Las películas cuyo inicio se
antecede con la frase “basada en la vida real” me causan ruido desde antes de
verlas, pues aunque siguen un patrón que las hace entretenidas y familiares,
este “molde” con el que parecen estar hechas casi todas las películas del
género, crea un producto pesadamente inspirador que llega a sobrepasar el
límite de la credulidad: Los protagonistas son personas ordinarias, víctimas de
la sociedad o de su propio contexto, que alcanzan, con esfuerzo, superación
personal y una excesiva cantidad de drama y giros inesperados, alguna
aspiración a la que anhelaban toda su vida. Por último y no menos importante,
antes de los créditos, se muestra una leve remembranza de la vida actual del
personaje y/o de su legado. El mensaje es claro: aún empezando desde abajo, puedes tener éxito si te lo propones y si
superas tus propios límites. O mejor aún, un mensaje un poco más discreto: En la vida real, puedes tener éxito.
No necesitamos ver un metraje de
dos horas para saber esto y, sin embargo, funciona. Todos hemos visto películas
de este tipo y es innegable que mostramos una sonrisa al final del filme, pues
el protagonista ha alcanzado su sueño (si no fuera así, ¿por qué hacer una
película de su historia?), tuvo el éxito que anhelaba y, sobre todo, fue el
héroe de un relato que parece estar muy cerca de la cotidianidad del
espectador. Las cintas de este tipo son inspiradoras y sencillas de digerir,
sin embargo, llegan a ser tan predecibles que dejan de ser disfrutables. A
menudo, desde el comienzo de la cinta, ya sabes el final e incluso, si eres un
conocedor, lo habrás sabido desde antes de que la película fuera filmada. Esto
no necesariamente es un problema pues, a estas alturas, parece que hemos visto
todas las tramas posibles y, lo que realmente compramos, no es una historia
original, sino una forma original de contarnos la misma historia.
Es en este punto donde Un gesto fútil y estúpido: La historia de
Doug Kenney, acierta demasiado. Esta película biográfica distribuida por
Netflix nos cuenta la vida de Doug Kenney, un estudiante de Harvard que
asciende entre las editoriales estadounidenses para convertirse en fundador de National Lampoon, la revista de humor
negro y sátira más exitosa de Norteamérica. Sin embargo, el camino al éxito
traerá consigo una serie de demandas por el contenido soez y polémico de sus
publicaciones, así como los constantes vicios que desviarán al protagonista de
sus principios morales. La trama tiene grandes parecidos con famosas biopics
como Rocket Man o La Red Social, siendo esta última con la
que comparte más semejanzas, por sus escenas reflexivas sobre la metamorfosis
del hombre a la figura pública y el contraste entre el hambre de poder y la
lealtad hacia los seres queridos.
Por esta precaria descripción, la
historia podrá parecer familiar. A pesar de ello, la narrativa destaca por
parodiarse a sí misma. El narrador es el protagonista en su versión adulta
quien, a lo largo del metraje, reflexiona sobre su propósito, sus decisiones y
el impacto de sus atropelladas relaciones en su trabajo y en su vida; al mismo
tiempo que reconoce ser parte de una película, alterar la historia para
dramatizar los hechos, audicionar actores sin importar su parecido con las
personas a las que representan y ser parte de los clichés más comunes de este
tipo de filmes. El estilo cómico está balanceado, pues rompe la cuarta pared
para comunicarse directamente con el espectador y hacerlo parte de la historia,
mientras retoma bromas de las más icónicas publicaciones de National Lampoon. Cabe destacar que este
estilo humorístico no es para todos los públicos, pues algunos chistes pueden
resultar altisonantes, desagradables y hasta ofensivos para las audiencias más
conservadoras, por el alto grado de acidez e irreverencia que caracterizó al
protagonista.
Otro punto a favor de la cinta es
el final, del cual no pretendo dar demasiados detalles. Basta con decir que
realiza una reflexión profunda sobre el verdadero legado de Doug Kenney: su
capacidad de provocar sonrisas en la gente que lo rodeó. El tercer acto
enfatiza la importancia de esta herencia como la máxima expresión de
trascendencia humana: el humor, el gozo y la alegría. Me atrevo a decir que su
mensaje supera al de las biopics tradicionales, siendo impactante y, al mismo
tiempo, contundente: en la vida real, lo
único que vale la pena es la felicidad que das. Aunque los guiños a la
revista National Lampoon son
indiscutiblemente más disfrutables si se conoce el material original, no es
necesario para comprender a qué hacen referencia, pues la película te lleva de
la mano a través de los varios mensajes que pretendía satirizar. Asimismo, si
no conoces la historia de Doug Kenney, te recomiendo no investigarla antes de
ver la película, para disfrutar los giros en la trama y la increíble narrativa.
La película es recomendable;
entretiene, divierte y reflexiona. No puede evitar caer en muchos clichés, pero
toma caminos adversos para hacer de esta biopic algo diferente y, sobre todo,
fresco para una historia que podría resultar ya conocida. Por más discutible
que pueda ser el género, está joya escondida de Netflix cumple su objetivo: dar
al espectador una muestra de alegría de la vida real y, a cambio, obtener un
gesto fútil y estúpido.