Por Juan Mendoza
Presentación de 'Tren Suburbano' de Aldo Rosales.
Librería Bonilla. Jueves 11 de Agosto.
Abriré con una aclaración que
inicia, más bien, parafraseando algo que le escuché a una escritora infumable
que, en apariencia, dedica más tiempo a ser infumable a propósito en redes
sociales de escritores más competentes para obtener likes que a escribir.
Alguna vez dijo que le cagaban las presentaciones porque sólo eran “una fiesta
donde el autor invita a sus amigos para hablar bien de su libro”.
No es que la sentencia sea
errónea, incluso estoy totalmente de acuerdo. Lo que no entiendo es el porqué de la
molestia. Claro que debe ser una fiesta, pues estamos celebrando un
acontecimiento importante y obviamente el escritor invitará a sus amigos. De
pendejo invita a un enemigo que se haya dedicado a leer minuciosamente el texto
sólo para destrozarlo, arruinar las ventas y, de paso, su reputación literaria.
Mucho menos a un desconocido que, probablemente ni lea el libro y se dedique
a recomendar otros textos y otros autores, incluso los suyos propios, antes que
el presentado. Ha pasado. Quiero dar este punto por importante porque Aldo es
mi amigo, mi gran amigo, pero no es por eso que estoy en esta mesa para hablar
de Tren Suburbano. Al menos, no sólo por eso.
Antes de conocer a Aldo, conocí
sus libros. Un editor y amigo en común, Nahum Torres me recomendó Los Panes
y los Pescados. Después otro profe, escritor, editor y amigo en común, Óscar Alarcón, me hizo llegar la colección de libros que edita la BUAP, Extra(e)ditados,
donde venía Sombra-Reflejo. Cuando terminé la lectura de ambos, me había
afanado en conseguir Entre cuatro esquinas y Linde faz. Cuando por
fin tuve de frente a Aldo y brindamos con cerveza y fue a mi casa a celebrar mi
cumpleaños (dos veces), yo ya lo había considerado como un gran narrador y,
también como un gran cronista. Por eso me siento doblemente honrado de su
invitación: 1) porque es mi amigo y los logros de los amigos se deben de
celebrar como propios y 2) porque me entusiasmó de sobremanera la lectura de estas crónicas que yo esperaba con mucho afán. Siendo ambos del EdoMex, y
recordando un cuento/crónica en Linde Faz de un gimnasio en Cuautitlán, sabía
que era sólo esperar un poco para tener la fortuna de tener un libro dedicado a
Cuautitlán, a Tlalnepantla, a Tultitlán, La Quebrada, esa línea que avanza y
traspasa el tren suburbano.
En el prólogo Benjamín Morales de NoFM nos relata cómo y dónde conoció a Aldo y las impresiones que le causaron sus textos leídos en el taller de la Pirámide. Cuenta cómo se encontraron años después y cómo fue que le solicitó hacer un libro de crónicas. Aldo contestó que no sabía lo que era una crónica, y entonces le pidió que escribiera de lo que viera. Agradecí esa absoluta sinceridad que sale de la boca de uno de los mejores escritores y cronistas contemporáneos. Lo digo sin falsa alabanza, es una característica que subraya el talento y la habilidad de Aldo por construir historias, llámenla crónica, cuento, novela, relato, lo que sea. Una habilidad que se desarrolla y se pule y se trabaja, pero es difícil adquirirla. No se aprende. En clases, talleres y cursos aprendes muchas otras cosas necesarias y vitales para el ejercicio de la literatura, pero no puedes aprender a escribir porque nadie te puede enseñar a ser escritor, a tener la habilidad de atrapar a un lector con un texto. Esa habilidad la descubrí en Aldo, y su franqueza brutal de no andar exigiendo reflectores y mejor dedicarse a escribir, afortunadamente para nosotros los lectores
Como habitante del Estado de
México y pasador frecuente de esa frontera invisible entre el EdoMex y la CDMX,
leo con emoción las crónicas de Aldo, porque relatan muchos lugares que
conozco: viaja en los mismos vagones que yo, mira a la ventana y observa el
mismo paisaje. Me siento identificado. El Tren Suburbano da perfecto
título a este compilado de crónicas.
Estos vagones que transgreden la frontera y facilitan la llegada de miles de
personas también nos recuerdan que la condición humana retratada en las
crónicas no es condicionante ni depende de una situación geográfica. El viajero
del Tren Suburbano transpone kilómetros tras de sí para darse cuenta que la condición humana, es la misma en el destino. Pareciera que viaja con él, que
también compra una tarjeta, abona saldo para un “viaje largo” y llega al mismo
lugar, a todos los lugares, de donde parece nunca haber salido.
En el Estado de México no todo es
atraco en combis, no todos se llaman Brayan (sí un montón, pero no todos), no
todo es Ecatepec o Toluca, mucho menos Mordor y no todo es un Establo.
Aldo lo sabe bien y va más profundo, desentierra los huesos de las historias.
Porque sabe que la miseria del alma es como éstos huesos: al final todos, y en
todos lados, terminan por parecerse.
Compartiré un par de párrafos que me parecieron contundentes para aterrizar de lo que hablo:
“El Hombre parece asustarse. Quizá en otras ocasiones le han recriminado por tomar algo que, si bien en principio no es suyo, podría pertenecerlo porque a nadie sirve: sólo a él: como los pepenadores, los trabajadores de limpia, los que recogen latas y plástico y también los escritores, que recogen lo que los demás consideran basura y le encuentran un uso, un último uso. Ya sea palabras, latas, fierros; el aire (uno de esos oficios es inútil. No diré cuál).”
La Letra que Divide el Mundo
“Mañana vendrán por el perro, por eso no le he puesto nombre. Porque un nombre borra el anonimato. Por eso los perros callejeros deben llamarse así: Perros callejeros. Por eso los niños de la calle deben llamarse sólo así, niños de la calle. Un nombre tiene vida, los números no.”
Usted no lo va a creer.
Como ven, Aldo es un atinado
observador de la presunta cotidianidad y encuentra la manera de pulir una
historia y regalárnosla. Sabe que ya no es suya, mucho menos el impacto. He
confesado más de una vez que me ha dado mucho entusiasmo la lectura de este
libro, pero también me dio tristeza, es imposible no pensar en qué fue de aquel
niño que se queda solo al cuidado de sus hermanos mientras su madre sale a
trabajar y que estuvo dispuesto a regalarle un perrito. De aquel pepenador que
no pudo zafar una varilla, de los presos, de los inmigrantes, de todas las
personas variopintas que pasan por estas páginas, de las ferias, de los
puentes, de las calles que siempre están arreglando. No puedes evitar pensar en
ellas y suspirar con cierto remordimiento, con melancolía y tristeza infinita.
Hay también la crónica que te
saca una sonrisa, cuando te identificas, cuando reconoces la calle, los puestos
del mercado, las ocurrencias. Ya lo dije y lo repito: esa brutal honestidad es
una característica que personalmente agradezco, porque además de todo, la
lectura de Tren Suburbano me hace sentir que estoy destapando una
caguama que vamos a compartir en vasos de plástico, sentados en una banqueta de
alguna calle de Cuautitlán, con una grabadora de pilas en volumen bajito, y
mientras se rolan una cajetilla de cigarros le pedimos a Aldo Rosales nos
cuente cómo le fue el día de hoy que se lanzó al Faro Indios Verdes… entonces enciende
un cigarro, le da un largo trago a la cerveza toma aire y…
… Y es aquí donde termino de
hablar para invitarlos a leer el libro, para agradecer a Aldo por haber escrito
Tren Suburbano, a Malpaís por publicarlo, a la Librería
Bonilla por abrir el espacio y a
ustedes por escucharnos y, más importante, por buscar el libro, por leerlo, por
darle vida y continuidad a las letras de Aldo Rosales.