¿Quién escuchó caer al árbol?
Por Julieta González Valle
Doña Carlota, tu patrona, te mandará lejos de la casa para
que recojas un par de leños secos en el bosque, tú la obedecerás a pesar de que
ya es tarde, pues sabes que las noches son muy frías y te conviene que haya
algo que quemar en la chimenea, ya que aquella gran casona en la que vives es
muy fría y la leña de hace unos días está por extinguirse. Antes de salir, le
avisarás a tu patrona que Don Ezequiel, su marido, ha llegado a casa. Ella te
dirá que está bien y te dirá que te apresures a ir al bosque, pues te quiere de
regreso lo antes posible. Rápidamente vas a tu cuarto, el cual se encuentra
atrás de la cocina y justo al entrar besas una foto de tus padres, les
extrañas, piensas que ojalá no hubieran muerto. Te pones un poco nostálgica,
pero recuerdas que debes darte prisa o si no tu patrona se enojará y no te
dejará ir al panteón a ver a tus progenitores. Besas por última vez su foto y
te la colocas como siempre en el resorte de tu enagua, sabes perfectamente que
ahí no se caerá, pues lo has hecho con anterioridad. Cerrarás la puerta de tu
cuarto e inmediatamente Don Ezequiel te interceptará y te tomará del brazo, te
dirá que te desaparezcas por un rato, que no regreses tan pronto porque tiene
asuntos pendientes con su mujer, tu asentirás y te alejarás un poco. Él te
gritará antes de que llegues al portón y te dirá que cuando regreses entres por
la cocina, pues le pondrá tranca a la puerta desde antes. Asentirás de nuevo,
caminarás un poco más y abrirás para salir por el gran portón de madera,
emprendiendo camino hacia el bosque junto con el hacha oxidada de siempre y la
reata nueva que compro el patrón para que no debas usar cordones de rafia,
ambos saben que estos últimos se rompen y es muy pesado traer pocos leños y
muchas astillas.
Caminarás por las calles empedradas cuesta arriba, pensando,
pensando acerca de todo. Pensarás acerca de los rumores que han estado en el
aire con respecto a tus patrones, aquellos que versan acerca de que los brazos
de tu patrona están morados y que se maquilla de más para que nadie note los
moretones que al parecer le ocasiona su esposo. Pensarás porqué la maestra del
pueblo, Doña Ana, visita la casona de manera constante e incluso escucharás
aquellas palabras que tu patrona le brindo a dicha mujer cuando cuestionó porque
no te envían a la escuela, resonando en tu cabeza lo siguiente: ella es como
una mula, sólo sirve para el trabajo y acá entre nosotras, su presencia hace
que mi marido no sea tan pesado. Aquel resonar de palabras en tu cabeza te hará
sentir un poco triste pero también un tanto extrañada, pues tu patrón actúa de
una manera muy normal y te resulta imposible que sea un hombre violento.
Descartarás tu tristeza e inmediatamente tus pensamientos se enfocarán en tu
patrón, pensarás en sus modos y admitirás que a veces te da miedo cuando te
levanta la voz o te abofetea, pero a pesar de todo le miras como un buen
cristiano que va a la iglesia cada domingo y que trata normalmente a todos sus
empleados, teniendo incluso amistad con algunos de ellos, especialmente con Don
Erasmo, su capataz.
Rápidamente cambiarás el enfoque de tus ideas y pensarás en
tus quehaceres del día siguiente. Pensarás en que al amanecer deberás
prepararles el desayuno a los patrones y después deberás apilar los leños y
aguardarlos bien. Voltearás hacia la escuela del pueblo, aquel edificio de
cantera rosada del cual saldrá el joven profesor Carlos. Lo mirarás un momento,
sabes que te gusta verlo, te gusta el color de sus ojos miel y piensas que su
piel es más blanca que la nieve que se junta cuando graniza en el pueblo. Él te
saludará cordialmente y tú le responderás el saludo, luego él se irá calle
abajo y tu seguirás cuesta arriba pensando en que algún día te gustaría casarte
con un hombre como él… no te atreves a admitir que te encantaría casarte con él
específicamente. Pasará por tu mente el pensamiento que te suele ser
recurrente, aquel de tener una excusa tonta para poder hablar con él, pero
inmediatamente te cohibirás como siempre, pues sabes muy bien que un hombre
estudiado y guapo como él no se fijaría ni por error en una mujer como tú; una
joven criada que no sabe leer, ni mucho menos escribir. Te distraerás al
mirarle mientras piensas fugazmente todo aquello y eso te hará dar un paso en
falso, esto último hará romper tu sandalia, tendrás que quitártelas. Te
quitarás ambas sandalias y te las colgarás en el cuello, pensarás en la tortura
del empedrado cuesta abajo al regresar, pero afortunadamente te percatarás de
que al menos en ese momento, te encontrarás en un piso más firme y al menos ahí
no es problema, habrás llegado al bosque.
Te adentrarás en el mismo y sentirás cómo tus pies descalzos
se encuentran con el crujir de las hojas secas, es una sensación extraña pero
no desconocida pues no es la primera vez que has pisado hojas secas. Mientras
camines, el único sonido que invadirá tus oídos será el de las hojas secas
siendo aplastadas por tus plantas, evocando un olor a vegetación húmeda que
extrañamente te gusta mucho. Percibirás arboles pequeños, los cuales serán
perfectos para tu propósito, prepararás aquella vieja hacha y empezarás a talar
desde la raíz, teniendo sumo cuidado de que el árbol semi caído no caiga de tu
lado, pues sabes que otro accidente laboral te dejará completamente en la
calle, Doña Carlota no te perdonaría algo así.
Pensarás en los ángulos correctos para ejecutar la tarea que
te fue otorgada, considerando minuciosamente que al caer los troncos debes
dejar que la caída de este te facilite separarlo de la raíz. Mientras ejecutes
los golpes secos que corten el árbol, pensarás en lo mucho que te gustan este
tipo de encargos, pues no es la primera vez que haces algo así. Muy dentro de
ti, sabes que es uno de los trabajos que más te da calma, te da tiempo de
respirar. Verás caer al árbol y te alejarás un poco para no ser golpeada con el
mismo, pues sabes que en tus días más infantiles te pasaba y te daba vergüenza
admitir la razón de tus chichones en la cabeza.
Comenzarás inmediatamente a quitar las hojas secas de las
ramas para poder empezar a trocear la madera y así empacarla, pero escucharás
que alguien se aproxima con el crujir de las hojas secas del bosque. En algún
punto, eso te tendrá sin cuidado ya que sabes perfectamente que los animales y
los humanos se encuentran coexistiendo en tu pueblo y que vislumbrar a un
cuadrúpedo un tanto grande por esa zona del bosque no sería nada del otro
mundo. Eso, sumado al hecho de que ya estará oscuro, te dará una sensación un
tanto desconcertante, aquello no te impedirá seguir. Estarás en la labor unos
minutos más, pensando cómo podrías enfrentar a un animal sin causarle un daño
de muerte, no te gusta la violencia y a tu parecer no sería justo quitarle la
vida a un ser sólo por tu mera sobrevivencia. Te quedarás pensando en ello
hasta que un chiflido te saque de tu trance con un escalofrío potente que te
recorrerá todo el cuerpo, éste te hará reaccionar rápidamente. Te empezará a
invadir el miedo, pues ahora sabes que no estás sola en el bosque, alguien más
se ha adentrado en él y sus intenciones son inciertas. Te pondrás nerviosa y
como un recurso ante la desesperación de no ser encontrada te ocultarás
rápidamente bajo un arbusto, agudizarás tu oído y notarás que las hojas crujen
de manera arrítmica, lo cual quiere decir que no sólo se trata de un alguien,
si no de cuatro pares de pies, quizá seis.
Pensamientos empapados de terror empezarán a nublarte la
mente, pues sabes que no es una hora en la cual los leñadores o los capataces
vengan por su producto, que alguien se adentre en el bosque a esas horas sólo
te da mala espina. Piensas en todo lo que has escuchado acerca de las malas
gentes y recuerdas que has escuchado que a la criada amiga de una amiga la han
ultrajado una banda de pistoleros hace no mucho tiempo, ella estando en tu
misma situación. Sientes nervios de que quizá una banda parecida quiera hacerte
lo mismo, o que Don Armando, el señor sexagenario de las materias primas, el
cual siempre te ruega que le beses, te haya seguido hasta el bosque para que
así pueda satisfacer su deseo sin que nadie sospeche de su buena reputación.
Sabes que aquel hombre que finge ser buen cristiano te dedica miradas lascivas
que dejan al descubierto sus más bajos instintos, como diría tu patrona.
Temiendo lo que anteriormente has pensado al estar completamente sola, tomaras
el hacha oxidada y te colocaras en guardia, lista para saltar hacia un posible
malhechor.
Las pisadas arrítmicas se harán más y más cercanas hasta que
prácticamente las escucharás casi enfrente de ti, agradecerás la existencia del
arbusto que te brinda camuflaje y enseguida escucharás una acalorada discusión.
Una que data sobre instrucciones claras acerca de cómo enterrar algo, te
desconciertas, perfectamente identificas que son las voces de tu patrón y Don
Erasmo. Te relajarás de inmediato al saber que son personas conocidas, pero
inmediatamente te preguntarás qué querrán enterrar a esas horas de la noche y
por qué esa acción no puede esperar hasta la mañana siguiente. Escucharás que
tu patrón le aclarara a Don Erasmo que nadie debe verle ejecutando dicha labor,
pues toda la reputación de ambos estaría en entredicho si algo se llegase a
saber.
Te quedarás desconcertada y vislumbrarás entre las ramas del
arbusto cómo tu patrón se aleja mientras Don Erasmo cava un hoyo en la tierra
con el bulto color café haciéndole compañía. Intentarás ver qué es lo que hay
en dicho bulto, pero la labor te será imposible ya que el mismo está amarrado
con hilo de cáñamo, nada del contenido puede percibirse. El tiempo irá pasando
y verás cómo el capataz habrá concretado dicho trabajo tan importante y tan
extraño que tu patrón le ha encargado. Pronto se te dormirán las piernas por
estar demasiado tiempo en cuclillas y caerás de sentón haciendo que la
hojarasca cruja, Don Erasmo se pondrá en estado de alerta y decidirá ir a
revisar. Sentirás los nervios a tope puesto que sabes que si te encuentra
podría decirle a tu patrón que estás escondida haciendo boberías y aquello
ameritaría otra paliza por parte de él, así que decides no exhibirte. Te
quedarás callada, viendo con el rabillo del ojo cómo Don Erasmo se aleja
haciendo que la hojarasca cruja lejos de donde te encuentras, te quedarás
aliviada puesto que no te ha visto y eso te da tiempo de escapar a una zona del
bosque más cercana a la casona. Estarás lista para irte, incluso colocarás el
hacha a tus espaldas y te acomodarás bien las sandalias rotas en el cuello para
que no se te caigan, pero algo en dicho bulto color café te hará no partir del
sitio, te entrará una curiosidad extraña de ver qué es eso tan raro que han
enterrado en medio del bosque.
Te tomarás unos momentos para pensar y decidirás hacer lo
que te fue encomendado para luego revisar qué era ese bulto, pues has aprendido
de tu patrón que siempre es mejor hacer las cosas cuando uno ya no está
ocupado. Te harás a la labor de recolectar y trocear madera un rato, pero la
curiosidad será tanta que regresarás al lugar donde dicho bulto fue enterrado,
esperarás a que nadie venga, a que Don Erasmo no regrese, y por fin comenzarás
a cavar con tus propias manos a falta de una pala.
Tardarás un rato y terminarás con las uñas llenas de tierra,
pero por fin lograrás dar con el objeto de tu curiosidad, no sabrás si romper
el hilo de cáñamo o sólo deshacer el nudo, irás por la segunda opción. Al
conseguir deshacer el nudo empezarás a buscar qué es aquello que el bulto
esconde… te quedarás de piedra, pues lo primero que veras al desenvolver el
bulto serán unos zapatos color guinda cubriendo unos pies de piel muy blanca.
Esos pies te resultaran familiares, pronto irás desenvolviendo todo y descubrirás
a una mujer blanquísima cubierta de sangre, con los ojos bien abiertos, un
rictus terriblemente asustado y un boleto de autobús en la mano. Dicha mujer
portará un vestido de color rosa palo y los zapatos guinda, mirarás el anillo
en la mano que sujeta el boleto, no habrá manera de equivocarte… has encontrado
el cuerpo de Doña Carlota. Todo te hará sentido en ese momento, te hará sentido
por qué la gente hablaba y por qué Doña Ana visitaba con regularidad la casona.
Querrás echarte a llorar, pues una mezcla entre miedo y tristeza te invadirán a
tal punto que intentarás abrazar el cadáver de la que alguna vez fue tu
patrona. Empiezas a pensar que a muchos les gustaría ver a su patrón muerto,
pero a ti no te causa más que una profunda soledad el estar abrazando el
cadáver de una mujer que si bien no era tu pariente, sí fue algo muy importante
tuyo. Sientes presión en el pecho, no puedes asimilar lo que estarás viendo,
sientes impotencia de ver a una mujer querida en un hoyo clandestino en medio
del bosque y empiezas a temer por tu vida, pues has sido el testigo accidental
de una tragedia que podría traerte consecuencias muy serias.
Te pondrás de pie y caminarás en círculos pensando qué hacer
para tratar de calmarte, pero no lo conseguirás, la presión de la situación es
tal que sabes muy bien que no habrá salida, lo que acabas de descubrir ya te ha
condenado a que tú seas la siguiente si es que tu patrón se llega a enterar. Le
empezarás a hablar a su cadáver, le dirás que lo lamentas, que enserio lo
sientes mucho. Dirás cosas como que la quisiste mucho a pesar de todas las
regañinas que te dio y que trataras de orar por ella en las noches.
Contemplarás como poco a poco, el cadáver se ira destensando a tal grado que
podrás cerrarle los ojos y la boca. Llorarás mucho, pero decidirás envolver de
nuevo a Doña Carlota y justo al ver el boleto en sus manos decidirás tomarlo,
pues en ese mismo instante tomarás la decisión de irte lejos. Te disculparás
con su cadáver pues no encontrarás la solución a este problema. Enterrarás de
nuevo a Doña Carlota, y al contemplar cómo todo estará casi igual a como lo
encontraste, te dará impotencia no saber leer, pues hubieras querido leerle,
aunque sea algún pasaje e la biblia. Finalmente dejarás todo casi como estaba
exceptuando que habrá un ramito de bugambilias que tú arrancaste de un arbusto.
Irás hacia el río y ahí te limpiarás, de la tierra y de la
sangre, pero pensarás en que no puedes creer que ya no escucharás a tu patrona,
ya no le servirás el desayuno ni la ayudarás a tejer cuando te lo pida. Ya no
habitarás en tu cuarto ni mucho menos volverás a ver Don Ezequiel ni a Don
Erasmo, no querrás ni verlos nunca más, malditos asesinos, pensarás. Ya no
cruzarás el pesado portón de madera ni irás al bosque. Ni por los mandados a la
tienda de materias primas, ni verás al asqueroso señor Armando. No volverás a
ver a Doña Ana… Ni al profesor Carlos, no volverás a verle nunca más. Por el
hacha ni te preocupas, la has enterrado cerca del río.
Terminarás de limpiarte y bajarás hacia la estación de
autobuses donde las personas mirarán desconcertadas a una joven criada
descalza, con los pies deshechos y con los zapatos colgando del cuello. Te
acercarás a una ventanilla y le pedirás a la empleada teñida de rubia y con
unas uñas enormes color azul que te lea lo que dice el boleto, ella te mirará
un poco extrañada, pero tú le dirás que te dispense, pues no sabes leer y
necesitas esa información de alguna manera u otra, ella asentirá y te dirá que
el boleto tiene destino a Guadalajara abordando en una hora. Estás a tiempo, te
dirá ella, e inmediatamente te preguntará si tienes algún equipaje que dejar.
En ese momento no sabrás lo que significa la palabra así que le preguntaras su
significado y al aclararte esto le responderás que no. Le preguntarás si puedes
abordar en ese momento y ella te dirá que sí, mirará tu boleto de nuevo, lo
sellará para que puedas pasar y te dirá que Carlota es un lindo nombre, te
preguntara si es tuyo… tú asentirás. Ella te señalara el camión que debes tomar
y te deseará buen viaje, le agradecerás sus atenciones y te alejarás para
dirigirte a dicho camión.
Caminarás y un guardia te recibirá en la entrada del camión, te pedirá el boleto sellado y te preguntará si eres Carlota, tu asentirás de nuevo y aquel robusto hombre te dejará ingresar en el vehículo. Una vez en tu asiento, verás cómo un montón de personas empezarán a ingresar en el mismo indicando la hora de partir, te limitarás a esperar hasta que el camión salga. No pasará mucho tiempo para que el vehículo empiece a moverse, ahí habrás empezado el viaje, aquel que te asigno una nueva identidad y que te habrá alejado de todo cuanto conoces. Ese viaje que te alejó para no volver jamás y te salvó la vida para poder empezar de nuevo en otra tierra y otro cielo… el viaje que te convirtió en el único testigo que escuchó caer al árbol.