Cinema Coyote | Por Alejandro Carrillo
En el año 2008 se perdió el rastro de Samuel Noyola, uno de los poetas más inspirados de su generación de acuerdo con el mismo Octavio Paz, con quien llevó una relación fraternal, hasta la muerte del Nobel. Con el paso de los años la figura de Samuel Noyola se fue perdiendo entre la ansiedad, la depresión y las calles de la colonia Narvarte en la Ciudad de México.
Con la finalidad de esclarecer el caso, pero sobre todo de no olvidar el legado de Samuel Noyola en un país desmemoriado por naturaleza, el realizador Diego Enrique Osorno emprendió desde 2010 una investigación que fue documentando a lo largo de los años con pesquisas policiales, testimonios de amigos y enemigos, trabajo de campo, ciencia forense y hasta clarividencia. El resultado es un largometraje nominado al Ariel que narra la búsqueda infatigable de un poeta, pero sobre todo de un amigo entrañable.
La contracultura es una esencia y Noyola es contracultura. El siglo pasado le dio la espalda y el siglo XXI sería absolutamente intolerante con él.
Vaquero del mediodía es el mote que el infrarrealista Mario Santiago Papasquiaro le asignó a Noyola cuando lo conoció en el famoso Café La Habana, por su peculiar modo de vestir con botas y sombrero. El sobrenombre fue retomado por Diego Enrique Osorno para el documental que reúne todo tipo de personajes entre las calles y cantinas de la Ciudad de México, Monterrey y Nicaragua.
En Vaquero del mediodía (2019) encontramos un trabajo completo y complejo sobre la vida y obra del autor de Tequila con calavera (1993) quien además de poeta fue artista plástico, diseñador y guerrillero del Frente Sandinista de Liberación Nacional; y que a pesar de su talento y su pluma prodigiosa, libraba una guerra contra sí mismo de la cual no pudo escaparse, aunque al final nos muestre que desaparecer también puede ser un acto poético al no encontrar alternativa.
Vaquero del mediodía (ya disponible en Netflix) es un material necesario y obligatorio para cualquier miembro de la comunidad literaria de nuestro país, y un esfuerzo pertinaz para rememorar a, quizá, uno de los últimos -perdone usted la palabrota- poetas malditos de este agujero llamado México.
El poeta no tiene lugar en la sociedad contemporánea. O nace rico, o se pone a trabajar en la burocracia cultural. Entonces o se suicida o se vuelve un estúpido. S. N.