—¡Cabrón ¡ —me dice en cuanto respondo —tengo un buen rato llamándote. ¿Dónde andas?
—Líos con Diana. Me dormí ya amaneciendo y no escuche el teléfono. ¿Qué pasa?
—Hoy toca Frank Turner en la ciudad. Es un concierto gratuito, sin publicidad. Mucha prensa y unos cuantos fans. Mi jefe quiere que tú lo cubras para el periódico. No me vas a decir que no, ¿verdad?
Hace cinco años conocí a Diana en un concierto de Frank
Turner, recién llegado a la ciudad de Nueva York. Estaba pasando un mal momento
y dejé todo para probar suerte, no en la búsqueda del sueño americano, eso ya
no se lo cree nadie, solo probar que podía hacer algo más que mi trabajo de
periodista habitual. Mi plan era trabajar en los lugares donde suelen emplear
indocumentados e ir escribiendo un libro de crónicas sobre esto. Al final no lo
terminé, pero esa es otra historia.
En ese momento estaba trabajando, pintando casas, pagaban
bien y no era tan pesado como las cocinas. Además que era un trabajo diurno y
cuando vives con ocho personas más en un pequeño departamento, siempre es un
alivio.
Una de las razones por las que había elegido irme a Nueva
York era la cantidad de conciertos a los que podía asistir. De entrada tener el
festival de Asbury Park a la vuelta de la esquina ya era un plus. A los
meses de haber llegado se presentaba Frank Turner en un pequeño bar de
Manhattan.
Ahí fue donde la vi por primera vez. Una morena con el
cabello negro casi a la cintura, con un pantalón de mezclilla azul, un suéter rojo,
bufanda negra y unos zapatos que hacían juego con el color de la blusa. La vi, tenía
que hablarle. Me acerque a ella, me presenté diciéndole que era mexicano, que
me daba la impresión de que ella también (le hable en español obviamente).
Para mi sorpresa no me respondió diciéndome que yo era el
clásico acosador que piensa que puede conquistar a cualquier mujer, al contrario,
continuó hablado conmigo. Me dijo que también era mexicana.
Vivíamos en la misma ciudad, no sé por qué no nos habíamos
encontrado en algún otro evento o tal vez sí, pero no nos fijamos uno en el
otro a hasta ese momento.
Ella estaba de vacaciones visitando a una amiga, era
arquitecta e iniciaba con un pequeño despacho con otras dos amigas. Habían
ganado una licitación bastante importante y se había dado ese regalo. También
era fan de Frank Turner desde la época de los Million Dead. Eso era
hablar con toda una conocedora.
Después de uno de los mejores conciertos que he visto de Turner;
nos fuimos a tomar a un bar cercano. Platicamos toda la noche, compartimos
nuestros números de teléfonos y por meses nos mantuvimos en contacto por ese
medio y por correo electrónico. Un año después y una visita de un par de días
que ella hizo a Nueva York, yo estaba de regreso en la ciudad y comenzamos a
vivir juntos.
A mi regreso comencé a escribir el libro de crónicas, me
puse a trabajar de freelance en algunos medios locales, con suerte me
publicaban en algunos nacionales, ganando muy poco, así que prácticamente vivía
del sueldo de Diana. Me parece que eso jodió la relación, o al menos mi
capacidad de aceptar que ella fuera quien pagara las cuentas. Fue lo que
deterioró lo que teníamos. Esa dinámica fue la que generó la mayoría de los
conflictos. Eso y mi irresponsabilidad afectiva, tengo que reconocerlo.
Siempre nos quedaba Frank Turner. Lo fuimos a ver las dos
veces que ha venido a tocar a México; lo disfrutamos tanto como la primera vez.
Hasta puedo asegurar que nos inyectaba nueva energía para continuar
intentándolo. Se convirtió en nuestro Forget Paris como en la película
de Billy Crystal y Debra Winger, hasta que ya no hubo más.
Después de cuatro años de vivir juntos todo explotó. Justo
un día antes del concierto incógnito de Turner en nuestra ciudad como parte de
una gira de promoción de su nuevo disco.
—¿Me lo dices con tan poco tiempo?
—Lo siento cabrón, no fuiste la primera opción, pero tienes que decir que sí. Hay muchos que quieren cubrirla, pero nadie que conozca al Turner como tú.
—Vale, vale. Es trabajo y el dinero siempre viene bien. Además, entrevistarlo es algo que suena muy bien. Mándame la información y yo me encargo de cubrir la entrevista y el concierto.
—¡Perfecto! Te lo mando a tu correo electrónico y bueno, te aviso que la entrevista tiene que estar en mis manos el domingo por la noche. Se publica el lunes.
—Sin fallas.
Me levanté del sofá bastante adolorido. Se había convertido
en mi cama habitual, pero aún no me acostumbraba a él. Siempre despertaba con
un fuerte dolor de espalda que me estaba convirtiendo en un adicto al tramadol.
Me preparo café, prendo mi laptop que está en la mesa de la
cocina la cual se ha convertido en mi oficina desde hace algunos meses. Reviso
mi correo, tengo un correo de Edgardo con toda la información para el
concierto. Pienso en invitar a Diana, sé que le gustaría. De pronto escucho la
voz de Billy Crystal en mi cabeza que dice Forget Turner! y descarto la
idea.
Me pongo hacer un poco de investigación para la entrevista.
Es a las ocho de la noche. Pongo en mi reproductor su nuevo disco, me paso a
una página de ventas en línea para pedir el vinil, y leo algunas cosas para ir
lo más preparado posible y no caer en las clásicas preguntas. Es por mucho una
de las entrevistas más deseadas para mí.
Trabajo hasta casi las seis de la tarde, hora en la que
llega Diana. Se sorprende de verme a pesar de todo lo que nos dijimos la noche
anterior; me lo dice, además me recuerda que es su casa y que esperaba que
después de ayer en que nos dijimos tantas cosas hiciera mis maletas y me fuera
dejando de consumir sus energías y sus recursos.
Regresamos al pleito. Nos gritamos de todo, nos insultamos.
No damos cuartel. Se queja de que no ayudo en casa, de que no hago nada y que
no aporto en lo más mínimo. Lo usual. Yo le digo que como no aporto
financieramente ella está resentida conmigo, la tacho de aspiracionista, de
pequeño burguesa. Ella se ríe de mí, se burla, mientras me asegura que no es
así, que no es algo que le importe.
Discutimos por horas, olvido la entrevista y el concierto.
Son las nueve de la noche cuando Diana decide poner fin a
todo. Me pide que me marche. Hago una maleta con algo de mi ropa, le digo que
iré después por mis libros, discos, cassettes, toda mi vida.
Me pide que no vaya, que me diga a dónde me lo manda. La mando
al carajo y salgo. Es cuando veo los mensajes de Edgardo que está bastante
enojado, no es para menos.
Pido un carro por la aplicación programada para eso. Se
tardará unos minutos. Le mando mensaje a Edgardo diciendo que al menos al
concierto sí llego. “Más te vale. Ya te cubrí en la entrevista”, es su
respuesta.
Llego justo a la mitad del concierto. Edgardo que aunque
está furioso conmigo, es mi amigo y me soporta. Me insulta, pero me dice que ya
todo está cubierto, él hizo la entrevista que me toca transcribirla y ponerle
de mi conocimiento sobre Frank Turner. Me deja el trabajo pesado.
En concierto aún alcanzo a escuchar un par de canciones de
su nuevo disco, además de “Four simple words”, “Reason to be an idiot”, “Get better”
y la canción con la que ha cerrado cada uno de los conciertos en que lo he
visto: “I still belive”. Justo es cuando me doy cuenta de que estoy llorando.
Es cuando entiendo que todo termino con Diana.
Edgardo y yo estamos sentados en un bar. Me pide que haga un
buen trabajo con lo que tengo, es importante. Le digo que no hay problema que
tengo los elementos necesarios para hacer una buena entrevista-reseña.
Son casi las tres de la mañana cuando nos despedimos. Me
quedo por la zona, caminando sin rumbo, esperando a que amanezca. Sé que estoy
equivocado, pero no pienso reconocerlo. Menos ante Diana, todo se ha acabado
después de este último pleito. Ya no hay nada más que hacer.
Tomo el primer autobús de la mañana que va repleto de
obreros, empleados de oficinas, domésticas y estudiantes que no saben que el
sol se asoma, no lo pueden ver desde sus smartphones. Yo siento que es un nuevo
comienzo, mientras sonrío.