Debería estar buscando trabajo. Es lunes, medio día, se me acabó el paro hace seis meses y tengo menos de cien euros en la cuenta. Pero hoy no me encuentro con fuerzas; igual que ayer y que mañana.
Estamos a 15 de enero y hace frío, por eso me acurruco bajo la manta, sacando lo justo de los ojos para poder ver la tele. Fuera el cielo está lleno de nubes, el sol es sólo una mancha gris clara sobre un fondo gris oscuro, la acera y el asfalto están mojados, acaba de dejar de llover, y la gente aún camina con el paraguas abierto.
Es un día gris, eso es un hecho objetivo. El cielo, los edificios, las farolas, las papeleras, el humo de los coches y el aire son grises.
Gris no quiere decir malo, sólo quiere decir gris. A mí hoy me resulta agradable, me empuja a salir a la calle, es lo que necesito. Un día claro y soleado sería abrumador, creo que me iría deshaciendo como un cubito de hielo incapaz de igualar la cálida temperatura exterior.
Lo que me apetece es bajar al bar y beber cerveza, como siempre. Beber me distrae, me hace sentir menos mal por un rato, y eso es casi como estar bien. Me gusta el bar y me encanta la cerveza, aunque no me gusta demasiado la gente.
Me siento detrás de tres chavales jóvenes, de unos 30 años, como yo. Son dos chicos y una chica preciosos. El olor dulce de sus colonias llega hasta mi mesa, me fijo en lo brillante y sedoso que tienen el pelo, lo blancos que están sus dientes, lo suave y perfecta que parece su piel. Son jóvenes perfectos y muy apetecibles. Aunque en realidad parecen maniquís, y por un momento les envidio, y desearía ser maniquí para trabajar en un escaparate.
La camarera por fin se acerca con mi caña, ha pasado poco tiempo desde que entré en el bar, pero se hace largo esperando por una cerveza.
—La primera del barril, tienes suerte –dice sonriendo.
—Gracias –respondo sin mirar.
No creo que haya tenido tanta suerte, más bien que es muy pronto para empezar a beber, al menos para los maniquís. Además, yo hace tiempo que no puedo diferenciar ese tipo de matices, me da igual la última o la primera del barril, es cerveza, eso es lo que realmente importa.
Intento leer el periódico mientras bebo, tragedias que por algún motivo merecen mi atención, mezcladas con publicidad y noticias que parecen publicidad. Pero no puedo, me distrae la conversación y el olor de los chavales.
Hablan de fundas para el móvil, de las luces de navidad y de apps para saber si la mierda que te venden en el súper es mierda buena o mierda mala. De sus bocas no paran de salir palabras, una tras otra y una encima de otra, pero yo sólo escucho cosas que ya he escuchado antes mil veces. Les han explicado cómo pensar y qué pensar, como a mí, la diferencia es que esos estúpidos se creen que tienen ideas propias. Me desesperan.
Parece que se van, uno de los chicos se levanta y se acerca a la chica para ponerle un abrigo tan elegante como horroroso. Le da un beso en la mejilla y ella parece encantada de que la traten como una inútil. Son una panda de gilipollas. Y pienso que si pasara más tiempo en casa y menos en el bar no odiaría tanto a casi todo el mundo.
Como siempre mi cabeza piensa en joder. Mientras los veo marchar la chica se vuelve para mirarme, yo no aparto la mirada, pero ella sí, se siente incómoda. Entonces me mira él también, su novio supongo, se cogen de la mano; y yo le miro fijamente, sonrío y guiño un ojo. Él también se siente incómodo y aparta la vista. Yo sonrío porque pienso en joder en todos los sentidos, joderme a la chica en el baño del bar, o al chico, eso da igual. Lo importante es que así jode la parejita y se jode el amigo.
Puede que si hiciese algo así dejasen por fin de hablar de mierdas. A lo mejor empezarían a sentir algo de verdad, y en realidad les estaría salvando la vida. Imagino que al menos me partirían la cara, gritarían y llorarían. Y eso sería mucho más real que el resto de cosas que dicen y hacen. Infelices, pero por fin vivos, no sé si existe otra forma de estar vivo.
Estoy seguro de que cuando un tío se folla al amor de tu vida en el baño del bar donde desayunas te la empiezan a sudar la funda del móvil y la app, y las luces de navidad ya no te parecen tan bonitas.
Mi pensamiento vuela y se mueve, se da la vuelta. A veces es difícil, ni siquiera yo me entiendo. Ya no están en el bar, puede que no los vuelva a ver. Y ahora me dan pena los tres. Se esfuerzan demasiado por toda esa mierda. Se visten de gente importante, se matan a trabajar para comprarse una casa, un coche, un ordenador, un teléfono... Después se hacen un plan de pensiones y caminan con la cabeza alta, porque son jóvenes triunfadores, seguros de sí mismos… pero en realidad creo que están tan asustados como yo, tienen miedo, no pueden dormir y la ansiedad les come por dentro. Sólo que ellos se disfrazan y sonríen, yo ya no soy capaz, es muy cansado. Así que enseño a todo el mundo como lloro, a la gente le resulta desagradable. La tristeza se acepta sólo en la intimidad, su exhibición pública es pornográfica, ofensiva. Es más aceptable ver una polla, y yo me alegro por las pollas, pero lo de la tristeza es terrible.
Me da pena cómo se esfuerzan cada segundo de cada minuto de cada hora de cada día por construirse una vida. No sé si no se enteran o no quieren verlo. Pero al final la marea siempre sube y se traga el castillo de arena, se traga el coche y el trabajo, por supuesto se traga el plan de pensiones.
Puede que yo viva destruyendo. Soy el niño que se siente poderoso rompiendo él mismo el castillo en lugar de dejar que se lo trague el mar. Al menos yo decido cómo y cuándo. Eso es estar vivo, y por eso bebo y escribo en el bar en vez de buscar trabajo.