A Spielberg siempre le gustó hacer películas de marcianos. Pero atrás quedó E.T diciendo casa y señalando con el dedito luminoso. Habría que decirles a esos chicos que lo ayudaron a volver a su planeta que no sean estúpidos, que lo caguen a patadas al bicho ese y lo entreguen a las autoridades, porque viendo La guerra de los mundos de 2005 se hace evidente: el marciano más amigable y simpático del mundo, E.T, era un infiltrado extremista que veinticinco años después iba a venir a reventar todo.
Durante los años de La Guerra Fría, en el cine de Hollywood estos siempre representaron a los soviéticos. Ese miedo a una invasión o una guerra nuclear latente, cuyo punto álgido tuvo la década del 50, puso de moda las películas de invasiones extraterrestres con naves espaciales con sonido de Family Game. Pero ya está, la Unión Soviética colapsó hace rato y ya no son enemigos porque compran y venden y libre mercado y etc. Ahora los malos son los terroristas musulmanes, esos que les reventaron las torres el 11 de septiembre del 2001. Y cuatro años después, La guerra de los mundos de Spielberg está ahí para convertir a los extraterrestres de comunistas a terroristas musulmanes.
El protagonista de la historia es Tom Cruise, un obrero divorciado con dos hijos – Dakota Fanning y otro que ni me gasté en buscarlo en Wikipedia- y una exesposa embarazada de su actual pareja. Lo que para un musulmán extremista sería la fiel representación de la decadencia de occidente, digo por eso de separarse, embarazarse y que el marido todavía no la haya matado a piedrazos junto con un par de vecinos.
Todo empieza con una tormenta bastante rara y unos rayos que, indiferente al refrán de que los rayos no caen dos veces en el mismo lugar, caen no dos sino veintiséis veces. Tom Cruise obrero va hasta donde cayeron. Ninguno de sus vecinos ni las personas con las que se cruza sabe lo que está pasando. El paralelismo con los primeros momentos después del ataque que reventaron las torres es evidente. Algo natural en el cielo como los aviones comerciales se compartan de manera extraña. Y si uno ve un poco los noticieros de ese momento, descubre que al principio ningún periodista tenía idea que estaba pasando.
Cuando obrero Tom Cruise llega al lugar donde cayeron los rayos, un agujero en medio del asfalto, hay amontonamiento de gente. Nadie se muestra asustado, más bien están desconcertados, desconcertados igual que las personas que andaban por New York cuando se estrellaron los aviones contra las torres. Y como pasó ese día, después de un rato se derrumba todo. Pero lo que no pasó el 11 de septiembre y sí pasa en la película, es que del agujero sale una máquina que estuvo ahí, bajo tierra, esperando con paciencia el momento justo para atacar. ¿Y cuándo sale cuál es el edifico que se derrumba primero? Una iglesia cristiana. Sí, falta que diga Alá.
La máquina tiene un rayo que desintegra a las personas y las vuelve polvo. Otra vez hay que volver a las imágenes de la caída de las torres. El polvo era la diva del momento. Todo era gente corriendo, polvo ensuciando y escombros aplastando. Era así el 11 de septiembre y también es así en el ataque de los marcianos de Spielberg.
Tom logra escapar de la ciudad junto con sus hijos y se va con destino a Boston para buscar a la madre. Salen con un auto mientras las maquinas siguen tirando rayos. Y ahí, en ese momento, Dakota Fanning pregunta: ¿Son terroristas? Y yo me pregunto después que Dakota: ¿Era necesario, Steven? A esta altura me parece que ya nos dimos cuenta todos de la metáfora.
Además, de lo que también nos damos cuenta es de que los rayos de los marcianos no solamente destruyen edificios y desintegran personas, también destruyen y desintegran a la sociedad. Todo es un caos, es el sálvese quien pueda. Y en un momento es tan sálvese quien pueda que mientras atraviesan una multitud, unos intentan robarle el auto, y se lo roban, y entonces Tom saca un arma, y otro tipo saca un arma también y mueren varios por no saber compartir.
Pero no hay rayo, por más destructor que sea, que pueda contra el ejército de Estados Unidos. En la escena siguiente, bajó la suave y melosa voz de Sinatra desde unos parlantes, vemos a la misma multitud caminando con tranquilidad mientras unos marines les indican que circulen y una vieja dice que ya tienen suficiente sangre y no necesitan más donaciones. La misma gente que se mató por un auto ahora dona sangre para salvar a otros. ¿Un milagro navideño? No, porque no es navidad y tampoco es un milagro: son los militares haciéndose cargo de una emergencia nacional.
A los marcianos los mata una bacteria no sé si de la gripe o algo así, pero al primero que vemos morir los mata un militar, un militar con apoyo de los civiles, que es lo que tienen que hacer los civiles, apoyar a su ejército y poner una banderita en el patio y no quejarse mucho si un hijo muere en la guerra. En la escena, a Tom lo captura una de las máquinas y lo mete en una jaula llena de gente. Cada tanto agarra uno, lo mete por algo que la verdad, aunque no quiero decirlo parece un culo, lo tritura y con su sangre hace unas raíces que van cubriendo todo Estados Unidos. Cuando llega el turno de Tom para ser triturado, este tiene un montón de granadas, un militar lo agarra de las piernas para que no se lo lleven mientras le grita a los demás, todos civiles, que lo ayuden. Tiren de mí, dice. Y lo ayudan, y el resultado de todos esos civiles apoyando a un militar es la destrucción de una de esas naves marcianas.
Al final, Tom llega a Boston y ve que las raíces de los marcianos están secas, y no las ve en cualquier lado, sino encima de una estatua de un soldado de la Guerra de Independencia. Desde ahí van secándose y llegan hasta las maquinas que van muriendo una a una. Las raíces militares norteamericanas, ese pasado heroico hace imposible que unos pobres marcianos con unos rayitos que desintegran y una planificación de más de cien años puedan conquistar Estados Unidos.
Otra vez ha fallado la invasión extraterrestre. Y solo queda preguntarse de que manera volverán en el futuro, convertidos en que ideología o de que nacionalidad. Porque algo es seguro, pueden cambiar de forma, de idioma, de cultura o pintar de otro color las naves, pero lo que nunca van a cambiar a pesar de todos los fracasos es esa fijación ya patológica de invadir a los norteamericanos.