Después del show visual y flameante que fue Once Upon A Time in Hollywood, Brad Pitt regresó a los cines como un astronauta dedicado y sobresaliente en un viaje a los límites del sistema solar. Una entretenida película que tal vez fue opacada por el más reciente trabajo de Tarantino como escritor y director.
Ad Astra: Hacia las estrellas (2019) de
James Gray nos muestra una aventura en un futuro no muy lejano, donde la
humanidad busca desesperadamente establecer contacto con alguna
civilización en el universo. Tomados de la mano junto con Roy McBride (Brad
Pitt) recorremos el viaje (que más que una simple travesía parece ser toda una
odisea épica donde al pobre Brad le pasa de todo) desde la tierra hasta el
planeta rojo para llegar a una estación, y que Roy pueda contactar a su padre
que lleva perdido algunos años en el espacio profundo.
A lo largo de la cinta vemos la maestría con la que Roy domina su trabajo, siempre pragmático y estoico, entrenado para compartimentar, incluso sufriendo una caída en la atmósfera terrestre de varios cientos de kilómetros sin sobrepasar los 80 lpm. Pero vemos que, así como es excepcional en el ámbito profesional, naturalmente tiene defectos que se reflejan claramente en sus relaciones interpersonales y sentimientos.
Desde el inicio podemos ver el contexto en el que se desarrolla la obra; el mundo busca esperanza y salvación a través de la búsqueda de una civilización alienígena, para ello la exploración espacial ha avanzado monumentalmente. El planeta incluso cuenta con antenas tan altas como la atmósfera, y tanto la luna como Marte tienen sus bases bien establecidas, donde personal militar y científico se desenvuelve en actividades de seguridad e investigación respectivamente.
El padre de Roy, Clifford McBride (Tommy Lee Jones), es un astronauta incluso más destacado que el propio Roy. Este era la cabecera de un proyecto de exploración al espacio profundo en busca de civilizaciones en el cosmos. El equipo de investigación en la misión a cargo de Clifford desaparece casi dos décadas después de iniciado el proyecto y son dados por muertos, sin embargo, se nos muestra que es muy probable que la tripulación, al igual que Clifford, continúen con vida.
Piratas espaciales, experimentos biológicos, motines y pilotos estelares poco capacitados hacen su aparición en la historia que nos tienta con una pregunta que probablemente más de uno se ha hecho y que quizá al igual que yo ha temido por conocer su respuesta: “¿Y si realmente estamos solos en el universo?”. Esto puede tener tal magnitud que podría llevar a la locura a más de uno, tal es el caso de Clifford, que habiendo dedicado su vida entera a la búsqueda de vida fuera del sistema solar, no soporta la realidad misma de la que tanto intentó huir desde un principio y termina por abrazar la locura, desesperación y soledad del espacio exterior en un reflejo de lo que parecería ser la reacción de la misma humanidad al haberse asegurado que no hay salvador al final del túnel, no hay nadie más quien nos guíe y nos eduque, estamos solos en el universo.
Magníficos visuales se encuentran en las dos horas de duración de la película, y aunque no es un trabajo perfecto, logra su cometido: entretener y dar a entender que haya o no una civilización inteligente allá afuera, hacer las cosas bien es tarea nuestra y que nosotros mismos debemos resolver, y en cuanto a Roy, resulta que al final lleva menos peso en los hombros y se dedica ahora a ser mejor persona antes que ser mejor astronauta.