Ahí está de
nuevo, ese maldito escalofrío que siempre te persigue antes de tocar. El miedo
nunca se irá, por el contrario, es parte del oficio. Eso es lo que dice Alicia.
Claro que dar consejos siempre ha sido más fácil que llevarlos a cabo. ¿Cuándo ella se ha presentado en un escenario como
éste? ¿Cuándo ha tocado frente a cien personas impacientes por destrozar cualquier
canción que no coincida con sus expectativas? ¿Por qué habría de hacerle caso a
las ideas de Alicia, después de todo?
All I wanna be… Is something so good… (Floated By - Peter Car
Recording Co.)
Estos
tipos tocan poca madre, y aunque no entiendes si lo que escuchas es jazz, rock
o góspel, sientes cómo todas las almas a tu alrededor vibran como guiados por
cierta melodía con sabor a psicodelia. ¿Por qué te pusieron después de ellos? Ya
casi es hora de subir al escenario y tu maldito corazón no va más que empezando
a galopar. ¡Mírate, estás echo mierda! ¡Por Dios, ni siquiera el agua fría te
quitó la peste a vino barato! ¡Basta, deja de pensar pendejadas y concéntrate! La
carta, acuérdate de la carta, y de su voz cuando te pidió que tocaras el Mi
Mayor más rápido, y luego sus labios, sobre todo sus labios, de hecho, olvídate
de la carta. ¡No, qué dices, la carta es lo importante! Qué decía… empezaba algo
así como… “recuerdo que pensé dos cosas cuando te conocí: que tus canciones no
eran malas (pero tampoco las mejores), y que necesitabas a alguien que te
dijera cuando no estabas dando lo mejor de ti…”
En la
presentación de hace un mes los nervios eran mucho peores, ¿te acuerdas? El
hedor a marihuana era casi el mismo, aunque el público no superaba las quince
personas, y no podía hablarse tanto de asientos como del clásico estar parado con tu caguama en la mano
cotorreando. Apenas habías terminado de tocar y ya querías irte a la
chingada del evento. No era como que la gente le hubiera puesto mucha atención
a tu música, pero tú sabías que no lo habías hecho del todo bien. Por eso te
sorprendiste cuando esa melena rubia se acercó para decirte que le había
gustado tu música, y tú como pendejo diciéndole “gracias, qué bueno que te
gustó”, en vez de pedirle su teléfono o preguntarle su nombre o por lo menos expresar
lo increíble que se miraba con esa falda larga. Por suerte ella supo seguir la
conversación comentando que tu última canción no había sido la más afinada de
la noche. Sacó una tarjeta y te reveló que era manager de bandas independientes
en Los Ángeles, y a pesar de tu cara de fracasado te invitó a que fueras a su
departamento al día siguiente para ver si había posibilidades de trabajar en tu
proyecto. Awebo le dijiste que sí.
Para el
día siguiente quedaste sorprendido por lo minimalista de su depa, con apenas
una planta, algunas botellas de vino y un cuadro en óleo de dos jóvenes
desnudos mirándose fijamente: ella fumado un cigarro, él tratando de leer. Al
fondo sonaba esa versión de Barro Talvez con la noble y hechicera voz de Cande
Buasso y los teclados de Paulo Carrizo.
Tienes
mucho potencial, Julián, comenzó a decirte mientras te invitaba a ponerte
cómodo en el sillón y te servía una copa de Tempranillo. Yo te voy a ayudar a
desarrollar tu talento, pero antes debo saber si tienes o no madera de artista.
Verás, un artista no puede tener apego a nada
más que a sí mismo.
¿Apego?, le respondiste a la par que
la marihuana comenzaba a llenar cada rincón del aire. Tener apego es vivir
encadenado, y un artista no puede vivir así: tiene que ser libre, ¡darlo todo
por la libertad!, sentenció Alicia. Respondiste que no estabas del todo de
acuerdo, y ella te respondió que eso era porque le temías a la soledad. Eres un
cobarde, y esa es una de las razones por las que tu proyecto no prospera ni tu
música no llega a más de diez personas, dijo mientras exhalaba un toque.
Si quiero me toco el alma… Pues mi carne ya no es nada…
¿Te acuerdas cómo permaneciste
impávido, mientras tratabas de evitar que las palabras de Alicia rebotaran en tu
baja autoestima? Tras unos segundos no pudiste contenerte y le gritaste ¡¿Tú qué
chingados sabes Alicia?! Y ella, sin alterarse, dijo que no se creía nada, pero
que ella siempre era honesta con los músicos con los que trabajaba.
¡No vine aquí para que dijeras
pendejadas!, le respondiste encabronado. Eres un mamador, te dijo ella mientras
dejaba la copa vacía en la mesa y te miraba con malicia. Fue entonces que te echaste
encima de ella repitiendo que se callara, y ella respondió que te dejaras de mamadas
y que la besaras de una puta vez. Eso hiciste y luego la mordiste y tus dedos
se fueron debajo de su vestido y descubriste que no traía ropa interior.
Ya lo estoy queriendo… Ya lo estoy volviendo canción…
Luego cogieron con furia, como
enojados por haberse tardado tanto en hacer lo que ambos querían: tratarse con esa
mezcla de cariño y desprecio, arrancarse los labios y besarse el cuello y morder
un pezón y luego el otro y olvidar por un momento que la vida no vale nada. Ya
al final te dijo que eso era lo que te hacía falta en el escenario: transformarte
en una bestia y dar una exhibición que naciera de lo más profundo de ti. Después
te invitó a que regresaras en cuatro días, y que para tal ocasión llevaras tu
guitarra.
En los
días siguientes estuviste pensando en cómo habías perdido los estribos, y
tuviste noches de insomnio que ni el tabaco ni el jazz ayudaron a apaciguar,
horas pensando si lo ocurrido había sido (o no) lo correcto, porque jamás te
habías sentido tan libre como cuando dejaste que la pasión tomara el control, pero
tampoco nadie te había hecho enloquecer de tal manera. Y dudaste, claro que
dudaste si regresar o no, porque temías que manipulara tu violencia y terminarás
por hacerle daño, y te preguntaste por qué te importaba tanto el llegar a hacerle
daño si apenas la conocías. El mero día sonó Plan de Fuga de Los Planetas y dejaste
de pensar para seguir ese impulso que su aroma había dejado flotando por tu
memoria.
Tan sólo necesito una victoria… una
victoria nada más…
Cuando
llegaste pudiste ver varias de las botellas vacías y el cuadro en el piso con
el vidrio roto. Alicia parecía angustiada, pero cuando te vio llegar con la
guitarra se entusiasmó y toda su cara adquirió brillo. Hoy vamos a practicar un
ejercicio de ritmo, porque hay muchas de tus canciones que pueden mejorar si
trabajamos el tiempo, dijo, y luego te ordenó que tocaras un acorde de Mi Mayor
con un ritmo de folk, y que progresivamente fueras subiendo la velocidad del
rasgueo. Llegaste a un punto en que no podías más, los dedos y la muñeca
comenzaba a dolerte, pero Alicia te gritó que fueras más rápido, que no se te
ocurriera detenerte ni perder el ritmo, que ¡vamos hijo de puta, hazlo más
rápido!, y así alcanzaste un ritmo increíble que nunca habías ejecutado sin
perder el tiempo. Terminaste exhausto, uno de tus dedos sangraba ligeramente
porque en cierto momento la púa salió volando y tuviste que continuar sin ella,
pero sentías una fuerza increíble fluyendo por todo tu cuerpo.
Alicia te
dijo que tenía otro ejercicio, y quitándote la guitarra de las manos te
desabrochó los pantalones y te dijo que cerraras los ojos. Atrévete a mirar y te
vas a la chingada de aquí, advirtió mientras te recostaba en el sillón.
Obedeciste sin resistencia y escuchaste como su ropa caía al suelo, y entonces llegó
a tu boca el roce de sus senos, apenas una caricia que te dejaba más ansioso
que un preso sin tabaco, queriendo que supieras que estaban ahí para ti pero
que ella marcaba el ritmo: que ella era la libertad. Sus labios comenzaron a besar
tu pecho y descendieron hasta tu entrepierna, revelando con su lengua una
talentosa habilidad para sacar lo mejor de ti. Luego se subió encima y con una
mirada de caníbal te ordenó que te la cogieras como al acorde de Mi Mayor, con
fuerza y rapidez, y tú obedeciste y con tus manos dejaste unas marcas rosadas
sobre su piel blanca y ella te gritó que lo hicieras más rápido, ¡más rápido, hijo de puta! y en tu cabeza Belafonte Sensacional cantaba que lo Hicieras por
el Punk, y entonces Alicia gritó mientras te rasguñaba el pecho y tu sentías como
todo el peso de su alma se evaporaba. Ya con el porro encendido te confesó que
te había conseguido un lugar para tocar en el Subterra Fest, que se llevaría a
cabo dentro de tres días en el Foro Alameda, y que necesitabas llevar una
canción nueva para cubrir el tiempo total de la presentación.
El
insomnio otra vez, y las caminatas nocturnas por el parque no ayudaban ni las canciones
de Juan Cirerol: estabas convencido de que “la presión obstruía la inspiración”.
Alicia te había prohibido verla antes del día de la presentación, que para que
te enfocaras en la nueva rola, pero tú solo podías pensar en ella, en Alicia
riendo a carcajadas, en la mirada encantadora y perversa de Alicia, en Alicia
contigo en la regadera, en Alicia gritándote que lo hicieras más rápido.
La noche
del tercer día terminaste por soñar con Alicia recostada sobre tus piernas conversando
sobre lo que hace auténtica a una canción, si la sinceridad de la composición o
lo vanguardista de su sonido, si su carácter subversivo o su fuerza emotiva, si
el dominio de la técnica o la altura conceptual; una conversación sin resolución
cerrada con un beso profundo que te hizo despertar y descubrir que la canción
estaba hecha, que podías escucharla de principio a fin, así que fuiste en chinga
a anotarla y la compusiste en menos de cinco minutos, bautizándola como “Alicia
me ha prohibido verla”.
Te valió
madres el pacto con Alicia y corriste a su departamento, listo para interpretarle
en vivo la nueva obra, pero cuando atravesaste la puerta no había nada, ni botellas,
ni cuadro, ni Alicia, ni nada, apenas una canción de Los Tigres del Norte sonando
desde la calle, y sobre la mesa la planta de Alicia, y debajo de ella una carta
donde tu mujer soñada confesaba que no se llamaba Alicia ni era manager de Los
Ángeles, pero que no mentía cuando decía que tenías talento, que solo debías
creer más en ti mismo y dar lo mejor de ti en el escenario. Se despedía
pidiéndote que cuidaras de su planta, y terminaba la carta dedicándote un poema
de Samuel Noyola.
Ahora
tienes la carta contigo, y es probable que nunca vuelvas a saber de Alicia, pero
también sabes que no vas a olvidar nunca el calor de sus piernas arriba de ti, ni su voz gritándote que lo hagas más rápido, ni mucho menos la sonrisa fugaz entre
la penumbra de las velas. Entonces sujetas el cuello de tu guitarra, dejas de
pensar, subes al escenario y le demuestras a esta centena de extraños cómo debe
sonar un Mi Mayor.