Círculo de Lectura | Por Nicolás Valencia |
¿Cuáles son las
posibilidades fácticas del anonimato en la vida? En Foucault Anonimato (Cactus,
2012) Érik Bordeleau intenta y logra responder -con una eficacia y un brillo que
resulta un soplo de aire fresco intelectual realmente inspirador- esa esta
pregunta a través de la vida y obra de Foucault, examinando ambas instancias
con una perspicacia bajo un prisma renovado y necesario. Foucault fue alguien que asumió en
su propia vida el carácter absolutamente contingente y performativo de su
práctica inicial, el de la escritura, para desplegarse afanosa y lentamente en
el compromiso político verdaderamente inteligente al asir ese potente axioma de
Adorno que proclamaba como la única y auténtica inteligencia a la razón sin
guía: el pensador más importante de los últimos 50 años recompuso los modos de
entender ese artificio llamado subjetividad; primero desde el plano literario
para luego demostrar en sus actos el potencial revolucionario de cada ser, capaz de interrumpir radicalmente el flujo
imperioso de esa máquina totalizante que se llama a sí misma sociedad y que no
detiene en ningún momento a pensarse con seriedad y delicadeza, a cuestionar
sus heridas y sus verdades, tan arbitrarias e inestables como su propio ser.
Bordeleau inicia su texto vindicando la
fuerza del anonimato digital revolucionario, fuerzas y cuerpos virtuales que
redefinen y transgreden el panorama financiero en profundidad, con un carácter
vengativo propio de una multitud anónima y, por esa misma razón, innumerable:
su interés puramente político radica en su potencial para descentralizar e
interrumpir las finanzas a través de una proliferación de "organizaciones
autónomas distribuidas", auténticas nuevas máquinas de guerra capaces de
hacer frente a la oligarquía bancaria y su arma favorita: el capital entendido
como una relación política de subyugación y de sumisión incesante a la
especulación.
De ahi en más, a través del recorrido por
las diversas lecturas que ha suscitado Foucault a lo largo del globo, Bordeleau
traza el carácter hasta ahora impensado de la fundamentalidad del anonimato
como una puesta en juego efectiva de la existencia, fundamentalidad que ha sido
socavada o marginada por incluso las mejores lecturas (Butler y ese tributo a
Foucault que fue su noción de performatividad como un desacierto teórico a la
hora de pensar un desapego genuino de nuestra propia identidad; Chomsky y su
anonadamiento inverosímil ante la figura plenamente “amoral” del francés; Richard
Rorty y su incapacidad de pensar ya no a Foucault, sino a la vida desde una
subjetividad perfectamente pequeñoburgesa: desde una existencia privatizada,
etc.) desplegando y destacando con una inteligencia ácida la naturaleza
plenamente ambivalente del pensamiento y la vida foucaultiana como una virtud,
como una verdadera astucia de la razón que le permite dinamitar su propia
subjetividad constantemente, en un esfuerzo ético que nos seduce debido a la
enorme eficacia que el desarraigo de nosotros mismos produce en vistas a una
resistencia política consecuente.
Bordeleau ha repensado la potencia
semántica de la palabra “anonimato”, y éste es un logro no menor: la práctica
ostensosa que el hombre hace de su propio nombre lo doblega a una identidad que
no es más que una constricción. Este carácter plenamente representativo de la
subjetividad, este murmullo obstinado, no logra más que hacernos olvidar de
todo aquello que nos mancomuna con los otros seres humanos en el espacio y
tiempo que nos toca vivir: es esencial entonces deshacerse de ese deseo de
visibilidad permanente para contemplar al otro, para dejar de ser yo y
participar de un experiencia de resistencia mucho más grande que uno: para
perder finalmente el rostro en los muchos rostros: huir de la visibilidad con
el fin de tornar al anonimato en posición ofensiva ante un régimen del capital
neoliberal que todo parece cooptarlo.
Pero la instancia que funda la lógica y la
potencia del capital contemporáneo- y que Foucault tan claramente nos señaló-,
el poder que articula, regulariza y normaliza las vidas, es el mismo poder que
sirve para subvertir su eficacia: la capacidad de los cuerpos para reafirmarse
a sí mismos y liberarse de las sujeciones identitarias es una latencia, una
posibilidad de gestos inéditos y gastos físicos impensados entre los cuerpos
que así lo eligen: tanto el encapuchado con su cóctel molotov como el pirata
digital que estrategicamente maximiza la efectividad de su intervención
evitando así la exposición en posiciones siempre desfavorables y para escapar
de posibles procedimientos legales eventualmente irregulares e inevitablemente
coercitivos sobre su propio cuerpo ejercidos desde el Estado.
Érik Bordeleau es investigador postdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas y profesor de la UQAM. Es el autor de Foucault Anonyme, que ganó el Premio de ensayo Eva-Le-Grand Spirale 2013. Completó un doctorado en Literatura comparada en la Universidad de Montreal sobre la relación entre anonimato y política en el cine chino y el arte contemporáneo. Está interesado en el giro especulativo del pensamiento contemporáneo así como en el modo presencial de dioses, fantasmas y otros espíritus en el cine de Asia oriental. Es miembro del Sense Lab (Concordia University), un colectivo de investigación y creación, así como del grupo de acción cinematográfico Épique, que dirigió la película Insurgence sobre la huelga estudiantil quebequense. En el libro que nos ocupa no menciona ni una sola vez en el libro la palabra “anarquía”, o intenta adherir a cualquier tipo de ideología política zurcida y vaciada hasta el cansancio: quizás en ese gesto resida el logro más grande del texto: Bordeleau se ha desprendido de su propia subjetividad anhelante de afirmación en el plano político para reafirmar su cuerpo y fundirse, a cambio, en esa dialéctica maravillosa que conjuga obra y acción, acción y obra trabajando en forma simultánea, con imaginación feliz y absolutamente desapegado de cualquier identidad que no sea la suya propia: esa fuerza inasible, inestable y centrífuga que solo otorga el anonimato: una verdadera razón sin guía, ya ni siquiera la de Foucault. Así sea.