Hoy
cumplo veinticinco años y cuatro de haber entrado a trabajar a la maquila. Lo
hice unos meses después de casarme con Isela cuando nos enterarnos que estaba
embarazada. Fue el último semestre de preparatoria de ella; hacia un año que yo
me había graduado y me había tomado un sabático para ahorrar dinero —decía yo— y
poder entrar a la universidad. Nada de esto sucedió. Estoy atorado en esta fábrica,
donde ya pasé del área de pintura a la de ensamblado. Me dicen que esto es un
ascenso y tal vez lo sea, pero yo no lo siento así, solo tuve un aumento en mi
salario, de ahí en fuera son más responsabilidades y el trabajo es mucho más
pesado.
Isela,
me felicito en la mañana, también los gemelos lo hicieron en el desayuno,
previo a que saliéramos yo al trabajo y ellos a la guardería. Mi esposa me dice
que hará una cena familiar para festejarme, el domingo ya podemos invitar a los
amigos a una parrillada. Ante mi respuesta de que no podemos pagarla, ella me
contesta que estuvo ahorrando para eso. Que no me preocupe. Hoy en la noche
solo vendrán mis suegros, mi hermana, su esposo y mi madre. De esto último no
me gusta mucho la idea, si viene mamá es probable que me toque ir por ella a su
casa e ir a dejarla después de la cena, y no quiero pasar mi día de cumpleaños
escuchándola hablar de sus achaques, de sus dolores, de cómo mi hermana no está
al pendiente de ella, que como mujer a ella es a quien le toca lidiarla. No
tengo ganas de eso, ya veré como le hago. Al menos que mi hermana la traiga, le
mandaré un mensaje pidiéndole ese favor. El domingo sí no me salvo de que
venga.
Hoy
cumplo veinticinco años y mi vida no es como la planeé, no es ni siquiera como
pensaba que sería a los veinte. Estoy casado desde hace cuatro años, misma edad
de mis gemelos y un trabajo estable en una fábrica ensambladora de coches. Mi
sueño de ser un beisbolista de grandes ligas se ha ido al carajo desde hace ya
bastante tiempo. Tal vez la frase que usa Don Julián, mi compañero en la línea
de ensamblaje sea cierto, esa que me repite cada que puede: —Tener un mejor trabajo que tu padre es a lo
más que puedes aspirar —me lo dice cuando nos sentamos a comer—. No pidas más, enorgullece a tu familia.
El
trabajo terminó temprano el día de hoy, Don Julián en un descuido acabó
prensado de su brazo izquierdo en la máquina. Hubo que parar toda la producción
un poco más de una hora esperando a los paramédicos y como me quedé sin compañero,
el jefe de montaje me mandó a casa, claro, dejándome entendido que mañana
haríamos horas extras para reponer la productividad que perderíamos el día de
hoy. Horas extras sin paga, me dijo, para que quedará claro que el retraso era
culpa de nosotros y no de la empresa. No me pareció tan mal, de no ser por el
accidente y que Don Julián terminaría perdiendo el brazo, pasar mi día de
cumpleaños sin tener que trabajar era una buena noticia; ya mañana vería cómo
sacar la producción en pocas horas.
Le
mando mensaje a Isela de lo que pasó y que me darán el resto del día libre en
la fábrica. Antes de ir a casa paso por el billar a ver a quién me encuentro
para jugar un par de buchacas, hace tiempo que no juego, desde que dejé de
tomar y drogarme. Me encuentro al Rale y al Tony, que me felicitan y me ofrecen
una cerveza, les digo que ya no tomo, ante su insistencia de que me tome al
menos una por mi cumpleaños, les digo que no pienso recaer, que lo hago por
Isela y los niños. No insisten y el Rale me trae una coca-cola en un vaso con
mucho hielo. Lo que sí les acepto es una fumada del cigarro de marihuana que se
comparten entre sí; sé que un poco de hierba no me va a poner mal, hasta me
ayuda para relajarme después de ver el brazo de Don Julián prensado en la máquina
hecho pedazos.
Jugamos
sin muchas ganas, más interesados en platicar que en el propio juego; hace años
que no estábamos los tres juntos, desde aquellos tiempos en que nos dedicábamos
a robar, de hecho, el Rale acaba de salir de prisión después de una condena de
siete años por robo a casa habitación, salió en tres por buena conducta.
Rale
me platica que ya está armando el próximo robo, que se enteró de una escuela
privada que guarda el dinero de las cuotas escolares en la dirección y solo
tienen un par de viejos que la hacen de guardias de seguridad. Nada de peligro.
Me invita a participar, le digo que no, que estoy bien en la fábrica y no
quiero más líos. —Sin pedos Quique, ya
te la sabes —me dice y me pasa un nuevo cigarro de marihuana que acaban
de prender, fumo un poco y me despido.
En
casa ya huele a barbacoa, Isela sabe que es mi comida favorita y que la puedo
comer de desayuno como se acostumbra, comida o cena, y como ella la prepara es
como más me gusta. Está en la cocina picando la cebolla que la acompaña junto
al cilantro, le doy un beso. Me me pregunta por Don Julián, le platico toda la
historia, en el mensaje previo solo le dije que había ocurrido un accidente. Me
dice que tenemos que ir a verlo a su casa, en cuanto podamos. —El fin de semana —le contesto y le
pregunto sobre los invitados a la cena.
—Invité
a mis papás, a Victoria y su esposo y a tu mamá, nosotros y los niños —me
contesta—, a tu mamá la va a traer tu hermana, pero te toca llevarla a ti.
Ante
mi gesto de desaprobación, ella me dice que es mi madre y que no me queda otra.
Me voy al cuarto a quitarme el overol del trabajo e Isela me grita que vaya por
los niños a la guardería. Me visto y salgo a la calle. La guardería esta a unas
diez cuadras de casa, así que en el camino me topo a gente vieja del barrio que
me vio crecer aquí y me felicita, me preguntan por mi madre, por su salud. —Está muy enferma —me dicen— ya casi no puede caminar —es otra de
las cosas que tengo que escuchar. Argumentos que me tira mi madre cada que
hablamos por teléfono, eso junto con las quejas de que no la visito, no importa
si voy a diario para ella no es suficiente. Se queja conmigo de mi hermana, se
queja de mi hermana conmigo. Cosas de vieja. Me dice Isela que muchas veces la
tolera más ella que yo.
Dejo
a los niños en casa y me voy a visitar a mi padre, quien no puede ir a los mismos
espacios donde esta mamá, así que para evitar líos mejor lo visito. Me abre
Cristina, su esposa desde hace quince años y a quien mamá sigue llamando “la
nueva esposa” a pesar de que este matrimonio ha durado más que el de ellos.
Saludo
a mi padre que está sentado en la sala con una cerveza en mano, ni siquiera me
ofrece, él ha estado en el programa dos veces y las dos ha fallado, algo muy
común en el barrio, especialmente con los albañiles. A mi padre la obra lo ha
tratado mal, ha envejecido mal, a sus sesenta años parece un viejo de ochenta.
Cada vez le es más difícil conseguir trabajo, sobreviven gracias al trabajo de
Cristina. Limpia casas desde que la conozco, también ha envejecido mal. En el
barrio no hay jóvenes, una vez que comienzas a trabajar los años pasan a una
velocidad de años de perro. Lo sé, lo siento en mi propia existencia.
Es
una visita corta, solo para que me felicite en persona. Acordamos que el sábado
iremos a comer en familia para festejar. Me promete que va a preparar su
sazonador de carne para el festejo del domingo. Mientras me lo dice sonríe a
sabiendas de que no está invitado. Le agradezco, me despido con un beso
prometiéndole que el sábado estaremos ahí los cuatro. —Nosotros llevaremos el pastel —le digo.
Regreso
un rato al billar a matar el tiempo de espera. Ya hay más gente, sobre todo
chicos de la escuela preparatoria cercana que ocupan la mayoría de las mesas.
No solo van por el juego; el Gorila, quien maneja el lugar desde que yo
estudiaba es el vendedor de marihuana del barrio, los rumores dicen que ya se
expandió y se puede comprar desde hierba hasta cricko y fenta.
Ver
a los chicos me traen viejos y buenos recuerdos de malos tiempos. Rale está
sentado en una mesa con una cerveza, supongo que piensa lo mismo que yo, al
menos esa parece ser la expresión en su cara. Paso a la barra por una coca-cola
y me siento junto a él, platicamos de nada y la mayor parte del tiempo nos
hacemos compañía en silencio hasta que me llega un mensaje de Isela avisándome
que mamá esta en casa. —No quiso
esperar a Victoria y pidió un taxi que me tocó pagar —dice el mensaje.
Me despido de Rale y salgo a la casa.
—Hace
mucho que llegó —le pregunto a Isela.
—Como
una hora —me responde— no quiso esperar a tu hermana y me habló para que le
pidiera un taxi. Que te marcó a ti pero que tu no le contestas.
Mamá
está dormida en la sala, ni siquiera sintió cuando llegué. No quise
despertarla.
—Le
lleve café hace un rato y me dijo que se sentía cansada, que se dormiría en lo
que tú llegabas —me dice Isela.
Salgo
de la cocina y me acerco a ella. Mientas le toco la rodilla, le digo —Mamá, mamá, ya llegué —no me
responde. Tiento su cara y no hay respuesta. Le tomo el pulso sabiendo la respuesta.
Me siento a su lado y le grito a Isela —¡Amor,
mi mamá se murió, se acaba de morir!
—No
puede ser —me responde— solo estaba cansada cuando llegó.
—Está
muerta. Avísale a los demás que la cena se cancela.
Isela
me abraza mientas comienza a llorar. Yo le sonrío. —Está bien. Así tenía que ser, anda, avísale a los demás por favor.
Isela
se levanta, toma su teléfono y comienza a marcar. Yo me siento al lado de mi
madre y pongo mi mano sobre su rodilla que comienza a enfriarse.
Hoy
cumplo veinticinco años, mi madre murió hace unos minutos en la sala de mi
casa, tengo esposa y unos gemelos de cuatro años, un mejor trabajo que el de mi
padre y antes de cumplir los veintiséis me compraré un carro.