada menos que para entrevistar a Stalin, y no fue nada crítico en su entrevista. Entonces este escritor tan veraz y respetable incurrió en todos los crímenes de su época. (p.150)

 

*Conversaciones de Carlos Alfieri. Katz Editores, 2008.

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