“A veces la literatura es simple pretexto. Es decir: presentaciones de libros donde hay vino pero no hay libros, donde hay libro pero no hay gente, ediciones que son pésimamente hechas, se malgastan fondos públicos.”Daniel Salinas Basave. Mayo de 2019.
Por Óscar Alarcón
En octubre de 2017 se dio a conocer que un
mexicano se encontraba entre los 5 finalistas de la cuarta edición del Premio
Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. Días de whisky malo es el título del libro con el que Daniel
Salinas Basave (Monterrey, Nuevo León, 1974) fue seleccionado al lado de
Liliana Colanzi de Bolivia, Federico Falco de Argentina, Alejandro Morellón
Mariano y Soledad Puértolas de España.
Con un sólido oficio de periodista,
Salinas Basave ha logrado tender un puente entre la creación y la vida en las
mesas de redacción. Una parte de esta charla se llevó a cabo mientras Daniel
Salinas Basave viajaba en carretera de California hacia México, al tiempo que
se anunciaba que Donald Trump había ganado la presidencia norteamericana.
Daniel Salinas Basave también se hizo
acreedor al Premio Literario Anual en Argentina, por su libro Juglares del bordo, reconocimiento que
hizo muy poco eco entre la gente de cultura que ha centralizado la forma en la
que se administra ese rubro en nuestro país. Pareciera ser que por ser un
escritor norteño no tuvo trascendencia. Sin embargo, la calidad de Salinas
Basave no se pone en tela de duda, aunque muy pocas veces se le reconozca en
nuestro país. La paradoja mexicana continúa.
“Su nombre trascendió en las portadas de los periódicos a raíz de una balacera con saldo de cuatro muertos durante una fiesta privada en un rancho por el rumbo del Ejido Primo Tapia, donde Natalio estaba cantando. Con una sonrisita socarrona, declaró que a él lo contrataban a través de su manager y que no tenía idea de quién era el anfitrión de la fiesta. Las visitas a sus videos de YouTube se multiplicaron esa misma semana y su Facebook llegó a los 18 mil amigos. Natalio tenía argumentos de sobra para considerarse a sí mismo un triunfador” (fragmento del libro de cuentos Dispárenme como a Blancornelas, publicado por Nitro Press, página 17).
Óscar
Alarcón. Sabemos que también tienes un trabajo periodístico
que llama la atención, y en el libro Dispárenme
como a Blancornelas, aparecen como protagonistas varios periodistas, ¿crees
que el periodismo le está ganando terreno a la literatura?
Daniel
Salinas Basave. En el caso de Dispárenme como a Blancornelas es un six pack de cuentos en donde
todas son historias de reporteros fronterizos, pero vistos desde una
perspectiva bastante picaresca, bastante irreverente, bastante socarrona.
Son historias en donde lo que se impone es
el humor negro, la capacidad de burlarnos de una manera muy ácida del quehacer
del reportero, que finalmente mucho de lo que aquí se narra –en las seis
historias– tiene muchísimos elementos de la realidad. Son cosas que me tocaron
vivir a lo largo de década y media de reportear en las calles de Tijuana.
Hace unos minutos leías el pasaje de
Natalio, que es un fotógrafo que sueña con ser cantante de narcocorridos, y que
canta con un estilo muy similar a Chalino Sánchez. Déjame comentarte que ese
fotógrafo existe en la realidad y trabaja en el periódico Frontera y su forma de cantar realmente es muy parecida a la de los
cantantes de la sierra sinaloense. No le pide nada a la voz de Chalino Sánchez.
En el cuento, Natalio triunfa como cantante de narcocorridos, en la realidad todavía no ha triunfado pero creo que podría hacerlo.
ÓA. Ahora que mencionas que sí existe este fotógrafo, también existe Blancornelas, este periodista que fue asesinado a balazos.
DSB.
Blancornelas fue víctima de un atentado al que sobrevivió en noviembre de 1997.
Sobrevive, queda gravemente herido de bala, pero logra sobrevivir todavía 9
años.
El caso de Blancornelas es una referencia.
Hay quienes me han preguntado si es un libro sobre Jesús Blancornelas o si es
una biografía. No, nada que ver. Simplemente es el título de un cuento que
decidí que le diera título a todo el libro, al sexteto de historias. Y en el
caso específico del cuento que abre el volumen, que se llama “Dispárenme como a
Blancornelas”, se trata de un reportero de la frontera que sueña con
convertirse en una especie de narco best
seller, en un súper ventas de libros de narcotráfico, de revelaciones
escandalosas, que nunca consigue su cometido porque finalmente sus historias
parecen no interesar a nadie.
Cuando llega al colmo de la decepción,
cuando se da cuenta que no va a trascender como reportero, llega el momento en
que decide pagar por su propia ejecución: pagarle a unos sicarios para que lo
ejecuten de manera espectacular y lo conviertan en un mártir del periodismo.
Es una sátira, es un cuento con muchísimo
humor negro, que se burla de esta obsesión de muchos colegas de convertirse en
narco best sellers.
ÓA.
Otro de los cuentos que llamó mi atención, sobre todo por el día de hoy que es
la elección presidencial de Estados Unidos: “Belén Arazaluz sueña que mata a
George Bush”, el personaje podría considerarse como perdedora pero sueña salir
a la luz para encontrar algo de significado en su ser, ¿por qué te llama la
atención este tipo de personajes?
DSB.
Siempre me llaman la atención el tipo de personajes que quieren trascender su condición
a costa de lo que sea. En este caso, quizá todos estos personajes parecen tener
un encuentro pero son personajes que aún en las situaciones más absurdas siguen
levantando una bandera.
Te pongo un ejemplo en el cuento “Belén
Arazaluz sueña que mata a George Bush”, se basa en una cobertura que
efectivamente viví y que efectivamente hice en octubre de 2002, cuando se
celebró la cumbre de la APEC de Asia-Pacífico en Los Cabos, Baja California
Sur.
Eran los meses previos a la Guerra de Irak,
George Bush estaba cabildeando apoyo para la guerra de Irak y Los Cabos estaba
convertido en un bunker de guerra surcado por barcos, por helicópteros, por
agentes del servicio secreto en los hoteles.
Aquello era un ambiente muy tenso y
estando yo en como reportero de pronto me imaginé: “caray, qué pasaría si en
este momento de pronto en Los Cabos, Baja California Sur, saliera un Lee Harvey
Oswald, un conspirador solitario y atentara contra Bush. Se armaría la guerra y
de pronto todos los ojos del mundo estarían en Los Cabos y se convertiría en la
nota de nuestra vida”.
El cuento es un poco onírico porque trata
sobre una reportera que se llama Belén Arazaluz, que cubre para un diario en
Ensenada, y confunde por momentos el sueño con la realidad y de pronto se sueña
a sí misma como una magnicida.
ÓA.
El cuento “Península Jano”, tiene un corte más íntimo a diferencia de lo que
ocurre con los demás, donde sí se nota al reportero. En “Península Jano”, vemos
a un escritor que va a presentar un libro prácticamente delante de nadie, ¿te
ha ocurrido en alguna ocasión que pase esto?
DSB.
Pasa todo el tiempo. Tienes un gran ojo como lector, porque efectivamente es el
cuento más íntimo, digamos más interior de todo el sexteto y que tiene que ver
con la angustia que representa el saltar del periodismo a la literatura, que
por momentos lo viví como salto al vacío sin paracaídas.
Mi personaje –he de decir– lleva una vida
mucho más trágica. Yo te he decir que tuve mucha fortuna en los últimos tres
años y ¡caray! la literatura me ha recibido con los brazos abiertos. Finalmente
es la angustia de dejar un oficio para pasar a un quehacer que por momentos
puede parecer absurdo.
Es también un homenaje a la obra de Federico
Campbell, concretamente a la novela Transpeninsular,
que escribe cuando deja la revista Proceso.
Lo que significa dejar de ser un reportero de tiempo completo para convertirte
en escritor.
Y claro, reflexiona sobre todo esto y de
cómo a veces la literatura es simple pretexto. Es decir: presentaciones de
libros donde hay vino pero no hay libros, donde hay libro pero no hay gente,
ediciones que son pésimamente hechas, se malgastan fondos públicos. También es
una burla con mucho humor negro al mundo de las instituciones culturales.
Qué te puedo decir, particularmente en el
último mes me la he pasado presentando mis libros en todas partes. En este
momento venimos regresando de Los Ángeles, estamos todavía en carretera rumbo a
Tijuana y estuvimos ahí presentando el libro como parte de la gira del Festival
de Literatura del Noroeste Itinerante (FELINO) con algunos colegas escritores.
Estuvimos en Los Ángeles y San Diego
¡bueno! En las últimas cuatro semanas hemos estado en 9 diferentes ciudades.
ÓA.
Y en FELINO vas a estar con Carlos René Padilla.
DSB.
Sí. De hecho esta actividad que hicimos en San Diego y Los Ángeles forma parte
del FELINO. De un FELINO binacional, externo pero efectivamente, pasado mañana
voy a estar con mis colegas Hilario Peña, Iván Farías, presentando los nuevos
títulos de la colección de Nitro Press: Amorcito
Corazón, Págale al Diablo, la antología México
Noir, que presentamos la semana pasada en Monterrey, y Dispárenme como a Blancornelas.
ÓA.
Hemos visto cómo en los últimos años el periodismo le ha ganado terreno de
lectores y como generador de historias a la literatura. Después de haber
escrito libros cercanos a la experiencia periodística, con tu experiencia como
novelista y cuentista, ¿consideras que hay una división entre la literatura y
el periodismo o se pueden considerar una sola disciplina?
DSB.
Periodismo y literatura pueden llegar a mimetizarse, a fundirse y confundirse
en las formas, pero no son ni deben aspirar a ser una misma disciplina. Un
ornitorrinco puede tener pico de pato pero no por ello se convierte en ave.
Sigue siendo, pese a las apariencias, un monotrema.
Nunca debemos perder de vista que el
periodista busca a priori la verdad, o por lo menos acercarse a ella. Si nos
olvidamos de eso entonces estamos jodidos. Si hablamos de cuento o novela yo
admiro al narrador capaz de engañarme con maestría, al divino mentiroso que
tiene la capacidad de sumergirme en su mundo imaginario y hacer que un
personaje nacido en la profundidad de su cabeza pueda generarme empatía o
repudio.
Lo que sucede es que hay una interesante
cofradía de cronistas latinoamericanos que están narrando historias
fascinantes. Todos esos pupilos ávidos de comerse el mundo salidos de los
talleres de Leila Guerriero y Martín Caparrós suelen sorprendernos con relatos
endiabladamente buenos que nos parecen más vivos y con más sangre en las venas
que la mayoría de las novelas actuales.
Tampoco es que haya nada nuevo bajo el
sol. Esto ya lo había hecho en su momento Rodolfo Walsh con Operación masacre y lo hizo en el Siglo
XVIII mi tocayo Daniel Defoe con el Diario
del año de la peste, por no reiterar la obviedad del machacadísimo new journalism americano de Capote,
Thompson y compañía.
A mí me gusta mucho jugar al filo de la
navaja, pero intento en lo posible no confundir el cilantro con el perejil. Por
ejemplo, “Infortunios del Centinela”, un relato incluido en Juglares del Bordo, puede perfectamente
leerse como una crónica periodística. Narro un hecho real usando los verdaderos
nombres de los personajes involucrados. Todo es fiel a lo sucedido. El lugar,
la fecha y la trama corresponden con lo narrado en los medios de comunicación.
Vaya, tan es una historia real, que su desenlace fue grabado por un colega
reportero y ha sido visto por casi un millón de personas en YouTube.
¿Por qué entonces “Infortunios del
Centinela” es un cuento y no un reportaje? Por la simple y sencilla razón de
que usurpo los pensamientos y el diálogo interno de cinco personas que van a
morir y a las que ya no puedo preguntarles qué pensaban en esos momentos. Un
reportero que se respete, no puede poner en su nota las cavilaciones internas,
las dudas y los miedos de una persona minutos antes de su muerte. Un cuentista
sí.
Tan me gusta jugar al filo de la navaja,
que hice la chapuza de auto-plagiarme y jugar a hacer un pequeño guiño entre
dos libros de géneros distintos. El asesinato del Gato Félix está narrado con
las mismas palabras en La liturgia del
tigre blanco y en Vientos de Santa
Ana. Son tres o cuatro párrafos idénticos. La diferencia es que La Liturgia… es periodismo y me apego a
un código de ética, mientras que Vientos…
es una novela donde tengo licencia para mentir. Es como si periodismo y
literatura se lanzaran un cierre de ojo, una señal cómplice. Esos dos libros
son como las caras de Jano, los mórbidos siameses del Bonded by Blood de Exodus.
ÓA. Se ha dicho que ejercer el periodismo en México es una de las profesiones más arriesgadas en el mundo, y desafortunadamente los números de periodistas asesinados lo comprueban, ¿alguna vez sentiste que tu vida estaba en peligro?
DSB.
El mayor riesgo que corre un reportero en México es el de morir de hambre. Su
primera trinchera de combate, sus primeros enemigos suelen estar en su sala de
redacción y en la oficina de recursos humanos, si es que trabaja para una
empresa. El primero en censurarlo es el departamento comercial del medio de
comunicación para el que labora.
El oficio en sí mismo es un asesino en
serie. Miles de reporteros y editores de mi generación han quedado
damnificados, condenados al subempleo después de pasar décadas explotados –mis colegas
quedan, tiraos por el camino, y cuántos más van a quedar, canta La Polla Records.
Como modelo de negocio el periodismo en
México es un gran fracaso, porque la inmensa mayoría de los medios –éticos y
antiéticos, dignos y chayoteros, combativos y oficialistas por igual– han
sobrevivido gracias a los contratos de publicidad del gobierno. Les quitas la
teta del dinero público y la mayoría se mueren. Si a ello le sumas que
cualquier narco- alcalde o cualquier narco-gobernador puede asesinar a un periodista
incómodo en el momento en que se le dé la gana, entonces esto ya toma tintes
infernales.
Lo aterrador es que la muerte de un
periodista ya no sea noticia, que no indigne, que no genere reacción o
seguimiento, que sea vil ritual de lo habitual. Más de un centenar de
periodistas asesinados en las últimas dos décadas en gobiernos panistas, priistas
u obradorista. Esta masacre no la detiene nadie y no veo un compromiso firme
del actual gobierno.
Por lo que a mí respecta, sí estuve en
peligro. Un reportaje sobre gasolina adulterada me costó amenazas y más de una
vez estuve en medio de fuegos cruzados, pero más cornadas da el hambre.
ÓA.
¿Tenías una especie de manual o guía para ejercer el periodismo?, es decir,
algo que siempre verificabas antes de salir a cubrir una nota, algo que nunca
olvidaras.
DSB.
Bueno, tanto en El Norte como en Frontera tuve un código de ética y un
manual de estilo y redacción bastante estrictos. Por ejemplo, a tu fuente o a
tu entrevistado no podías aceptarle ni un vaso de agua o un café, debías vestir
con corbata, cabecear siempre con verbo y no exceder las 30 palabras por párrafo.
Claro, yo tenía también mis propias reglas y mis propias cábalas. Siempre
escribir en libreta aunque la grabadora esté prendida –mis apuntes me han
salvado más de una vez–, siempre tomar mis propias fotos aunque me acompañe un
fotógrafo; si estoy ante un entrevistado difícil o escurridizo y tengo tiempo,
empezar con preguntas suaves y a modo, y asestar como latigazo la pregunta más
dura e incómoda cuando el entrevistado empieza a relajarse y a sentirse a sus
anchas.
Caminar mucho por mi ciudad. Caminar es
clave para cualquier contador de historias, subirme al transporte público hacia
lugares desconocidos, no tener miedo de hacer preguntas en apariencia demasiado
obvias o simples, pues ahí suele esconderse el meollo.
ÓA.
¿Cuál consideras que es el sentimiento más ruin que tiene el ser humano?
DSB.
Todos somos un amasijo de sentimientos ruines, nobles, absurdos, ilusos. De
hecho un sentimiento puede ser tan ruin como noble al mismo tiempo. Esos
dobleces, esos quiebres, esas paradojas y contradicciones son los andamiajes de
un buen personaje literario.
Cuando alguien presume ser de una pieza
suelo dudar de él. Tu sentimiento más noble o sublime puede ser al mismo tiempo
el más bajo o abyecto. Por ejemplo, un reportero puede ser una suerte de
Quijote que desafía a un sistema corrupto y arriesga su vida por esclarecer la
verdad, pero al mismo tiempo ese mismo reportero –sin menoscabo de su gran
labor como profesional– es una máquina de ego y soberbia y lo que
verdaderamente le atrae de revelar esa verdad es volverse famoso y ser cubierto
de elogios, no hacer justicia.
En cualquier caso, hay sentimientos ruines
que no admiten relativismos. No puedo soportar, bajo ninguna circunstancia, el
maltrato a los niños. Es algo que me enferma y no soporto que sea algo tan
normal en nuestra cultura. En general no puedo concebir el daño o el abuso
hacia un ser que no puede defenderse. Alguien que atropella intencionalmente a
un perro, por ejemplo, no creo que tenga en su fuero interno nada rescatable o
noble como ser humano.
ÓA.
Has ganado, entre otros, el Premio Gilberto Owen, el Premio Sor Juana Inés de
la Cruz, ¿consideras que los premios hacen a los escritores?
DSB.
Cada quien habla como le va en la feria y a mí en la feria de los premios me ha
ido bien. He ganado ocho y he sido finalista en dos. Estoy por publicar mi
libro número trece y te puedo decir que diez de ellos se publicaron como
consecuencia de un premio o un proceso eliminatorio. Sin premios no los hubiera
publicado y no hubiera ganado dinero alguno –porque eso sí, becas no he tenido
ni una, ni siquiera chiquitas; en esa feria me ha ido muy mal. Yo sé muy bien –porque
cada vez con mayor frecuencia me toca ser jurado– que un premio es una ruleta,
un buen chiripazo, un trago de aleatoriedad. Como juez me he quedado con
manuscritos muy buenos que no ganaron y también he visto ganar al libro menos
malo, libros mediocres que ganaron porque alguien tenía que ganar y no se podía
dejar desierto.
Hay mucho de fortuna, pero en cualquier
caso los premios –y la confianza de mi esposa Carolina– me han ayudado a
sobrevivir en los últimos cinco o seis años. Es una forma de ganarse la vida y
yo salgo a cazar lo mismo liebres que mastodontes. A veces cuesta trabajo creer
que una locura nacida en tu cabeza de pronto se convierta en dinero y te permita
liquidar la hipoteca de tu casa o comprar un carro.
En cualquier caso, con el sueldo de
reportero no lo hubiera logrado de un trancazo. Lo mejor es que gracias a los
premios he podido publicar y compartir mi trabajo y, lo que es más difícil,
apostar a vivir de esto sin tener que desempeñar un trabajo de oficina.
ÓA.
¿Qué significa para ti haber ganado el Premio Literario Anual en Argentina, un
premio internacional?
DSB.
Ganar el Premio de la Fundación El Libro, otorgado por la Feria del Libro de
Buenos Aires, fue un umbral en mi carrera, cruzar una frontera. Máxime tomando
en cuenta quiénes fueron los jueces: Mempo Giardinelli, alguien a quien admiro
desde hace décadas; Carlos Gamerro, Jorge Lafforgue, Ana María Shua, Eduardo
Lalo. Soy y he sido siempre un aferrado a la literatura y la cultura argentina.
Culturalmente es posiblemente el país que más me ha influido como narrador.
Poder ir a recibir un premio de cuento en
una tierra de extraordinarios cuentistas y un mes después presentar Juglares del Bordo en la Feria del Libro de Buenos Aires se parece mucho a soñar
despierto. Vaya paradoja: mi libro más radicalmente tijuanense, publicado en la
orilla austral del continente. No veo de qué otra manera habría yo podido
publicar un libro en Argentina con distribución en todo el país.
Además, este premio lo gané en Argentina
apenas tres meses después de haber ido a Colombia como finalista del Premio
Hispanoamericano Gabriel García Márquez, –el mayor premio de cuento en el mundo de
habla hispana– con Días de whisky malo.
Gracias a que llegué a esa final, se pudo distribuir en todas las bibliotecas
de todo el territorio colombiano, algo que en México nunca me ha pasado.
De pronto, en cuestión de meses tenía ya
un libro editado en Colombia y otro libro editado en Argentina, países que como
lector han sido una influencia radical para mí.
ÓA.
¿En cuál género te sientes más cómodo, en la novela o en el cuento?
DSB.
En el cuento, por mucho y también en el ensayo. La novela no es lo mío ni me
gusta demasiado para ser sincero. Estamos infestados de novelas mediocres y
prescindibles que tienen apenas unas páginas salvables pero que
estructuralmente son fallidas.
En la novela puedes nadar de muertito como
autor, pachorrear con páginas sosas, mientras que el cuento es una jugada de
precisión. Una sola falla te cuesta todo el engranaje narrativo. En tu apertura
tienes que plantear el conflicto esencial, el desafío o el nudo que conformará
el centro neurálgico del relato. Nada puede sobrar y cada párrafo abona y
cumple una función.
Por lo que al ensayo respecta, es el género que me parece más libre y honesto –siempre y cuando no lo contamines de academicismo, me refiero aquí al ensayo libre a lo Montaigne. Cuando escribo ensayo soy yo pensando en voz alta y charlando contigo en un café o una cantina, haciéndome preguntas, cavilando, barajando posibilidades.
ÓA. ¿Podrías platicarnos un poco qué significa para ti el futbol y específicamente irle a los Tigres?
DSB.
El futbol es un vicio confeso, es mi absurdo favorito, mi idioma universal, el
esperanto que me permite platicar apasionadamente con personas radicalmente
distintas a mí con las que no comparto absolutamente ninguna otra afinidad.
A cualquier país o ciudad del mundo que
voy trato de ir al estadio y convivir con su afición. He ido a ver futbol en
ocho diferentes países del mundo. El futbol es también una gran metáfora de la
vida. A menudo explico e interpreto mi vida en términos futbolísticos, como si yo
fuera el director técnico de mi camino existencial. Muy a menudo juegas
precavido, cuidando el resultado, administrando la ventaja, pero a veces te
tiras a matar y te juegas todo por el todo mandando al arquero a rematar.
Lo de mi afición Tigre es predestinación.
Nací en el Año chino del Tigre y cuando yo tenía unas semanas de nacido, Tigres
subió a primera división. Además, Tigres y yo llevamos vidas paralelas y hasta
vamos más o menos parejos en campeonatos y premios literarios. La diferencia es
que Tigres no pudo levantar una copa en Buenos Aires y yo sí. Me identifico
mucho con Tigres porque en esta década ganamos y ganamos una y otra vez, pero
aun así para la crítica nacional no existimos y siempre nos verán como
provincianos, huéspedes no invitados, colados a la fiesta de los “grandes”,
aunque levantemos más copas que ellos. Cuando ganó Chivas –que desde entonces
no ha vuelto ni siquiera a calificar a la liguilla–, la prensa deportiva
nacional hizo un pedo mayúsculo, pero gana Tigres y lo minimizan.
En la literatura pasa lo mismo. Si uno de
los escritores vedettes de México hubiera llegado a la final del García Márquez
o ganaba un premio en Buenos Aires, aquí se cae el cantón y ya veo a todos
cacareando en coro, pero como se trata del huésped norteño no invitado, pues
simplemente miran para otra parte y hacen como que no existes. Ya estoy
acostumbrado.
ÓA.
¿Qué es el amor?
DSB.
Vaya pregunta. Pues no lo sé. Intuyo que el amor es ver dormir en paz a mi hijo
Iker y a mi esposa Carolina y sentir a nuestro alrededor la inabarcable
inmensidad del caos universal, del tiempo, del absoluto, y saber que dentro de
todo ese Aleph, la razón que hace girar mi engranaje está ahí, en esa cama e
intuir que aunque dentro de un siglo seremos polvo de noche, esa ráfaga de
viento que fuimos tuvo sentido solo por el amor.