Letrinas: El acto de un solo hombre

Un hombre perdiendo la cordura tras la muerte de su madre. Un discurso lleno de tristeza, donde expresaba el apego enfermizo.



El acto de un solo hombre

Por Gabriel Ferrum

 

El escenario brillaba con la intensidad que solo un reflector puede llegar a iluminar. Una luz artificial, tan efímera como la misma existencia del show. Un solo hombre proyectado en las sombras de un vacío silencioso. El eco hacía resonar cada centímetro del teatro. Solo aquella voz, dueña de la belleza absoluta que los maderos de roble vislumbraban con cada reflejo, era capaz de erizar la piel de cualquier espectador. La soledad insonora se presentaba con tal desespero ante la puesta en escena. Solo el acto final podría determinarlo todo. Las palabras de agonía y llantos doloros eran la cúspide de su carrera. El hombre, derrumbado de rodillas ante el escenario, sollozaba de tal forma que pedía a gritos un abrazo. Los telones se movían ante dicha demostración de impotencia y desesperanza. Sus pies tocaron los tablones de madera, alzó la vista y con una sonrisa amarga, agradeció la velada más importante de su vida, pero también la más insignificante a la vez. El lenguaje de su cuerpo, parecía comunicar cansancio y derrota. Una vez más, un fracaso en su carrera lo hacía tropezar. Las butacas vacías, yacían como una alegoría a su esperanza. Lágrimas amargas caían de sus ojos, mientras miraba el terciopelo rojizo de los asientos. El show de un solo hombre había terminado y con ello, su vida actoral. Sin más que decir, dio vuelta hacia los telones, con la intención de atravesarlos por última vez, pero el chocante sonido de unas palmas golpeándose entre sí, hizo desviar su atención. Sus ojos brillaron tenues y borrascosos. Giró la cabeza. Y ahí, justo donde la luz del reflector no llegaba, la sombra de una figura humanoide, se movía a la par de los flemáticos aplausos que invadían el silencio. El hombre inspirado por la aclamación, inclinó la mitad de su cuerpo, mostrando agradecimiento y cordialidad. Dejando atrás su intenso acto, despidió a la sombra y levantó la mano agitándola de un lado a otro.

A la semana siguiente, el acto cambió ligeramente, implementando una escena final más desgarradora y más emotiva. Un hombre perdiendo la cordura tras la muerte de su madre. Un discurso lleno de tristeza, donde expresaba el apego enfermizo, era la puesta en escena más intensa que a un principiante y loco de atar se le hubiera ocurrido. Confiado, tranquilo y lleno de fulgor, soltó gritos fuertes que ensordecían hasta el mismísimo intérprete. Arrugó su cuerpo hasta parecer una oruga barrigona y cayó al escenario como un bebé recién nacido. Su respiración era tan rígida y brusca que su garganta se desgarraba con cada aliento tibio que soltaba. De nuevo, de pie y ante el vacío de un público inexistente, buscó por todas partes a su sombra admiradora misteriosa. Las luces del público se encendieron, pero a diferencia, las de su propia esperanza se apagaron, y su amor al arte se desvanecía con el borrón de la sonrisa en su rostro. Enterrando su valor, caminó fuera del escenario hacia el telón, aún con la mínima esperanza de escuchar ese sonido glorioso bañado en clamor. Sorpresivamente, ahí estaba, resonando en el silencio espectral, apabullado cada sonido a su alrededor, como el crujir del escenario o la respiración del hombre. Sus ojos bailaban desesperadamente buscando aquella sombra, hasta que, por encima en los balcones, se encontraban unas manos dando aplausos gratificantes. Pequeñas y cansadas, las cuales emocionaban al actor y lo llenaban de gracia.

Al siguiente acto, su melancolía no faltó. Una vez más, un agregado se integró. Un gesto de alegría amarga fue aquello que el hombre dedicó durante su tercera presentación. Y una vez más, el vacío del teatro, no se comparaba con el vacío de su alma. Pero, de nuevo, allí se encontraba aquella sombra, revelando su figura, un delicado pero dulce anciano, con tintes de sabiduría por doquier, adornaban su mirada serena. Esos pequeños ojos, apenaron al hombre de su tan apresurado final, inclinó torpemente su cabeza, reverenciando y agradeciendo su amabilidad. Sus brazos extendidos reflejaban la idea de ocultarse tras las cortinas, pues, a pesar de no ver el rostro del viejo, suponía un gesto analítico. Los silencios del teatro reflejaban su propio espíritu tranquilo y pacífico. Su calma invadió su ser al observar aquella figura pequeña, pero severa.

Al siguiente y último acto, el hombre preparó todo con antelación. Una pistola falsa estaba introducida en sus pantalones, visible al público. Sus llantos y gritos de agonía demostraban el dolor del hijo dentro de la ficción. El monólogo acabó y con él, la vida de aquel personaje. Sacó el arma de sus pantalones y al hacerla sonar, cayó estrepitosamente al piso de madera, haciéndolo vibrar. Las luces se apagaron y los telones al fin se cerraron, dejando al hombre oculto a la vista. Los aplausos totalmente potentes se hicieron presentes. El actor bajó del escenario totalmente feliz y satisfecho. Inclinaba su cuerpo agradeciendo la velada. Los aplausos dejaron de sonar.

El rostro del hombre se tornó algo frío y asustadizo. El áspero sonido de los pasos aproximándose, lo terminaron de impactar. La mirada del actor se postró en el piso sin lograr enfrentar a aquel ser envejecido. Éste colocó una mano en su hombro, provocando que sus ojos se alzaran a los del anciano. Ojos tranquilos, y satisfechos. La figura dio media vuelta y caminó. El hombre lo acompañó hasta la salida sin cruzar palabras, hasta que, él rompió el silencio que los abrumaba.

–Disculpe, quisiera hacerle una pregunta –dijo el viejo. El hombre se tornó nervioso e intranquilo–… Tengo la más incesante curiosidad de saber cuál fue el motivo por el cual continuó con su show. No quiero menospreciar su acto, pero... solo yo era su único espectador.

Las palabras duras pero ciertas del viejo denotaban cierta intriga sincera de su parte. No parecía ser con el afán de infravalorar la obra de aquél hombre, sino de responder una incógnita. Éste dejó de sonreír, para luego volver a hacerlo ligeramente.

–Pasé los últimos tres años de mi vida trabajando para una empresa que odiaba con toda mi existencia. Trabajé muy duro, como esclavo, sufriendo humillaciones todo el tiempo. Gasté todos mis ahorros en comprar este viejo teatro. Estaba listo para al fin cumplir mi sueño. Escribí mi propio guion y le di publicidad. Todo estaba listo. La noche llegó y... nadie se presentó. Pero solo un aplauso me hizo volar de la tierra al cielo. Usted... usted fue quien me motivó a continuar.

La única mueca visible de aquél anciano se presentaba como arrugas en sus ojos pequeños de su ceño. La intriga lo invadió.

–No entiendo...

La vista del hombre se postraba ante el escenario, como si pretendiera haber escuchado un intenso mar de gritos y aplausos, apoyando su tan maravilloso acto.

–Un sueño solo necesita una palmada en la espalda, o un fuerte abrazo... el mío... un solo aplauso...

Alzando la mirada, revelando sus cansados ojos, el anciano sonrió y usando su viejo bastón...

–Excelente actuación... –Y sin más, dejó al actor solo en el teatro, dueño de su propio camino. Dueño del acto de un solo hombre...
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