Cortejando la ruina | Por Juan Mendoza
Cuando cursaba la universidad un profe nos dio un consejo de vida: “No se casen con alguien hasta que lo vean borracho o dormido, sólo en esos estados es cuando el subconsciente no tiene filtros.” No recuerdo gran cosa en materia didáctica de mi profesor, ¡vaya! ¡no tengo en la memoria siquiera la materia que impartía, pero tengo muy presente esa frase y esos son los verdaderos aportes de las aulas escolapias. Vuelve a mí en los tiempos que vivimos y la tomo como pretexto para escribir un artículo, incluso me atrevo a un anexo:
“No puedes decir que conoces las manías de nadie hasta que lo veas enfrentar una crisis.”
He observado que la más reciente pandemia y, sobre todo, las medidas de seguridad para evitar el contagio masivo (distanciamiento social, encierro, clases virtuales, trabajos desde casa) han hecho evidente cómo se van atenuando las manías en las personas. En mi caso, volvió a mí una actividad que quizá para todo mundo es normal, pero para mí es más como una obsesión. La había dejado almacenada por años en algún lugar de mi cerebro sin permitir que saliera. La creía superada, pero con las librerías cerradas, tuve que echar mano a ella: las compras de libros en línea.
Comenzó
como un “apoyo” a editoriales y escritores independientes amigos del Facebook que noté vendían sus respectivas creaciones literarias. Después, la editorial Rhytm
& Books ofrecía libros al dos por uno y, además, a mitad de precio en
su página web. Más adelante Gandhi On Line puso al 50% una buena cantidad
de ejemplares, Educal en línea rebajó a 10 pesos los libros del Fondo
Editorial Tierra Adentro, Paraíso Perdido rebajó su catálogo a 50 y 80 pesos
durante el tiempo que duró la Feria del Libro de Guadalajara en faceta virtual.
Y así, casi sin darme cuenta he castigado la tarjeta de crédito con ese tipo de
ofertas que no puedo rechazar.
Pertenezco
a esa ridícula minoría de lectores que se ha reservado a utilizar Kindle
o un servicio similar. Por muchas razones, una más mamadora que la anterior.
Pero la de más peso es que aún me cuesta trabajo leer un libro en una pantalla.
Lo he intentado y lo padezco. Y esto no es por mamador; puedo leer post del
Facebook por horas pero a la segunda pagina en Kindle o PDF ya me está doliendo
la cabeza. Ni modo. Por eso, cuando digo “compras masivas de libros” me refiero
únicamente a formato físico. Lo que conlleva a que inicies otra relación tóxica
de amor/odio que no puedes dejar aunque lo intentes con Correos de México. Mi
primer compra con Rythm & Books tardó dos meses y medio en llegar,
aun cuando lo enviaron desde la misma CDMX. A partir de la semana 3 comencé a mandar
mensajes a la página de la editorial que me contestaban con toda la paciencia
del mundo, supongo Elena Santibañez, directora de la editorial y escritora. Me
dieron una página para conocer el status de los envíos, que visitaba de dos a
tres veces al día. Llamaba al número de atención a clientes y lo dejaba sonando
hasta que cortaba y volvió a marcar. 40 o 50 minutos después me contestaba una
empleada seguro malencarada y fastidiada para decirme de mal modo lo mismo que
me estaba diciendo la página. Después de cierto tiempo los di por perdidos y los
visualicé siendo rematados en el suelo de un tianguis junto a Best Sellers
piratas y revistas viejas almidonadas. Cuando por fin llegaron fue una
algarabía que celebré incluso poniéndome una pedita.
Libros de Educal a 10 varitos. |
Algo similar pasó cuando mandé a Baja California un par de mis libros a una potencial lectora de Tijuana. Estuvieron viajando cerca de cinco meses hasta que me los regresaron “porque no encontraron la dirección.” Este año no viajé a una de las ciudades que más amo pero gracias a correos de México mis libros sí se fueron a dar un paseo. Mi pedido de Educal tardó dos meses porque estaban recolectando los libros de todas las librerías. Por fortuna. Lola Ancira me contó que una de sus amigas realizó una sola compra de 20 libros y le cobraron 20 diferentes envíos. Yo había decidido pagar mensajería, la opción más rápida y segura, pero también la más cara. De haber tenido que pagar por cada libro me hubiera salida más caro el caldo que blablablá. Brisa, mi hija de 4 años, estuvo presente en la entrega del paquete de Gandhi, donde venía un libro suyo de Sirenas para Colorear con Pegatinas. Y ahora cada que suena el timbre está segura que un mensajero le trae otro libro. Por eso decidí comprarle la colección de cuatro ejemplares. El último lo encontré en El Sótano sin descuento. Para que el envío corriera a cargo de la librería sin cargo al lector, la compra tendría que ser un mínimo de 450 pesos. Me entretuve un buen rato buscando y haciendo cuentas. Escogí 15 libros que sumaban $420 más el de Brisa de $50. Después de tres semanas me avisaron por correo que no tenían todos los títulos disponibles y me harían el reembolso dentro los siguientes 30 días. Me llegaron dos libros, y no venía el de Brisa. Aún no he encontrado las agallas para darle la mala nueva y sigo en la afanosa búsqueda de “Hadas para colorear con Pegatinas” de editorial Panamericana que me está costando más trabajo encontrar que Aborto en la Escuela de Caty Acker o La Última Salida Para Brooklyn de Huberth Selby Jr.
Otra
relación tóxica será con la página de pago. Pero esta es coercitiva. Una de las
razones por las que deje de comprar en línea fue por culpa de Kchink. Hace unos
años me hice de unos 12 libros de colección “En la Mira” de la editorial
Artificios comprando desde su página en línea. Nunca me llegaron. No encontré
donde carajos preguntar, ni un número de referencia, ni un correo, a la
editorial no se lo reportaron y al final Kchink se llevó al baile a un chingo
de librerías y editoriales. Antes que tronara, y en otra compra, el
departamento de logística de Kchink me mandó un mensaje para decir que no
encontraban la dirección de una compra que hice de Paraíso Perdido, por lo
tanto no harían siquiera el envío y sí me quedé sin mi ejemplar de “Confesiones
desde el Piso de Ventas” de Iván Farías y Guadalajara Caníbal de Alfredo
Padilla. Cuando quise comprar “Encore Trasatlántico” cuentos inspirados en rock
reunidos por Pedro Escobar para editorial Resonancia, y me di cuenta que en la
ficha de envío no coincidía el código postal con la colonia y mejor me eché
para atrás. En misma Paraíso Perdido, pero en esta época de pandemia, hice dos
compras en días diferentes. De una de ellas me mandaban status por mail, de la otra
no recibía nada. Mandé un correo a la editorial, pensando lo peor. Conozco un
poco al director y lo tengo amigado en el Facebook, pero me daba penita contactarlo
por esa situación, sobre todo porque rara vez contesta mis mensajes y porque
algún día quiero ofrecerle una novela para publicar y no quiero quemar los
pocos Messenger que me pueda contestar. Él mismo fue quien me envío un whats
explicando que mi pedido no se había realizado porque la compra fue rechazada.
Le mandé pantallas donde me están haciendo el cobro, con los números de
referencia necesarios para hacer el rastreo. Bien chido el direc, porque al
otro día envió el paquete por mensajería de las caras y con un librito de
pilón. Aunque no había recibido el pago. Gracias a la chidez del Antonio Marts,
fue que me quité el ansia de leer “Esto no es una canción de Amor” de
Abril Posas. Quería leer esta novela más como un acercamiento morboso por la
expectativa que acarreaba alrededor, que por ser seguidor de la escritora, a quien
conocí en un videíto de la misma editorial y que nunca aceptó mi solicitud de
amistad ni por los más de 350 amigos que tenemos en común.
Y de ésta novela, hablaremos después.
El autor tiene 4 libros publicados, ha colaborado en 10 antologías y ha publicado en Generación, Moho, Playboy, Erizo, Letras Explícitas. Es locutor de la estación de radio por internet NoMuyPunx.