Cuando
entré al estudio los actores que ensayaban para la filmación dejaron sus
parlamentos a medias y H, mi director, suspendió en alto la mano con que los
guiaba. Después la fue bajando lentamente y se hizo un silencio pesado.
— Ven
conmigo— dijo, y ya no tuve que
preguntar si había llegado. Fuimos juntos hasta mi camerino. Abrió la puerta
como si nos presintiera, y se quedó parada en el umbral.
— ¿Qué te parece?— Me
interrogó H con más curiosidad en los ojos que en la pregunta.
Si me negaba a aceptarla los
raitings de la serie se irían al piso. Era un derecho que me otorgaba el
contrato de actuación para proteger mi imagen. Interpretaba el protagónico, y
aunque faltaba un año para concluir la grabación, necesitaba irme por un tiempo.
H tenía razones para estar nervioso. Los demás directores le habían advertido
que trabajar con actores humanos en esta era, representaba un riesgo. Pero él
insistía en contratarnos y sus series eran las más vistas. En su equipo los actores
programados solo trabajaban eventualmente, como dobles en escenas de peligro.
La miré detenidamente y pensé
en si ella sería capaz de interpretar la pregunta que H me dirigía; o la
asimilaba literalmente, sin comprender el lenguaje extra verbal en toda su
extensión.
—Puedo
entenderlo— dijo, y reparé en su mirada (la mía), en esa forma de apretar los
labios que tiene (tengo) para asegurar algo.
H
estaba asustado. Me conocía desde hacía una década. Eran muchos los papeles que
había interpretado bajo su dirección. Sabía además que ella, mi yo robótico,
era demasiado perfecta. Para H, en cuanto al físico resultaba imposible que una
mujer humana no sintiera celos de aquel rostro, que nunca tendría una arruga (a
menos que se la programaran). De aquellas tetas que no cederían ante los
embates del tiempo. Cómo no envidiar su vientre plano y sus nalgas perfectas,
sus muslos sin celulitis, sus piernas que no conocían las várices.
Era
demasiado para asimilarlo en tan poco tiempo. Apenas una mañana para conversar
con ella. Conmigo misma, pues en pocos minutos copió mi tono de voz, mis
gestos. Hasta mi forma de caminar la había copiado antes de sentarme. H estaba
seguro de que me había incomodado la sustitución y temía que aquello afectara
nuestra amistad. Pero al mediodía, al despedirme, le dije que estaba de
acuerdo, y firmamos la cláusula modificativa del contrato.
Tiempo
después, cuando entré al estudio, los actores que ensayaban para la filmación
dejaron sus parlamentos a medias y H, suspendió en alto la mano con que los
guiaba. Después la fue bajando lentamente y con su mejor sonrisa vino hacia
nosotros. Me besó. Los demás actores, los camarógrafos y el personal de apoyo
nos rodearon. Ella también me felicitó.
Antes
de irse me dijo que sentía envidia. No supe de qué hablaba y me quedé en
silencio. Fue la única vez en que no me molestó su habilidad para leer la
mente:
—Tu
hijo. Dar vida no programada. —Aclaró— es algo en lo que jamás podré copiarte.