Hay imágenes que, como la
muerte, nos llevan sin pedir permiso hacia la oscuridad. Ese fue mi pensamiento
al verme, cara a cara, con la impactante colección expuesta en el Museo de los
Pintores Oaxaqueños: Obra Inédita 1989-2021, del pintor Jonathan Barbieri
(Washington, 1955).
Entre los pasillos del
museo, nos podíamos topar con el cuadro de una niña peinándose el cabello con
los dedos sangrantes, frente a un pastel azul. Una buena porción de sesos sobre
un plato de cerámica con el fondo verde pistache. O también la reunión de
amigos en una cantina, en la que no sólo convergen personajes melancólicos,
sino también sus emociones, sus demonios y tristezas, emergidos por la bravura
del alcohol.
Jonathan llegó a México
en la década de los ochentas y encontró su lugar en el estado de Oaxaca. En
aquellos años, quedó fascinado por las cantinas del centro: sitios concurridos
por seres marginales que viven a flor de piel ese lado humano maldito que no se
elige y se impone como un destino. Como una cruz.
Podemos encontrar la obra
que resultó de esta época en el libro La Pierde Almas, editado y publicado por Punta Cometa y Quarentena Ediciones. En este copilado de dibujos y pinturas, Barbieri nos da un
recorrido por las ya extintas cantinas de Oaxaca de la década de los noventa.
En la que muchos de los obreros, prostitutas y locos se reunían para escenificar
ante los ojos despiertos del pintor un momento, un instante irrepetible que
debió plasmar para grabarse en su memoria y en el tiempo.
En estos espacios donde imperan las luces opacas y sucias, Jonathan descubrió lo que es, desde mi punto de vista, ese hilo negro que conecta a toda la humanidad: emociones feroces y profundas como la traición, la soledad, la envidia y, por supuesto, el amor.
Los personajes de este
artista cuentan una historia con sólo observar su expresión, un gesto y también
ubicando el lugar que ocupan en las pinturas. El autor maneja cuartos pequeños,
cerrados, en los que se pude ver esa neblina del humo de cigarro, o un cuarto sin
foco, pero con la iluminación suficiente para distinguir excremento a los pies
de un muchacho.
El espacio que se maneja en varias de estas pinturas es íntimo, apenas un cuarto en el que, como espectadores, nos incluye. Como si la vista del otro fuera una cuarta pared que permite la intimidad de una revelación.
Analizando la obra de
este artista, que utiliza con gran destreza y emotividad la pintura de
caballete, me lleva a pensar en qué es lo que inspira a pintores como Barbieri,
Goitia, José Clemente Orozco y Julio Ruelas a girar la vista a este lado oscuro
de la humanidad para llevarlo al arte. Qué es lo que nació en escritores como
José Revueltas y Juan Rulfo para dejar de lado historias épicas, de conquistas,
de triunfos y victorias, para sumergirse en las aguas pantanosas de la
marginalidad, la miseria y la locura.
Una suerte de respuesta
la encontré en la magnífica obra Las Posibilidades del Odio, de la mexicana
María Luisa Puga. La escritora nos entrega una novela que tiene como tema
central la colonización africana. Más tarde, en su diario, Puga nos dice que al
vivir en Nairobi se dio cuenta que el hambre es la misma en México y en África.
El dolor es el mismo en todo el mundo.
De forma invariable, esto
me lleva a concluir que hay cierta unificación en el dolor, en la soledad, en
el amor peligroso y titánico que nos arrastra casi siempre a la devastación. Es
en pinturas como las de Jonathan Barbieri que encontramos la puerta que nos
conduce a una introspección profunda.
¿Qué es lo que lleva a los artistas (de cualquier tipo) a llevar estos temas al arte? Quizá la respuesta la encontremos dentro de nosotros mismos, al dejarnos envolver y guiar por estas obras. Observando sus trazos y temas más allá de polémicas estéticas. Lo bello y lo cruel son caras de una misma moneda.
La oscuridad y la luz
están presentes de manera armónica en la obra de este pintor, que a través de
su mirada nos invita a contemplar escenas que nos estremecen y nos arrebatan por
un momento del atiborramiento de la cotidianidad, y dirigen nuestra vista y
entrañas a la miseria, a la perdición de los vicios, a la locura, al absurdo, a
experimentar por un momento el sinsabor de la muerte.