Por Christian Sainos
EXP. 9 /0511 / SXNO
SUJETO FEMENINO DE 34 AÑOS DE
EDAD APROXIMADAMENTE.
PRESENTA MULTIPLES LESIONES
EN BRAZOS, PIERNAS Y ROSTRO.
CAUSA DE LA MUERTE ASFIXIA.
La luz roja iluminaba su rostro.
Afuera,
los perros ladran…
La
mirada perdida en las manchas del techo.
Vaivén
de cuerpos, sonidos, olores, sensaciones.
Una
cara desconocida.
Se
agita la respiración; el pulso se acelera y luego…
Viene
la explosión.
El
mismo procedimiento de cada noche, de cada día, de siempre. Porque en este
trabajo no hay horario, vacaciones ni prestaciones.
Mucho
menos fama dinero o glamur…
Suena
el despertador.
Es
medio día, pero la luz no atraviesa las gruesas cortinas de la habitación, la
cabeza duele, la boca sabe a cenicero.
Ella
se levanta en forma mecánica, se dirige al baño. Una desteñida bata intenta en
vano cubrir su desnudez.
El
agua que cae sobre su rostro le recuerda que aún sigue viva y que el show debe continuar.
Aún
recuerda la mañana de abril cuando empacó sus pocas pertenencias, un puñado de
sueños y la ilusión de llegar algún día a Broadway…
o por lo menos a Televisa.
Con el futuro en la maleta y una extraña opresión en el pecho se despidió de Sandra el nombre que le recordaba el pasado, y era parte de todo lo que dejaba atrás; su vida poblana: las calles, la gente, su familia y su niñez.
Dos
meses en la CDMX bastaron.
Ya
no recuerda en qué momento Scarlet, su nombre artístico, dejó de frecuentar los
tardados castings, las filas interminables y esperar el ansiado llamado que nunca llegó.
Un
actorcillo de tercera le compró el boleto de regreso a Puebla después de una
noche de sexo hardcore.
Ella
era una actriz, ¡y de las mejores!
Nadie
podía gemir, ondularse y gritar como ella. Fingiendo el orgasmo era la mejor,
toda una diva de esquina que esperaba en un sucio cuarto de vecindad al genio
que la descubriera o al empresario que la patrocinara.
Mientras
tanto tuvo que aceptar que en esta ciudad tendría que ganar el pan con el sudor
de su espalda.
Madrugada
en el Atenas. Una hora después de
regreso a casa.
Dormir
dos horas. Outfit de conejita en el
Avia.
Lesbian show
con Pamela en el Jacarandas y luego otro servicio en el Trébol.
Todos
los días representar la misma tragicomedia.
Los
actores cambian; el guion no.
Tarde en el París, servicio de tres horas.
El cliente ¡un sueño!
Un joven empresario recién casado.
Atlético, impecable y tan ¡sexy!
Hubiese pasado toda la noche con él de
habérselo pedido.
En unas horas la hizo princesa, esclava,
diosa y pecadora.
Después le pidió un poco de sado.
Estaba acostumbrada a los golpes, a muchos
clientes les gusta rudo.
Las bofetadas aumentaban la intensidad del
momento.
La tomó de los cabellos; entrando una y
otra vez susurró: mírame.
El susurro se convirtió en orden ¡mírame!
Un puño se clava con furia en la boca de
la chica.
Un hilo de sangre tibia salpica su torso
desnudo.
Cada golpe, cada grito le excita aún más.
Las manos aprietan el cuello de la chica
quien intenta zafarse.
Algo ha cambiado en el guion.
Ella se hunde en un abismo queen size. El aire se acaba.
Un cuerpo inerte, sangre, sábanas blancas.
En la ducha, los pecados se van con el
agua.
Él,
sin remordimiento se viste.
Da un vistazo a su obra, arroja dos
billetes de quinientos y se va.