Por Noé Isaías Lara Aguila
Mariana Enríquez ya era una autora consagrada de la nueva
narrativa argentina. Los volúmenes de cuentos: Los peligros de fumar en la cama (2009) y Las cosas que perdimos en el fuego (2016) son clara muestra de
ello. Es periodista del diario argentino Página 12. Al leer su última novela,
que le mereció el Premio Herralde de novela 2019, encontramos a quien podríamos
describir como una alumna avezada de Stephen King. Esto no quiere decir que su
escritura sea una calca o una especie de King latinoamericano, pero su obra
guarda ciertos paralelismos con la del maestro norteamericano. En pocas
palabras, si estás habituado a los ambientes del maestro de Maine, la obra de
Mariana Enríquez puede serte muy afín. Ese estilo dinámico, caracterizado por
un lenguaje claro y sencillo que al paso de las páginas te va sumergiendo en
las historias sin que aparentemente te des cuenta, forma parte también de la
narrativa de Enríquez. A diferencia de King, ella no hace tantas digresiones ni
se entretiene en tantos relatos secundarios, salvó cuando cree que la anécdota
lo amerita. Como en el caso de la narración de las hazañas de Maradona durante
el mundial de México 86, mientras el evento es seguido por los protagonistas en
la televisión argentina. Al igual que en la obra del maestro de Maine, la
infancia cumple un papel central en la conformación de sus personajes. Los
hechos que vivirán de niños determinarán su futuro como personas adultas. Si
bien, este es un hecho indudable en la existencia de cualquier persona, la
naturaleza de los acontecimientos a los que se enfrentarán en esta historia,
marcará un antes y un después dentro de sus vidas, dejándoles a algunos de
ellos un trauma psicológico difícil de superar, y a otros, además de éste,
huellas físicas que marcarán aún más sus destinos. Después de todo, puede
resumirse la acción principal de la novela, como el esfuerzo que realiza un
padre para proteger la vida de su hijo, sin importar los medios ni las
consecuencias que esto atraiga consigo.
Nuestra parte de noche es un recorrido por la Argentina de la segunda mitad del siglo XX. Si cierta literatura sobre la Argentina se ha centrado en la parte nazi que se escondió y proliferó en esas latitudes; en esta obra se establece un paralelismo entre la maldad de ciertos grupos iniciados en el ocultismo y su estrecha relación con los militares golpistas de la década de los setentas. Nuestra parte de noche habla de la oscuridad que habita en las personas y en los medios que ciertos grupos tienen para alimentarla y vivir de ella y para ella.
La maldad es una deidad generosa que sabe recompensar a sus allegados pero que exige a cambio un pago muy alto. Las diversas técnicas o estrategias narrativas que emplea Mariana Enríquez vuelven aún más completa la obra.
Desde la narración en retrospectiva, hasta la adaptación de uno de sus relatos dentro de esta novela; se trata de la historia de La casa de Adela, un texto original del volumen de cuentos Las cosas que perdimos en el fuego. De igual manera, se incluye un informe periodístico, el falso reportaje que una periodista se encuentra investigando sobre la extraña desaparición de una niña acontecida años atrás. Algunos tópicos clásicos del terror se encuentran presentes en la obra, como el terror psicológico y las casas embrujadas.
Por último, haré mención de la correspondencia entre esta
obra y El invierno del lobo (2015) de
John Connolly, en donde una comunidad de Maine, llamada Prosperous,
descendientes directos de un grupo de colonos protestantes que arribaron a
Estados Unidos procedentes de Inglaterra (sí, igual que los del Mayflower)
también realizan un extraño culto a una deidad demoníaca en una iglesia antigua
que fue traída en el mismo barco piedra por piedra para volver a ser edificada
en América; recinto en el que habita una terrible deidad que debe ser
alimentada con personas para que Prosperous siga haciéndole honor a su nombre.
En efecto, la maldad, tanto en la obra de Mariana Enríquez como en la de Connolly, es un ente caprichoso que recompensa generosamente a sus iniciados pero que a cambio exigirá ser bastante bien alimentado; recordándonos aquello de que todo imperio está construido sobre la sangre de sus víctimas. Creo que lo verdaderamente terrorífico sería descubrir que bajo cualquier deidad se escondiera un ente hambriento, pero eso ya es otra historia.