Clorfeniramina
y a dormir
Belerio Fontes
Difícilmente pude conciliar el sueño con la facilidad que lo suelo hacer después de recibir la llamada de Beth esa noche. Era ya tarde y los niños estaban ya dormidos, después de escucharme leer en voz alta sobre el año dos mil tres, según Ray Bradbury.
Abril dos mil tres:
Los músicos. Así se llama el título del capítulo, les dije. El más grande me interrumpió
preguntándome, ¿en qué año nací? En mil novecientos ochenta y dos, le dije. Ah,
dijo el preguntón y el más pequeño hizo un silbido al escuchar la respuesta,
como si fuera una cifra de gran magnitud. Yo solo sonreí.
Cerré el libro después
de leer unas cuantas páginas y suponer que ellos ya habían sucumbido al sueño,
pues minutos antes parecía que nunca lo lograrían. Tan rico que es dormir
chicos, les contestaba cuando yo, me decían que no querían hacerlo. Claro que esperaba
comprendieran mis palabras, pero estaba consciente que eran aún demasiado
incivilizados para tomarlo en serio.
Revolví suavemente el
cabello de mi hijo mayor y no le vi reacción, así que me salí despacio de su
cuarto y bajé las escaleras para checar las cerraduras lockeadas. Bebí
agua fría del garrafón, un vaso grande. Descubrí que la gata dormía en el sillón
y pensé en sacarla, pues a veces no deja dormir con su ronroneo y su obsesión
de estar recargada contra alguna parte de mi cuerpo cuando duermo, pero la
noche era fría. Subí las escaleras y de arriba hice pss pss pss para
llamarla al cuarto.
Regrese a mi recamara
y revise el celular para encontrar unos mensajes de texto de Beth. Escuetos,
pero contestaban que había tenido mucho trabajo en el día y dejaba la
interrogante de, ¿cómo había sido el mío?
Márcame, le contesté
por escrito, aunque no esperaba su respuesta. Todo el día me había sentido
ignorado y ello me amargó. Pero ya la conocía un poco más que al inicio y me
daba cuenta de que, así como era encantadora, también era lo contrario. Nunca
al mismo momento, claro.
Dejé el celular en la
mesa de noche y me fui a lavar los dientes. Regresé a cama y me tapé con dos
cobijas de pies a cabeza. Apagué la luz pensando en que Beth no se había
comunicado, así que decidí no clavarme en la idea y rendirme a la fatiga
del día.
En ocasiones cuando
estoy por dormir, siento que entro en un pensamiento. Una idea que imagino y empiezan
a aparecer cosas y personas. Me dejo llevar por ello, soltándome de la realidad
para sumergirme en la fantasía que mi subconsciente quiere que vea, algo que
quiere curar quizá. De ahí en adelante nada me detiene a dormir
profundamente, aunque mi celular registra que mi sueño no es tan genial como el
de otros usuarios del Galaxy Fit. En esta ocasión todo fue así hasta que
la llamada entró.
Desperté, contesté y nos
saludamos con cierta extrañeza. Quise hacer platica y enterarme de su día, pero
ella pronto dijo en tono serio, que teníamos que hablar y que quería hacerlo
viéndome a los ojos. Pero le dije que no era necesario y que dijera lo que
necesitaba comunicar.
Ya no podemos tener
esta la relación, me dijo y agregó que ella no estaba lista y yo estaba casado.
En otras ocasiones como
ésta, un vacío ocupa mi esternón y cavidad abdominal. Esta vez, se sumó un poco
de molestia por la hora de la noche y lo sencillo que hubiera sido esperar
hasta mañana o decirlo más temprano en el día. Así, hasta se agradece. Sin
embargo, en vista que yo insistí en que ocurriera así, me sentía mas pendejo
aún.
En mi mente pensaba
que ya había valido madres el buen dormir, pero con voz tranquila le contesté
que yo entendía. Me dijo que no me quería lastimar y que no era el mejor
momento en su vida. Yo solo escuché y por último fingí estar de acuerdo en
todo. Incluso le dije que apoyaba su decisión y que por mi parte no había
cabida para malos sentimientos. Nos dijimos que nos veríamos mañana o luego y
nos despedimos sin un te amo.
Al colgar solo pude
tener pensamientos de Beth. Recordando las veces que estuvimos juntos, ya sea cogiéndomela,
haciéndola reír, viéndola bañarse, tallando su espalda, escuchando sus chistes
malos, reniegos y disculpas. También imaginé como otro hombre vive la experiencia
de estar en la vida de Beth, lo cuál era la peor de todas las visiones que pude
inventar.
Después de un rato me convencí
a sesgar mis pensamientos y hacer lo posible por olvidar lo ocurrido para poder
dormir. Así que, me levanté de la cama con rumbo a la cocina a buscar
desesperadamente algún fármaco que pudiera provocarme sueño. Había comprado un
antigripal hace una semana, pero este ya se había acabado. Milagrosamente
encontré unas pastillas de clorfeniramina y me tomé dos. Lo bueno que es la de marca,
pensé y me hubiera tomado cuatro en ese momento de tenerlas, aunque la leyenda
de la caja dijera que la dosis era un máximo de dos. Ya las había probado y me provocaron
un chingo de sueño en mal plan, pues las tomé en esa ocasión de día, antes
de ir a trabajar.
Regresé a la cama y
practiqué respiraciones profundas. Inhalar por la nariz hasta el punto de
sentir que mis huesos de la espalda truenan y mis costillas se
rectifican. Sentir a los pulmones recibiendo presión en sus paredes elásticas y
después, exhalar por la boca, haciendo que el viento roce la garganta y
sumiendo el abdomen hasta tocar el espinazo. También pensé en el color negro,
siempre lo hago, me funciona bien. Es algo muy sencillo, solo pienso en el
color negro. Hago que mis ojos vean la oscuridad del parpado y evitó que otros
pensamientos entren. Aunque, sin mucho esfuerzo, Beth entraba en esa
construcción que formaba en mi mente del lugar seguro y le acompañaban
miles de ideas más, que me revolcaban tal cual lo hace una ola.
Desesperado y ansioso al borde de pegar gritos, sentí de repente sueño. Somnolencia más bien y empecé a quedarme dormido. Sentí un alivio de ello, a pesar de tener una tristeza en mí. Quizá la tristeza me durmió, pero también fue la clorfeniramina. Por eso cuando la recomiendo, siempre digo que la de patente es la mejor.