Por Iván Mata
Pinche vato, te quiero tanto
Tengo dos opciones:
1.- escribir mi biografía con un lápiz del número dos.
2.- mamarte la verga que aseguras tiene sabor a manzana.
Tengo otras dos opciones por si elijo la opción 2:
1.- escupir los besos infantiles que sueles darme cuando estás pedísimo.
2.- asegurarte, por milésima vez, que nunca me voy a ir de nuevo; a menos de que me aburra y necesite de una verga sabor pera en mi boquita de mazapán.
Pronuncio tu nombre y…
Digo la palabra girasol
y todo lo que siento
es una palabra enorme taladrando
mis desgastados dientes.
La palabra de cualquier flor
aquí, ahora, no es válida.
Girasol de azul celeste.
Girasol de noche y zafiro.
La palabra lleva en su interior
una gotita de anaranjada neblina
y lejanos pasos. De hecho, siento al pronunciarla
que mi lengua se aleja de mi boca más lejos
inalcanzable, tremenda, profundamente
decidida a huir siempre
al desierto de una autopista.
Y si hueles, la palabra tiene olor
a fierro y madera carcomida
por el agua.
Girasol, palabra que pronuncio
antes de hacer el amor, antes, incluso
de abrir los ojos por la mañana.
Girasol que en sus semillas
encontré mi carencia
y mi mayor destino.
Dejarla de pronunciar ahora
llevaría a aceptar
mi cordura y mi repudio
por una cruz sin nombre
ni fecha de fallecimiento.
La despedida
Tengo entendido una cosa:
tú vas a dejar de amarme
a partir de este momento.
Todo el tiempo,
me burlé de ti.
No te creas, amor.
Yo te pienso. Yo te quiero con bien.
Sé que es con ella, y con todas las mujeres del mundo.
Yo, amor, no soy una mujer y no soy ella.
Soy un pastor de cabras.
Un hombre que mete los pies desnudos
en un río estéril y lleno de espinas.
Ese que va por ahí con un sombrero,
orando por encontrar
un girasol celeste.
Taller literario de 5 a 7
Tan difícil es describir a una mosca
posada sobre un pastel
Intenté de otras maneras escribir
cómo la mosca voló hacia el pastel
y batió las alas deshaciéndose
del polvo
No pude siquiera apreciar con mejor detalle
el color tornasol
que la mosca tiene impregnado
en los pelos horribles
Me enseñaron en todos los talleres literarios
a los que acudí que debía decir las cosas
de diferente manera
Lo intenté, pero no logré nada; en vano
gasté los minutos
en mirar a la mosca
Mosca maldita, hija de puta, negra
a tu conveniencia
Tenías que haber nacido mosca
cuando pudiste ser el pastel en el que te posaste
a batir las alas deshaciéndote del polvo
o ser el olor inconfundible
de una hamburguesa.
Pedacito de pastel
Bastaría con ponerme los zapatos, acariciar a mi gata,
mirar a través de mi ventana, fumar un cigarro, más bien
veinte o treinta, los necesarios,
para dibujar en mi cerebro imágenes lindas y hasta cierto punto
curiosas de una lombriz o de un lince.
Ver esas imágenes a detalle con ojos negrísimos, ojos que si los mira la gente
que no me conoce hasta podría decir que tienen un destello de cobre en el iris y mucha tristeza contenida o desparramada, dependiendo desde qué ángulo me miren y si el viento trae hacia delante mis cabellos explosivos.
Porque tengo una sombra en mi rostro
que cubre la mitad de mi cara y los golpes que me dan los hombres malos.
Porque sí hay hombres malos en mi vida. Y ese gente que sí me conoce
sabe que mis ojos están muertos desde hace tiempo.
Sabe que la sombra que cubre mi rostro
ha estado ahí desde que una mariposa se posó en mi nariz.
Y esa gente que en verdad me conoce
podría decir muchísimas cosas, como que prefería el mango, el color verde,
una botella de agua fría y las vías del tren.
También podrían contar la verdad, pero no creo que
se atrevan a decirla porque entonces: yo volaría lejos, yo sería yo,
yo me pondría otro tipo de zapatos, me aplicaría perfume, y por primera vez
me cortaría el pelo
como un hombre decente.
Tengo entendido una cosa:
tú vas a dejar de amarme
a partir de este momento.
Todo el tiempo,
me burlé de ti.
No te creas, amor.
Yo te pienso. Yo te quiero con bien.
Sé que es con ella, y con todas las mujeres del mundo.
Yo, amor, no soy una mujer y no soy ella.
Soy un pastor de cabras.
Un hombre que mete los pies desnudos
en un río estéril y lleno de espinas.
Ese que va por ahí con un sombrero,
orando por encontrar
un girasol celeste.
Taller literario de 5 a 7
Tan difícil es describir a una mosca
posada sobre un pastel
Intenté de otras maneras escribir
cómo la mosca voló hacia el pastel
y batió las alas deshaciéndose
del polvo
No pude siquiera apreciar con mejor detalle
el color tornasol
que la mosca tiene impregnado
en los pelos horribles
Me enseñaron en todos los talleres literarios
a los que acudí que debía decir las cosas
de diferente manera
Lo intenté, pero no logré nada; en vano
gasté los minutos
en mirar a la mosca
Mosca maldita, hija de puta, negra
a tu conveniencia
Tenías que haber nacido mosca
cuando pudiste ser el pastel en el que te posaste
a batir las alas deshaciéndote del polvo
o ser el olor inconfundible
de una hamburguesa.
Pedacito de pastel
Bastaría con ponerme los zapatos, acariciar a mi gata,
mirar a través de mi ventana, fumar un cigarro, más bien
veinte o treinta, los necesarios,
para dibujar en mi cerebro imágenes lindas y hasta cierto punto
curiosas de una lombriz o de un lince.
Ver esas imágenes a detalle con ojos negrísimos, ojos que si los mira la gente
que no me conoce hasta podría decir que tienen un destello de cobre en el iris y mucha tristeza contenida o desparramada, dependiendo desde qué ángulo me miren y si el viento trae hacia delante mis cabellos explosivos.
Porque tengo una sombra en mi rostro
que cubre la mitad de mi cara y los golpes que me dan los hombres malos.
Porque sí hay hombres malos en mi vida. Y ese gente que sí me conoce
sabe que mis ojos están muertos desde hace tiempo.
Sabe que la sombra que cubre mi rostro
ha estado ahí desde que una mariposa se posó en mi nariz.
Y esa gente que en verdad me conoce
podría decir muchísimas cosas, como que prefería el mango, el color verde,
una botella de agua fría y las vías del tren.
También podrían contar la verdad, pero no creo que
se atrevan a decirla porque entonces: yo volaría lejos, yo sería yo,
yo me pondría otro tipo de zapatos, me aplicaría perfume, y por primera vez
me cortaría el pelo
como un hombre decente.
Iván Mata (Guanajuato, Gto, 1989) Sus poemas han sido publicados en revistas electrónicas e impresas en Argentina, España, México, Venezuela, Perú. Antalogado en el número 209 de Punto de Partida (UNAM) "El fragor de otras voces. Diez jóvenes poetas guanajuatenses". Y por la revista Alternativas "28 poetas del Bajio menores de 28 años". Aparece en el muestrario poético "Las avenidas del cielo" (UG/UAA) y en las antalogías "La vida va" (La Rana), "Círculos de agua" (La Rana), "Letras interiores", "Poesía no consagrada" (Granuja), "Escritura desde el encierro" (Los Otros Libros) y “Los poetas de la memeración” (Awita de Chale). Es autor de los poemarios "Vómito de una pistola sin gatillo" (Los Otros Libros), "Soy Cebra" (Granuja), "Ivanna Kill" (La Rana) y "Papá Fentanilo" (No lo tiré). Ha sido integrante de la primera, segunda, tercera, quinta, sexta y séptima generación del Seminario para las Letras Guanajuatenses con los tutores: Eusebio Ruvalcaba, Marcial Fernández, José Luis Bobadilla, Ángel Ortuño, Geney Beltrán, José Kozer y Rocío Cerón.