Mundialista XXII
Izhar León
A Leo Messi, argentino; con el número diez en la espalda y el brazalete de capitán, llevó a su selección a ganar la Copa del Mundo; ganó, además, el trofeo al mejor jugador del torneo.
Con el rayo, con la fuerza de los galgos hambrientos todas
leguas recorridas de Rosario a Catar,
todas posibles latitudes pintadas de fútbol,
todos corazones marcados por los sueños de uno
que sueña lo que todos quieren: el amor en tiempos de ceniza.
Pero antes fue el incendio por tres años, la derrota,
el olor quemado, su sabor como fuego
estancado años en la lengua del glorioso.
Así se aprende la victoria, su arduo laburo:
tallar madera con las uñas a pesar de la sangre,
trazar con el pie izquierdo trayectorias obsesivas.
La victoria consiste en el repique,
en levantarte de los goles
y los golpes asestados en tu contra.
Difícil camino porque no existe:
¿quién contra los árabes diría la derrota?
Si bien sufrido es el torneo que señala la grandeza,
¿no el dolor, por contraste, acrecienta la victoria?
en levantarte de los goles
y los golpes asestados en tu contra.
Difícil camino porque no existe:
¿quién contra los árabes diría la derrota?
Si bien sufrido es el torneo que señala la grandeza,
¿no el dolor, por contraste, acrecienta la victoria?
Cada triunfo de pronto se vuelve irremediable,
un ave envuelta en la destreza de su vuelo
que se posa en la rama de un naranjo:
que se posa en la rama de un naranjo:
vuela a la medalla: un sol que se detiene en el rostro del cielo,
levando temperaturas
y sudores a ras de cancha:
ojo que es el mismo de entonces y de ahora, infalible testigo
de los cuerpos yacidos en Malvinas, de la voracidad trasatlántica
que aquellos anglos profesan envilecidos:
¿cuánto sur se llevarán al norte?
¿Cuántas almas apenas retoñando
levando temperaturas
y sudores a ras de cancha:
ojo que es el mismo de entonces y de ahora, infalible testigo
de los cuerpos yacidos en Malvinas, de la voracidad trasatlántica
que aquellos anglos profesan envilecidos:
¿cuánto sur se llevarán al norte?
¿Cuántas almas apenas retoñando
harán migrar a páramos lejanos?
El sol, estelar estatua,
vio secarse la carne perforada de balazos
El sol, estelar estatua,
vio secarse la carne perforada de balazos
que fluía como el Río de la Plata
privatizado quizá por una empresa
puesta a embotellar su agua cristalina
en precios que se elevan
o a utilizarla en el vicio de la soda;
en precios que se elevan
o a utilizarla en el vicio de la soda;
y es que un río es todos los ríos,
todas las venas de celeste sangre
yacidas también abiertas en la tierra,
secándose, como los cuerpos de mis hermanos argentinos
secándose, como los cuerpos de mis hermanos argentinos
de allá de mil novecientos ochenta y dos.
Y, ¡ay, mamita, qué golazo¡,
que en las canchas de México,
cuatro años después,
se vio al diez argentino tomar el balón
se vio al diez argentino tomar el balón
desde su mitad del terreno,
desde esa pobreza ultrajada
que es común en nuestro pueblo,
y dribla en control orientado a uno,
desde esa pobreza ultrajada
que es común en nuestro pueblo,
y dribla en control orientado a uno,
pisa el esférico y baila sobre él
para librarse de otro
y los ingleses no lo alcanzan,
y los ingleses no lo alcanzan,
se va a la izquierda, ¡adiós!,
a la derecha, ¡olé!,
un poco más a la derecha
un poco más a la derecha
y hasta luego el portero
y le quiebran el tobillo pero no importa
y le quiebran el tobillo pero no importa
porque ¿a qué sabe un gol
si no al dulce corazón
si no al dulce corazón
volviéndose a la boca?
¿Qué es ese movimiento de la red
¿Qué es ese movimiento de la red
si no el salto incontenible de la hinchada?
Esos hinchas son los mismos de siempre:
hombres de cada día cuyo despertador suena
a las cinco o seis de la mañana,
que van a la mina, a la oficina,
en fin, que congregan la razón del hambre
que van a la mina, a la oficina,
en fin, que congregan la razón del hambre
y la mirada inocente de los críos
para marcharse al laburo
e iniciar de nuevo esa negra melodía
que componen el quebrantamiento de huesos
para marcharse al laburo
e iniciar de nuevo esa negra melodía
que componen el quebrantamiento de huesos
y el crepitar de células cerebrales
en una repetición idiota.
Y quizá también alguno de esos hombres,
en una repetición idiota.
Y quizá también alguno de esos hombres,
ojos de sol puestos en la cara,
pueda confundir en la cancha
pueda confundir en la cancha
los botines del año ochenta y seis
con los que ahora también vemos
levantar la Copa del Mundo,
conocer su peso, el de la esperanza
de todos los aficionados,
la sonrisa, el éxtasis de estar vivo,
el paréntesis en medio de la sangre y la escasez
que también es la tarde,
después del colegio y los deberes,
en que los niños salen a jugar al fútbol,
la sonrisa, el éxtasis de estar vivo,
el paréntesis en medio de la sangre y la escasez
que también es la tarde,
después del colegio y los deberes,
en que los niños salen a jugar al fútbol,
con todas las reglas oficiales
y las inventadas del barrio,
con las alineaciones imperfectas
y el balón y los botines que en el juego
y las inventadas del barrio,
con las alineaciones imperfectas
y el balón y los botines que en el juego
transmutan en los de más alta categoría,
y uno o dos o todos quieren ser Messi
y escriben en la remera, con rotulador indeleble,
su nombre y número específicos.
y escriben en la remera, con rotulador indeleble,
su nombre y número específicos.
Izhar León (Tuxtla Gutiérrez, Chis., 2004) estudia en la Universidad Autónoma de Chiapas la licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericanas. Textos suyos se han publicado en la revista digital Carruaje de Pájaros.