Por
Gema Mateo
Mientras
la caja metálica se eleva a mil pies de altura, me invade una sensación de
aflicción y vislumbro la ciudad destruida a mis pies. En los confinamientos de
las ruinas, más allá de lo que era el Ángel de la Independencia, los túneles
subterráneos se conectan en enjambres.
De
manera particular mis dedos se sienten entumecidos, de principio a fin mi
dispositivo móvil está vorazmente conectado a la pirámide central. Los
circuitos resplandecen hasta el punto de cegar mis pupilas, pero escucho su voz
familiar y todo parece tener sentido, me dice que nos encontremos en el mismo
lugar para platicar.
El
elevador central del edificio solar pertenece al conglomerado de la sección
Beta. Vivimos en un rascacielos radiante que recibe al astro poniente cada
amanecer, disfruto de sus magníficos atardeceres cuando se oculta por el oeste.
Los
guardias en la Apertura principal
solo permiten a los nuevos residentes pasar: inspeccionan sus valijas, sus
signos vitales y su permiso activado que los hace acreedores a un piso de esta
sección. No he tenido referencia de nuevos vecinos en el edificio desde hace 5
años, de hecho, mis memorias solo alcanzan el periodo de un lustro. La doctora
a cargo de nuestros registros de salud me ha dicho que es consecuencia de la
desintoxicación 3-0-3.
Al
cruzar el umbral hacia el interior del elevador, el paisaje se torna pleno de
aluminio dorado, percibo un olor a metal y químicos. Presiono el botón T, el cual indica descenso en la Terraza. Allá me espera Cintia, mi
mejor amiga.
Tomar
el elevador para llegar al último piso del edificio Beta me entusiasma, porque
al cerrar los ojos llegan a mí imágenes de lo que solía ser la ciudad, de un
tiempo lejano, antes de que ocurriera el fatal episodio del que nadie quiere
hablar.
Mis
visitas en el piso C son frecuentes.
La Central médica siempre me ha dado
el mismo diagnóstico: consecuencia de la desintoxicación 3-0-3. Sin embargo, esa
sensación de aflicción continúa, mi curiosidad no me deja en paz y sigo investigando.
Me han dicho que después de aquel incidente global, las personas pueden
presentar confusión, destellos de la vida pasada, entumecimiento en las manos y
pies.
Cuando
visito el piso B acelero el paso
entre las y los jóvenes que invaden la sección de Acercamiento Virtual para
llegar al área clausurada de Historia. Logro pasar desapercibida por mi
estatura: soy pequeña, rápida, invisible. Logro desactivar las bandas de nano-sensores
y desconecto la ubicación de mi móvil. Me adentro en el largo pasillo cubierto
de polvo, busco información en los escasos libros físicos que, intactos de
otras manos, aún existen para llegar a mi objetivo.
“Las personas morían sin lograr un diagnóstico médico. Las ciudades superpobladas no contenían la infección, era necesaria la desintoxicación 3-0-3.”
El
trayecto del elevador termina cuando suena esa melodía demasiado aguda para mis
oídos, se abren las puertas y cada rincón en aquella caja dorada es visitada
por la luz natural que, tímida, se cuela por el domo que cubre la terraza.
–
¿Por qué no podemos respirar el aire?
–
Amalia, deja de hacer tantas preguntas.
Venimos a la piscina, hoy hace un buen clima.
Es
cierto, el sol está justo encima de nosotras, el clima no es caluroso, la
ventilación inteligente del domo nos envía una brisa peculiar. Se proporciona
la exacta luminosidad para que las personas se puedan broncear, nadar y reír,
pero yo solo me quedo contemplativa hacia el astro, el cual se ve muy pequeño,
como la pelota de tenis amarilla con la que juegan dos hombres a unos metros de
donde nos sentamos.
–
Deja de soñar despierta Amalia. Ven,
tómame una foto. La voy a compartir. No, mejor un vídeo, quiero presumir mi
traje de baño.
–
Está bien – le respondo sin muchas ganas,
con una punzada en mi pecho, como si en realidad estuviera en otra parte y no
aquí.
–
¿Qué te sucede hoy? Estás rara.
–
No lo sé, desperté somnolienta.
–
Deberías ir a una consulta en el piso C.
–
No, no obtengo las respuestas que quiero
allá.
Aunque
es mi mejor amiga nunca me he atrevido a decirle que visito la sección
prohibida en el piso B. Cuando la
observo con detenimiento a veces me parece una desconocida, pero cuando oigo su
voz mis pensamientos toman un camino lógico y se ajustan a lo que ella dice.
Quisiera
contarle qué siento, es una sensación extraña de la cual no he escuchado a
nadie nombrar. Decido enfocarme en lo que me pide: tomarle la foto, compartir
su video para que otras personas en remotas secciones como Alfa, Gama o Delta lo
vean.
Mientras
intento tomar la foto, las risas escandalosas de unas chicas, que tienen una
fiesta privada muy cerca de la gran piscina rectangular, llaman nuestra
atención. Es inevitable preguntarme por qué no tenemos más amigas y amigos,
quizá es porque soy extraña y la mayoría de mis pensamientos se concentran en
descubrir más sobre los tiempos antiguos, investigar en qué consistió la
desintoxicación 3-0-3 o desactivar las rutas de rastreo digital para seguir
siendo invisible.
No
obstante, Cintia es una chica agradable, es decir, le gusta platicar sobre los
temas en los que todos están interesados. Es alta, de cabello azul celeste, pero
carece de habilidades sociales, mira qué ironía analizarla cuando yo tampoco
platico con alguien más. Mientras sigo este camino de ensimismamiento, un chico
bronceado se acerca. Ni siquiera me mira, pero se fija en Cintia y le pregunta
si quiere unirse a la fiesta que tiene lugar cerca de la piscina.
–
Claro, eso me gustaría mucho – le dice
emocionada.
–
Oye, Tío – le gritan las chicas de la risa
estrepitosa – ven aquí. ¿Qué estás haciendo? – le preguntan sin bajar un solo
tono en su voz.
–
Solo la invitaba a unirse a nosotros.
–
Llevas menos tiempo que nosotras aquí, así
que te diremos cómo son las cosas. Ella no es digna de asistir a las fiestas, su
familia pertenece a Lambda.
Jamás
había escuchado que alguien pronuncie aquella letra, de qué sección proviene,
qué significa. Cintia baja la mirada y me dice que nos alejemos, mientras
continúan riéndose y el chico la observa entre suspiros.
–
¿Por qué dijeron eso? Nunca me has dicho
nada sobre Lambda. Ni siquiera creí que hubiera otras letras que pudiéramos
nombrar.
–
Olvídalo Amalia, mejor quedémonos aquí, bajo
la sombra de este árbol – me dice mientras baja la mirada y se sienta.
Luce
cohibida, aunque me ha dicho que olvidemos aquel comentario se nota humillada.
Aquí en Beta no hay comunidad, se congregan en pequeños grupos que muy rara vez
se conectan con otras personas. Leí sobre ese término, comunidad, en el piso B, en la sección de Historia de civilizaciones perdidas. An
no comprendo porque nadie habla sobre los cimientos en los que se construyó
nuestra civilización, la vida humana era caótica, pero guardaba esas finas
líneas de entrelazamiento, creando comunidades, redes vecinales y conexiones emocionales.
Me
aventuro a platicar con Cintia sobre lo que siento, una sensación de confusión
y vacío, como si me llamaran desde otro lugar, como si me pidieran regresar a
días en los que nunca viví.
–
¿Has observado que casi nadie enferma
aquí? La doctora me dice que los síntomas de entumecimiento son comunes, pero
nunca encuentro a alguien más visitando el piso C.
–
¿De qué hablas Amalia?
–
Es que siento algo dentro – al decir esto me observa con desconcierto y
me pide que nos vayamos.
Caminamos de regreso al
elevador.
–
¿Te sientes enferma? – me pregunta
confundida, atropellando esa última palabra, como si en mucho tiempo no hubiera
sido pronunciada por sus labios.
–
No lo sé, no es algo físico, es más …
Nos
introducimos al elevador con una señora y un niño, él y yo nos observamos, sus
ojos verdes fulminantes me inspeccionan de abajo hacia arriba, pero la señora
no me ve, solo a Cintia. Se saludan, él y yo no decimos nada, una función
lógica dentro de mí no se activa en ese momento para saludar con cortesía.
–
Es más bien una sensación que una dolencia
física. ¿Eso tiene el nombre de alguna enfermedad?
–
No sé si estés enferma, debes ir al piso C – al decir esas palabras, noto que la
señora la voltea a ver con repudio, se recluyen en una esquina del amplio elevador.
Una
notificación llega al dispositivo móvil y me indica que debo ir al piso C, la función lógica en mi cerebro
también me lo hace saber, mis pensamientos se dirigen de inmediato a tomar la
decisión de descender en aquel lugar.
–
Si está enferma debes reportarla, nadie se
ha enfermado desde la desintoxicación 3-0-3 – le dice a Cintia mientras cubre con
sus manos los oídos del niño y bajan en el piso quince.
–
No tiene de qué preocuparse. Hasta luego –
le dice contundente Cintia.
–
¡Qué diantres sucede! ¿Por qué la señora
no se dirigió a mí? Me lo pudo haber dicho y… ¡qué significa eso de que nadie
ha enfermado! – exclamo enfadada y en voz alta, Cintia lo nota, su mirada es de
total sorpresa.
–
Calma, dirígete al piso C, te tienen que revisar – de nuevo el
tono de su voz me tranquiliza, me ordena un comando.
Ella
baja en el doceavo piso, me dice que me escribirá más tarde. Cuando abandona el
elevador y éste sigue descendiendo, un choque neuronal se produce en mí. Cientos
de escenas aparecen en mi mente, todas enredadas, como en un torbellino. Un
zumbido me estremece y un dolor infernal de cabeza me ataca. Me quiebran de
dolor aquellas imágenes borrosas, como si un destello de la luz más intensa
rebotara en mis pupilas y mi cerebro explotara al sonido del estruendo de un
gong. Me estremezco al punto de doblarme y caer, pero estiro mis manos para
sostenerme y, por descuido, aprieto un botón del ascensor.
Después
de soportar el estruendo dentro de mi cabeza, de ver escenas de lugares en los
que nunca he estado, personas que jamás he conocido, sensaciones que no sé cómo
nombrar, identifico un lugar, una estatua, el Ángel de la Independencia; me
reincorporo. La horrible melodía suena y me doy cuenta que desciendo en el piso
Z, jamás he estado acá.
Al
cruzar las puertas quedo de frente a una enorme sala, con compuertas de madera
abiertas de par en par, adentro hay muchos monitores, con escenarios diferentes
del Beta, pero también de otros lugares que parecen ser los enjambres de las
ruinas de la ciudad. Me quedo
alucinada ante las pantallas.
–
¿Qué haces aquí? – sale a mi encuentro un
joven enclenque, de uniforme color rojo.
–
¿Qué es este lugar? Tienes que decirme –
le exijo.
–
Déjame ver tu muñeca.
Se
la muestro sin poner resistencia mientras contemplo con más detalle las escenas
de las pantallas.
–
Tienes que irte – me dice asustado al no
encontrar lo que sea que esté buscando en mi muñeca.
–
¡No! ¿Tú quién eres? ¿Qué es este lugar?
–
Es la sala de vigilancia, ahora vete.
–
He estado muchas veces en el piso B y nunca he leído algún informe del
Beta que dé conocimiento de este
lugar. Es más, no había notado en el tablero del elevador el botón Z – le replico.
–
¡Tienes que irte! – se horroriza más.
De
pronto, descubro entre las escenas de las pantallas, en los enjambres
marginados de las ruinas, unas agrupaciones de viviendas y, de entre los
escombros, me veo emerger. Visto unos harapos grises, pesados, como armadura, con
un semblante más maduro, pero soy yo. El
horror, el mismo con el que me dice el vigilante de uniforme rojo que me vaya,
me inunda y mis manos se vuelven a entumecer.
–
¡Qué es eso! – le pregunto al borde del
grito.
–
¡Ya vete! – me responde de la misma
manera.
–
¡No! No me iré hasta que me digas quién
es, qué es, por qué se parece a mí.
Él
se nota desesperado, acorralado porque no puede mover ni un centímetro de mi
cuerpo, somos de la misma estatura, pero parece que mi peso corporal es el
doble que el suyo. Se rinde.
–
Me arrepentiré de esto, yo te lo advertí.
No sé cómo lograste presionar el botón que te condujo a este piso.
–
Yo tampoco, tuve un dolor de cabeza atroz
y por accidente puse mi mano en el tablero. Luego muchos destellos, confusión y
descendí aquí.
Me
mira como si me tuviera miedo y, a la vez, como si no se resistiera a decirme
lo que sabe. Lo observo, pero también sigo observando las pantallas, busco a
Cintia, pero ella no aparece en ninguna pantalla. No son tantas, encuentro al
niño de los ojos verdes.
–
¿Por qué no veo a Cintia? Si este es el
centro de vigilancia del Beta por qué no aparece ella.
–
¿Quién?
–
¡Cintia! – le repito ahora con angustia
por no encontrarla.
–
No sé, aquí solo veo a los androides.
Mis
piernas tiemblan, otra vez el cumulo de imágenes se alborotan como abejas
enardecidas tratando de llegar a su panal. El zumbido me hace tambalear y me
sostengo de su hombro.
–
Eres pesada, ¿qué tipo de trasplante te
habrán heredado?
–
¡De qué hablas! – le digo al borde de una
sensación que no logro reconocer, con impotencia y como si quisiera… – ¿Quién
eres tú? ¿Qué son los androides? – le digo con la voz cortada, con un nudo en
la garganta.
–
Me mira con curiosidad, me analiza –
después de unos minutos, me he recuperado y comienza a explicarme – Esto no es
la sala de vigilancia. Soy Fausto, el encargado del inventario de androides en
Beta. También soy uno de ellos, como todos los que están en las pantallas, como
tú. Mi programación neurolingüística me permite tener esta información para
poder operar esta actividad.
No
digo nada, lo observo helada, sin comentarios, dejo que hable.
–
Los androides no saben lo que son, su
programación es específica en cada caso. A veces hay niños que se sienten hijos
de una familia, amigas, como tú, que sienten afinidad con su enlace. Supongo
que Cintia es tu enlace.
Sigo
sin decir nada, parpadeo una que otra vez, pero no me muevo, mis manos siguen
entumecidas.
–
Las personas que viven en Beta adquieren
los androides para no sentirse solas, les asusta la soledad. También porque
perdieron familia, porque no tuvieron hijos, porque quieren tener amigas y
amigos – me explica en un intento de que yo reaccione y diga algo, emita un
sonido, una palabra o un quejido.
–
¿Existió la descontaminación 3-0-3? – por
fin le pregunto, mi único conocimiento sobre la vida pasada.
–
Sí, por supuesto. A partir de la 3-0-3
pudimos existir. Después de ese episodio muchas personas no pudieron acceder a
la vivienda que se ofrecía en las secciones. El mundo se dividió en dos, en
estos edificios inteligentes pero aislados, y en los enjambres de las ruinas.
Pero mientras las personas eran transportadas a zonas seguras y se construían
estas secciones, los sobrevivientes en los enjambres comenzaron revueltas.
El
llamado inició, la descontaminación 3-0-3 tuvo lugar. No se permiten personas
enfermas en las secciones, con alguna diferencia o limitación física. Los que
viven en Beta han sido
cuidadosamente seleccionados, dejando fuera a muchas personas, incluso de su
mismo núcleo familiar. No querían revueltas, así que las corporaciones más
poderosas decidieron quiénes podían entrar aquí y los configuraron a su modo de
ser.
–
Espera – lo detuve en su explicación –
¿qué significa que Cintia pertenezca a Lambda? Lo mencionaron hoy.
–
Lambda fue una de las corporaciones que
defendió la política de no selección. Querían que aquellos que contaban con la
adquisición económica pudieran acceder a la vivienda sin importar enfermedad,
diferencia o limitación física, pero nadie les apoyó, tuvieron que someterse
también al proceso de selección. Supongo que tu enlace debe ser de las únicas
de su familia sin enfermedad y por eso vive aquí, pero su linaje no es bien
visto.
–
¡Y qué buscabas en mi muñeca hace unos
minutos!
–
Quería corroborar tu nano-sensor enlazado,
pero en efecto está desactivado.
–
No, no entiendo, nada. Esto debe ser un
error – le digo sollozando, mientras llevo mis manos entumecidas hacia mi
cabeza confundida.
–
¿Acaso quieres llorar? Debe ser defecto de
fábrica. Ningún androide ha llorado jamás, son emociones complejas e, incluso,
las personas que viven en las secciones cada vez menos las tienen, ya no
sienten. Verás, están configurados a una perfección inalcanzable, a una
creación robótica que somos nosotros.
–
¿Qué dices? ¿Quién te ha dicho todo esto?
–
Mi creador, él hizo el trasplante con mi
original, la persona que no sé si siga viviendo allá afuera. No puedo verlo,
aunque vea el de todos los androides de Beta, irónico.
–
¿Tú original? Es decir que, aquella
persona – señalo la pantalla donde recolecto unos escombros – ¿es mi original?
–
Sí, así es. Pero esto nunca había pasado –
me observa de nuevo con extrañeza – ¿Cómo fue que rompiste el comando con tu
enlace? Ella te debió ordenar algo.
–
Ya te lo dije, fue un terrible dolor de
cabeza, muchas imágenes y luego me encontraba descendiendo en este lugar.
–
Un choque neurocerebral – concluye
decidido – Mi creador me contó de la posibilidad de llegar a este momento. Sobre
todo, si el trasplante está conectado a través de una sinapsis que sigue viva,
lo que mantendría unidas tus neuronas con las de tu original.
–
¿Pero ella sabe que existo?
–
Ella fue quien se ofreció para que tú
existieras. Te decía, con la 3-0-3 se prometió una vida mejor, pero quienes no
tenían recursos económicos se enfilaron para lucrarse a través de la creación
de su androide, a ellos les pagaban una suma y nosotros existimos.
–
¿Y por qué ella sigue viviendo en los
enjambres?
–
Pueden ser muchos factores, quizá no quiso
dejar a su familia, tal vez, a pesar del pago no pudo costear un lugar para
vivir en las secciones, quizá esté enferma, pero de estarlo ya hubiera muerto.
–
Si nuestros originales mueren, ¿nosotros
seguiremos existiendo? – lo cuestiono más por una preocupación hacia ella, al
observarla a través del resplandeciente monitor, con su grisácea envoltura de
telas, rodeada de humo espeso, con la cara demacrada, recogiendo escombros de
cantera del pavimento levantado de lo que era el Paseo de la Reforma – ¿a dónde
va? – le pregunto al verla marcharse y adentrarse a los enjambres, donde la
cámara no tiene más visión.
–
Las personas que habitan en los enjambres
son seres que se guían por inercia, nadie sabe qué comen o cómo viven dentro de
las viviendas adaptadas en la colmena urbana. No sé de ningún caso que su
original haya muerto y, en consecuencia, haya dejado de existir. Somos una
réplica, una mejora, pero no estamos conectados a ellos.
Decido
que eso último es falso, toda la vida en este edificio lo es, no sé en qué nos
hemos convertido, pero de lo que estoy segura es que puedo sentir como si
estuviera allá, como si siguiera conectada a ella, pero no puedo enviarle alguna
señal.
–
¡Déjame salir, quiero irme de Beta!
–
¡Estás loca! No digas más o tendré que
mandarte a desactivar. No te das cuenta que tienes un defecto de fábrica, si
alguien se entera solo lograrás la desconexión.
***
Tengo
la sensación de que alguien me observa, quizá mi androide en Beta se ha dado
cuenta, qué tonterías pienso mientras recojo las últimas piedras. El traje
pesado me sofoca, pero protege mi piel. Siento la gran necesidad de alzar mi
rostro hacia el enorme rascacielos y de hacer una seña, no lo haré. Sigo con la
vista en los escombros, me pregunto si ella sentirá nostalgia de los días de
tráfico y contaminación; de la comida callejera, el sonido de la guitarra de
una señora que exhibe su talento en el semáforo, que se encuentra en rojo, para
pedir alguna limosna.
Pienso
si mi androide también se acordará de mi hija. Si mantendrá el recuerdo cuando
hacía acrobacias una calle arriba de donde se encontraba aquella señora. Subía a
mi hija en mis hombros y con destreza mi niña hacía malabares con una pelota
amarilla de tenis. Claro que no extrañará esos días, allá vive en la opulencia,
sin enfermedades ni sentimientos, ella no conoció la hermosa y miserable vida
que teníamos antes de la descontaminación 3-0-3.
Me
encuentro confundida, con una punzada en mi corazón, vivir con menor proporción
de mi núcleo mayor me adormece y hace más lenta, pero sé que en Delta mi hija
vive mejor. Jamás desearía que estuviera aquí, rascando las piedras, la mugre y
los metales que dejó la destrucción. Por otra parte, de alguna manera siento que,
con ella, con esa figura androide que nació de mi núcleo central, sigo
conectada.
Tal
vez sí podamos reconstruir la ciudad, estamos levantando nuevas casas con esta
piedra que aún sirve. Nos alejamos de los enjambres para perdernos de la vista del
espectro vigilante de las corporaciones. A miles de kilómetros, donde creían que
la toxicidad había consumido todo, el lago de Chapultepec nos suministra de un
hilito de esperanza. Allá arriba el Beta resplandece, sus paneles solares están
recargados, la radiación incrementó hoy. Voy por la última recolección de
piedra para vender, después comeré unos renacuajos verdosos que atrapé en el
lago. Sentiré nostalgia por algo que nunca viviré.