Creo que el primer nombre que pensamos fue Pensilvánica. Sí, Pensilvánica. ¿A poco no suena genial? Pues fue idea mía. Se me ocurrió porque la familia de Beto es de allá. Recuerdo que nuestra primera conversación se trató de eso, cuando íbamos en segundo de preparatoria. Cierta clase, el profesor quiso saber quién hablaba inglés y Beto y otras dos muchachas levantaron la mano. Disque querían hacerse las bilingües, pero el único era él y el profe le preguntó dónde había aprendido. Beto dijo que su mamá era american citizen.
A mí nunca me ha dado pena preguntar las cosas, así que cuando acabó la clase, me le acerqué para saber qué significaba eso tan chistoso que había dicho. Es cuando naces en el otro lado, me dijo, y le pregunté si él también era emerican sitisen, pero me dijo que no, que él era de aquí, de Ensenada. Me contó que su mamá venía de Pensilvania y también me tuvo que explicar dónde quedaba eso. Resultó que su papá estudió allá, conoció a su mamá, se casaron y toda la cosa, y luego se vinieron para acá a manejar un negocio de vino.
No sé cómo
salió en la plática la música en inglés y la música en español. Yo le dije que
casi no me gustaba la música en inglés porque lo más bonito de una canción es
la letra y si no le entiendes, no tiene sentido. Él me dijo que su banda
favorita en español era Soda Stereo y entonces le dije que la mía también. Y
listo, nos hicimos amigos.
La verdad,
creo que eso sucedió en el momento más oportuno para los dos. Como él era nuevo
y no conocía a nadie, y como yo me la pasaba trabajando después de clases,
ninguno tenía más amistades. Ese mismo día me invitó a su casa, me dijo que
tenía una colección grandísima de revistas donde aparecía Gustavo Cerati y,
como aquel era mi día libre, le dije que estaba bien. Agarramos el camión
afuera de la prepa y nos bajamos por Valle Dorado.
Tremenda casota.
En cuanto entré, lo primero que me pregunté fue por qué Beto estaba en una
prepa pública. Tenían alfombras y candelabros y espejos por todas partes, hasta
de esas tazas que ahorran agua en los baños. Subimos y me enseñó las revistas,
que sí eran geniales y todo, pero quedaron en segundo plano cuando vi qué más
tenía en su cuarto: una batería, su propia batería, enorme y completita.
Me confesó
con mucha pena, haciéndole como si estuviera bromeando, que algún día le
gustaría formar parte de una banda. Y yo le confesé, sin nada de pena, que algún
día me gustaría formar mi propia banda. Fue muy gracioso, porque en ese
momento nos quedamos callados, viéndonos el uno al otro. Nuestro grupo musical
había nacido.
***
La segunda propuesta
que consideramos fue Love to go. Obvio fue idea de Beto, él era el del inglich.
Creo que se le ocurrió una vez que estábamos hablando de mi empleo como
repartidor de pizzas. Le conté que me gustaba porque en ninguna otra clase de trabajo
te ordenan manejar una moto lo más rápido que puedas. Esa misma razón fue por
la que renuncié tiempo después, cuando ya tenía demasiadas cosas rotas adentro
como para arriesgar a romperme las de afuera. Pero esa tarde yo le dije que era
una gran idea y Beto lo anotó en su cuaderno especial para notas, ese que luego
agarramos como una especie de diario de la banda.
Era la noche
de nuestro primer ensayo. Beto le había pedido permiso a su mamá para tocar en
la casa, incluso me presentó con ella y todo. Traté de ser amable, pero hasta
hoy sigo pensando que esa primera vez que me vio, hizo cara de fuchi. Había
llevado mi guitarra, la vieja y confiable acústica que me heredó mi jefe,
aunque no niego que me dio un poco de pena sacarla de la funda ahí enfrente de
Beto y la batería brillando nuevecita.
Pero ya estoy ahorrando para una eléctrica, le dije, y además la vieja
confiable aún truena como si estuviera recién estrenada.
Ese fue el
día que conocí a Evelyn. Llegó más noche, cuando ya llevábamos rato dándole a Persiana
Americana. Mira Mani, ella es mi novia Evelyn, me dijo. Evelyn, él es mi
amigo Manuel, del que te conté, le dijo a ella. Nos saludamos de mano, era
poquito más alta que yo, de ojos y pelo canela. Todavía recuerdo que por un
segundo me quedé viéndola atontado, pensando que era obvio que una chava tan
guapa como ella saliera con alguien como Beto, todo güerito y, además, de
dinero. Muchachas así no se fijan en hombres como yo, pensé, que soy prieto,
flaco y vivo en la Chapultepec.
Fue
divertido que Evelyn se sumara, porque era chistosísima e hizo que lo que
restaba del ensayo se pasara volando. Nos hicimos amigos rápido y cuando ya me
iba hasta me pasó su contacto, Beto no dijo nada. La bronca fue cuando llegó su
papá. Venía del trabajo y como que Beto ya se las sabía, porque en cuanto escuchó
que estacionaba el carro, se puso muy nervioso y nos pidió que le bajáramos dos
rayitas a nuestras carcajadas.
No sirvió de
nada, porque de todos modos su jefe terminó entrando al cuarto, rojo como
tomate. Ya me había dicho Beto que a su papá no le gustaba que tocara la
batería, que era muy poco tolerante al escándalo y que, en todo el mundo, él
era al que menos le interesaba el rollo del indie-rock. Esa misma noche
pude comprobarlo con mis propios ojos, porque entró gritándole como si ni Evelyn
ni yo estuviéramos ahí.
En la vida,
ningún sermón me ha dolido tanto como la regañada que le metió su papá esa vez,
y eso que ni siquiera me hablaba a mí. Ya fue suficiente, le gritaba, ya deja
de perder el tiempo en pendejadas, y yo nomás miraba a Beto hecho bolita sobre
el banco, como queriendo esconder las baquetas con el cuerpo. En su lugar, yo
sí me hubiera agüitado después de semejante regañón, pero para Beto, que ya
estaba acostumbrado, representó otro motivo para echarle más ganas a la música.
Desde esa ocasión, procuramos empezar los ensayos más temprano para terminar
antes de que llegara su papá.
***
Equis equis asterisco se nos ocurrió estando borrachos. La verdad ya estábamos medio frustrados de no encontrarle un nombre apropiado al grupo, por lo que nos comprometimos a que todas las ideas que pensáramos, así fueran las más tontas, tendríamos que considerarlas.
Fue una vez
que invité a Beto a una reunión de mis primos. Como que tenía poca experiencia
en fiestas, porque desde que llegamos estaba todo perdido y la verdad sí se
veía medio fuera de lugar. Tampoco tenía experiencia con el alcohol, pero eso
lo supe demasiado tarde, cuando ya le había puesto en la mano vasos de todo. Me
sentí responsable de que se empedara tan rápido, por eso lo anduve cuidando el
resto la noche, digo, por si se vomitaba o algo así.
Alberto era
de esos borrachos que sueltan todas sus verdades, aunque no se las pregunten. Empezó a abrazarme y a decirme que yo era la
persona más genial que había conocido, que era su mejor amigo, que no iba a
dejar de hablarme, sin importar que sus papás se lo pidieran. Eso me llamó la
atención y empecé a sacarle la sopa; terminó confesándome que yo no le caía ni
tantito a sus jefes y que pensaban que terminaría abandonando la escuela influenciado
por mis ideales de música.
Después se
la pasó hablando sobre cuán insoportables eran su papá y su mamá. Querían
hacerlo estudiar una ingeniería y despuesito mandarlo a Pensilvania con la
familia de su mamá, para que luego regresara y dirigiera los viñedos de su
papá. Pero yo no quiero eso, decía, llorando sobre mi hombro y limpiándose los
mocos con mi camiseta.
También me
habló sobre cómo las cosas con Evelyn habían cambiado, que ya no era lo mismo
que antes y que presentía que iban a terminar. Al escuchar eso, me sentí un
poco culpable, porque las últimas semanas Evelyn y yo nos habíamos mensajeado
mucho. En realidad no tenía culpa de nada en específico, pero de todos modos me
tomé otras cuantas botellas para deshacerme de la sensación. Al final terminamos
llorando los dos, luego riendo, luego volviendo a llorar, haciéndonos la
promesa de llegar a ser famosos en el futuro.
Ya bien de
madrugada, cuando quisimos llamar un taxi para que Beto regresara a su casa, ni
él ni yo podíamos marcar bien la digitación. Yo seleccionaba puros gatos, él
puros asteriscos y en la pantalla solo aparecía una equis con cada número equivocado.
***
Creo que fue el último año de la prepa cuando yo sugerí Pecado
Siniestro. Lo sé, es bastante malo, pero también lo era la banda en aquel
momento. Seguíamos practicando en la casa de Beto, no tan seguido como antes.
Desde que me dijo lo de sus papás fui más consciente de ello, prestando
atención a cómo me miraban, a la forma en que se referían a mí. Su desagrado
era evidente, sé que Beto también lo notaba. Supongo que de verdad me
consideraban una mala influencia para su hijo.
Lo único
bueno de ensayar en su casa era que podía ver a Evelyn. Se pasaba casi todas
las tardes con nosotros, escuchándonos tocar, desafinar y volver a intentar.
Ahora que lo pienso, creo que fue por esos días que Beto empezó a ponerse más
serio. Como que ya no quería echarle las mismas ganas a la batería, porque azotaba
los tambores sin emoción.
Nuestras
canciones empezaron a sonar más sosas, pero no me atreví a decirle nada. En su
lugar, lo platicaba con Evelyn, que opinaba lo mismo que yo. Ella también
estaba preocupada por él, pero sabíamos que, si su cambio de actitud se debía a
los problemas con sus papás, no nos podíamos meter.
Un fin de
semana, Beto me avisó que se cancelaba el ensayo porque iba de viaje a Estados
Unidos. Fue ese sábado en la tarde que Evelyn me escribió, diciendo que le daba
lástima lo de la reunión porque tenía ganas de verme. Yo le dije que nos
podíamos ver de todos modos, si esperaba a que saliera de trabajar. Así que esperó
y salimos.
Primero
fuimos al cine, luego le invité una nieve y ya en la noche la acompañé hasta su
casa. No quiero que se malinterprete, yo hacía todas esas cosas porque era mi
amiga y los amigos se tratan bien entre ellos, ¿no? Pero admito que después sí
nos pasamos. No había nadie en su depa, me invitó a pasar y no me negué. Estuvo
increíble, pero solo por un rato, porque después nos cayó el veinte de lo que
habíamos hecho. Entonces me dijo que si yo no decía nada, ella tampoco lo
haría. Así quedamos.
Y ninguno le
dijo. Bueno, yo no le dije y ella dice que tampoco. Después tuve la sensación
de que Beto se había dado cuenta de todas formas.
***
Del último nombre para la banda me enteré por casualidad,
revisando el cuaderno. Esos últimos meses de preparatoria fueron raros, como
que ya no sabíamos muy bien a dónde pertenecíamos. Venía el examen para la
universidad, todo mundo andaba bien nervioso. Yo iba a aplicar para música,
Beto para ingeniería en la universidad privada. Después de esa noche de la
fiesta, no volvió a comentarme nada sobre lo que quería y lo que no quería
hacer con su vida y yo tampoco volví a preguntar.
No sé qué
sucedió, no sé explicar por qué las cosas se pusieron tan extrañas. Ya un par
de meses antes de la graduación habíamos suspendido los ensayos; sinceramente,
se había vuelto muy incómodo si quiera pararme por su casa. Beto sabía que no
me sentía bien estando ahí y dejó de invitarme. Se volvió muy distante por esos
días, como muy desganado. Yo sabía que le estaba pesando lo de sus papás y
tener que irse a estudiar lejos, así que mejor le di su espacio, para que meditara
y toda la cosa.
Bueno,
admito que también me alejé porque me sentía culpable de lo sucedido con
Evelyn. A ella ya no la veía y tampoco nos mensajeábamos. Hasta después me
enteré de que rompieron justo unos días antes de las vacaciones de verano. Me
parece que él la terminó a ella, no sé los detalles.
Al principio
fue muy solitario, tanto para él como para mí, porque estábamos acostumbrados a
ser la única compañía del otro. Con las semanas nos fuimos rodeando de otra
gente, buscándonos menos y alejándonos más, hasta que llegó el día en que ya ni
nos hablábamos. Yo siempre procuré mínimo saludarlo, aunque después de un
tiempo le perdí la pista. De lo que fue de él las semanas siguientes a la
ceremonia de graduación, no supe gran cosa.
Creo que había pasado un mes exacto cuando Evelyn me llamó por teléfono. No hacía mucho calor, pero la humedad era horrible. Lo recuerdo porque estaba sentado en el patio de mi casa ensayando una canción y la guitarra se me resbalaba de las manos sudadas. Sonó el celular, contesté y hablamos casual un rato, cómo estás, cómo te va, qué has hecho. Pero sonaba rara en la línea y le pregunté qué tenía, que si había pasado algo. Me preguntó si era una broma. Le pregunté por qué tendría que ser una broma.
Y me lo dijo. Y luego yo le pregunté si era una broma.
Pensó que sabía, pero le dije que no, que no sabía, porque nadie se había tomado la molestia de avisarme. De avisarme que hacía una semana, dieron a Beto por muerto. De avisarme que hacía una semana, Beto se había matado.
Resultaba que la noche de un jueves se había despedido de su mamá y de su papá como si nada, avisando que se llevaría el carro porque iría a visitar a Evelyn. Sus papás le dieron permiso y así salió de su casa, no hacia el depa de Evelyn, sino en dirección a la playa.
Habían encontrado el coche estacionado a la mañana siguiente, con las puertas abiertas y la llave puesta. Al parecer, donde comienza la arena había tres o cuatro huecos bien profundos, símbolo de que alguien se había llevado las piedras semi enterradas. Todos piensan que Beto las tomó y las cargó en su mochila, que no pudieron encontrar en la casa. Sus papás quisieron creer que había sido una especie de accidente, pero los converse a la orilla del mar sugirieron otra cosa. Buscaron algunos días, pero no encontraron el cuerpo. Finalmente, sus padres hicieron un pequeño funeral en su casa, al cual no fui invitado. Ahora que lo pienso me indigna, pero en ese momento que Evelyn me lo dijo por teléfono, no pudo importarme menos.
Aquella tarde fue irreal. Colgué y no sentí tristeza, no sentí enojo, no sentí nada. Estaba como ido, como si me hubiera golpeado la cabeza, incluso quería reír por lo increíble de la situación. Suicidio, qué loco, pensé. Y luego me dije que no podía ser posible porque Beto no era tan valiente, así que lo llamé por teléfono. No contestó. Había tono de llamada, por lo que marqué una y otra vez, seguro de que a la siguiente alguien iba a contestar, de que él iba a contestar, diciendo que se había quedado dormido o algo, pero nada.
Sin pensarlo, dejé la guitarra a un lado y salí a la callé. Caminé y caminé hasta su casa, que quedaba demasiado lejos de mí en todos los sentidos. Caminé hasta que se hizo de noche y me reventaban los pies. Caminé hasta estar parado una vez más frente al porche de esa mansión grande y bonita, sin miedo a tocar el timbre aunque todas las luces estuvieran apagadas. De verdad esperaba que Alberto abriera, me preguntara qué estaba haciendo ahí a esas horas de la noche y tal vez me invitara un vaso de agua o me cerrara la puerta en la cara, cualquier cosa hubiera estado bien.
Pero nada sucedía. Todos los autos estaban ahí, así que toqué el timbre como loco hasta que su mamá apareció. Y en cuanto vi su cara, dejé de pensar que Alberto estaba ahí adentro con ella, en algún lugar de la casa o en algún lugar del mundo. Me miró y no dijo nada. Siento que ella también se dio cuenta de muchas cosas al verme. Nos quedamos mirando un buen rato, antes de que preguntara qué se me ofrecía.
Se me ofrece ver a su hijo, quise decirle, pero a esas alturas sentí que debía dejar de hacerme el tonto. En su lugar, con la voz que me quedaba, le pregunté por el cuaderno. El cuaderno de Beto, ese en el que apuntaba los ritmos que ensayábamos, las canciones que componíamos y todas las ideas geniales suyas y mías. El cuaderno que sabía que no le dejaría a nadie más que a mí, aunque la banda se hubiera disuelto.
Por un momento pensé que no me lo daría, porque cerró la puerta y me dejó solo afuera, sin saber bien qué hacer. Debía regresar a mi casa, mi jefa me estaría esperando porque no le avisé que me iba y además había dejado el celular. Pero la mamá de Beto regresó con el cuaderno en la mano. Toma, me dijo y luego no dijo nada más. Se regresó adentro y desde entonces no la he vuelto a ver.
Después de ese día vino lo feo. Vino todo lo que sucede cuando pierdes a alguien, cuando te das cuenta de que está bien muerto, que jamás podrás verlo de nuevo y encima, que jamás recordarás cuándo fue la última vez que lo viste, qué fue lo último que le dijiste. Muy difícil es vivir en lo feo y mucho más difícil es escapar de ahí. Después de un año, yo sigo esperando que alguien venga y me diga dónde está la salida.
Pero esa noche me senté en la banqueta, bajo un poste de luz, a checar el cuaderno de Beto. Hoja por hoja, revisé el historial de nuestro grupo sin nombre y todos nuestros intentos fallidos por bautizarlo, nuestros versos chuecos y los recortes de Cerati pegados con saliva. Llegué a las últimas anotaciones, parecían de unas semanas antes del incidente. Había muchos borrones, pero se alcanzaba a distinguir algo que Beto escribió en un último esfuerzo por encontrarle nombre a la banda. Con solo dos palabras, era el peor de todos y al mismo tiempo, el perfecto. Más aun, me dio la sensación de que aquel había sido nuestro nombre desde el principio.
Priscila Rosas Martínez, de 22 años, es originaria de Mexicali, Baja California, y estudiante de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación. En 2018, fue becaria del Instituto de Cultura de Baja California y colaboró en una de sus antologías de cuento. Ese mismo año, ganó el Primer Concurso Estatal de Ensayo Joven de la revista El Septentrión. En 2020, su cuento "Cenizas" fue publicado por la Revista Plástico y obtuvo el primer lugar en el concurso de ensayo de la Facultad de Ciencias Humanas, UABC. Ha participado en talleres de escritura creativa con artistas de la región, además de ser invitada a varios encuentros de escritores como Tinta Fresca o Tiempo de Literatura. Recientemente, fue seleccionada nacional para la primera estancia literaria “Muros de Agua José Revueltas”, que se llevó a cabo en Islas Marías. Es correctora de la Revista Cultural Escafandra y guionista audiovisual para “Aliadxs Cimarronxs”, grupo creado para la atención y prevención de la violencia de género. Actualmente se encuentra de intercambio en Grenoble, Francia.