Isaac Gasca Mata
“Es tan inhumano ser totalmente bueno como totalmente malvado.Lo importante es la elección”Anthony Burgess
La Ciudad de México en la última
década del siglo XX y las primeras del XXI fue escenario de cruentos crímenes
en los que los perpetradores no dudaron en cortar las orejas de sus víctimas,
torturarlas, quemarlas o comerlas. Todos recuerdan el nombre de Daniel
Arizmendi N., “El mochaorejas”; Francisco N., “El chacal del bordo de
Xochiaca”; Itzel N., “La degolladora de Chimalhuacán”; Jorge N., “El
matanovias”; Jorge N., “El asesino serial de la Merced”; José Luis N., “El
poeta caníbal de la Guerrero”; Juan Carlos N., “El monstruo de Ecatepec”; Juana
N., “La mataviejitas”; Raúl Osiel N., “El sádico”; María Trinidad N. “La
tamalera”; Andrés N., “El feminicida de Atizapán”; entre muchos otros, quienes
con sus homicidios sembraron el terror en la capital de la república mexicana y
su área conurbada.
En este contexto, no es de extrañar que la literatura refleje el cotidiano temor de la población de CDMX. Ahí están obras literarias y testimoniales que describen, algunas más que otras, la crudeza y saña con la que los asesinos seriales arrebatan la vida a sus víctimas. Noticias de homicidios, secuestros, narcotráfico, incluso canibalismo, aparecen de manera regular en la primera plana de los periódicos que se venden en el metro, o en cualquier esquina de la antaño capital imperial de los mexicas. Existe una industria periodística dedicada a difundir estas noticias con fotografías sin censura y titulares amarillistas. Alarma! y Metro son ejemplos de diarios que lucran con la violencia que padece la ciudad. El morbo vende. Lo saben muy bien los dueños de estos periódicos pues según ellos sus publicaciones alcanzaron tirajes de hasta dos millones de ejemplares por número; una cifra exorbitante en un país con grave déficit de lectura.
¿Por qué gran parte de mexicanos y mexicanas se niegan a leer ciencia y literatura, pero sí disfrutan la nota roja?
El contexto, la convivencia cotidiana con escenarios y protagonistas de la violencia los inclina a consumir estas lecturas en detrimento de otras que redundarían en su provecho intelectual. La normalización de la violencia en la Ciudad de México es apabullante. Tan solo en noviembre de 2020 la noticia de los niños descuartizados en una vecindad del centro de la ciudad conmocionó a la opinión pública durante unos cuantos días y hoy parecen olvidados[1]. Los mexicanos, solidarios en muchos aspectos, se han vuelto insensibles en otros, precisamente por la constante profusión de noticias de esta índole que restan importancia a la anterior solo para ser superadas en crueldad por la siguiente. Ingrid, Yahir y Héctor, son nombres de víctimas de un contexto degradado por la desigualdad económica, las pocas oportunidades educativas y la interiorización de la brutalidad inherente a la urbe más noir del mundo.
El término noir
(negro, en francés) se aplica a la literatura que describe crímenes con su
acostumbrada dosis de sangre, alevosía y muerte. Raymond Chandler fue uno de
los primeros escritores en poner nombre a los textos que trascendieron la
crónica periodística, confinados a la sección de nota roja, para convertirse en
un estilo bastante polémico de hacer literatura. La Pulp fiction es
perturbadora por su relación cercana, a veces directa, con la crónica de
asesinatos reales que estremecen y estremecieron a la sociedad. Tenemos por
ejemplo el caso de A sangre fría (1965), de Truman Capote, donde el
novelista expone con herramientas literarias de primer orden las acciones que
los homicidas Dick y Perry llevaron a cabo antes, durante y después de asesinar
a los miembros de la familia Clutter, en el pueblo de Holcomb, Kansas.
Violaciones, cuchilladas, disparos en la nuca y frases por demás insolentes en
medio de un clima de crueldad abundan en textos como Rebeldes (1967), de
Susan Hinton, Crónica de una muerte anunciada (1981), de Gabriel García
Márquez, Un carnívoro cuchillo (1996), de Francisco Umbral, Cuando
pase tu ira (2008), de Asa Larsson, o las novelas gráficas Blacksad
(2000), de Juan Diaz Canales, El viejo y el narco (2019), de Ricardo Vílbor,
y El complot mongol (2017), de Rafael Bernal, adaptada por Luis Humberto
Crossthwaite. Todas ellas muestran rasgos oscuros de sociedades golpeadas por
el racismo, el clasismo, la impunidad, la muerte y cualquier cosa que parezca
una pesadilla hecha realidad. En México tenemos importantes plumas del género
negro entre las que destaca Fernanda Melchor quien con un estilo contundente
expresa sin empacho las atrocidades que el crimen organizado comete en su
estado natal. Temporada de huracanes (2017) y Aquí no es Miami
(2013) muestran la podredumbre que carcome la paz social y el equilibrio mental
de los habitantes del estado de Veracruz; como en el cuento “Reina, esclava o
mujer” donde una ex reina de belleza adicta a la cocaína asesina a sus dos
hijos porque no la dejan sobrepasarse con dosis de droga en su propia casa. La
filicida corta en pedazos los cadáveres de sus retoños y los esconde en una
maceta. Lamentablemente el caso es verídico. Tal como hizo Capote en su
momento, Melchor realizó una investigación exhaustiva acerca del crimen que
ocurrió en 1989 para trascenderlo de la crónica policiaca a un texto literario
con difundida recepción:
“Evangelina Tejera -al
golpear a sus hijos contra el suelo y las paredes de la sala y posteriormente
descuartizar sus cuerpos, enterrarlos en una maceta, colocar ésta en el balcón
a la vista de medio Veracruz y pasearse desnuda durante varios días frente a
las ventanas del apartamento de la Lotería Nacional- procedió en todo momento
bajo plenitud de control de su mecanismo razonador.” (Melchor, 57)[2]
México es un país desorganizado en muchos aspectos. Los múltiples problemas de inseguridad que enfrenta son consecuencia de la corrupción, la impunidad y la falta de educación moral de millones de individuos que diariamente se ven obligados a convivir hacinados en el transporte público, en las universidades privadas, en los bancos y basureros. Porque la violencia en este país no se relaciona exclusivamente con la población de un segmento económico. Aquí tanto ricos como pobres matan, trafican, delinquen. La literatura noir refleja lo que ocurre en nuestro contexto. Un contexto de todos contra todos y donde al parecer sigue imponiéndose la ley del más fuerte. Hilario Peña capta muy bien el ambiente de tensión y ruptura que carcome desde sus cimientos a esta nación:
“Conque este es el hijo de su puta madre que me va a hacer amar a Dios en tierra de indios, pensé, mientras miraba cómo se me iba encima el centroamericano, quien, olvidé mencionarlo, acompañaba cada puñetazo con una especie de ladrido en verdad escalofriante.” (Peña, 187). En la literatura noir no existe la amistad, la confianza, el apoyo mutuo. Es una turbamulta de ofensas, de heridas, de odio.
En el cine
norteamericano encontramos más ejemplos de historias criminales: Pulp
Fiction (Dir. Quentin Tarantino) y Sin city: A Dame to kill for
(Dir. Robert Rodríguez). En México el cine dedicado al narco, transmitido por
el canal de televisión por cable Cine Latino, puede catalogarse como una
extensa filmografía de relatos audiovisuales de estética noir. Con las
innegables diferencias con respecto a las cintas antes mencionadas, la película
El infierno (Dir. Luis Estrada), rodada en 2010, muestra el crimen
indeseable que corroe sin piedad el norte de México. Orfa Alarcón retrata el
clima de impunidad y barbarismo en su narconovela Loba (2010), con
estilo negro, personajes degradados y relaciones rotas, en franco desequilibrio
de poder.
En este sentido también podemos enumerar el cuento “Nueve hieleras”, de Efrén Ordoñez Garza, publicado en Después del desierto. Antología del nuevo cuento regiomontano (2016) donde se describen las atrocidades del narcotráfico en la ciudad norteña de Monterrey donde un pollero es reclutado por el crimen organizado para cortar en pedacitos los cuerpos de personas: “Cada cierto tiempo llegarían con los muertitos para que les cortara la cabeza, las manos o en pedazos, para irlos repartiendo. (…) Me contó sobre eso y la absorbente monotonía del descuartizamiento. (…) Al principio cerraba los ojos con el sonido del hueso resquebrajándose bajo sus manos. Sentía las gotas de sangre mancharle los brazos y el rostro”. (VV.AA., 208). Es la cultura de inseguridad y crimen que desde hace tres lustros empaña con sangre el suelo mexicano. La violencia en México es tan cotidiana que algunos grupos musicales como los raperos Babo, Dharius y el Millonario, del Cartel de Santa, filmaron el largometraje Los jefes, en 2015, como un testimonio noir de lo que ocurre en el contexto social del municipio de Santa Catarina, Nuevo León, degradado por el consumo de estupefacientes. Ya sea en el centro del país, en el norte, o el occidente, la muerte enarbola su triunfo sobre un México derrotado y por momentos sin esperanza. La literatura, el cine, la música, incluso la pintura[3], proyectan el terror generalizado por los grupos delincuenciales en el México contemporáneo.
En 2016 Iván
Farías realizó la compilación México noir, una antología de cuentos que
a muchos lectores nos pareció un acierto rotundo porque algunos relatos, aunado
a los típicos delitos a los que estamos acostumbrados los lectores de nota roja
y literatura negra, tienen cierta carga fantástica como el del cuento de
Miroslava vampira o el del tipo al que inyectan hormonas de pollo. Es un
discurso monstruoso ad hoc a los tiempos violentos que sacuden al país.
México
no es la única nación latinoamericana azotada por la normalización de la
violencia. En toda la región, desde Tijuana a Tierra del Fuego, las
desigualdades económicas y el clima de corrupción generan un caldo de cultivo
de actos punibles que pudieron evitarse, pero al no existir políticas públicas
eficientes que los eviten se desatan en forma de crueles matanzas. La
impotencia de estas naciones ante su cotidiana realidad golpeada por el miedo
se expresa en el grito de las victimas literarias cuando mueren a manos de sus
verdugos.
“Chacaltana
imaginó la punta del martillo hundiéndose en la carne, penetrando los globos
oculares, quebrando los huesos del cráneo (…) después de matarla, el asesino se
había tomado la molestia incluso de colocarle el sombrero andino. Así que,
aparte de la cara machacada a mazazos, la mujer lucía muy presentable” (VV.AA.,
15)[4]
Las grandes urbes arrastran consigo una sombra de peligros que no escapan al ojo visor de la literatura. Nueva York, París, Berlín, Moscú, Rio de Janeiro, Nueva Delhi, tienen en común una tradición literaria en temas delincuenciales tan vasta que la crítica ha tenido a bien inaugurar el subgénero conocido como noir. En esas ciudades los escritores reflejan las condiciones socioeconómicas que forman inmoralmente a sus criminales. Cada sociedad tiene pesadillas que le son propias y sus inadaptados encarnan características inherentes del momento histórico que les tocó vivir. Un criminal de Moscú probablemente busque los mismos objetivos que uno de Rio de Janeiro (dinero, venganza, placer), pero sus motivaciones serán distintas porque sus decisiones están influidas por la cultura que lo formó.
Según el libro Roja oscuridad. Crónica de días aciagos (2015),
del periodista Héctor de Mauleón, las características recurrentes en la
personalidad de los criminales de la capital mexicana, es decir, sus
motivaciones, son las siguientes:
“Isabel Miranda de Wallace,
presidenta de la asociación civil Alto al Secuestro -organización encargada de
brindar atención integral a víctimas directas e indirectas de este delito-,
asegura que en todos los casos que han llegado hasta sus manos, quienes se
dedican al secuestro mantienen un perfil semejante.
-Son personas de escasos recursos,
sin educación, que tuvieron una niñez muy violentada. Por eso, en cuanto tienen
bajo su poder a otro ser humano, tienen la necesidad de sobajarlo, de
humillarlo.
Hijo de un alcohólico que maltrata a sus hijos de modo sistemático y cela a su mujer a niveles patológicos, Daniel Arizmendi crece en “el campo pavimentado”, esa costra de miseria con cerros atiborrados de casuchas que llamamos el Estado de México…” (De Mauleón, 16)
¿Revanchismo?,
¿resentimiento social que crece como un globo inflado con sangre y que
cualquier causa, por nimia que sea, lo hará estallar en la cara de la sociedad?
La violencia es multifactorial y el dolor que causa no es uniforme. El clima de
inseguridad, como una bomba expansiva, afecta la salud mental, la economía
doméstica y las relaciones interpersonales de los individuos que se ven
obligados a subsistir bajo el oscuro manto del país más noir del mundo.
En la capital de México encontramos ejemplos literarios que hablan de esa
podredumbre que a ratos parece congénita: una herencia de las antiguas
prácticas precuauhtémicas cuando los mexicas acostumbraban sacrificar personas
en rituales sangrientos. Sea parte de una leyenda negra o no, lo cierto es que
en la Ciudad de México contemporánea diariamente ocurren delitos violentos que
en su mayoría quedarán impunes. Ya sea por la imposibilidad de cuidar a la
totalidad de habitantes de una de las ciudades más densamente pobladas del
mundo (22 millones de personas en el último censo), por insuficiencia de
elementos policiacos, por complicidad de las autoridades corruptas, por
incapacidad profesional, simple desdén o una combinación de todos los factores
mencionados, lo cierto es que el crimen es la constante y aparece descrito en
obras como Los albañiles (1970), de Vicente Leñero, o Violación en
Polanco (1980), de Armando Ramírez. En esta última novela tanto el lenguaje
como las tropelías que se narran demuestran el grado de resentimiento que
algunos sectores poblaciones mexicanos sienten por otros:
“Sabía que no tiraría;
interiormente era una forma de decirle que me la iba a coger de nuevo, que esos
pechos y esas nalgas los tenía que exprimir, que ella tenía que rogar. Me
acerqué a ella, el cañón por delante buscando su boca; abrió su boca; estaba dispuesta
a que le disparara; le metí el cañón frío en la boca, se lo metía y sacaba
lentamente. “Ya, por favor…”, comenzó a sollozar. Le puse el cañón en la sien.”
(Ramírez, 106)
Las reiteradas violaciones que los
delincuentes realizan sobre un automóvil en perjuicio de una mujer de nivel
económico alto demuestran el acto de revanchismo social que se logra con el
crimen. El mismo tema se lee en el cuento El suave olor de la sangre (2009),
de Marco Tulio Aguilera Garramuño, donde un grupo de jóvenes indígenas asaltan
un microbús en la Ciudad de México y conciben que sus actos de violencia están
justificados por la marginación a la que fueron sometidos desde pequeños: “por
favor no se fije en los fantasmas molares de Cacamatzin; el pobre no ha
conocido dentista o matasanos en todos los años de su vida que son catorce bien
cumplidos y que pasó en una ciudad perdida a seis horas del Centro, donde no
hay más agua que la caída del cielo ni más alimento que el hallado entre
montañas inmensas de basura” (Aguilera Garramuño, 137). Mas adelante el
autor continúa: “Somos nahuatlacas y a mucha honra y venimos como quien dice
a quitarle un grano de arena al desierto de la injusticia. (…) Conscientes
somos de que en este territorio los de arriba engordan sobre los cadáveres de
los de abajo, y cuanto más se roba más blanquita se pone la piel” (Aguilera
Garramuño, 138) y culmina su discurso: “Los poderosos serán humillados y
desearán cambiar sus lujos por el abrigo de perros sarnosos” (Aguilera
Garramuño, 143). Evidentemente la violencia vertical también es de arriba hacia
abajo en la jerarquía económica, pero en la literatura capitalina abundan más
los ejemplos de abajo hacia arriba. Quizá porque uno de los leit motiv
sea la desigualdad económica generada por la mala distribución de los recursos,
el acaparamiento de la riqueza que no da muchas opciones de desarrollo personal
ni profesional a las y los jóvenes de clase humilde, la mayoría sin estudios ni
preparación laboral, quienes en casos críticos ven en el crimen su única salida:
la puerta a una vida mejor o al menos sin tantas carencias.
En conclusión, los
textos de la literatura noir de múltiples maneras traducen y explican la
realidad. Cada uno de sus autores están condicionados por el empirismo. Si la
literatura refleja personajes sanguinarios, víctimas, persecuciones,
violaciones y crímenes es porque eso coincide con el contexto donde estos
autores viven. La Ciudad de México tiene entornos de pesadilla que a veces
rebasan los límites de la nota roja y la posicionan como una capital noir.
BIBLIOGRAFÍA
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(2009) El imperio de las mujeres. Cuentos en lugar de hacer el amor.
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ALARCÓN, Orfa (2019) Loba.
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BURGESS, Anthony (2015) La naranja
mecánica. México. Ed. Booket
CAPOTE, Truman (1999) A sangre
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muñeca. México. Ed. De Bolsillo
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Ricardo (2017) El complot mongol. México. Ed. FCE
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FARÍAS, Iván (2016) México Noir.
México. Ed. Nitro Press
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (1981) Crónica
de una muerte anunciada. México. Ed. Diana
HINTON, Susan (2013) Rebeldes.
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LEÑERO, Vicente (2003) Los
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es Miami. México. Ed. De Bolsillo
OLANO, Magdiel “Exposición los “43 y
el dolor”, grito de auxilio para la violencia en México.”, en Leviatán
(6 de septiembre de 2021) (Rescatado 20.02.2022) https://leviatan.mx/2021/09/06/exposicion-los-43-y-el-dolor-grito-de-auxilio-para-la-violencia-en-mexico/
PEÑA, Hilario (2014) Juan Tres
Dieciséis. México. Ed. Random House
RAMÍREZ, Armando (1986) Violación
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VV.AA. (2016) Después del
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VV.AA. (2007) Bogotá 39. Antología
de cuento Latinoamericano. Colombia. Ed. Ediciones B
VV.AA. (2014) Latinoamérica
criminal. México. Ed. Random House
[2] No es el único caso en
México que una exreina de belleza asesina a sus hijos. En el mismo año que
Evangelina masacró a sus pequeños, Claudia N., “la hiena de Querétaro”, se
convirtió en infanticida.
[3] OLANO, Magdiel “Exposición los “43 y el dolor”, grito de auxilio para
la violencia en México.”, en Leviatán https://leviatan.mx/2021/09/06/exposicion-los-43-y-el-dolor-grito-de-auxilio-para-la-violencia-en-mexico/
[4] “La terrible muerte de
Casilda Martínez Vilcas conmovió al Perú entero. Se extendió la historia de que
había sido violada y asesinada por ladrones salvajes. Lima es un lugar
violento, y ni siquiera la Princesita de Huancayo estaba a salvo.” (VV.AA.,
17). En Bogotá 39. Antología del cuento Latinoamericano (2007),
compilada por Guido Tamayo, se encuentra el relato “Un día magnífico para
atracar bancos”, del cubano Ronaldo Meléndez, otro descarnado ejemplo de
narrativa noir en Latinoamérica.