Entrevista a Alejandro Paniagua Anguiano
Por Óscar Alarcón
@metaoscar
Ganador del Concurso
Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés 2015, Alejandro Paniagua Anguiano es
narrador y poeta. En 2009 obtuvo el Premio Internacional de Narrativa Ignacio
Manuel Altamirano, otorgado por la UAEM. La novela Los demonios de la sangre
fue publicada en 2017 bajo el sello de Paraíso Perdido. Tatuajes de un
mexicano herido, su poemario fue publicado por Fá Editorial, en 2018, lo
mismo que su libro de cuentos 52 vueltas, dentro de la colección
Extra(e)ditados de la BUAP.
En este pandémico 2021, Alejandro Paniagua Anguiano publica 'Tres Cruces', una novela publicada por Textofilia y que sorprende por la enigmática voz que narra las historias de tres personajes: Estela, Lúa y El Ponzoña. Con una falsa segunda persona, el narrador parece hablarle al lector, sin embargo, conforme avanza la novela nos percatamos de que esa voz es como un fantasma que recorre las páginas en la búsqueda de una víctima. Aquí una charla con este autor al que le encanta Hello Kitty!
Óscar Alarcón. Al inicio de la novela, El Ponzoña, se imagina que lo está persiguiendo un tiburón sobre un avestruz. Platícanos qué significado tiene esta imagen.
Alejandro Paniagua
Anguiano. Es un dibujo que yo
hice de niño. Me pidieron dibujar algo que me diera miedo y dibujé al tiburón
sobre el avestruz. Muchos años después encontré el dibujo y dije “Qué dibujo
tan absurdo, tan ridículo”, pero en el momento me aterraba, cuando lo dibujé
realmente me daba terror. Me gustó ese detalle: algo tan tonto puede ser tan
aterrador. Y ya viéndolo después es algo absurdo –es algo ridículo incluso.
ÓA. Llama la atención que un animal marino vaya montado sobre un animal de tierra. Hay un elemento fantástico.
APA. Tiene que ver con el concepto –que hasta la fecha no sé
si es real– de que los avestruces meten la cabeza a la tierra. Yo lo veía en
las caricaturas y decía: “Qué terror no poder respirar, estar ahí adentro. Se
mueren”. Me daba mucho miedo pensarlo o verlo. Tiene que ver con el ahogo, con
la asfixia.
Cuando la estaba
escribiendo, me preocupaba mucho cómo funcionaban el corazón y los pulmones de
mi personaje. Yo decía: “A lo mejor sí le puede dar un ataque cardiaco del
miedo, de la prisa, de las imágenes”. Me preocupaba mucho porque además es algo
que a mí me angustia sobremanera. En el personaje mezclé todos los elementos
que a mí me dan miedo.
ÓA. Más adelante en la novela nos encontraremos con otro animal, pero muerto: una cabra con las tripas expuestas. Lúa se da cuenta de que atropellaron a la cabra porque quería verla. De una u otra forma la cabra muere porque va a buscar a Lúa. Esta escena es uno de los elementos fundamentales en la novela: se despierta la maldad de los niños. Son puros, pero también los niños son puros en la maldad. ¿Qué relación tiene Lúa con este animal con las tripas expuestas?
APA. Como hay elementos demoniacos en la novela, éste es el
animal ritual. Para mí es el animal que invoca al demonio. Lúa se liga con este
animal muerto –que además el diablo, como concepto, tiene mucho que ver con el
ritual y con la invocación y magia ritual famosa, es decir: la magia que
requiere sacrificios.
Nadie me lo
había preguntado y esa una buena observación, Lúa se encuentra con este animal
y se liga, sin querer, al demonio que la acompaña. Eso es lo que pasa cuando
uno hace sacrificios a una deidad –sabiendo o no sabiendo– te afianzas a ella,
te vuelves uno con ella.
ÓA. Encontramos más ritos conforme avanza la novela, como cuando se corta un dedo y lo entierra, ¿cómo te imaginaste a Lúa en estas situaciones?
APA. Fíjate que ocurre algo muy importante: todo eso que
ella hace –incluso cortarse el dedo– son actos rituales que se están ofrendando
sin que ella se dé cuenta. En el del dedo, en particular, ella tiene mucha
consciencia de lo que está haciendo.
Ella dice que
son ofrendas para los muertos. Es un poco lo que pasa en los rituales, con las
figuras decadentes. Así le llaman: “Voy a hacerles un ritual a mis muertos”, que
oculta otra cosa en realidad.
Lúa lo hacía de
manera bastante inconsciente pero ya en ese punto se da cuenta de que sus
acciones tienen cierta importancia, que están vinculadas a algo que a lo mejor
no entiende pero están vinculadas al ritual y a la ofrenda.
ÓA. Pareciera que la novela está cargada de simbología a pesar de tener una narrativa mínima.
APA. Sí. Y además el último sacrificio es el de El Ponzoña
–espoileando un poco la novela– que es cuando estas deidades te piden un
sacrificio humano.
ÓA. El caballo vuelve a aparecer en tu narrativa pero esta vez en estado onírico.
APA. Estás viendo cosas muy importantes y muy profundas. En
el ocultismo, el sacrificio del caballo –sobre todo si es un caballo de color
claro– es muy importante. Solamente se te pide o se te exige en situaciones
iniciáticas muy avanzadas. Generalmente uno sacrifica chivos y cabras, animales
más pequeños.
El del caballo
es un sacrificio muy grande y el resultado también es algo muy grande. Es
porque estás pidiendo algo muy cabrón.
El resultado es
terrible si no lo haces cuando se te pide. Dicen que matar un caballo para un
humano es algo muy complicado por el vínculo que tenemos históricamente con ellos.
ÓA. ¿Tiene que ver con la figura del padre?
APA. Para mí todo tiene que ver con la figura del padre,
sobre todo por mi formación. Mucha gente me decía que si tiene que ver con
Rulfo: tiene que ver con la fuente de Rulfo, que es Shakespeare. La ausencia o
la figura fantasmal del padre aparece en mis escritos. Rulfo y yo lo copiamos
de Shakespeare, habría que decirlo de esa manera.
ÓA. Pareciera ser que la voz que le habla a Lúa es la voz del padre, conforme avanza la novela nos damos cuenta de que no es así. Tanto Lúa como El Ponzoña no tienen padre y ambos tienen una afrenta con la figura paterna. ¿Qué relación tienen estos dos personajes con las figuras de sus padres?
APA. La verdadera Lúa –es decir la persona que me contó esta
historia, esta alumna que vivió esta experiencia– siempre terminaba diciéndome
eso: “Si mi papá hubiera estado ahí no me hubiera pasado esto”. “Si mi papá me
hubiera enseñado a defenderme no me hubiera pasado esto”. Es decir, ella
idealiza al papá porque nunca lo tuvo.
Al final del día
seguramente su papá era normal como cualquier otro papá, pero ella siempre
decía “Si mi papá hubiera estado ahí, no me hubiera pasado nada”, y a lo mejor
sí, no lo sé. Pero esta carencia –o gran ausencia del papá– estaba en el
personaje original y por eso lo retomé como una figura importante, sobre todo
de ausencia.
ÓA. Aparece una nube con forma de libélula, y además esta nube tiene la capacidad de morir. Es el sueño de El Ponzoña.
APA. Las libélulas siempre me habían gustado mucho hasta que
un día se me ocurrió ver una de cerca y dije “Ay, está bien fea”. De lejos son
muy bonitas, en el agua, pero de cerca me dio mucho asco, cambió mi percepción.
Es un poco lo que pasa con este hombre: de lejecitos todo le parece bello pero ya de cerca empieza a notar la fealdad de la vida, de las cosas, de las circunstancias. Y un poco el amor que tiene El Ponzoña es así, cuando lo piensa dice: “Mi relación de pareja está increíble” y ya cuando la ve de cerca está espantosa y hay un drama terrible: idealiza mucho a su pareja y sobre todo a su vínculo. Es lo que quiero comunicar en el sueño.
ÓA. Hay otra idealización que El Ponzoña tiene: con Vargas, su compañero de asesinatos. Vargas le cuenta que su primer asesinato lo hizo inyectando el veneno de una serpiente de cascabel dentro de una manzana. Aparece otro animal, la serpiente es un símbolo dual: la maldad y el conocimiento. Háblanos de este animal.
APA. Me parece bonito que también veas lo de Vargas porque
viene de Montaigne cuando escribe su ensayo sobre la amistad y su amigo muere
muy temprano. Idealiza a su amigo y piensa que es su alma gemela, pero creo que
si hubieran tenido más tiempo se hubieran terminado cagando o por lo menos se
hubieran visto de manera objetiva, pero lo idealiza como si fuera un pinche
Dios porque se murió, de ahí tomo la referencia.
Y la serpiente,
efectivamente, es un símbolo dual, sin duda alguna. Nosotros lo entendemos como
un símbolo del mal; en otras culturas es un símbolo de control, de sigilo, de
belleza, de tranquilidad. Me gusta eso: la dualidad que al final del día
también él pone en este evento.
También me
parece un poco absurdo: envenenar como si fuera un cuento de hadas, además a su
padrastro –otra figura paterna. Al final del día estoy criticando nuestro mundo
patriarcal, cómo esa relación con el padre nos hace pedazos.
El mundo del
narco es una institución –por llamarle de alguna manera– súper patriarcal: la
hombría, el linaje, mi papá es el más chingón, “yo también quiero ser como él”,
toda la idealización de la figura del hombre o del patriarca. Muchos ven al
jefe como el “patrón” –derivado de la palabra “padre”– es muy interesante cómo
se vuelven figuras paternas desquiciantes.
Ser hijo del
Chapo, del Licenciado, se va pasando de generación en generación es un linaje.
Incluso al hijo del Licenciado le dicen también el Licenciado. O al hijo del Chapo
le dicen el Chapito, es decir, lo heredas.
ÓA. ¿Eras consciente de la aparición de estos animales y de la carga de significado en tu novela?
APA. Sí. Soy muy clavado de los diccionarios de símbolos,
sobre todo el de Cirlot y el de Chevalier. Entonces, a cada rato estoy
consultando al azar –como si fuera el I Ching– a ver qué sale. Me gusta
mucho descubrir la cantidad de símbolos que hay en un objeto. Por ejemplo, cómo
pueden ser buenos, malos, regulares y cuestiones morales, sexuales, de todo en
un solo animal.
ÓA. También aparecen objetos que le dan otra dimensión a la novela. Hay una escena en donde El Ponzoña está con La Escarabaja en la cama y clava un cuchillo, al intentar desclavarlo no puede. ¿Qué ocurre con ese cuchillo? Nos remonta al caballero que intenta sacar la espada de la piedra y no puede.
APA. Es lo que le impide matar a la mujer con la que está.
Es buena suerte. Al final del día yo lo veía así: algo te está protegiendo de
cometer una acción terrible. Eso decía: “Yo no mato por gusto, yo mato porque me
ordenan, yo nunca he matado a una mujer, nunca he matado a un niño o a un
anciano”. Esto parece protegerlo de cometer esa acción.
Al final del día,
él también tiene un código moral, súper escueto y laxo pero lo tiene. Me gusta
este elemento que parece paranormal o fantástico, que le impide romper esa
moral. Además es algo muy importante para él: no pasar cierto límite, porque su
moral fue lo que le hizo perder a su amigo y lo que lo ha hecho perder un
montón de cosas.
ÓA. Háblanos de los autos en tu novela.
APA. Estás viendo cosas muy interesantes porque el coche es
muy importante, para mí.
Aprendí a
manejar a los 26 años de una manera súper irresponsable. Me soltaban el coche y
me ponía a manejar en la calle y me encantaba. En mi cumpleaños –cuando cumplí
27– le pedí a mi esposa como regalo que me dejara subirme al segundo piso del
periférico, que acababan de construir. Me subí e iba en chinga, estaba
encantado. Así me gustaba manejar, de una manera muy irresponsable y un día
cambió todo. Me empezaron a dar ataques de pánico en el coche y ya no pude
manejar. Llegó un momento en el que ya no podía subirme a los coches, me daba
terror. No podía con el miedo de subirme al coche, ahí fueron mis peores
ataques de pánico. Es un símbolo muy importante para mí.
He tenido que
reaprender a subirme al coche. Todavía me cuesta andar en carretera en el
coche, prefiero en autobús o en avión porque me da terror. Le decía a un
psicoanalista muy bueno: “En el camión me puedo parar” y él me respondía: “Es
que esa es la bronca, que el parar lo estás relacionando con el detener y en el
coche tú sientes que no te puedes parar, es decir, que no te puedes detener”.
Ese era el
asunto y es cierto: a mí lo que me dan miedo son las vías rápidas, donde no te
puedes detener. O la carretera donde no te puedes detener –que sí puedes pero
yo siento que no. El coche para mí es un elemento de miedo súper cabrón. He
estado a punto de matarme en el coche. No es gratuito que este miedo aparezca.
Incluso un
poquito antes del primer ataque de pánico, iba con mi hermano manejando una
camioneta y perdí el control en el segundo piso. Y él me dijo: “Nos vamos a
matar”. Y yo le respondí: “Pues sí”. Algo pasó que pudimos salvarnos, no sé ni
qué, pero pudimos retomar el control. En el momento los dos dijimos “Aquí
quedamos”. Fue una cosa muy espantosa. El coche es un símbolo de miedo para mí.
ÓA. ¿Cómo relacionas al auto, como un símbolo masculino o uno femenino?
APA. Yo creo que es un símbolo masculino porque es un
invento masculino. Hubo una época en la que era mal visto que las mujeres
manejaran. Incluso hay países en donde no pueden manejar. Es un símbolo de
control. Eso era algo que me decía mi psicoanalista: es un símbolo relacionado
con el control, con la libertad.
Por eso a mí me
encantaba el contraste de la libertad de andar manejando y luego el miedo de
que me fuera a matar. Creo que es masculino.
ÓA. Te lo pregunto porque la única que maneja en la novela
es Estela.
APA. Y deja de manejar. Se aleja de eso y es un elemento que
la condena. Es mi miedo proyectado totalmente.
ÓA. Pareciera ser que quien menos código moral tiene es El Ponzoña, conforme va avanzando la novela nos damos cuenta de que Estela tiene un código moral golpeado –incluso la más víctima de los tres–, y Lúa tiene un código moral como el de muchos niños. Háblanos de los códigos morales de los tres personajes.
APA. Me gusta mucho el personaje de Estela porque ella
detesta a su nieta Lúa, pero la cuida. Le caga la niña, no la soporta pero está
comprometida con el hecho de cuidarla, alimentarla, darle escuela, incluso de
consentirla. Me gusta ese contraste.
Uno no tiene que
querer a las personas que cuida ni de las que está encargada y ella lo hace
relativamente bien. Aunque también esa falta de cariño termina afectando mucho
su relación y a la niña, pero está comprometida con no dejarla sola ni en la
calle, también por la culpa y un montón de elementos, pero está comprometida.
Y el de El
Ponzoña me gusta porque es un tipo muy comprometido con su chamba. Dice:
“Quiero ser bueno en mi chamba, aunque ya no tengo esa aspiración de ser el
mejor ni el más chingón”, esa aspiración muere con el amigo. Cuando estuvo acompañado
sí quería la grandeza, solo ya no quiere, le da miedo.
Yo entrevisté a dos sicarios para la novela y eso me llamaba la atención, que los dos tenían muy claro eso: “Yo solamente mato gente que me piden matar, yo no mato por gusto. Y si alguien me hace enojar o si tengo problemas personales no voy y lo mato. Lo hago por un precio y nada más por eso”. Tenían muy clara esa conducta los dos que yo entrevisté: no salirse de ese margen.
Además me
decían: “Si yo matara por gusto, pongo en riesgo también mi chamba”. Tenían muy
claro el no entrar en ese riesgo innecesario. Me llamó mucho la atención la
claridad ante un asunto tan terrible como el asesinato. Ellos sabían a quién sí
y a quién no. A nadie cercano. Ellos me decían que no matarían a nadie con
quien tuvieran una relación personal o alguien que les cagara. También por eso
son personas que de pronto se aíslan mucho del mundo. Es una cosa muy
impresionante.
Y lo otro,
siempre he dicho que hay niños muy tiernos pero también hay niños cagantes; y
así como hay niños muy buenos, hay niños que son terriblemente ojetes. Quería
que Lúa tuviera toda esa variedad. Que de pronto fuera una niña muy linda y
luego una niña odiosa y después una niña muy mala. Toda la variedad que se
aleja de la idealización del niño.
Los niños son
complejos, tienen un montón de emociones, de cargas pero son variados. Aunque
adores al niño, de pronto te caga o dice algo que te hace pensar: “Ay, ya que
se calle este wey”. Y así como hay niños muy listos también hay niños bien
pendejos. Yo quería que tuviera toda esa variedad: desde ser brillante hasta
ser súper estúpida. Creo que lo hice bien: retratar a una niña de manera
realista sin romantizarla.
Hay muchos abuelos que detestan a sus nietos. Te voy a contar algo de manera personal: mi abuela y yo teníamos una relación horrible, creo que nos queríamos mucho ¡pero cómo nos cagábamos la madre los dos! Yo que ya estaba metido en estas cuestiones del ocultismo le decía a mi abuela: “Abuelita, yo quiero ser un mago cuando crezca”, y ella me decía: “¡Si ya eres el mago, eres el mago mierda! Lo único que sabes aparecer es mierda”. Me daba mucha risa porque era súper ojete y súper llevada. También me cagaba porque era súper conservadora, nos llevábamos terriblemente mal. Te repito, creo que nos queríamos mucho pero sí nos cagábamos la madre, porque además ella era súper de derecha y yo siempre fui de izquierda y eso cómo le hacía ruido a mi abuela.
ÓA. Hay una situación muy fuerte con Estela: el alcoholismo. ¿Qué fue lo que te movió a darle esa característica a Estela?
APA. Eso también me lo contó la verdadera Lúa, su abuela era
alcohólica e iba a AA, dije “Ah, mira, es un mundo que sí conozco”.
Al final del día,
el psicólogo que me ayudó a mí a dejar de tomar era de AA, hicimos los 12 pasos
de una manera “lacaniana” para decirlo de alguna manera. Íbamos uno por uno y muchas
veces fui a tribuna. Intenté meterme a AA. Sé lo que es eso y escuché muchas
historias que decía “No mames, si lo que se cuenta aquí saliera, a todos estos
weyes los cancelarían mañana, los harían pedazos”. Cuentan unas cosas bien
cabronas.
El personaje
original era alcohólica y tenía estos dos deseos: morirse y volver a tomar. Era
lo único que quería, pero me sirvió mucho mi propia experiencia para construir
al personaje.
ÓA. Se sataniza mucho el consumo de drogas pero casi no se le pone atención al alcoholismo, es otro sótano que no debiese visitarse. Está expuesto pero la gente no le pone mucha atención.
APA. Al final la prohibición determina todo. El alcohol está
permitido. Estadísticamente el alcohol nos hace más daño que el consumo de
drogas, eso habría que decirlo, hay muchas más muertes por el consumo de
alcohol que por el consumo de drogas.
Los índices de
alcoholismo en el país son muy grandes. Tenemos una tendencia muy cabrona a
ello. De todos mis amigos con los que tomaba, varios se murieron, otros siguen
consumiendo y están terriblemente mal. Yo he visto lo que el alcohol hace en la
vida –en mi vida– y en la de los demás. Entonces sí deberíamos replantearnos
cómo nos estamos vinculando.
Como está
pasando con el cigarro: nos hemos dado cuenta del daño que nos hace y buscamos
mecanismos, a lo mejor no muy agradables para el que fuma. Así deberíamos
empezar a pensar en cómo hacerle con el alcohol para que no sea tan común.
Simplemente aumentar el precio de los cigarros: ¡cómo ha bajado el consumo! Nos
guste o no nos guste, hay gente a la que de plano ya no le alcanza… aunque
estén los cigarros chinos. Unas por otras.
El preguntarnos,
ayuda. Cuando el público está diciendo: “Oye, ¿qué onda con el cigarro?”, algo
también te empiezas a preguntar. Deberíamos hacer esto con el alcohol, sin
duda.
ÓA. Me llama mucho la atención de las reseñas que he leído de Tres Cruces, le llaman “narconovela”, que desmenuza o muestra cómo es el narco, pero nadie habla del alcohol. Nadie dice “el alcohol está causando estragos en una mujer muy joven, de 43 años”. ¿Se hace apología?
APA. Se glamuriza mucho el alcohol. Lo primero que muchos
chamaquitos quieren es tomar una cerveza. O cuando tu papá te dar por primera
vez una cerveza es la iniciación. Tenemos una relación con el alcohol como si
fuera lo máximo y yo no creo que lo sea.
Sí hacemos
apología, lo permitimos y lo fomentamos. Estamos muy mal de nuestro vínculo con
el alcohol. Y a lo mejor te lo digo desde una cuestión muy moral, porque yo soy
alcohólico, pero sí veo a los chamacos y digo “Chale, qué riesgo tan grande
tienen todos ellos de caer en estas cosas”. Está cabrón. Deberíamos
replantearnos nuestra relación con el alcohol.
Incluso en cómo se presenta ahora: el Four Loko, y
todas estas bebidas, son súper atractivas a la vista, la publicidad está
enfocada a los jóvenes. Lo que quieren es atrapar a los chamaquitos para que
las consuman, deberíamos pensar por qué.
APA. Pasó algo muy cagado porque dentro de una de las
entrevistas, el vato me dice “Yo tengo aquí dentro del cañón grabado el nombre
de mi mamá”, yo le decía “¿Cómo le hiciste? Porque eso es muy difícil”, “La
llevé con un wey que me hizo todo”. Me daba el arma y me decía “Asómate”, “No
se ve nada, no mames”. Y me decía “Échale la luz con el celular” hacía la
pantomima porque no se veía ni madres, pero se me hacía muy chistoso que me
diera el arma para que la viera.
Se me hacía tan
cagado su insistencia y el concepto tan ridículo pero al que le daba tanta
importancia. Él decía “Es lo máximo, está chingón”. Me llamó tanto la atención
la bendición de la mamá. Me decía “Mi mamá siempre está bendiciendo mis
disparos”, y yo decía “En el fondo está bonito el símbolo aunque está horrible
lo que representa”, habla de una cuestión amorosa, de un cierto homenaje –nos
guste o no– es un acto amoroso lleno de cosas horrorosas y una necesidad de
sentirse protegido y bendecido también.
No se veía nada
adentro pero el wey estaba emocionado porque quería que lo observara. Se lo
hicieron con una cámara para hacer una colonoscopía. Seguro quedó todo chueco
pero se hizo el esfuerzo.
APA. No, no, nunca lo haría. La historia es sobre cómo se
gesta una persona que se vincula a la muerte toda su vida. No quiero llamarla
asesina, porque se me hace injusto.
No quiero hablar al respecto porque esa parte es real. La relación que tuve con la persona que me contó la historia fue muy íntima, nos íbamos a chupar juntos, nos pasábamos cerca de 12 horas platicando y cotorreando, llorando. Fue una de las relaciones más complejas de mi vida, más raras. Al final yo tampoco quería seguir ahí, esa es la verdad. Era muy difícil. Yo no podía lidiar con lo que ella traía, le insistía en que necesitaba un especialista. No podía ayudarle en nada de lo que necesitaba.