Querido Luis Eduardo:
Ahora el recuerdo es lejano, pero la sensación la tengo a
flor de piel, al abrir mi correo electrónico veo tu respuesta, me saludas y
dices que los amigos de tus amigos son de la familia, que esperas nos
encontremos los próximos días en Aguascalientes. Me quedo frío. Yo te había
escrito un correo a instancia de mi hermano Alejandro Romano, quien sí era tu
amigo. Hoy no recuerdo si era abril o noviembre, tampoco sé el año, sólo evoco lapsos
de ese concierto y la emoción de conocerte. Nos recibiste a mi esposa y a mí en
tu camerino, torpe te saludé; tú, fraterno, nos trataste como familia.
Recordarás la última vez que nos encontramos, hará algunos años
en Querétaro. Hacía un frío atroz, mi amigo Eduardo y yo escuchábamos detrás
del escenario el concierto, las últimas canciones del recital: Al alba y La belleza las entonaste a capela, terminando tu actuación nos
recibiste en el camerino, quizá fueron 10 o 20 minutos de plática, nos pusimos un
poco al día, hablamos de poesía, música, literatura; nos despedimos con un
abrazo. Mi recuerdo es nítido. Tus canciones fueron el fuego que calentó
aquella noche.
El sábado al despertar recibí la noticia de tu partida.
Quedé conmocionado, golpeado. Se agolparon en mi memoria recuerdos de las veces
que nos encontramos en México, de tu generosidad, tu trato fino y educado, de las
cartas y correos que iban y venían entre Madrid y Aguascalientes.
Querido Luis Eduardo, quisiera decirte tantas cosas, tengo
un nudo en la garganta que me impide hablar. Seguro me dirías: Cuéntame alguna
tontería.
Querido amigo, gracias, gracias eternas por tu amistad,
humildad, generosidad; por enseñarme que la belleza no se rinde ante el poder.
Nos dejas un vacío enorme en tiempos de maleza, esperemos estar a la altura en
tu ausencia, será difícil; por hoy, nos toca hacer de tripas corazón.
Un abrazo que te
acompañe, hasta pronto querido Luis Eduardo.