Las reseñas innecesarias | Por Juan Jesús Jiménez
¿Qué tienen en común un álbum tremendamente largo y la demencia? The Caretaker, productor y músico, es uno de los muchos nombres que James Leyland Kirby ha asumido para sus experimentaciones y que, en su álbum Everywhere at the end of time, crea una atmósfera viva que nos absorbe con cada track y regresión acústica que podemos identificar.
Desde
ahora le digo que uno debe estar dispuesto a pasar seis horas para disfrutar el
álbum completo, pero, creo que podría darle una vista por partes ya que hay una
subdivisión entre cada track para agruparlos en fases -algo que trataré en unos
instantes. Y no es algo que parezca atractivo cuando empezamos, gran parte del
disco es la repetición de varias canciones con distintos tonos y formas de
jugar con ellos, así que, si no tiene paciencia o no conoce el contexto en el
que el álbum se cuenta a sí, definitivamente no le gustará.
El
ritmo es lento, bastante relajante y podría escucharlo incluso, al trabajar en
su computadora -como yo, justo ahora. La razón es que se presta a ello y tal
vez recomendaría que se escuchará de esa forma, con audífonos y haciendo alguna
otra actividad donde podamos enfocarnos y dejar que corran las canciones. Pero
a ver, ¿qué clase de álbum es este?, ¿qué clase de álbum demanda tanto tiempo?
Siendo sinceros, no podría clasificarlo en una categoría pero podría nombrarlo como un género experimental, en la forma en que canciones de la década de los treintas, pueden cambiar completamente con un par de efectos. Ahora, el trasfondo y la temática refiere a los padecimientos mentales que alteran la memoria y los traslada a un efecto musical que nos hace darle vueltas a la misma canción una y otra vez pero cada vez más distorsionada.
Sé que seis horas parecen ridículas para lo que comento, y es una fortuna que esté diseñado en varias partes que podemos digerir en distintos momentos del día. De forma que es casi como si se comentaran seis álbumes conceptuales, convirtiendo de poco a poco al público, en otra parte de la memoria que se distorsiona con cada minuto.
En
la primera fase, aunque con un poco de estática de por medio, podemos escuchar
versiones acústicas de canciones como “Heartaches”,
“Say it isn't so” y “Alabamy bound” en bucles que varian muy
poco realmente, por lo que recomendaría solo escuchar los primeros tres tracks
y el último para resumir esta fase.
Dentro
de la segunda, podremos notar más variaciones cruzando por nuestros audífonos y
el deterioro se hará más evidente, de la misma forma, solo basta con escuchar
los primeros tres y el último para que no sea tan largo el álbum.
La
tercera y cuarta parte podrían ser una sola, pues tienen aspectos muy similares
al retratar un recuerdo, pero se debe escuchar con mucha atención para darse
cuenta de los mínimos detalles, cuando a mitad de una canción cambia a otra
completamente diferente y parece casi como un dejá vú. Aquí no hay un orden a
seguir y podría ser completamente aleatorio cómo quiera seguir con unas dos o
cuatro canciones de ambas fases.
Partiendo
de la quinta y sexta parte, llegamos a un punto de no retorno, con momentos
lúcidos sí, pero con un sonido completamente manchado y opaco, es muy difícil
poder identificar una voz o el origen de los sonidos que se internan en la
estática y podría decir que, de forma muy inquietante, se asemejan a una banda
sonora de suspenso, donde, de poco, el sonido se disipa hasta dejarnos sin nada
qué recordar.
Descender
a todas estas partes del álbum, leyendo además las descripciones que da el
autor, es una experiencia completa en sensaciones y una que recomendaría
ampliamente como una introducción a los álbumes conceptuales. Everywhere
at the end of time podría ser la banda sonora al miedo de ser olvidados, de
terminar como el último track, en medio de la lucidez y ruidos incomprensibles
de una marcha fúnebre, y si un álbum puede lograr ese efecto, entonces vale la
pena darle una oportunidad.