Hoy era mi última noche como
auxiliar de registro de una empresa de maniquíes. No había renunciado porque el
salario fuese malo, ni mucho menos porque hubiese un ambiente de trabajo feo.
De hecho, pensar en la razón de mi renuncia, me hacía sentir como una completa
estúpida; incluso, tuve que mentir diciendo que el turno nocturno había sido
muy pesado para mí, a tener que revelar mi verdadera razón, pues yo sabía que,
sin duda, me tomarían por loca; porque, era por ella, una sweet girl de plástico.
Recuerdo
que la primera vez que llegué a la oficina me sentí muy incómoda en el sitio,
al principio lo atribuí a la forma que tenía el lugar; pues el piso era
cuadrado con un enorme hueco en medio, que dejaba ver los pasillos de los
siguientes pisos; lo único que apartaba al corredor del abismo, era un simple
barandal de barrotes metálicos. Sin mencionar, que en ese nivel sólo se
hallaban dos oficinas, una paralela a la otra, divididas por la abertura del
suelo; una de las oficinas era la bodega, de donde debía sacar las cajas de los
registros que tenía que capturar en la otra oficina, por lo que debía cruzar
todo el nivel para poder realizar mi trabajo.
Sin embargo, pronto descubrí que la
ansiedad no era por el diseño del edificio, sino se debía a un maniquí que se
encontraba en la bodega. Me puso la piel de gallina cuando me topé con
Hortensia. Era un maniquí de un aspecto muy desagradable. Su cabello era negro,
corto y muy despeinado, tenía piel de silicona color blanco. Y su rostro…
apreté la mandíbula, su rostro era lo que más me incomodaba, pues sus rasgos
parecían a los de una persona real. Sus ojos eran redondos, de color café,
estaban tan detallados que, incluso, era capaz de ver sus iris; tenía pestañas
tupidas, nariz alargada, labios gruesos de un material carnoso y sus pómulos
eran muy pronunciados. Jamás había visto un maniquí que tuviera características
así de humanas, al grado de simular tener piel. Ella era parte de una colección
de maniquíes que tenía por nombre Sweet
Girl, que había sido creada hace doce años; por lo que me contó Iván, mi
jefe, su venta había sido un total fracaso, pues todas las personas que veían a
las Sweet Girl, experimentaban lo
mismo que yo había sentido; aborrecimiento y espanto.
En un inicio traté de ignorar su
presencia, convenciéndome sobre que ella sólo era una muñeca. Las primeras
semanas logré hacerlo; cuando iba hacia la bodega trataba de no mirarla, de
tomar las cajas que ocuparía e irme lo más rápido posible. Por un momento, creí
que, de verdad, podría sobrellevar la ansiedad que me provocaba su aspecto. Sin
embargo, no fue así. Con cada día que pasaba me sentía peor, no entendía por
qué me ocurría aquello, simplemente lo sentía hasta mis huesos. Hortensia me
angustiaba al grado que, incluso, había comenzado a tener pesadillas con ella;
en mis sueños ella me sonreía y después me tiraba por las escaleras. Desde que
tuve esos sueños, había comenzado a sentir que, Hortensia, realmente me miraba
y, por eso, es que había decidido renunciar.
Sólo debía cumplir con este turno, y
podría irme por la mañana, para no regresar nunca más. Mis manos temblaron. Me
había hecho el propósito de no ir ni una sola vez a la bodega, para no verla.
Observé el cristal blancuzco que tenía la puerta de la oficina, los latidos de
mi corazón se volvieron rápidos, miré fijamente la sombra que allí se
reflejaba. Respiré aceleradamente. La forma de la sombra se parecía a la
silueta de Hortensia. Sabía que era imposible que ella estuviera de pie, afuera
de la oficina, esperándome, pero la sola idea de pensarlo me provocaba espasmos
violentos en el estómago.
Tragué despacio y cerré los ojos. A
lo mejor sólo estaba alucinando, a lo mejor la ansiedad que sentía me estaba
provocando visiones. Respiré profundo y abrí los ojos. La sombra seguía allí.
Mis piernas temblaron.
—¿Iván? ¿Eres tú? —susurré despacio.
No obtuve respuesta—. Por favor, Iván, si esto es una broma, de verdad me estás
asustando.
Respiré profundo una vez más, caminé
despacio hacia la puerta, sin quitarle la mirada a la sombra, y giré la perilla,
poco a poco. Sin esperar más, abrí de un zarpazo y salí hacia el pasillo
rápidamente, como si quisiera sorprender a alguien en medio de su travesura. Mi
cuerpo se sobresaltó. No había nadie. No estaba Iván, ni Hortensia, ni nada que
hubiera podido proyectar sombra alguna. Miré a todos lados y abracé mi cuerpo,
el ambiente estaba muy helado y olía muy mal, como a perro muerto. «Tranquila,
Martha, no pierdas la cabeza», me dije mentalmente. Seguramente, sí eran mis
nervios los que me estaban provocando todo esto. Di media vuelta, dispuesta a
entrar de nuevo en la oficina, pero un sonido me detuvo; giré mi rostro hacia
el final del pasillo. Se escuchaba como si alguien estuviera chocando sus
dientes unos contra otros, una y otra vez. Fruncí las cejas, ¿qué era eso?
Me quedé de pie, mirando fijamente
hacia donde provenía el sonido, pero no lograba divisar nada que pudiera
provocarlo. Un escalofrío recorrió mi espalda. Respiré despacio, la atmósfera
no sólo era fría, sino que ahora se había vuelto pesada, como si estuviera en
un lugar completamente cerrado, con muy poco aire. El sonido desapareció y el
silencio reinó. Todo estaba tan callado que, incluso, mi propia respiración se
escuchaba muy fuerte. De pronto, un cosquilleo me invadió de pies a cabeza,
moví mis ojos de un lado hacia otro, sentí un sorpresivo repelús. No sabía
cómo, pero estaba segura de que algo estaba ahí conmigo. Algo estaba mirándome.
Un mechón de mi cabello se movió, y
al tiempo sentí una respiración en mi nuca. Me petrifiqué. Mis labios temblaron,
y viré mi rostro hacia atrás. Allí estaba. Sin explicación lógica, sin razón;
Hortensia me estaba sonriendo de oreja a oreja. Grité horrorizada y corrí
despavorida hacia las escaleras. ¡Lo sabía! ¡Sabía que estaba viva! ¡Por eso me
sentía así con ella, porque todo el tiempo estuvo mirándome! Seguí corriendo,
mientras gritaba «¡Está viva, está viva!».
Cuando llegué a las escaleras, miré de nuevo hacia atrás, sólo para asegurarme de que ella no me estuviera siguiendo; pero al igual que con la sombra, ella ya no estaba. Bajé las escaleras sin esperar a que volviera a aparecer, pero entonces, la vi al final de éstas, estaba allí, esperándome. Regresé sobre mis pasos y subí corriendo tan rápido que, inevitablemente, resbalé y rodé escaleras abajo. Lo último que vi, antes de perder el conocimiento, era a Hortensia, asomada por el barandal, riendo, igual que en mi sueño.