Por Sergio Martínez
La
noche cayó sobre nosotros, el viento frío empieza a hacerse sentir, tenemos no menos de tres
horas sentados en las gradas esperando que
empiece el concierto, se apagan las luces
y una voz en off anuncia: señoras
y señores, con ustedes, el Sr. Bob Dylan.
A no más de treinta metros, vestido de negro con sombrero blanco, el tipo toca el teclado y la armónica, cuando canta arrastra las letras de tal manera que no
sólo se dificulta escucharlo sino también
entenderlo en su idioma natal. Pero ese
tipo que canta acompañado por su grupo ha
compuesto más de 300 canciones, muchas de
ellas, las más representativas del rock y ha dejado huella en muchos de sus
escuchas.
Se
podría pensar que en un país donde se habla castellano un cantautor que habla inglés no tendría
convocatoria, pero no es así, Bob Dylan “tomó”
la Plaza de Armas de Zacatecas, aquel
lugar que tomara Pancho Villa durante la revolución mexicana y que fue bastión
principal para que el “Centauro del Norte” se volviera leyenda.
Pero los tiempos cambian… y ahora a la tierra
del zacate llega la gente para ver a una
leyenda viviente, a un tipo que ha sido
candidato al Premio Nobel de Literatura
(que nunca se lo darán*, porque él no se asume
como literato, sino como cantante, y los escritores
son muy celosos y muy rapaces) y ganador de un Oscar, varios Grammys y del Príncipe de Asturias.
Mister Zimmerman nos deleita con las canciones: When
the deal goes down, Just like a woman, Highway 61 revisited, Thunder on
the mountain, Like a Rolling Stone; The Band no desmerece en la ejecución de cada acorde, son
una maquinaria bien aceitada, pareciera que
tocan sin moverse, el público se prende
con la música, dudo mucho que más de la
mitad conozcamos todas las canciones y lo
que dicen, pero extrañamente hay una comunión
entre el público y el cantante, un “algo” que muchos llaman magia.
Dylan
en su papel, ni se inmuta; toca, canta, le sopla a la armónica, pero en cada canción la banda se
prende, desde mi lugar observo a los de hasta
adelante, corean cada estrofa, Bob al percatarse
entra al juego con ellos, el toca, ellos cantan,
así lo hará no menos de tres veces en
tres diferentes momentos del concierto…
sus seguidores lo logran, hacen que Dylan
se salga de su papel e interactué con ellos.
Cuando canta Forever young un hombre
canoso y de barba descuidada alza las
manos y haciendo la “V” de la victoria
empieza a cantar a garganta abierta la canción,
después desde su lugar junta las manos hace una plegaria agradece a Dylan la
canción, cuando el concierto termina la
banda junto con el cantante se reúnen en
el proscenio del escenario, Dylan sin
sonreír sólo levanta los pulgares en señal de
satisfacción, hace una reverencia y se pierde detrás del escenario.
Acudimos con la historia, nos encontramos con el
poeta, con el cantante, con el referente de una
generación en la que no nací, con quien se
desmarco de ser un líder o un profeta,
pero a él la historia no lo absolvió, a
él, y a sus canciones, las hemos adoptado como
aquello a lo que aspiramos, sus canciones -aun en estos tiempos- son una referencia de aquellos años
sesenta en los que aquellos jóvenes
contemporáneos de Dylan soñaban que otro mundo es posible, como en aquellos años hoy, nosotros, los de esta otra generación aspiramos a encontrar la respuesta en el
viento, a ser por siempre jóvenes.