¿Qué tanto podemos perder en nuestras vidas cuando callamos lo que sentimos o lo que sabemos? ¿A dónde se fuga todo eso que no verbalizamos, que no dejamos ver de nuestra alma, pero que afecta nuestra cotidianidad?
Los anteriores cuestionamientos forman parte de una interpretación muy personal acerca de "Drive my car", la reciente ganadora del Oscar como mejor película internacional, dirigida por Ryûsuke Hamaguchi, basada en el relato corto del célebre escritor japonés, Haruki Murakami.
La cinta en cuestión hace énfasis en el silencio y sus diferentes connotaciones, por ejemplo, la de ser un implacable verdugo del protagonista, un actor y director teatral llamado "Yusuke Kafuku", que aún sabedor de que su esposa "Oto" tuvo relaciones sexuales con muchos hombres, jamás se lo menciona.
Su estado emocional se agrava cuando ella, otrora realizadora y contadora de historias, muere repentinamente, lo que provoca que el personaje estelar caiga en una espiral de dolor o pesadumbre.
Años después, cuando él es invitado a dirigir una obra en Hiroshima, conoce a una conductora reservada y enigmática, "Misaki", que solo habla lo necesario y que lo ayuda a trasladarse a su centro de trabajo.
Pese a la economía de sus lenguajes, ambos comienzan a revelar los traumas de sus pasados rompiendo con el mutis emocional que se han autoimpuesto.
Sumado a lo anterior, el guion de "Drive my car", que ganó un reconocimiento en el pasado Festival de Cannes, incluye a un personaje secundario mudo, una creadora que no se deja sobrepasar por su condición física para transmitir sus emociones, junto con su arte.
Ahí, el silencio juega un papel de superación personal, de un ente que desafía, reta o transforma.
"¿Qué tanto podemos perder en nuestras vidas cuando callamos lo que sentimos o lo que sabemos?", escribí al inicio del presente texto.
En el caso del personaje central, la principal pérdida que padece es su propia alma, su paz mental.
Sin embargo, la premisa de "Drive my car" implica otras vertientes, como la de función terapéutica del arte, el cual también sirve para sanar o liberarse de demonios internos.
Sumado a lo anterior, Hamaguchi plantea una reflexión que para muchos ha pasado desapercibida, que tiene que ver con la libertad sexual de uno de sus personajes femeninos, la esposa-guionista que fallece en el prólogo de la película.
Al respecto, en uno de los diálogos expresados por "Misaki" (la conductora), se lee lo siguiente:
"¿Tan difícil sería aceptar que ella simplemente era así, que te siguiera amando de todo corazón y mantuviera relaciones con otros?"
Lo anterior puede considerarse como una especie de gran reto enmarcado en la lucha por la equidad de género, misma que ya debiera consolidarse, a plenitud, en este siglo XXI.
Así, el filme de Hamaguchi invita a reflexionar en el poder de los silencios, en que si bien las palabras pueden herir mucho, igual o más pueden lastimar las palabras no expresadas, los sentimientos no exteriorizados, al grado de conducirnos por la vida sin tomar el control del volante, al borde del descarrilamiento.