Inferno
Germán Cejudo
Renunciaste al mal. Es tu bautizo. Fuiste bendecido y tu cabeza fue sumergida en agua bendita. Aniquilaron el pecado original como tú la aniquilaste a ella.
No tienes tiempo de pensar en el pasado porque el pasado no existe y nunca ha existido. Eres un asesino y un cobarde, malnacido psicópata de mierda. Te regodeas con el llanto de la gente mientras sonríes cínicamente.
Recuerdas el momento en que quitaste una vida y eso te da algo parecido al placer y a la felicidad. Pero también recuerda que el pasado no existe, ya te lo dije.
Lloraste cuando el sacerdote te secaba y tu madrina te sostenía con delicadeza. Tu familia hacía sonidos que provoca la ternura mientras tu llanto se expandía con un eco en la iglesia medio vacía. No recuerdas ese momento porque quemaste las fotografías.
¿Qué queda de ti? Flotas en el espacio-tiempo, lejos de todo, adentro de la burbuja que te lleva al centro donde viven la furia y la tristeza, como dos núcleos que se pelean por atraer el sentido de tu vida.
¿Alguna vez piensas en ella? Intenta recordar la sonrisa que ponía cuando estabas en sus brazos y tus miedos se esfumaban y la calma te invadía. Convierte su felicidad en tu martirio, que su belleza se transmute en el horror y el vacío que te espera porque es lo único que hay en el infierno.
Vive aterrado en ese sueño eterno y, cuando pienses que has despertado, date cuenta que estás en un sueño dentro de otro peor que el anterior.
Que una profunda ansiedad y un imperante terror te invadan y apaguen tu risa como se apagó la risa de tu madre cuando la mataste.