Por Parraguirre
Los errores en la historia de la humanidad son necios y tienden a repetirse. En Hot L. A. de Horacio Altuna, podemos dar cuenta de ello. Las cuatro historias breves que componen este trabajo de narrativa gráfica, están situadas en los hechos acaecidos en la ciudad de Los Ángeles en 1992, en un evento conocido como la revuelta de Rodney King (aunque, también pudieron haber sucedido tras la muerte de George Floyd el pasado 2020, por ejemplo. Lo dicho, la historia es terca).
Altuna, con una
narrativa vertiginosa, y una gráfica contundente –que logra transmitir el desorden
y desconcierto que atraviesan los personajes y la ciudad misma–, nos muestra el
derrumbe moral y ético que impera cuando la violencia se impone. En el primer
relato, que sirve como preámbulo de lo que está por detonar, un par de jóvenes
afroamericanos, que han resistido a caer en las pandillas y las drogas, son
conscientes de la miseria y marginalidad en la que habitan. Pero la tensión de
la realidad en la que viven, ante la que se les impone, los obliga a buscar
alternativas. “¡Yo quiero lo que me ofrecen en la tele, güey!”, dice uno de
ellos.
En otro relato, uno de los personajes reclama: “¡Los blancos se han adueñado de nuestra cultura, de nuestra música, de nuestras raíces! ¿Qué hemos recibido a cambio?”. Lo anterior se sabe de sobra, con casos como el del blues y el jazz, que fueron géneros musicales marginados en sus inicios, al ser interpretados por afroamericanos. En cuanto los blancos comenzaron a apropiarse del estilo, esa música subió de categoría, para –en la actualidad– ser considerada de prestigio. Lo que me remite a lo escrito por Irene Herner en su libro Mitos y monitos:
“La cultura manejada por las instituciones culturales dirigida por los opresores, ya sea colonialistas o clasistas, no refleja más que el lado formal de un arte que antes fluía del contenido de una realidad social”.
La mayor parte
de los relatos están atravesados por esta dicotomía racista entre negros y
blancos, salvo la historia número tres, donde el conflicto se presenta dentro
de las propias pandillas de afroamericanos, y la violencia alcanza su cúspide,
pues ante la brutalidad y el desconcierto no hay bandos a los que asirse. Como
proclamó Frantz Fenon: “Para nosotros el que adora a los negros está tan
«enfermo» como el que los abomina. A la inversa, el negro que quiere blanquear
su raza es tan desgraciado como el que predica el odio al blanco”.
En el último relato, narrado en voz
off, con una prosa poética muy bien
lograda entre imagen y texto, se hace un balance derivado del entrecruzamiento de
negros, blancos, asiáticos, y latinos, que habitan un mismo territorio. La
síntesis a la que llega el autor es una invitación a repensar en nuestro
humanismo, es decir, la manera en que convivimos con los otros.
El trabajo de Altuna goza de vigencia en estos días (por desventura), ya que los conflictos raciales parecen estar en boga, y no solo desde fuera, como los movimientos de Brexit y Black Lives Matters sugieren, sino al interior de nuestro propio país, pues como dice Irene Herner: “El racismo, así como el clasismo –pues de alguna manera todas las formas de opresión se relacionan–, están presentes y lo estarán en la medida en que sobreviva la organización social que los sustenta”. Y para hablar de clasismo México se pinta solo. En fin, poner de nueva cuenta el tema del racismo/clasismo sobre la mesa es muy necesario, y hacerlo desde el lenguaje de la narrativa gráfica, también resulta significativo. Les invito a dialogar con esta obra, para evitar que la historia se siga obstinando.
*Horacio Altuna, Hot L. A., Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 2020, 54 pp.