Por Juan Mendoza
Galería RAB, 21 de octubre 2022
Lo que en piedra
empieza, mal acaba
Hace ya cierto tiempo que mi carnal del alma y sagaz acompañante en ese alucinante viaje que se llama NoMuyPunx, me anunció que El Salario del Miedo recién había publicado las crónicas de Mario Panyagua en la colección Fábrica de monstruos. “Hay que abrirle un espacio, carnal: este morro escribe unas crónicas bieeeeeeeen chidas” No identifiqué al autor pero de inmediato le busqué fecha en el calendario para que fuera invitadazo de lujo para el programa. Que lo recomendara Morcillo y que fuera publicado por la editorial que comanda el maestrazo JM Servín eran ya, por sí solas, garantías de calidad.
Pero aún faltaba la lectura del libro, cuyo título me cayó de variedad. Sí, a huevo, es éste: Doctor Jekyll nunca fumó piedra. Me sentía más cercano porque muchos años atrás escribí un texto sobre pornografía en la internet para la Revista Generación y le puse un título que, trayéndolo a estas fechas jugaría algo así como “Divino Marqués nunca tuvo un Onlyfans”. Ese tipo de pequeñas grandes cosas ya me iban adelantando la forma en que me iba a identificar con Mario.
La lectura de Dr. Jekyll me llevó a descubrir con gusto que a Panyagua ya lo conocía. No es que ya nos hubiéramos echado unos tragos juntos, o que hubiéramos compartido unas líneas en los baños de una cantina asquerosa de alguna desolada madrugada. No. Lo conocí a través de sus crónicas, navegando por las recomendaciones de amigos del feis llegué a leer sus publicaciones en Vice, Metrópoli Ficción y otros sitios de similar catadura. Las leí sin saber quien era, sin buscar el nombre, o quizá anotando el apellido solo para encontrar más material publicado en la red.
Un par de crónicas en especial me dieron en la madre. Mismas que reconocí en Dr. Jekyll con los títulos Lo Mejor de lo Peor y Un Blues de Banqueta. En la primera, Mario relata una suerte de diario barriobajero de la experiencia de todos tan temida de pasar tiempo en un centro de rehabilitación. La segunda, un poderoso relato de compartir tiempo con niños de la calle. Dos realidades que, no me dejaran mentir, narradores, cronistas y hasta cineastas han manoseado mil y un veces de todas las maneras posibles. Desde la más oportunista hasta la más cursi. ¿Por qué narradas en la pluma de Panyagua te dan un putazo en la jeta y hace que no las olvides?
Supongo que es por la brutal honestidad con la que lo narra.