La paradoja es que no hay paradoja
Por Jesús García Mora
Sé que muchos compas se van de la ciudad para probar
suerte en otros sitios y ver si allá pega su jale artístico. Sé del esfuerzo y
trabajo que cuesta iniciar un negocio propio o colectivo, ahora llamado
emprendimiento pero que por mi gusto y oído prefiero llamarlo fuerza de
voluntad.
Desde acá, desde la esquina, los Paradox Effects son los
encargados de crear pedales musicales desarrollados para resolver las
necesidades de los usuarios, así llaman a los músicos, pues, ven al pedal como
un objeto cultural, o sea, son los artesanos de esos artefactos sonoros que sus
compas, los autores sónicos utilizan para su música.
Esta empresa que no pasa de los diez miembros, son el
ejército iluminado de nuestra Tijuana, que con más sueños que armas conquistan
las “necesidades sonoras” y pasionales de nosotros los que no podemos vivir sin
la música. No sé si los Paradox amen la patria o la matria, pero sí sé que aman
los pedales y las guitarras y los bajos y los amplis y las pequeñas cosas como
los circuitos eléctricos, que después se convierten en grandes cosas porque
todo lo convierten en experiencias auditivas que se expanden hasta el tímpano.
Que sea el tímpano el que nos lleve a la gloria. Que nuestro dios o nuestra
diosa sea la música.
La onda con las creaciones de estos vatos, es que sus
pedales parece que producen sonidos espaciales, y con espacial no hago
referencia al cyberpunk o a cualquier tecnología posmoderna o posmusical, me
refiero al espacio como una totalidad, como una revelación, como “una relación
íntima”, como un inaudito cambio en la interpretación de la música.
Los Paradox a parte de construircrear pedales espaciales (recordemos lo del concepto de espacio), realizan una serie de episodios de investigación-documentación que llevan por título Reconstruyendo el tono, donde van creando una “arqueología sónica” a través de narrar parte de la historia de la época de oro del amplificador mexicano, nos hablan sobre Ricardo Zavala y su familia y la relevancia que le dieron a los amplis Cooper. Nos proporcionan definiciones como “El lenguaje crea la realidad con la que entendemos el sonido”, le dan propiedad y lugar a los objetos que destellan la resonancia y los ecos que tarareamos todos los días a todas horas en cualquier lugar en todo momento, que son, tal vez, el sonido puro de la pasión. ¿Es acaso el sonido una experiencia propia? ¿Es acaso el sonido una variable física?
En el arte y la cultura mucho se habla del alcance político de la obra, los artistas están casi obsesionados porque su arte llegue a considerarse un acto político, los doctores, maestros y académicos exigen a sus alumnos y aprendices que a su objeto artístico, a su pieza, se le justifique hasta el más mínimo detalle, y bueno, que me crucifiquen si quieren pero ¿Dónde queda el feeling? En una votación por definir lo que verdaderamente importa en una obra artística, elegiría la pasión, la interpretación y la sensibilidad, pero yo qué sé, ¿verdad? Que cada quien persiga sus palmas, pero el verdadero acto político de estos vatos es colocar al pedal como un objeto cultural. La verdadera justificación de esta raza es que su pasión está definida por la música.
A excepción de su nombre, no me parece que haya algo paradójico,
sino todo lo contrario, su trabajo habla por sí solo, la identidad de este
ejército iluminado es el sonido. Los Paradox son talacheros, la maquinaria son sus
manos constructoras de cajitas y cajas lanzadoras de sonidos. Son la prueba
ferviente de que sí se puede ser profeta en su tierra. La paradoja es que no
hay paradoja.
Aquí ni exilio ni utopía, ya ven que a la gente le gusta
mamar con eso, aquí puro jale y unidad, puro “Sonido y Fuerza”.