Para lograr una buena entrevista hay que estar en los lugares indicados y en los momentos indicados, no hablo de una cuestión de suerte sino de buscar a los personajes con los que quisiéramos platicar para desarrollar una conversación. En pocas palabras: hacer periodismo.
Para ello, hay
que seguirles la pista a los escritores, en este caso, Conversaciones de Carlos Alfieri, es un libro que contiene seis entrevistas a seis maestros contemporáneos, de distintos estilos, cada uno con
profunda obra: César Aira, Guillermo Cabrera Infante, Roger Chartier, Antonio
Muñoz Molina, Ricardo Piglia y Fernando Savater.
Sin lugar a
dudas, la lista es variopinta y no podríamos decir que las entrevistas se
desarrollaron porque los autores pertenezcan a una escuela o que compartan un
estilo en común. La diversidad es lo que convierte a esta publicación en un
libro valioso, inteligente y desenfadado. Por otro lado, leer a escritores que
desafortunadamente han fallecido le da una vitalidad diferente a su obra.
Mientras que Aira
apuesta por convertirse en una máquina de escritura; Savater continúa su
trabajo pedagógico cercano a la filosofía; Cabrera Infante nos dice por qué
decidió continuar escribiendo en español a pesar de vivir mucho tiempo en
Inglaterra, comunicándose en inglés.
Y, por supuesto,
aparecen las largas y entrañables reflexiones en torno a la literatura, al
lector y al escritor que caracterizan el pensamiento de uno de los
escritores-teóricos más importantes de los últimos 20 años: Ricardo Piglia.
Por su parte,
Antonio Muñoz Molina, hace un recorrido histórico en el que el libre albedrío
del ser humano nos sigue sorprendiendo porque, con horror o con virtud,
observamos una cantidad de errores que se repiten no sólo en el siglo XX, sino
que nos alcanzan hasta el XXI. Roger Chartier, desde su labor de historiador,
nos habla de la importancia de la escritura para desarrollar la Historia.
Otro elemento
valioso de este libro son las breves disertaciones sobre el periodismo y sobre
la relación que el entrevistado y el entrevistador guardan. En apenas tres
páginas, Carlos Alfieri nos dice que prefiere llamarle “Conversaciones” a
“Entrevistas” a los textos que se presentan. Y con ello construye una poética
personal, si se me permite el término:
Prefiero denominarlas conversaciones, más que entrevistas, por su tono
calmo, carente del apremio que imponen a menudo los estrictos límites del
tiempo concedido por el entrevistado; por la intención de abordar con la mayor
extensión y profundidad posibles los temas tratados, por la voluntad de
transitar con libertad por territorios no delimitados de antemano y de
trascender las cuestiones más subordinadas a la actualidad periodística (p. 9)
Reflexión que,
sin duda, comparto pues el periodismo actual ha perdido espacio para las
entrevistas largas, de fondo. Es muy complicado encontrar en un medio impreso o
electrónico entrevistas de largo aliento. Pareciera ser que éstas están
destinadas exclusivamente a los libros.
Las charlas que
integran el volumen fueron realizadas entre 1997 y 2007 –nótese la década de
trabajo periodístico– en España, aunque publicadas tanto en nuestro continente
como en el viejo.
Versiones más o
menos completas aparecieron en Revista de
Occidente, Cuadernos
Hispanoamericanos y Claves de Razón
Práctica.
Continuando con
la relación entrevistado-entrevistador, Alfieri reflexiona este binomio como un
trabajo arduo, de donde él sale bien librado pues es notorio el conocimiento de
la obra de cada uno de sus entrevistados. Cuando Carlos apunta sobre por qué llamarle
conversaciones y no entrevistas nos ofrece una respuesta sobre la relación
arriba señalada:
Porque rehúyen apelar a algunos recursos que caracterizan una forma
generalizada de practicar la entrevista: el excesivo protagonismo del
entrevistador, el diálogo concebido como un combate con el entrevistado, el
chisporroteo ingenioso y superficial, la réplica efectista. Habría que agregar
que no pocas veces estos estilemas están acompañados por una insolente
ignorancia acerca de lo que se está hablando (p.10)
Nuevamente
comparto lo expresado por Alfieri pues si bien es cierto que debe de haber
empatía con el entrevistado, no se debe de caer en fanatismos que nublen la
visión de quien va a realizar las preguntas, pero tampoco considero que el
entrevistado deba llegar con el cuchillo entre los dientes a refutar cada una
de las respuestas de su interlocutor. Todo equilibrio nos dará una buena
proporción, en donde no haya exceso de protagonismo del entrevistador, lo cual
conlleva a un estudio serio de la obra de quien se sentará frente a nosotros.
Carlos Alfieri logra construir excelentes preguntas en donde logra llevar la conversación hacia temas complicados, pero que transcurren con normalidad. En ocasiones, los entrevistados se notan sorprendidos por las preguntas y eso permite que la respuesta sea más que un dato curioso.
Para mostrar el
trabajo periodístico y el genio de las respuestas, dejaré tres ejemplos de
cuestionamientos con lo que le dijeron. En el caso de César Aira sobre Juan
Rulfo:
¿Y el trato gélido que le dedica a Juan Rulfo?
Aprovecharé que no estamos en México para hablar impunemente mal de Rulfo.
En México no podría hacerlo: me echarían inmediatamente del país. A pesar de lo
que diga mi amiga Nuria Amat, que lo ama tanto, a mí no me gusta esa actitud
que ha tenido Rulfo (y que han tenido otros) de hacer una obra, pulirla hasta
que les quede bien, hasta que sea perfecta, y después vivir el resto de su vida
de los réditos de esa obra.
Me parece que una actitud más generosa de un escritor es seguir escribiendo
hasta que no pueda más, hasta cuando empiece a chochear. Escribir hasta reventar
y seguir escribiendo, ¿qué importa escribir bien o escribir mal? ¡Qué actitud
mezquina es ésa de cuidar el prestigio! Quizás, o seguramente, Rulfo no lo hizo
por cuidar su prestigio. Él quedó bastante mal y tal vez no pudo escribir más.
Pero no sé, esos dos libritos, que he leído y admirado, quedan en una
admiración un poco estéril, creo. (p. 50)
O el
cuestionamiento a Ricado Piglia:
Ha escrito que “la crítica es la forma moderna de la autobiografía”. ¿Por
qué?
Por lo que yo recuerdo que quería decir en ese texto, es la idea de que uno
en realidad escribe sobre lo que ha leído, o mejor, cree que escribe sobre lo
que ha leído y en realidad está escribiendo sobre su vida y sobre la manera en
que esas lecturas lo han transformado.
Me parece que algo de eso hay ya en algunos de los grandes textos
autobiográficos, como En busca del tiempo
perdido, de Proust, que también es un texto donde se entrelazan los libros
que él ha leído y la historia de su vida. (p. 83)
La mezcla entre
escritura y política de Guillermo Cabrera Infante:
¿Cómo hace política un escritor?
¿Escribiendo, militando en un partido o en un movimiento?
Los escritores no debieran meterse en política. La única vinculación
posible entre un escritor y un político es que los dos trabajan con mentiras.
El problema es que la política implica una proyección pública y el escritor
tiene una ventaja: que puede escribir y puede publicar, y por lo tanto sus
opiniones privadas se hacen públicas con mayor o menor fuerza, lo que no indica
que sean acertadas. Al contrario, creo que los políticos aciertan más que los
escritores, a juzgar por los escritores de este siglo.
H. G. Wells, que era uno de los hombres más inteligentes de la literatura
inglesa, dijo en 1928, hablando de un viaje a la Unión Soviética que habían
hecho los esposos Webb, fundadores del Partido Laborista: “Curioso matrimonio,
que fue a observar un fenómeno cuando ya no existía”. Pero en 1943 él visitó la
Unión Soviética, y nada menos que para entrevistar a Stalin, y no fue nada
crítico en su entrevista. Entonces este escritor tan veraz y respetable
incurrió en todos los crímenes de su época. (p.150)
*Conversaciones de Carlos Alfieri. Katz Editores, 2008.