El 5
de julio del 2021 leímos en varios titulares que nos había dejado y se nos
derritió la cara. Luego nos enteramos de que ocultó la enfermedad para no
hacernos sufrir. Quiero creer que nos protegió o que, de algún modo, nos
quería. Raffaella, la de sonrisa luminosa, de cuerpo ligero y flexible, de
luces, baile y purpurina. La de abdomen desnudo, en riesgo de censura por el
Vaticano y con éxito total en hacernos sudar. Aquella, la que aconsejaba no ser
aprehensivos si nos abandonaba un amante, y de la que, más allá del erotismo
juguetón de sus letras, lo que más se asomó en su airosa melena fue alegría y
agradecimiento por estar viva: búscate
otro más bueno, vuélvete a enamorar.
A la
Carrà le debo mucho. Si me la encuentro en otro plano existencial se lo haré
saber. Aunque la conocí décadas después de que triunfara en Italia, España y
luego en América Latina, sus canciones me regalaron vida en medio de bajoneos
seriales que tengo desde los primeros años de este siglo. Quienes padezcan lo
mismo, sabrán con qué aprecio particular nos resguardamos en ciertas piezas de
arte igual que si fueran trocitos de chocolate.
Raffaella, astronauta que viaja por el tiempo y el espacio; un sol en los cuerpos y corazones de varias generaciones.
Raffaella
Maria Roberta Pelloni, con el cabello perfecto después de haber agitado la
cabeza con locura.
Verla
interpretar Fiesta en TVE después de
sus sesenta, hacer sentadillas como si nada a dúo con Maradona o entrevistar a
una Madonna intimidada por su sencillez y confianza. Imaginar en Figueras a una
pequeña Mónica Naranjo que veía con ilusión las presentaciones de nuestra showgirl, luego buscando a Dalí y pidiéndole
consejo para ser artista. Estas imágenes son postales que me llevo a cualquier
reunión. Cuando suena algo de Carrà y alguien no sabe quién es, entonces yo me
hago la ofendida, pero solo para exagerar y generar interés en estos datos que
no sirven para encontrar la cura del cáncer de pulmón.
Fue declarada por ella misma como comunista: palabrita que asusta y disgusta. Yo la defiendo como Abraham Simpson a Homero: mi Raffaella no era comunista: podía haber sido una diva, cantante, compositora, bailarina, coreógrafa, presentadora de televisión, productora, vedette, actriz, altruista, comunista, pero nunca una estrella fascista.
Y en su total expresión de libertad y glamour, en el
promover la adopción de niños, en el manifestarse a favor de los derechos
humanos, nuestra Raffaella se convirtió, con pulso natural, en un ícono LGBTQ+,
emulada por la eternidad en karaokes, espectáculos drag y en shows de
imitadores. Ícono camp en el que se
refugió una parte de la población aún no comprendida en el siglo XX,
cobijándose bajo su manto de lentejuelas con ironía, humor, mientras ella
aparecía con un cuerpo que pisaba fuerte sobre el escenario.
Por
cierto, yo tuve una suegra que era igualita a Raffaella Carrà. Asimismo, mi ex
era clavado a su madre. Un día le conté esto a mis amigas y una de ellas me
dijo que Freud me estaba arqueando una ceja desde su tumba: estabas con ese
chico porque te gusta Raffaella. Y puede que tenga razón: la Carrà me dejó
huérfana de algún modo. Aunque los íconos no mueren, o no deberían morir,
dicen. Siempre fue fácil acordarme de su cumpleaños, porque casi compartimos
fecha (yo soy del 17 de junio, Raffaella del 18). Y con la cercanía hacia su
aniversario luctuoso, esto se siente como un traje de lurex vacío.
Raffaella
romana, madrileña, argentina o chilena: Tutto Carrà! Se fue hace un año, justo
cuando decidí tirarme al vacío,
palabras de otros lo que para mí ha sido renunciar a un trabajo y dedicarme con
serenidad al autocuidado y a las letras. Desde entonces he escrito varios
relatos, he participado en talleres de escritura, exploré métodos, ya me he
reído y llorado con mis textos y los de otros. He publicado poco, aunque sigo
enviando a editoriales y convocatorias con perseverancia. También ya me he
frustrado cuando mis cuentos cortos tienen muchas explicaciones, cacofonías,
poco o mucho desarrollo. O cuando parece, ya finalizados, que quizá no
funcionan. Lo normal en este oficio.
En
este año escribí sobre androides, mascotas mágicas, fantasmas, sobre gente
cercana a mí, gente que quiero y otra a la que no. Y bueno, hace unos días me
salió un cuento para ella, basado en un rompimiento que dolió en su momento y
que ahora me divierte mucho porque acabé bailando hasta la madrugada con unas
niñas y unas señoras en una fiesta mayor. No fue evasión, lo que me hizo pasar
del dolor a la alegría fue ese hechizo que ella lanzaba a los que bailábamos su
música.
En
algunos talleres de escritura, elegantemente me han dicho que aún estoy
buscando mi voz, en referencia a mi versatilidad aleatoria, aunque también lo
llaman inconsistencia. No pasa nada: y qué tiene, pienso. Me gusta, algo se
enciende dentro de mí cuando escribo. Explota, explota mi corazón. Igual que
Raffaella, quizá no tengo una gran voz, pero tengo desparpajo.