Es
sabido que Irvine Welsh, prácticamente contó parte de su vida en Trainspotting, especialmente a través de
quien probablemente sea su personaje más conocido, Mark Renton. La búsqueda de ‘Rents’ por una
auténtica plenitud existencial, no basada en satisfacciones hedonistas, ni en
la compulsiva recolección de posesiones materiales, es decir, de una suerte de
nirvana en medio de un mundo post-industrial, culmina en una negación del
contexto que enmarca todos sus problemas y un escape hacia otro con ideas más
progresistas y liberales.
Lo
mismo ocurrió con el autor de cuya obra versa este texto, ya que, en su segunda
década de vida, decidió abandonar su faceta de gamberro y concluyó sus
estudios. Un cambio radical como el que plasma en Renton, y años más tarde en
Begbie, a quien hace pasar de un ebrio delictivo, a un artista de altura tras
aprender a canalizar su ira en la creación de obras hechas a cuchilladas.
Esa
experiencia de trascender un estado herido del ego, sale bien en los casos de
Renton y de Begbie, en ellos es posible encontrar una emotiva historia de
amistad, perdón, y redención. Sin embargo, ese mismo proceso de transformación
y sanación, fracasa en el caso de Bruce Robertson, el protagonista de otra
aclamada novela de Welsh, Filth.
En el
frenético descenso a lo profundo de su inconsciente, representado como un parásito,
Bruce nos deja ver que detrás de sus desagradables hábitos y perversiones, se esconde
una historia de profundo dolor ineludible, sin importar el tipo de anestesia
que elija para sobrellevarlo. Un dolor al que pone fin con el suicidio.
Que
este personaje muera, podría equivaler a un intento de su autor por retirar la Escoria de su consciencia, para
encapsularla en un personaje que cumpliría una función de chivo expiatorio en
el momento de su destrucción; como negar y destruir una parte de sí en el mismo
tortuoso, no obstante, liberador acto artístico.
En
efecto, el dolor es una constante en los relatos literarios de este autor, porque
lo es también en los aspectos de la vida real en la cual se inspiran; Welsh, inyecta
en sus escritos, un fuerte influjo del nihilismo que inunda su visión del mundo,
y de los aprendizajes que ha extraído de experiencias de su vida personal.
Retrata
un mundo en estado terminal, cuyos habitantes luchan con el perpetuo estado de
cambio de una economía fluctuante, de sus emociones, y de sus relaciones. En
ese mundo de cambios, algunos son tan abruptos e inesperados que dejan heridas eternas,
y despojan de toda esperanza.
Lo
vemos en Trainspotting, donde se
frustra una vida que parecía apenas comenzar; es posible ver en ese pasaje, la
muerte simbólica de una época que nunca terminó de surgir; la denominada posmodernidad,
el hijo bastardo de un capitalismo fallido, que nació en la cuna de sus falsas
promesas, fue arrullado por su mano invisible, y perece en silencio en medio de
una generación anestesiada. Esos personajes, en un sentido, no los escribió
Welsh, los escribió el capitalismo tardío y su subsecuente tejido social en
estado de putrefacción.
Cameo de Irvine Welsh en la película 'Trainspotting' de Danny Boyle (1996) |
Toxicidad viril
En diferentes historias escritas por este autor, encontramos personajes femeninos desde los cuales, explora una perspectiva de la vida (pos)moderna que lleva el sello del feminismo postestructural. La historia de un romance truncado, como el de Alison con su jefe Alexander, en Skagboys, es en realidad un estudio de lo ultrajante que puede ser para una mujer llevar una relación supuestamente amorosa, cuando la misma sirve como caballo de Troya para una relación de poder.
Por
otro lado, Alison no termina de decidir entre el amor romántico y el amor
libre. Desea la monogamia formal que cree poder conseguir con Alexander, pero se
encuentra con un sinfín de dificultades internas y externas a su relación, que
la orillan a un histérico intento de suicidio cortando sus venas.
Lo
que Alison en realidad quiere, es el adictivo amor descarriado, y sin reglas,
si bien un tanto destructivo, que tiene con Sick boy. Respecto a este último
personaje, en Porno, Nikki
Fuller-Smith, nos comparte desde su perspectiva cómo pasa de idealizarlo como
un príncipe azul, a despreciarlo por su misoginia.
Nikki
tiene una evolución de las más interesantes en la obra de Welsh, pues
representa el paso de la mujer moderna, a la que se consideraría posmoderna.
Nikki es una portavoz de la deconstrucción que hace a la masculinidad, parte de
la teoría feminista, y toma por blanco a la desgastada faceta donjuanesca de
Simon.
Las
mujeres en la obra de Welsh, son tratadas por personajes masculinos con una potente
carga de misoginia. Esto no significa que su autor sea un misógino, por el
contrario, tiene la intención de denunciar la abyección del hombre machista de
la clase obrera, cuyas estereotípicas muestras de virilidad, resultan ser una forma
de violencia de género. Welsh balancea los comentarios machistas de personajes
que representan a un sector iletrado y anticuado de la sociedad, con
comentarios irónicos de mujeres que suelen ser estudiantes de nivel universitario.
Pone a la razón, por encima de la violencia, y al mismo tiempo, a la mujer ilustrada
por encima del hombre moderno.
Este
es otro punto que Irvine Welsh aborda tanto desde sus personajes femeninos,
como desde sus personajes masculinos. Con personajes mujer, articula discursos
que deconstruyen conductas machistas. Con personajes hombre, ejemplifica dichas
conductas. Encontramos, por ejemplo, violencia verbal, psicológica y
manipulación, en cada una de las relaciones amorosas que Sick boy tiene en las
diferentes novelas donde ha tenido apariciones. Solo Nikki termina por enunciar
auténticas diatribas en contra de su machismo.
Asimismo,
en Marabou Stork Nightmares, se
representa la violación en grupo a una mujer cuya venganza es buscar a sus
agresores para matarlos uno por uno. Al final corta el pene del último de
ellos, antes de apuñalarlo hasta quitarle la vida. Fue el más brutal de sus
violadores, Roy Strang, el protagonista de esta novela, y de quien sabemos que
también fue víctima de abuso sexual. Como en el caso de Bruce Robertson, Irvine
Welsh destapa la tortuosa historia que suele engendrar una conciencia llena de
violencia para otros y para sí.
Por
su parte, la vengativa víctima en esta historia, despoja del falo a los hombres
que la ultrajaron, representando así, a una mujer empoderándose por encima de
la arbitraria opresión del hombre misógino, que no escapa a la violencia
estructural de la sociedad en la que está inscrito.
Ahondando
en la violencia sexual presente en la obra de Welsh, la trama de Crime involucra una red de prostitución
infantil y explora la psique de un sujeto pedófilo en un interrogatorio cuyos
diálogos podrían ser parte de una película de terror, pero que muestran con
objetivismo el infierno en el que se forja una mente retorcida. La violencia
sexual y de género, que puede encontrarse en las historias de Welsh, es una
denuncia a la cultura falogocentrista, y a los estragos que tiene tanto para
mujeres, como para hombres.
Existen
fenómenos sociales que critican tanto el feminismo postestructural, como la
obra literaria de Irvine Welsh. Así pues, la violencia contra la mujer es un
tema del que este autor habla con su habitual contundencia, aunque no es precisamente
algo que caracterice sus escritos.
Algunos personajes de Irvine Welsh, se reivindican, mientras que otros nunca llegan a sanar sus heridas; no se trascienden, y viven intentando pasar a otros la estafeta de un dolor con un origen irrastreable. Renton se libera de su adicción a las drogas más destructivas cuando decide escapar del contexto que la originó. Begbie se libera de su violencia interna, motivada por su ira reprimida hacia su padre, y diversos personajes femeninos, se liberan del yugo del machismo en sus parejas motivadas por su razón e inteligencia.
Bruce
Robertson y Roy Strang, por el contrario, son personajes que representan
algunos de los excesos de la cultura machista. Ambos tienen pasados con abuso
físico y sexual, respectivamente, y ese caos que llevan de manera interna, se
materializa en el caos en el cual quedan convertidas sus vidas. En el mundo de
Irvine Welsh, la diferencia entre trascender o no un estado del ego, es el
autoconocimiento, al parecer.
Tanto
como Bruce, como Roy, solo antes de morir llegan a la conclusión de que
pudieron haber tomado decisiones diferentes para tratar de conseguir los
cambios que esperaban en sus respectivas vidas. Son a la vez víctimas y
victimarios de diversas formas de violencia estructural.
Ese
universo que conforma la literatura de Irvine Welsh, crudo, emotivo y por
momentos hilarante, está habitado por personajes dolorosamente humanos, cuyas
identidades resquebrajadas, son resultado de un contexto que no deja de
golpearlos desde diversos flancos, abarcando el económico, político, laboral, psicológico,
familiar, existencial, etcétera.
Como en una experiencia psicodélica de dimetiltriptamina (cuyo uso es habitual en Welsh, según lo que ha compartido en diversas entrevistas) leer una novela de Irvine Welsh, es encontrarse con cosas de la vida que pueden resultar oscuras, e incluso deprimentes, pero comprender esa oscuridad nos transforma, agregarla a nuestro concepto de la realidad nos hace un poco más desengañados. En ese sentido, madurar significa aprender a disfrutar de la vida, y a extraer de ella la mayor cantidad de felicidad posible, aunque sepamos bien que la mayoría del tiempo la vida es un dolor que aliviar.