Jorge Tadeo Vargas |
“Creo que las películas están sujetas a miles de interpretaciones”
Oliver Stone
Si existe un director en la industria del cine
que representa Hollywood capaz de navegar con la etiqueta de liberal,
“izquierdista”, “progre” es sin duda Oliver Stone, quien desde la década de los
setenta ha sido crítico, transgresor, sarcástico y un tanto incómodo en sus
declaraciones contra la industria y la derecha que representa gran parte del
cine norteamericano, en la que los republicanos tienen una fuerte influencia.
Sin llegar a tener una postura política tan
definida en su cine como si lo hace Ken Loach -por citar un ejemplo de otro
director incomodo-, Stone intenta confrontar a los espectadores con historias
que los saquen de su zona de confort, no importa si esto lo hace desde una
crítica a los conflictos bélicos, burlándose de un presidente o haciendo un
homenaje a un enemigo declarado del gobierno de los Estados Unidos y parte de
su población. Para él, lo importante es dejar clara su postura.
Una de las cosas que siempre ha dejado claro
es que la guerra es una mala idea y que Hollywood gusta mucho de enaltecer al
ejército norteamericano cada vez que tiene la oportunidad. Él hace películas
que van hacia el otro lado, como deja constancia en su trilogía contra la
guerra de Vietnam. Esta inicia con Platoon (1986) con la que hace una
fuerte crítica a los roles de mando en el ejército, donde los de más abajo son
quienes más sufren, es de donde salen los muertos. Algo que él conoce bien,
pues es un veterano de esta guerra. Con la segunda película de la trilogía, Born
on the Fourth of July (1988) habla justo de lo que significa volver de una
guerra, especialmente de ésta que es considerada la mayor derrota del gobierno
gringo. Una crítica dura, fuerte al trato que se les da a los veteranos. Esta
película lo llevó a varias nominaciones a los premios Oscar ganando como mejor
director. Hay que mencionar que esta es una adaptación de la novela de Ron
Kovic del mismo nombre.
Para Stone es importante mostrar esta cara que
va más allá de la idea que nos vende la industria de que en las guerras hay
buenos y malos, cuando en realidad quienes las sufren son quienes no lo
merecen.
Pero no es con esta trilogía que inicia su
propaganda antibelicista, de hecho lo hace con su opera prima Salvador (1986)
que le permitió comenzar su carrera en Hollywood y con la que hace una fuerte crítica a la política
intervencionista del gobierno de los Estados Unidos, en esta ocasión en la
guerra de El Salvador vista desde los ojos de un periodista norteamericano, que
fue quien le paso los documentos a Oliver para que hiciera el guion y la
película que tuvo dos nominaciones al Oscar, además de crear la imagen de
director liberal y progre que mantiene hasta la fecha.
Con su tercer filme decide arriesgarse y
hacer una crítica al corazón del capitalismo y sus prácticas no solo ilegales
sino también contrarias a los derechos humanos, prácticas criminales. Con Wall
Street (1987) toma un camino peligroso y denuncia al capitalismo contando
una historia desde dentro, desde los propios villanos, pasando así también a
criticar una década que se caracterizó por los excesos, por la culminación del
neoliberalismo como sistema de gobierno hegemónico en el occidente que trajo
como resultado todo el caos que vivimos actualmente.
En 1988 filma dos películas que se contraponen
en su carrera, Talk Radio es tal vez su película más oscura y
provocativa a la par que personal, pues el protagonista se parece mucho a Stone
en sus declaraciones. Una película que puede parecer adelantada a su época por
el odio y la señalización pero al final esto no es algo nuevo producido por las
redes sociales como podríamos pensar o lo pensamos, éstas solo potencializan una
actitud que ha estado presente en la historia contemporánea.
Un fracaso tanto en la crítica como en la
taquilla que le pudo haber costado la carrera de no haber salido ese mismo año Born
on the Fourth of July, que lo regresa a ser ese director crítico, pero desde
el propio sistema y jugando las reglas que éste le da y hasta donde se lo
permite. No por nada tuvo ocho nominaciones a los Oscar.
La última década del siglo XX la inicia con su
primera película por encargo. Esta fue la biopic Doors (1991). Centrada
en los excesos de Jim Morrison, es una película que lo único que tiene como
rescatable es la sobresaliente actuación de Val Kilmer en el papel protagónico.
La crítica no la trató muy bien y la taquilla menos, pero a Oliver Stone le
permitió filmar JFK (1991) donde con mucha libertad creativa hace un recorrido
conspiranoico del asesinato del presidente John F. Kennedy. Sin importar las
inexactitudes históricas, con personajes ficticios, regresa a los años que más
le obsesionan, un periodo bastante revuelto en los Estados Unidos y que vuelve
a retomar con Nixon (1995) mostrando la caída de otro presidente en una
de las décadas más revueltas de este país. JFK recibió ocho nominaciones
a los Oscar, manteniéndolo como el director político e incómodo que la
industria vendía.
Cierra el siglo con dos películas en las que
más allá de las historias o los procesos decide experimentar a la hora de
filmar. Primero con Natural Born Killers (1994) donde narra una caótica
historia de un par de asesinos seriales bastante disfuncionales, una especie de
Bonnie y Clyde (pos)modernos. Aquí juega con distintas formas de filmar, tanto en
el uso de las cámaras como de la velocidad de grabación y los filtros, así como
en las actuaciones de todos los involucrados. La suma de todo esto la ha convertido en una película de culto. La segunda en la que experimenta en las
formas de filmar es Any Given Sunday (1999) donde se mete directamente con el deporte icono de los Estados Unidos: el fútbol americano,
denunciando la corrupción, los excesos, las drogas, las formas de negociación
en el que los jugadores son meras mercancías que no importan.
Con una historia donde el juego en sí es
importante de mostrar, Stone decide cambiar la velocidad estándar de filmación
de veinticuatro cuadros por segundo a treinta y dos con un resultado caótico,
desesperante, lo que hace que esta película pase a ser una cátedra de cine a la
par de que mantiene una denuncia al sistema capitalista gringo.
En medio de estas dos filma Nixon
(1995), una biopic sobre la caída de este presidente y adapta la novela Stray Dogs de John Ridley que él tituló U-Turn (1997) donde hace una
revisión del cine noir muy a su estilo.
Oliver Stone cierra el siglo XX en buena
forma, aunque podríamos decir que sus ideas políticas iban pasando por una
deformación y son justamente ellas las que no le permiten mantener una visión crítica,
convirtiéndose en mero propagandista de ciertos personajes de la historia
contemporánea.
Esto es claro cuando le da prioridad a su rol
de documentalista-panfletario donde las buenas historias comienzan a perderse,
salvo con la excepción de W (2008) en la que desde la comedia, la ironía
y el sarcasmo muestra lo que en realidad fue el expresidente George W. Bush. Un títere sin idea y sin forma de gobierno y quienes en
realidad mandaban lo hacían desde las sombras.
Aunque con Alexander (2004), Savages
(2012) y World Trade Center (2006) intenta mantenerse haciendo ficción,
sus documentales claramente sumidos en la idolatría a ciertos personajes, como
Fidel Castro, como lo muestra en Comandante (2003) y Looking for
Fidel (2004) o Hugo Chávez con Mi amigo Hugo (2014) no le ayudan a
mantener su postura crítica, alejándole cada vez más de una posible cercanía a
directores como Ken Loach.
Tampoco le ayuda mucho su biopic sobre Snowden
(2016) o The Putin Interviews (2017). Si acaso la serie La historia
no contada de los Estados Unidos (2012) y South of the Border es de
lo más rescatable que tiene en toda su producción de esta década, en la que
prioriza la propaganda sobre la calidad del cine y tristemente deja la
experimentación que iba mostrando cuando filmaba a finales del siglo XX.
Stone fue capaz de denunciar los horrores de
la guerra -el antes y el después- y ridiculizar la idea de la familia nuclear y
ejemplar, el sueño americano, los excesos del capitalismo y los crímenes de este, sin embargo es víctima de su propia ideología y una pobre formación
política, lo que no le permitió convertir la propaganda en una obra completa
cayendo en el panfleto. Al final no ha sabido cómo manejar esa dualidad de la
denuncia y la creación desde los límites de la industria del cine, prefiriendo
convertirse en un simple propagandista.
Sin embargo su legado -hasta el momento de escribir esto- es lo importante pues hace una radiografía de lo que fueron los últimos años del siglo XX, no en balde en su película más arriesgada como lo es Natural Born Killer deja una línea de diálogo que puede resumir la realidad en que vivimos desde hace décadas: “saben la diferencia entre el bien y el mal, solo que no les importa un carajo” y esta línea vale más que toda su propaganda actual pues es el reflejo de lo que fuimos, somos y seremos como sociedad.